Capítulo 25. «¡Ella es mía!»
~Erick~
— ¡No! — grito, mientras veo como Diane cae por el precipicio directamente hacia el río. Todo dentro de mí arde de furia. Siento como mis habilidades salen sin que pueda controlarlas, haciendo que truenos resuenen en el cielo.
No puedo verla morir.
No puedo ver como la pierdo.
Aprieto los puños, me giro hacia Kile, y me acerco a él con pasos apresurados.
— ¡¿Cómo pudiste?! ¡A ella! ¡¿Es esto todo lo que se te ha enseñado aquí?! ¿A matar? Yo no te he dado todo para esto.
Kile tiembla de miedo. No puede dejar de sacudirse, mientras que yo mantengo el ceño fruncido hacia él, furioso, para después tomarlo de la camisa y alzarlo.
—Yo... — comienza a justificarse. Sus labios tiemblan, su respiración es rápida y nada controlada.
— ¡Cállate! — le mando, antes de que empiece a justificarse sin razón alguna—. ¿Qué pasó por tu mente para que hicieras eso? ¿Es qué...?
—Thor, tienes que ver esto— dice Viv. ¿Dónde estaba todo este tiempo? Miro hacia abajo, hacia el río, encontrándome con algo imposible.
El agua está salvando a una Diane empapada. El río parece haber tomado la forma de una mano y la alza por los aires, hacia nosotros.
—Tifón... — lo busco. No sabía que fuera tan poderoso. Nunca lo había visto usar tanta agua junta. Sí, congela, incluso sana y puede usar su magia con el agua para la sangre, pero nada como esto.
—Ese no soy yo— dice. Mira la escena maravillado, como si al fin entendiera muchas cosas—. El río la salvó. Es mágico y... ahora... entiendo todo.
La mano de agua deja a Diane en el frío suelo de la iglesia. Antes de marcharse, la apunta y usa sus propiedades curativas, eliminando sus cortadas y rasguños. Todos miran la escena maravillados, nadie se atreve a acercarse y ayudarla. Diane es especial, muy especial, y debo ayudarla.
Me inclino, la tomo en mis brazos, y grito:
— ¡Consigan ropa limpia y seca ya! — para después llevarla hacia adentro. Terri, Tifón, y Viv me siguen. Son los únicos que se sienten tan confiados y me conocen tan bien como para hacerlo.
—Thor, esta chica es peligrosa, debemos deshacernos de ella o más cosas como estas sucederán— dice Viv, cuando vamos subiendo las escaleras hacia el nivel de arriba, las habitaciones—. Tenemos que pensar en todos, no sólo en atracción, y en...
Me detengo en seco, la miro fijamente, y digo:
—Nunca vuelvas a insinuar la posibilidad de que ella se vaya— doy una vuelta completa, para enfocarme en todos los que me miran desde el gran salón, asustados, y continúo—. ¡Diane es mía!
¡Nadie, nunca, conseguirá sacarla de aquí! ¡¿Entendieron?!
Todos me miran sin creerlo. Bocas abiertas, ojos demasiado abiertos, exclamaciones. Nunca me había sentido tan furioso. Quién sea que haya ocasionado esto lo pagará duramente. Al ver que no me responden, grito:
— ¡¿Entendieron?!
— ¡Sí! — gritan todos de vuelta. Por un momento, un simple momento, me siento como un dictador.
Pero ese momento pasa.
Yo no soy un dictador. He visto lo que la magia puede hacerle a las personas. Sé lo difícil que es sobrevivir en un mundo que no te conoce o te apoya.
Si dejo que todos den rienda suelta sus impulsos naturales, este lugar perderá el control.
Y eso es lo que más tengo que impedir, cueste lo que cueste.
— ¡Ahora vuelvan a sus trabajos! — les mando. Vuelvo a mirar a Terri, Viv, y Tifón—. Y déjenme solo. Todos.
Vuelvo a subir las escaleras. No escucho más pasos detrás de mí, lo que hace que pueda volver a respirar con normalidad. Llego hasta la habitación vacía más cercana, la que había reservado para Diane, y entro a ella.
La deposito en la cama con la máxima delicadeza que puedo, como si de una muñeca se tratara, y me siento a un lado de ella, observándola.
Respira, duerme, y parece bastante bien. Aparto el cabello de su rostro, buscando apreciarla mejor. Creí que la perdería. Sentí que la había perdido. Se ve tan frágil, tan pequeña, y tan importante sólo ahí, acostada.
Sus cabellos están empapados. Traigo una toalla del baño, con la que me encargo de secar su cabello y cara. Estoy pasándola por sus ojos cuando ella me detiene poniendo su mano sobre la mía, para después apretarla y tomarla como si de alguien querido se tratara. Está dormida, eso explica todo.
Pero la calidez que toda ella emana... es indescriptible. Es cómo un gatito tierno y ronroneante, tan tierna cómo un bebé.
—Traigo las... oh...— una chica se detiene, sorprendida por la escena. Es Aracné, recuerdo, al ver sus pendientes de araña. Me levanto, como impulsado por un resorte, carraspeo, y digo:
—Cuídala y arropala, estaré en mi oficina.
—Sí, lo haré. No se preocupe— me promete.
—No soy un viejo como para qué me hables de usted, recuérdalo— le digo, ella asiente, nerviosa, mientras que yo me apresuro a salir y dejarla sola con Diane.
No entiendo como han podido entrar aquí, o, al menos, encontrar a Zack. Todo lo que yo le ofrecí a él y a su hermana, seguridad, comodidad, y respeto, se pierde, a pesar de todos mis esfuerzos.
Llego a mi oficina, dando un portazo al instante y corriendo hasta mi escritorio. Tifón ya espera ahí, apoyado en la zona de espera y con una caja negra en mano.
Entrecierra los ojos al verme tan alterado. Se acerca a mí, a pasos largos, y deposita la caja en la mesa.
—Del informante— dice, tan calmado como siempre. Tifon sabe como tratar conmigo, no me fuerza, sino que espera a que yo hable. Como ahora, que, sino fuera por la paquetería, ni siquiera estaría aquí.
—No puedo creer que se hayan atrevido— digo, la furia ardiendo dentro de mí—. Quién sea que haya hecho esto quiere vernos morir desde adentro. No puedo...
—Thor, amigo...— me interrumpe—. Podremos contra esto. Saben que esa chica te importa y, por primera vez en todo este tiempo, han notado una debilidad.
— ¡Ella no...! — Tifón manda una gran burbuja de agua a mi boca, haciendo que me atragante. Comienzo a toser, mientras que él continúa con su discurso:
—Qué ellos la vean como una debilidad no quiere decir que lo sea. Por primera vez alguien te importa, quieres a alguien, y lucharás por ella cueste lo que cueste. Debes de entender que ella es muy talentosa, y puede defenderse sola. Sabe más de lo qué crees— apunta, su vista fija en la ventana—. Y sé, sin ninguna duda, que confía en ti. No hay nada mejor que eso.
Tifón me ha dejado sin palabras. Tiene razón, por completo, pero no quiero aceptarlo. Tomo la caja negra entre mis manos y la abro, para distraerme. Es pequeña, la tapa tiene un lazo dorado y por dentro está llena de papel, además de un fondo acolchado.
Retiro el fondo, encontrándome con una pequeña nota de papel con instrucciones precisas.
—Santiago Crosman. Satiry. Domingo. 23:47. M8. «La hora llegó» — le leo a Tifón. Él entrecierra los ojos, seguramente, confundido por la parte del «M8»
—Así que ahora nos encontraremos con un científico loco— dice, rodando los ojos, lo miro confundido, él sigue—. Santiago Crosman es un renombrado científico, aunque muy reservado. No sé exactamente como podrá ayudarnos, pero hay que seguir ordenes, ¿No? Además, puede que tenga habilidades, lo que nos ayudaría mucho.
—Sí... — aseguro—. El plan de acción será...
Soy interrumpido en el momento en que la puerta de mi despacho se abre, dejando ver a Aracné, sus ojos desorbitados, su rostro iluminado.
— ¡Despertó! — grita—. ¡Y viene para... !
— ¡Thor! Necesito hablar contigo, ahora— la interrumpe Diane, que prácticamente empuja a Aracné y entra a pasos rápidos. Sigue estando un poco mojada, por lo que sus zapatos chapotean en el suelo. Entrecierro los ojos hacia ella, mientras que me responde con un gruñido.
—Habla, pues...— la invito, ella suspira fuertemente, luego dice:
—Dijiste que este era un lugar seguro. Apenas estoy llegando y ya vi a alguien morir... ¡Morir! — traga fuerte, triste—. No puedo quedarme viendo esto, así, solo así...
Verla así me parte el corazón. Ella sintió a Zack morir, ella sintió el dolor de su hermana, y parece haberle calado muy fuerte. Me levanto, ignorando sus quejidos, la tomo de la muñeca y la llevo a su habitación.
— ¡No quiero que me encierres de nuevo! — grita, apretando los puños—. ¡Quiero explicaciones!
Antes de que lleguemos, me detengo, la miro fijamente, y digo:
—En este momento, en este preciso momento... — aprieto los labios—. No puedo contestarte. ¿Cómo se supone que confíe en tí después de que te metieras con esos horribles hombres? Puede que todo esto sea tú culpa.
Ella frunce el ceño, se cruza de brazos, y se lanza a la cama con una desfachatez palpable.
—Ya te dije que lo siento— dice, cual niña pequeña—. Fui una gran tonta, no debí hacerlo... — suspira, decaída, pero yo sigo sin inmutarme, así que vuelve a enfurecerse—. ¡Yo no tuve la culpa! No tuve nada que ver, y yo no soy un monstruo sin corazón, lo prometo...
Por alguna razón, mientras la oigo, no puedo dejar de pensar en lo mal que me sentí al verla caer. La iba a perder. Ella se expuso frente a todas esas personas, pudieron haberle hecho algo, pudieron haberse aprovechado de ella.
¿De qué habrían servido todas esas veces advirtiéndole? Todo para que ella...
Estoy seguro de que ella no mató a Zack, pero... tal vez, sólo tal vez, sus descuidos trajeron a esas personas aquí. Imaginarla allí, con esas personas, con Prometeo, conociendo como es con las chicas, es imposible que no hayan...
— ¡No me ignores! ¿Vas a contestarme, por las Santas Esferas?
— ¡Claro que voy a contestarte! — le devuelvo, enojado—. ¡¿Cómo quieres que te deje salir, que te trate cómo una maldita reina después de que me mentiste todo este tiempo?! Todos deben estar hablando de tí en este momento, porque, por si fuera poco, nada más llegas, por primera vez, alguien muere en este lugar. ¡Te defendí! ¡¿Pero sabes de qué servirá?! De nada. Seguirán hablando, seguirán siendo paranoicos, porque todos los burujos son paranoicos, ¿Sabes?
—Thor, tranquilízate— me dice, tratando de consolarme. Se acerca a mí, levantándose de la cama y poniendo su mano en mi hombro, un gesto amable cariñoso—. Puedo leerte, ¿Recuerdas? Puedo leer lo preocupado que estás por todos, por mí. No sabes cuanto lo agradezco.
Ambos nos miramos fijamente, puedo oír los rápidos latidos de su corazón. La calidez que ella transmite es...
—Me preocupas— digo—. Me preocupas mucho.
—Lo sé, lo sé... — dice, continuando con sus palmaditas en mi espalda. Su mano pasa a mí cabello, tomándolo tal como yo le dije que lo tomaría—. Ahora, tengo un poco de hambre... — alarga sus palabras, haciéndoles sonar más tranquilas, seductoras, podría decirse—. ¿Podríamos ir a comer algo? Salir, sentir el aire fresco...
Sigo perdido en sus ojos, en esos ojos dorados.
—Sí— contesto, mientras los sigo viendo. Ella sonríe, ha logrado su cometido.
Espera... ¿Lo ha logrado? Ella estaba... ¡Usando sus habilidades!
— ¡¿Cómo te atreves?! — digo, indignado, ella se sonroja, al ver que he notado sus artimañas—. No te dejaré salir, ¿Entendido? No hasta que todo esté seguro. Ahora, te traerán tú comida, si es que tienes hambre, pero no saldrás, ¿Entendido?
Ella no contesta, sigue inerte.
— ¿Entendido? — repito, ella sólo asiente—. Bien, entonces, ahora vuelvo con tú comida.
Mientras voy saliendo, lo único en que puedo pensar es en ella y Patrick... haciéndolo.
Es una imagen horrible.
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