PREFACIO

Examino sin preocupaciones las descuidadas puntas de mi cabello mientras pierdo el tiempo en un vago mar de entretenimiento mundano. Ser paciente jamás ha sido una de mis fortalezas, por eso me estremezco de alegría al recibir la llamada que anhelaba.

—Ya los tengo.

«Ni un mísero saludo, ¿eh?»

Sí, esperaba obtener noticias pronto, pero no en compañía de un tono tan cortante. No obstante, reconozco que los modales tampoco han representado nunca una de sus virtudes. En general, nada que involucre una pizca de gentileza, a decir verdad. Al menos no en lo que su trato hacia mí concierne.

—¿Estás segura?

Me arrepiento casi instantáneamente de haberle hecho esa pregunta. Devela torpeza e incredulidad. Sin embargo, es demasiado tarde para recriminaciones. Probablemente le achacará la culpa de mi flaqueza a mi mitad más débil.

—Sí, por supuesto —El dejo de sus palabras deja al descubierto el desprecio subyacente entre líneas.

—De acuerdo. ¿Entonces cuál es el plan?

—Usarás este hechizo y los retendrás hasta el momento adecuado.

Analizo a cabalidad la imagen proyectada y alzo mis cejas más alto con la lectura de cada párrafo. 

—¿En serio? Este conjuro es un asco.

Escucho un bufido del otro lado e imagino que ha puesto sus ojos en blanco ante mi reclamo.

—No entiendo el porqué de tu queja. Regina lo empleó con Alba y dio resultado.

Ahora es mi turno de rodar los ojos.

Mi tía no debería ser mencionada como un ejemplo a seguir. Todavía me resulta incomprensible su obsesión con esa pueblerina ingenua. Además, teniendo la magia de tu lado, hay métodos más sencillos para deshacerte de alguien y quedarte con su herencia.

Además, la ambición de posesiones terrenales se considera demasiado mortal, incluso para mí.

«Tanta energía mágica invertida en un propósito tan mundano. ¡Qué desperdicio y falta de visión! Y todo por escuchar el discurso impertinente de un estúpido espejo encantado.»

—Solamente olvidó comentarte los posibles efectos secundarios y, en general, que, aunque el disfraz resulta creíble para cualquier criatura, es un maldito calvario —aseguro al sumergirme en el testamento papal que parece ser la letra pequeña.

Siempre es así, no hay un maldito hechizo que puedas llevar a cabo sin consecuencias. La magia es peligrosa. Absolutamente maravillosa, pero peligrosa.

—Ese no es mi problema —«Claro que no, es el mío»—. He estado meses conviviendo con esos enclenques y tú miedo o pereza no arruinarán mi plan maestro.

—Como sea…

Me rindo a la par que me preparo mentalmente para mi futuro sufrimiento.

—Hablo en serio, Agnes.

—Yo también.

—Si me fallas, haré que lo pagues.

«Ella siempre tan delicada, amable y cordial.»

—También quiero traerlo de vuelta. No fallaré.

—Más te vale. Por tu propio bien.

Por supuesto que Hortense no conocía otra forma de acabar una conversación que no fuera con una amenaza como punto final. Es claramente su estilo.

Mientras tanto, yo tengo un hechizo que estudiar.

«Solo espero que valga lo que cuesta.»

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