"Antojos Nocturnos"
Era una noche tranquila en la casa de los Uchiha, la luz de la luna proyectaba sombras suaves sobre las paredes de la habitación mientras Madara estaba acostado en la cama, mirando fijamente al techo. El sonido del viento moviendo las ramas de los árboles afuera era lo único que interrumpía el silencio. Sin embargo, algo había cambiado en el ambiente: Minato, su omega, estaba inquieto.
Madara ya lo había notado hacía un rato, cómo Minato se movía de un lado a otro en la cama, suspirando y mirando al techo con una expresión pensativa. La espera de los mellizos lo había afectado de muchas maneras, pero en los últimos días, había algo nuevo, algo que Madara conocía bien: los antojos.
— "Minato" —, dijo Madara, suavemente, para no alarmarlo. — "¿Estás bien?" —.
Minato se giró lentamente, sus ojos azules brillando en la oscuridad. — "No... no puedo dormir" —, confesó, frotándose la barriga con una mano. — "Y... tengo antojos. Quiero... algo. No sé qué exactamente, pero... algo." —.
Madara arqueó una ceja, dejando escapar una ligera risa. Sabía lo que eso significaba. Los antojos de su omega se habían vuelto cada vez más extraños y, a veces, insostenibles. Pero, a pesar de todo, Madara nunca se quejaba. La ansiedad y el deseo de Minato eran su prioridad.
— "¿Qué te apetece?" —, preguntó Madara, levantándose de la cama sin dudarlo, decidido a satisfacer ese capricho nocturno.
Minato se mordió el labio, pensativo, y luego una chispa de emoción brilló en sus ojos. — "Quiero... helado. Pero con algo caliente encima. No sé... tal vez chocolate caliente. O algo picante... ¡Sí, eso! Helado con chile." —.
Madara no pudo evitar reír entre dientes ante la combinación tan peculiar. — "¿Helado con chile? ¿Estás seguro?" —.
Minato asintió, su expresión preocupada. — "Lo sé, suena raro, pero... lo quiero, Madara. Quiero helado con chile y un poco de chocolate caliente por encima. No puedo dormir sin eso." —.
Madara suspiró, pero su rostro mostraba solo ternura. — "Bien, bien. Lo haré." —.
Se dirigió a la cocina, sabiendo que los antojos de Minato, aunque extraños, no tenían límites. Encontró rápidamente lo que necesitaba: helado de vainilla, chile en polvo y, por supuesto, el chocolate. Mientras preparaba la mezcla, se sorprendió de lo feliz que se sentía al hacer algo tan peculiar por el hombre que amaba.
Cuando regresó a la habitación, Minato ya estaba sentado en la cama, con una expresión expectante, casi ansiosa. Madara le entregó el tazón con la mezcla extraña y, al verlo, no pudo evitar sonreír.
— "Ahí tienes" —, dijo, colocando el tazón frente a Minato. — "Tu helado con chile y chocolate caliente." —.
Minato miró el tazón con una mezcla de satisfacción y curiosidad, tomando una cucharada. Su rostro se iluminó de inmediato, sus ojos brillando como si hubiera probado algo celestial. — "¡Está perfecto! ¡Madara, eres un genio!" —.
Madara se sentó junto a él, observando con cariño cómo Minato disfrutaba de su antojo, completamente sumido en su felicidad. No pudo evitar sentirse afortunado, aunque la combinación de sabores fuera extraña, al menos eso significaba que Minato estaba contento.
— "¿Te sientes mejor?" —, preguntó Madara, acariciando suavemente la cabeza de Minato mientras este seguía comiendo.
Minato asintió, con una sonrisa feliz en el rostro. — "Sí... mucho mejor. Gracias, Madara. Eres increíble." —.
Madara se recostó junto a él, rodeándolo con un brazo protector. — "No hay de qué. Lo haría todo por ti, Minato. Y por nuestros hijos." —.
Minato dejó la cuchara a un lado, mirando a su alfa con ternura. — "Sé que lo haras... y por eso te amo tanto." —.
Madara sonrió, sintiendo un calor profundo en su pecho al escuchar esas palabras. Aunque los días eran inciertos y la espera de los mellizos los mantenía en vilo, en ese momento, todo lo que importaba era estar juntos, disfrutando de las pequeñas cosas. Como un helado con chile en medio de la noche.
— "No importa cuán extraños sean tus antojos, Minato" —, dijo Madara, inclinándose hacia él para darle un suave beso en la frente. — "Lo único que quiero es verte feliz." —.
Minato sonrió, apoyando su cabeza en el hombro de Madara mientras tomaba un sorbo de chocolate caliente. — "Y lo estoy. Porque tú estás aquí." —.
Los dos se quedaron así, en silencio, disfrutando de la compañía del otro y de la tranquilidad que solo el amor verdadero podía brindar. No necesitaban nada más, porque ya lo tenían todo.
Y mientras Minato terminaba su helado, con la certeza de que había encontrado al hombre que siempre lo apoyaría, Madara, mirando a su omega, sabía que cualquier sacrificio valdría la pena para hacer de este momento, de este amor, algo eterno.
Muchos saludos de rukiaishida789 y misscrimson
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