Capítulo 9


Damián


Culpa...

Insensatez...

Desesperación...

Y un sinfín de cúmulos que estaba experimentando y viviendo por primera vez, no me dejaban respirar. En modo automático me puse de pie, sin poder creer todo lo que había pasado. Furioso, recogí ese cuadro. La expresión que sentía incrustada en mis facciones, me indicaba con el odio que estaba mirando a Alba y a mí. Lo reventé en el suelo. Vi como los vidrios saltaban por todas partes. Saqué la fotografía y la hice pedazos. No sabía porque la había dejado ahí, pero por culpa de ella mi vida se había ido entera al infierno. No, no era por culpa de aquella imagen. Era mera culpa de mi pusilánime silencio.

Frustrado, agarré a golpes la pared hasta que vi sangre en ella. Mi propia y maldita sangre corría por la muralla. Tambaleante, quise salir a toda prisa, hasta me tropecé en el pasillo cuando intenté alcanzarla. No quería que se fuera, no quería perderla. Necesitaba que me oyese, que me perdonase. Comenzar desde cero era lo que debíamos hacer, dejar el pasado atrás como si se tratase de un muy mal y maldito recuerdo.

Pero sería tan difícil...

No me pregunten porque, pero intuí que podría ir hasta el lugar donde vivió con aquel desgraciado. Así que no lo pensé dos veces y agarré mi auto, tomando rumbo hasta ese sitio. Estaba angustiado, al borde del colapso. No podía perder a Madison, por ningún motivo. Ella se había transformado en mi todo, la amaba como nunca pensé. Tenía que explicarle el motivo de mi estupidez. Tenía que hablarle con toda la sinceridad que siempre me caracterizó, menos con ella, aunque eso nos terminase destruyendo. Madison ya no se merecía más verdades a medias, porque si dejaba que el tiempo siguiese pasando, nos terminaría matando.

Estaba demasiado frenético conduciendo, hasta que escuché el fuerte bocinazo que me dio un auto que pasó frente a mí. No lo vi, no veía nada en realidad. Tenía la mente y la vista puesta en un objetivo, y ese era seguir a Madison, conseguir hablar con ella y rogar porque me entendiese. Tuve que intentar calmarme, sino era muy posible que tuviese un accidente. Eso era lo que menos quería. Entonces cuando el semáforo dio rojo, saqué mi celular y, en mi desespero, escribí sin pensar.

Envié...

Y cuando lo hice...

Me di cuenta que una vez más la había cagado...

‹‹Alba Ferguson es el nombre de mi ex esposa, y tiene dos hijos con tu marido. Ese día que te dejó tirada en el restaurante, fue porque estaba naciendo el segundo. El primer niño tiene cuatro años. Lo siento, no sabes cuánto lo siento››.

Realmente no sabía que estaba haciendo, Madison ya estaba lo suficientemente rota por dentro como para seguir con su tortura. Quizás era porque ya no quería seguir con mis nefastas mentiras. O tal vez era porque el infeliz que aun habitaba en mí, quería... A pesar de ello, estaba muy consciente que mi maldito mensaje la iba a terminar de destruir. De repente, me di cuenta que me quedé viendo el texto. ¿Qué había hecho? ¿Por qué lo seguía haciendo?

Maldecí como nunca mis impulsos destructivos...

Me temblaban las manos en el volante, manejé por inercia. Si Madison no me hubiese llevado hasta aquel edificio donde vivió, jamás habría sabido donde quedaba y, por consecuencia, no la hubiese podido encontrar. Pero ahí estaba, bajándose de un taxi, con un inseguro andar. No me bajé, solo me quedé dentro, esperando la oportunidad de encontrarla sola para hablar en paz. Como si eso fuese tan siquiera suceder.

Porque sabía que en cuanto me viese, Madison me escupiría en la cara todo lo que me tenía muy bien merecido por desgraciado. Pero todavía guardaba la esperanza que tal vez, me perdonase. Sin embargo, los minutos estaban pasando con una lentitud agobiante. Seguramente en ese departamento estaban cayéndose las máscaras de engaños. No dejé de observar desde mi reloj, a la entrada de aquel edificio. Treinta minutos después, Madison estaba saliendo como un huracán por esas mamparas. Ese tipo, que nunca se fue, le ayudó con su equipaje.

Madison definitivamente se había ido de ahí...

Estaba tan desesperado que hasta por mi mente pasó interceptar ese taxi, sacarla de un brazo y hacerla subir a la fuerza en mi auto. Sí, pensamientos que nunca se concretan debido a la cobardía. Entonces fue cuando vi su silueta a través de los vidrios, y ahí me invadió un sentimiento que no supe como descifrar. Pude ver la sombra de su brazo elevarse, como si estuviese pasándose la mano por el cabello. Ni siquiera me podía poner en sus zapatos, porque era tan hijo de puta individualista que solo quería obtener de ella lo que me dijese. Si eran insultos, si era otra bofetada, si eran gritos, no importaba porque me lo había ganado por vengativo.

Después de varias vueltas, Madison se bajó de ese taxi. Esperé que entrase al hotel. Luego me bajé del coche. Esperé a que se registrara. Luego puse un pie dentro. Esperé escondido que se subiese al elevador. Luego me dirigí a la recepcionista y le dije una mentira, como de costumbre, para que me diese el número de la habitación. La mujer lo hizo y ahí fue que el pulso se me disparó, ya que después de tanto pensar en qué diría, mi cabeza se quedó completamente en blanco.

Mejor así...

Tenía la mano puesta en la pared, la cabeza abajo al tiempo que respiraba con dificultad. Siempre pensé que era un hombre seguro, pero no era así. Ahí, afuera de la habitación de Madison, me estaba dando cuenta de cuanta inestabilidad emocional podía llegar a tener bajo aquellas circunstancias. Quizás todos éramos así, o tal vez solo era yo quien se desmoronaba bajo una presión como esa. De todas maneras, pensé que era normal estar con esa sensación de mierda que me carcomía por dentro.

Fui un mentiroso, un tipo que abusó constantemente de la confianza que le tuvo una mujer que realmente lo estaba dando todo por estar a su lado. Fui un mentiroso que se aprovechó de una situación de mierda que ella estaba viviendo con su esposo. ¿Quién mierda me creí yo para hacer todo ese daño? Mejor hubiese sido darme la media vuelta cuando la vi ahí, en ese restaurante, sola, amargada, dolida. Jamás debí dar aquel paso que me llevó hasta su mesa. Nunca debí encerrarla en el baño para soltarle mi soberbio veneno.

No debí involucrarla en nada...

No debí enamorarme como lo hice...

Madison fue tan víctima como yo, y aun así me propuse destruir a Matthew por medio de ella. Más bien, fue a los dos a quienes quise dañar. Quería que Matthew supiese lo que era ser engañado. Deseaba tocarle la fibra sensible de su hombría, que sintiese en carne propia lo que era ser menoscabado por medio de una traición, ¿y quién mejor que yo para ser partícipe de ello? A Madison también quise hacerla sentir lo mismo que yo. Dolor. Dolor puro. Ese dolor que te quema por dentro. Ese dolor que no te deja respirar.

Solo reaccioné cuando sentí retumbar mis oídos...

Había golpeado esa puerta sin darme cuenta...

Pero nada se escuchó del otro lado...

Sin embargo, todo se dio vuelta y salí ensuciado con mi propia mierda hasta el tuétano, porque no conté con que me encontraría con una mujer tan audaz como lo era Madison. Tan elocuente. Tan diferente. Saber que me había enamorado así, dando todo de mí, fue un golpe directo a las bolas. No lo esperé, ni siquiera lo busqué. Solo sucedió sin preverlo. Pasó sin que pudiese hacer nada al respecto. Y ahí estaba insistiendo en que ella abriese esa jodida puerta para poder charlar.

Lo hizo...

Pero reaccioné antes de que me la cerrase en las narices...

Esa que estaba ahí...

No parecía ser ella...

—¡¿Se puede saber qué diablos haces aquí?! —gritó con fuerza.

—¡Tenemos que hablar!

—¡Te dije que no hay nada que hablar! —siguió ejerciendo presión sobre la puerta.

—No me iré hasta que aceptes lo que debo decirte.

Quise sonar tranquilo...

—¡¿Cómo maldita sea supiste que estaba aquí?!

—Porque te seguí.

—¡Vete! ¡Largo de aquí!

A la fuerza entré...

Madison se veía más pequeña, casi acabada y eso me aniquiló. Su rostro era un desastre tan idéntico como el mío. Su nariz estaba roja e hinchada, tal cual sus ojos velados. Sin pensarlo, como venía haciendo, cerré tan fuerte que la muralla atrás de mí, casi se cayó. No me importó. Lo que me interesaba era que por fin podría decirle todo, sin maquillajes de por medio. Sin caretas que se interpusiesen entre ella y yo.

Sin embargo, sabía muy bien que no estaba dispuesta a escucharme. Sus gestos cargados de resentimiento me decían que no me quería ahí. Estaba a la defensiva, podría jurar que aquel temblor que manifestaba su cuerpo, no era de miedo, era de pura ira. Me escrutaba con asco. Sabía que no sería fácil conseguir su perdón, pero teníamos que poner las cartas sobre la mesa y de ahí no me iba a mover hasta hacerla torcer, aunque fuese un poco, su brazo.

—Madison.

No, no me quería ni medio metro cerca de ella...

—¡Qué me vas a decir?, ¿qué al no poder cumplir tu estúpida venganza, decidiste venir a pedirme disculpas? Es tarde, Damián. Sal inmediatamente de este lugar —suspiré.

—Siempre tan necia, ¿no? —resoplé intentando mostrarle una sincera sonrisa.

—No le veo el puto chiste a esta mierda —sus ojos brillaron con enfado —. Espera, sí lo veo. Aquí el chiste fui yo para ti.

—No es así.

Ya no lo era...

—¡Yo no tengo la culpa que Matthew se haya metido con tu mujer, por Dios!

Lágrimas se avecinaban...

—¡Y eso malditamente lo sé! —la sentí ponerse tiesa cuando la afirmé —. ¡Yo lo sé, pero tarde me di cuenta cuando la había cagado!

Tenía el corazón al borde del colapso...

—¡Por supuesto que te diste cuenta! ¿Cómo no? Tu querida Alba ya había tenido dos hijos con Matthew —terminó de decir con un tinte miserable en su voz.

Aquello me jodió mal...

Me comencé a sentir fuera de mí...

—¡No es por eso!

—¡¿Entonces por qué?!

—¡Porque me enamoré de ti!

Si tan solo hubiese confesado antes todo mi sentir, no habría escuchado aquella risotada que Madison soltó. No sabía si se estaba burlando de lo que, en medio de desesperación y dolor, le grité. O si yo ya no tenía credibilidad para nada de lo que pudiese decirle. Madison ya no confiaba en mí, tampoco lo haría. Todo lo que quise formar con ella, no fue más que una especie de casita feliz que se fue al diablo por mi negligente honestidad. No podía creer que Madison se estuviese carcajeando así, sin embargo, lo entendía por completo.

Ni yo mismo me hubiese creído...

—No, cariño, tú no te enamoraste de mí. Tan solo fui un propósito para tu resentido engaño. Solo fui producto de tu decepción matrimonial, ¿pero amor?

Respiré...

Madison tenía razón...

De algún modo...

—Es cierto todo lo que dices —saqué mis manos de su cuerpo —. Al principio así fue.

—Lo sabía —comentó —. ¡Lo malditamente sabía! —en esa oportunidad su empujón no me movió —. ¡Desde el momento uno que jugaste conmigo, desgraciado!

—¡Déjame explicarte! —exasperado, la zamarreé —. Sino me dejas explicarte como fueron las cosas, difícilmente podrás comprender todo.

—No necesito que me expliques nada —soltó —. Solo quiero que me dejes sola, que te vayas de mi vida para siempre.

No...

—Puedes estar muy segura que eso no sucederá. Solo te pido que me dejes hablar, una sola vez —por favor, hazlo —. Sino aceptas lo que te digo, puedes enviarme al infierno.

—Ya te he mandado para allá —habló con rencor.

—Lamento decirte que tus ojos no me dicen lo mismo.

Porque por más desprecio que sintiese por mí, aun podía seguir viendo el brillo de esa misma mañana cuando me despedí de ella. Cuando le di un beso, y me sonrió enamorada. Era un sutil destello que resplandecía con debilidad, pero ahí seguía y lucharía por ver una vez más, aquel vibrante color verde en sus preciosos y cautivantes ojos.

—No vengas a dártelas de visionario conmigo, esa mierda ya no me la vuelvo a tragar ­—sentenció sin titubear.

—Por más que quieras recordar en donde nos conocimos, no lo sabrás porque en realidad el único que te conocía era yo —solo quería por fin contarle mi versión de todo lo que pasó —. Hace cinco años atrás, con Alba fuimos a una exposición en donde estabas tú y ese Matthew. No sabía que ese día se convertiría en la debacle de mi matrimonio —deseaba hablar sin ser interrumpido.

—¿Cinco años? —preguntó confusa.

—Al principio no le di importancia a los desplantes de ella, tampoco presté atención a los cambios de actitud que había tomado conmigo. Fue todo muy rápido —la verdad es que revivir todo era tan agotador. Ya había pasado tanto tiempo que, solo me pude alejar de Madison para no romperme mientras soltaba mi mierdero. Caminé hasta el sofá y simplemente me dejé caer —. Los pillé en mi propia cama.

Confesé en un pesado murmullo...

—¿Cuan...? —vaciló —. ¿Cuánto tiempo después de la exposición? —la pregunta era tan insegura.

Como queriendo saber sin querer hacerlo...

Y no saben cuánto la comprendí...

El querer conocer cuánto tiempo te fue infiel el tipo del cual creíste eras la única mujer, no era sencillo. Para nada. La observé como jamás lo había hecho. Con compasión. Yo también viví envuelto en una falsedad. También la hice vivir una. No sabía cuánto tiempo antes ellos se habían casado, solamente sabía qué hacía poco lo habían hecho. Se suponía que en tus primeros meses después de haberte entregado a quien amabas, debías estar experimentado el idilio más sublime de tu maldita existencia. No se supone que jodan desde un comienzo. Tampoco se supone que, prácticamente, tu esposo esté coqueteando frente a tus narices con su futura amante.

—Ocho meses —sus párpados se apretaron —. Madison... —hablé muy bajo —, Alba ya estaba embarazada cuando los pillé.

Su reacción cualquiera la hubiese tenido. No era de extrañar que se pusiese a llorar, tampoco lo era el hecho de su silencio entrecortado por los gemidos involuntarios que su garganta dejaba salir. Su rosto había sido cubierto por ambas manos, su cuerpo estaba doblado en la orilla de la cama. Quizás por su cabeza estaba pasando cada pasaje de su vida junto a él. Las mentiras de aquellos viajes. Las mentiras de sus vueltas a casa, a su lado. Las mentiras de sus palabras. Así como también las mentiras de las veces donde le hacía el supuesto amor.

Dejé caer una bomba, pero era momento de que todo fuese por fin aclarado. Madison estaba envuelta en las palabras que le había dicho. Sus dedos temblorosos cubrían como podían esas gruesas lágrimas. No podía pensar en otra cosa sino más que en sus sentimientos de ese momento. No obstante, tenía que dejarla procesar todo. Fue por eso que la dejé en paz. Que pensase y se diese una vuelta en cada rincón de su matrimonio. Que pudiese reconocer en qué momento ese estúpido le mintió.

Los minutos seguían pasando y Madison no decía absolutamente nada. Solo sollozos impregnaban con disimulo el mutismo en el que nos habíamos metido. Solo pude dejarla ser. Dejarla soltar su sentir. Solo pude dejarla cavilar sin que fuese interrumpida. Sin embargo, cuando dejó salir un ronco grito, supe que debíamos continuar con la conversación.

—Cuando lo vi —retomé —, supe de inmediato quien era —se quitó las manos de la cara —. Ese día quedó el desastre en mi vida, todo se fue al carajo. Alba reconoció que estaba enamorada de él, que deseaba de mí solo una cosa —nunca dejé de mirarla —, el divorcio.

—No... —se aclaró la garganta —. Ya te habrás dado cuenta que me estoy recién enterando de todo esto.

—Sí y es por eso que no podía dejarte ir así, sin hablar y contarte como resultaron ser las cosas —porque si no lo hacía perdería todo.

—Ya lo sé —aseveró.

—¿Sí?

—Por supuesto —se puso de pie, y la seguí con los ojos hasta que se puso frente a una larga cortina que corrió de un tirón —. Me estuviste siguiendo durante mucho tiempo, quizás porque no te me acercaste antes —lamentablemente la percepción que tenía ella de todo, quizás no estaba tan errada. Solo había que poner en orden los acontecimientos —. Pero ese día en el restaurante decidiste que querías joder a Matthew por haberte quitado a tu mujer.

—Así no son las cosas —me paré y fui hasta donde ella se encontraba. Apoyé el peso del cuerpo en la muralla y seguí observándola mientras continuaba hablando —. Cuando me acerqué a ti, en el restaurante, en realidad no lo hice con esa intención. No te seguí, fue mera casualidad el haberte encontrado en ese lugar —Madison estaba en silencio, atenta a lo que yo le decía. Pero no me miró en ningún momento —. Por supuesto que sabía quién eras tú, pero lo que me motivó a caminar hasta tu mesa y tomar tu mano, fue la amargura que reflejaba tu rostro.

—¿Y en qué momento decidiste joderme?

Esa pregunta...

—Cuando los vi comiendo juntos.

—Expláyate —exigió.

—En cuanto los vi comiendo juntos —volví a decir —. Tú y yo ya habíamos cruzado palabras, no sería tan difícil acercarme otra vez a ti. Justamente cuando me viste, te pusiste de pie y saliste de ahí. Esa era mi oportunidad, por eso ni siquiera lo pensé cuando te seguí —jamás lo hice —. Tampoco pensé cuando cerré con seguro la puerta de ese baño, ya que quería ser indirectamente directo contigo. Deseaba decirte lo que estaba sucediendo y hacerte sentir miserable. Quería que tú sintieras lo que yo estaba sintiendo.

—Eres un hijo de puta —lo sabía.

—El hijo de ellos estaba a punto de nacer, lo sé porque me sentía tan jodido que los mandé a seguir. Tú te convertiste en un objetivo para mí —tenía que hablar con la mayor honestidad posible —. No sospeché que todo se daría vuelta, en ese instante solo quería darle donde más le doliese. Y sabía que, aunque había prácticamente formado una familia con Alba, él seguía sintiendo algo por ti, por muy diminuto que fuese. De no haberlo hecho, no habría seguido contigo. Por eso mismo es que me enojó verlo ahí tan desenvuelto a tu lado, siendo que ya sabía que Alba estaba por dar a luz. Me molestó ver como jugaba con ella porque, a pesar del tiempo, la seguía amando —decir eso, me hizo sentir asco —. Encontré que ese imbécil no la merecía, que esos niños debieron ser míos —asco de mí.

—Si tanto nos estuviste observando, debiste darte cuenta que ni siquiera cruzamos palabras.

Sí, lo hice...

—Aun así, él seguía contigo. No fue lo suficientemente hombre como para decirte la verdad y pedirte...

—¿Y tú sí? —me frenó con aquel duro y frío cuestionamiento —. ¿Tú sí fuiste hombre como para decirme tus planes?

—No...

—Te llenas la boca hablando de la poca hombría que Matthew tuvo y fuiste exactamente igual que él.

—¡No me compares con ese idiota! —sentí el sulfuro correr por mis venas.

—Resultaron ser de la misma calaña —mis poros estaban a punto de supurar espuma ante la comparación —. No me vengas a decir lo que es evidente, Damián. Sé qué Matthew es un idiota, no pudo mantener el cinturón bien ajustado ante otra mujer. Ya pasó, ya se jodió todo.

—Por eso es que estoy aquí.

—Creo que está demás el resto —no —. Ya me acosté contigo, ya me hundiste y cumpliste con lo que tanto anhelabas —por favor, no —. Le he pedido el divorcio a Matthew y lo siento por ti, ya que una vez firmado todo, lo más probable es que ellos se casen —esos estúpidos me daban igual. Solo me importaba ella —. Una pena que todo haya terminado así, porque realmente te quería.

—Yo también te quiero.

—Lástima que resultaste ser un impostor.

Impostor...

Aquel apelativo le sentaba de maravilla a lo que yo me había convertido. Un embaucador que logró un propósito, que fue efímeramente feliz. Que pudo, según, concretar con algo que ni siquiera en realidad sentía. Fui un farsante que mostró una sonrisa que escondía la más baja de las intenciones. Fui un tramposo que jugó las cartas más sucias que nadie, apostándolo todo y ganando en el proceso. Pero, ¿acosta de qué? De absolutamente nada, porque quise ir en busca de mi tan anhelada revancha y salí completamente hecho jirones por estúpido.

Y de paso desgarré a un ser puro...

No supe como tuve la fuerza de apurarme hasta atraparla en la puerta, antes de que la abriese. No sé cómo pude tener tan siquiera el valor de abrazarla por la espalda. Tampoco quería separar el rostro de su cuello. No deseaba desprenderme de su piel, de su fragancia. Madison estaba furiosa conmigo. La dureza de su cuerpo quiso mitigar, pero sabía muy bien que estaba luchando para no girarse y devolverme el gesto. Estaba férreamente batallando contra sus sentimientos por mí, porque más pesaba la decepción que sentía hacia mí.

Por medio de aquel gesto, nos estábamos diciendo mil cosas que no podíamos manifestar con nuestras voces. Lo sabía. Podía palpar el latir de su pulso bajo mi boca. Podía oír sus sollozos doloridos amortiguar y golpear cada recoveco de mis tímpanos. Y eso era una maldita tortura, porque cada uno de mis sentidos ya sabía que no había vuelta atrás. Solo pude dejar aflorar cada uno de mis miserables sentimientos, y entregarme al maldito llanto que ya no podía soportar porque me estaba quemando, hasta dejarme sin aliento.

Me aferré aún más...

Y la sentí estremecerse...

—Perdóname... —susurré —. No quise hacerte daño.

—Sí quisiste, fue por eso que me buscaste.

—Pero en cuanto te conocí, me arrepentí y comencé a experimentar sentimientos por ti.

—¿Por qué no pudiste ser más sincero conmigo? —gimió —. Mi amor por ti era honesto —y aquello me acabó.

—Yo sé qué todavía lo es —no quería que me dijese: "adiós" —. Empecemos desde cero.

—En este momento es mucho el dolor que siento como para pensar en comenzar desde cero —cerré los ojos antes de escuchar lo que venía —. Necesito tiempo, Damián.

—No sabes el remordimiento que tengo por hacernos esto, por haberte hecho todo esto.

—Te creo, lo puedo sentir —no podía, no podía controlar las lágrimas que salían a borbotones de mis ojos —. Te quiero, pero necesitamos estar un tiempo lejos del otro.

Mi mundo se cayó mucho más abajo del suelo...

Pero...

—¿Estás segura de esto?

Tenía que ser consecuente...

Por una sola vez...

Tenía que dejarla decidir...

—No, porque no me quiero alejar de ti. Pero sé qué es lo mejor.

A pesar de ello, no estaba listo para dejarla partir. No me encontraba preparado para no estar más a su lado. No sabía si sería realmente un tiempo o algo que duraría para siempre. Sí, estaba sangrando por dentro y díganme exagerado, cursi. Ni siquiera eso me impediría decir lo que me estaba sucediendo. Me estaba ahogando, me había ahogado en mis propias omisiones. Jamás sean desleales con quienes no lo merecen, ya que el costo de ello se paga demasiado caro. Y se hace tarde cuando quieres remediar los errores que sabías que estabas cometiendo, pero que, a pesar de eso, lo hiciste porque se te cantó el culo.

Sus manos estaban puestas en mi cara. No podía dejar de ver sus facciones, porque estaba seguro que en mucho tiempo no lo haría y quería tener el recuerdo fresco de su precioso rostro. La amaba, nunca amé como lo hice con ella. Fue la primera y sabía que sería la última. Deseaba sujetarla para siempre. Quería borrar el pasado de nuestras vidas. Pero no se podía. Solo podría revivir una y otra vez los momentos que pasamos juntos. Revivir una y otra vez la expresión que tenía mientras sus pulgares acariciaban mis pómulos, mientras que los de ella estaban empapados.

Madison me estaba mirando...

Y solo quería rendirme...

—Per..., perdón...

Asintió en silencio...

—Me enamoré co..., como un loco de ti, Madison.

Y no podía más...

—Yo también me enamoré de ti, Damián.

Ya no podía...

—Pero quieres que me vaya, ¿verdad?

Me terminé sometiendo...

—Sí, quiero que te largues de aquí —fue así desde que me vio ahí —. No quiero verte por un largo tiempo.

—Te daré el tiempo que necesites.

Aunque no estaba convencido de eso...

—Solo el destino dirá si nos volvemos a encontrar o no.

Ni siquiera yo estaba seguro que eso fuese a pasar...

—Sea como sea, y fuese cual fuese el motivo por el cual me acerqué a ti —musité —, siempre serás mi dulce destino.

Juro que quise...

Quise irme...

Me separe de Madison...

Pero el solo hecho de no sentir su contacto, me hizo desconectarme de mis pensamientos y solo me permití demostrarle cuanto me dolía lo que nos había sucedido. La besé con fuerza, queriendo no despegarme de su boca jamás. Le manifesté lo que mi alma, que estaba fuera de control, era capaz de sentir solo por ella. Ambos estábamos intentando encontrar consuelo para poder superar esta mierda que nos había alejado. Un beso, sin dejar de observarnos. Un beso, que reflejaba la lejanía que pronto se nos avecinaba por mi culpa.

Creí que estaba a punto de volverme loco, ya que cada lugar de mi cuerpo sentía un dolor infinito y mi corazón estaba siendo masacrado con una lentitud torturante. La estaba besando como si fuese la última vez, porque era la última vez que estaríamos juntos. Fue el beso más triste que había dado, de esos que crees nunca darás. Pero Madison no era consciente de mis gritos interiores por el terror de que mi suerte no cambiaría. Por el terror de dejarla partir. Por el terror que me provocaba mi nefasto error.

Anhelaba que ella siéntense lo mismo que yo...

¿Era egoísta?

Estaba seguro que sí...

Aun así, la apreté entre mis brazos. Que el tiempo se detuviese, era todo lo que pedía. Respirar una vez su aroma, bajando hasta apoyarme en su hombro. Inspirando, suspirando su etérea esencia. Es misma que me volvió loco mil veces, y que debió seguirlo haciendo mil veces más. Podríamos estar alejados, pero Madison seguiría estando dentro de mí. Me ensucié las manos en algo sin pies ni cabeza, y en ese momento, en medio de aquella habitación estaba pagándola con lágrimas de sangre.

Nos dañé...

Nos hice trizas...

Ya no había marcha atrás...

Solo Madison fue la que dio la suya...

—Es momento de que te vayas.

No quería hacerlo...

No me moví...

Escuché la puerta abrirse, Madison estaba sacándome de su vida, pero mi mezquindad me tenía anclado al piso. Quizás pensé que, si no movía ni un pelo, sería perdonado. No fue así. Solo cuando oí el intenso soplido que soltó por la nariz, fue que levanté la cabeza y la miré. En segundos Madison bajó la vista, en un claro indicativo que no se atrevía a echarme de su lado. Pero a la vez, a través de ello, me decía en forma silente que me largase de una vez por todas. No quería hacerla sufrir más. Solo sabía que estaba caminando hasta la salida, por inercia.

No sentía nada de mí...

Estaba completamente adormecido cuando me detuve...

—Espero que algún día puedas perdonarme.

—Espero lo mismo. Adiós, Damián.

—Siempre te voy a querer.

—Yo también.

—Adiós, Madison.

Su mejilla estaba helada...

Mis labios hirviendo...

La puerta sonó suave a mi espalda...

Había olvidado como se caminaba, estaba parado mirando sin ver. Estaba de pie sintiendo como mis latidos se iban apagando. Levanté la mano hasta llevarla a mi pecho y empuñarme la camisa en un intento por deshacerme de todo lo que me estaba golpeando con fuerza. El pitido del elevador sonó y fue ahí que salí de mi trance. Al borde del arrastre me dirigí hasta ahí. Estaba solo, agónico, prácticamente se me estaba yendo el último suspiro dentro de ese lugar.

Aire...

Tenía que respirar aire...

A pesar de estar metido en una especie de caja plástica, donde todo se veía borroso, donde todo se oía ensordecedor. Podía sentir como las personas me observaban al pasar por su lado. Nunca me había importado menos lo que pudiesen pensar de mí. Podía palpar como la miseria se había subido a mi espalda. Como galopaba para hacerse notar más que nunca. Podía palpar el subidón de resentimiento que me invadió, uno que no había sentido. Me ofrecí a lo que me estaba pasando. En ese momento no estaba ahí. No era yo. Me perdí en el enredo que yo mismo forjé.

Yo mismo fui quien creó mi propio camino de errores imperdonables...

Yo debía remediar todo lo que había hecho...

—¿Qué se supone que haces tú aquí?

Apreté los puños a mis costados. Apreté los párpados. Apreté mi cuerpo entero cuando oí esa maldita y petulante voz. Lo había visto dirigirse hacia mí, sin embargo, pensé que era un disparate. Una puta alucinación. Él no tenía nada que ir a hacer a ese lugar, es más, ¿cómo sabía él donde estaba Madison? Solo pude abrir los ojos, y enfocar muy bien la vista hasta esa cara de mierda que estaba llena de gestos apáticos. Así mismo como también lo estaba observando yo.

—Nada que a ti te pueda importar.

—Desde el momento que estás en el edificio donde con mi esposa pasamos nuestra noche de bodas, es obvio que me importa.

¿Ah?

—¿Qué dijiste?

—¿La viniste a ver? —me preguntó con una sonrisa burlona —. ¿Te recibió después de lo que le hiciste? —se sonrió —. Oh, tu cara de culo me dice que te echó de su vida, ¿cierto?

—Mira, niñato, no tengo porque mierda decirte nada.

—¿Tú crees que Madison se ha olvidado de mí, después de venir a hospedarse justamente aquí?

—Desde hace mucho tiempo que ella te ha dado una patada en ese culo infiel que tienes —me crucé de brazos —. Aquí el que está jodiendo eres tú, ¿dónde has dejado a Alba? ¿Cuidando a tus hijos? —chasqueó la lengua —. Oh, espera, debe estar en el parque mientras tú vienes a pedirle perdón, a arrastrarte como el gusano que eres ante tu ex esposa, ¿no?

—¿Qué mierda es lo que más te da que yo haga?

—Nada —me encogí de hombros —. Por mi te puedes ir a tirar ahora mismo de un puente y me valdrá un carajo —lo miré como el insignificante que era —. Solo sé qué quiero que dejes a Madison en paz de una puta vez.

—¿Y sino qué?

—Asumo que tienes un grave problema en el jodido cerebro —su rostro cambió —. Parece ser que Madison tiene que explicarte con palitos de helados que ya no quiere saber ni mierda de ti.

—No te metas donde no te han llamado, imbécil.

—Tú fuiste quien se entrometió primero, te jodes y te largas de aquí —me acerqué y lo empujé con fuerza.

—¿Todavía te duele que Alba me haya elegido a mí? —pero no se quedó atrás, ya que me devolvió el empujón —. Sí... Eso es lo que tienes, por eso estás así.

—Honestamente sí, en un principio así fue —le tomé la chaqueta hasta acercarlo a mi cara —. Te follaste a mi esposa en mi cama, bajo mis narices. Por lo menos yo tuve un poco más de recato a la hora de joderme duro a la tuya —su mano estaba puesta en mi cuello, haciendo presión —. ¿Te contó cómo fue? Es que no tuve ni que esforzarme para meterme entre sus piernas.

Lo siento Madison...

Sí, aquel maldito puñetazo dolió. Pude hasta sentir como me crujió la mandíbula, pero como quise que ese momento sucediese. Lo había anhelado por muchísimo tiempo y por supuesto que no iba a desaprovechar la oportunidad que aquel desastre me estaba dando. La tibieza de la sangre invadió mi boca. Escupí al piso. Me limpié con el dorso de la mano al tiempo que me sonreía. La cara de ese bastardo estaba deforme. Quizás, después de todo, si sentía algo por Madison. Pero lo cierto era que nada me interesaba.

—¿Entonces Madison es tan fácil y zorra como Alba?

No...

No estaba ni medio metro de ella...

Y no, no pude contenerme ante aquella provocación. No soporté que las comparase, porque no había punto en donde ellas se pudiesen parecer. Escuché a lo lejos un grito, después de sentarle un puño en toda esa boca asquerosamente malsonante. Mis nudillos se deben haber quebrado cuando le pegué a la muralla, porque el dolor que me atravesó el brazo me lo dejó casi inmóvil. Sin embargo, ahí estaba aquel infeliz, sentado de culo en el piso, echándose hacia atrás y tapándose con la mano la sangre que le corría por la barbilla.

Me acerqué, me agaché, le tomé con fuerza el cabello de la nuca y estrellé mi frente a la suya. Su grito fue feroz. Yo estaba en un estado de ceguera que me tenía impresionado. Solo sabía que lo había obligado a ponerse de pie tan solo para seguir golpeándolo una y otra, y otra, y otra vez. Matthew no hacía nada más que chillar como el cobarde que era. Juro por Dios que no me sentó ni un solo golpe luego del inicial. Por primera vez, en mucho tiempo, me saqué toda la ira. Él, según yo, era el culpable de todo lo que había pasado. Sino se hubiese metido en mi matrimonio. Sino se hubiese casado con Madison. Si tan solo no lo hubiese conocido nunca en mi jodida vida, no lo habría golpeado como lo hice.

Lo dejé hecho una verdadera mierda rastrera...

—Jamás en tu asquerosa vida vuelvas a dirigirte así hacia Madison. Ella es demasiado mujer como para que tan siquiera oses en poner su nombre en tu repulsiva boca —él solo me veía con los ojos abiertos, tirado en el piso, con sangre chorreando desde su ceja izquierda. Con sangre brotando de su boca y nariz —. ¡Deberías ir a ver a tus hijos, a esos que engendraste con tu amante!

—¡Deténgase! —gritó una tipa —. ¡¿Qué está haciendo?! ¡Lárguese o llamo a la policía!

—Ya estás advertido, hijo de puta —lo escupí como si fuese un tarro de basura —. Acércate de nuevo a Madison y verás que esto no es nada.

—¡Váyase de aquí! —me pegaron con una cartera.

—Váyase usted al diablo, señora.

Vieja estúpida...

Si supiera quien era realmente la víctima de todo, no lo habría defendido. Metí mis manos a los bolsillos, muy consciente del dolor en mis quebrados huesos y me largué de ese maldito lugar. Todo se había acabado, no era un capítulo cerrado de mi vida porque Madison estaba más presente que nunca en mi corazón. Pero, de momento, iba a tener que guardar aquella historia en mi estante hasta volver a tomarlo, y retomar todo desde un principio.

Miré por sobre el hombro y ahí estaba el tal Matthew, siendo ayudado por la mujer esa. No me quitó los ojos de encima y como un pendejo de primaria, me di el gusto de sacarle el dedo del medio. Podría decirse que esa se había convertido realmente en mi venganza. Sacarme todo con quien sí debía. Y por Alba, bueno por ella no me preocupaba ya que el mismísimo Matthew se encargaría de hacerla pagar lo que me hizo. Seguro como el infierno que le pondría los cuernos más temprano que tarde.

Me subí al auto...

Y fui rumbo al hospital...

Los malditos dedos me bailaban colgados de la mano...


*****

Espero que les haya gustado.

Ya quedan solo dos capítulos para que se acabe esta historia.

Muchísimas gracias a quienes la leen.

Un beso.

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