Capítulo 6


Damián.


Meses que seguían pasando...

Meses en los cuales creí que estaba viviendo una pesadilla...

Alba se había largado con su amante...

Y yo me había quedado en medio de la nada...

No sabía con exactitud cuanto fue el tiempo que creí estar metido dentro del infierno, que me provocó el desengaño que viví con quien fue mi esposa. Con quien consideré mi compañera de vida. Nunca creí que quien pensé era el amor de mi vida entera, me haría experimentar tal dolor. Ya no volví a ser como fui, creí que tampoco podría ver a las mujeres con los mismos ojos. Cada vez que me topaba con una, la observaba con resentimiento. Aunque sabía que no todas eran iguales, en ese momento sí y para mí ninguna valía la pena. Mi corazón se había secado peor que una pasa y sufría por ello.

Mi primer y único amor me había jodido como nadie...

Mi primer y único amor se había encargado de hacerme mierda...

Se había encargado de hacerme desconfiado hasta de mi propia sombra...

Cuando los vi, la sensación fue como de cuando descubres algo que no querías saber. Ese nerviosismo situado en cada parte de tu cuerpo. Ese nerviosismo que te invade y te hace temblar sin poder controlarlo. Ese nerviosismo que te provoca un dolor que no sabes cómo descifrar. Porque cuando te das cuenta de lo que no querías, de lo que no sabías y de lo que no estabas ni a un metro, es tremendo e irreal.

Solo tenía noción que me desmoroné completamente. Dejé de lado mi pasión por la crítica, también argumenté que necesitaba una licencia médica. En realidad, me tomé mucho tiempo de reflexión, intentado comprender en qué diablos me equivoqué porque hasta ese punto, casi un año, todavía no lo entendía. Solo ella sabía porque se metió con otro. Solo ella sabía porque no pudo ser honesta conmigo, quizás el daño colateral hubiese sido menos doloroso. Si tan solo Alba no hubiese aceptado casarse conmigo, nada de lo que sentía estaría pasando. Pero era tarde porque ya estaba destruido en todos los sentidos inimaginables que pudiesen existir.

Poco a poco fui retomando el ritmo...

Al cabo de un año y medio, tomé las riendas de mi vida. No podía seguir así, por muy lastimado que todavía estuviese. Por muy desorientado y perdido en la vida que anduviese. Así que regresé con mi compañero y juntos estuvimos en eventos, viajes y convenciones. Eso ayudaba a que mi cabeza se distrajese. Sin embargo, bastaba para que me quedase solo en mi habitación, al anochecer, para que todos los vestigios volvieran a mí como el más vivido y fatídico de los recuerdos.

Era tan difícil no cargar con ese maldito pasado...

Porque los sentimientos que tienes por una persona no se van de la noche a la mañana, sobre todo, ese amor todavía latía distorsionado dentro de mí. Por mucho que quisiese dar vuelta la página, me estaba costando mucho más lo que yo pensaba. No me fui del departamento que fue nuestro hogar, sin embargo, saqué todo lo referente a ella. Quité las fotos, sus perfumes, la poca ropa que dejó esa noche que se largó. Quise remodelar, pero aun así todavía podía sentir su presencia en él. Mi necedad de dejar un lugar que tanto me costó tener, me hizo seguir viviendo ahí.

Rincones impregnados de recuerdos. Paredes cargadas de sonrisas. Habitaciones llenas de nosotros. Todo era una ilusión que Alba creó para mí y yo como un soberano idiota caí. Podría decir que me arrepentía de todo lo que pasamos juntos, los buenos momentos que existieron entre ella y yo, pero sería una mentira porque no me arrepentía en absoluto de haberla querido como lo hice. Solo el no saber que estaba dentro de una utopía, me desgarraba. Ya no había nada más que hacer, debía seguir al frente sin mirar ni siquiera de soslayo. Ya que al más mínimo flaqueo partiría a pedirle una oportunidad, y no podía, yo también tenía mi orgullo.

Hecho pedazos...

Pero lo tenía...

Los años siguieron pasando y creí haberla superado, pero no era así, ya que hasta comencé a cubrirme la mitad del rostro con una bufanda para que nadie viese mi cara de amargado y miserable que se había incrustado en mi semblante. Hasta que una tarde de invierno fui con mi colega por un café. Ahí estaba ella, con su pequeño hijo en brazos. Ese hijo que se suponía era mío. Ese hijo al que yo amé en cuanto supe de él. Ese pequeño niño que era igual al maldito hijo de puta ese. No podía negar que mi estómago ardió, que mi garganta se secó en el acto. Tampoco podía negar que me dieron unas enormes ganas de llorar. Alba no me había visto, obvio, estaba demasiado ocupada con su hijo como para percatarse de mi presencia. Y aunque lo hubiese hecho, estaba seguro que le importaría un carajo.

—¿Estás bien? —escuché a lo lejos.

—No.

—Ve a refrescarte, yo pido.

—Gracias.

Sí, le había contado a Gilbert, mi socio, mi super mega drama matrimonial. Él nunca comentó nada, ni por bien ni por mal hacía Alba. Eso se lo agradecí, siempre me dio su apoyo e intentó sacarme de mi amargura. Cosa que se había ido al diablo en el momento que respiré el mismo aire de esa mujer. El baño estaba vacío, por suerte, no quería que nadie viese mi cara de culo. Así que di el agua y grandes salpicaduras frías cubrieron mi rostro. Sin embargo, me quedé callado cuando sentí uno de los cubículos. Ya, habré sido un pendejo, pero rápidamente me encerré en el que estaba contiguo.

Sino no lo hubiese hecho...

Jamás habría sabido lo que en realidad estaba pasando...

—Cariño... —cerré los ojos en cuanto conocí esa maldita voz —, no te imaginas cuanto trabajo es el que tengo.

Era el amante de Alba...

El maldito Matthew Stone...

—... Yo también te echo de menos, espero poder estar pronto de regreso —mi mandíbula crujió —. Sí, sí, aquí en Los Ángeles también hace demasiado frío.

Pobre tipa, la seguían engañando...

Me mordí los nudillos hasta que me dejé marcados los putos dientes en el cuero, quería salir y estrellarle esa cara de niño bonito en el espejo. Quería agarrarlo y desfigurarlo por ser tan infeliz. Esa pobre mujer estaba pasando lo mismo que yo, solo que todavía no se enteraba. Seguro que tenía los cuernos tan grandes que era capaz de rayar el piso con ellos. Sabía que ese estúpido no la dejaría por Alba. El tenerlos aquí, el tenerlo a él, en el mismo lugar, me hacía querer abrir la puerta, quitarle el móvil y hacerle caer su infame matrimonio.

Así mismo como él lo hizo conmigo...

A final de cuentas, no hice nada....

—...Yo también te amo y ya quiero estar junto a ti —pude oír su sonrisa, que hijo de perra —. ¿Sabes?, mañana estaré de vuelta. La verdad es que estoy harto de fingir que me importa el trabajo, cuando todo lo que hago es pensar en ti.

Cerré los párpados...

—¿Qué?, ¿un chocolate? Está bien. Sí, hasta mañana Madison, te quiero —no moví un puto pelo luego de que cortó la llamada —. No sé qué mierda pensé cuando me metí con esas dos estúpidas mujeres —masculló por lo bajo.

No, él no era lo que ambas pensaban. Era un completo miserable que no tenía ni pizca de cariño por ellas, solo las tenía para satisfacer su ego. Para agrandar su orgullo de macho dominante cachondo capaz de complacerlas. Alba había caído por completo en su red de mentiras y engaños. Ese idiota tenía un hijo con ella, y aun así todavía la tenía como amante. Por lógicas razones no sabía si Alba estaba al tanto de la situación, así que en cuanto lo sentí salir, dejando en el ambiente aquel putrefacto olor a regocijo por andar jodiendo a dos mujeres, saqué mi celular y me contacté de inmediato con un conocido que trabajaba como investigador privado.

Pitó una vez, dos, cuatro, hasta que me respondió...

—Pero miren nada más quien me está llamando —se oyó alegre.

—Necesito pedirte un enorme favor.

—Al igual que tú, me encuentro en perfectas condiciones.

—No estoy en perfectas condiciones. Quiero que investigues a dos personas, ¿puedes?

—Para ti siempre estoy disponible.

—Gracias.

—¿Cuáles son sus nombres?

Mordí el interior de mi mejilla, aquel tipo era el que nos presentó a Alba y a mí. Sería un completo asco contarle toda la mierda, pero lo hice y él solo se quedó en silencio por largos minutos que se me hicieron una absoluta eternidad. Sin embargo, aceptó y me dijo que comenzaría esa misma semana. No sabía qué diablos estaba haciendo, pero mi perturbación al verla y al escucharlo, me hicieron tomar la decisión. Quizás una decisión que me estaba a punto de seguir jodiendo la vida. Tal vez una decisión que me mostraría el efímero cuento de hadas que Alba creía estar viviendo con aquel imbécil.

—¿Estás mejor? —me preguntó Gilbert en cuanto llegué a él.

—Un poco nada más —se dio cuenta que mi vista estaba más allá de él.

—Se han ido.

Y eso me hizo respirar con un inquietante alivio...

No supe de ellos hasta que me llegó el primer reporte...

Matthew Stone trabajaba para una compañía de renombre, eso lo sabía porque fue lo que me dejó ver su estampa, la noche que lo vi por primera vez. No obstante, vivía con Alba a las afueras de la ciudad. En el departamento que compartían, él llegaba cada dos o tres veces al mes, no tenían una convivencia estable. Alba salía de paseo con el hijo de ambos por las tardes y cuando ese tipo estaba con ella, lo hacían todos los días. Solía presentar licencia en su trabajo, no sabía cómo carajo no lo habían echado con una patada directo en el culo, pero bueno.

Con su esposa, Madison, salían a cenar, de repente, porque la mayoría de las veces ella salía sola del restaurante. Ofuscada. Fotos de esa mujer cubrían los interiores de las carpetas que me habían llegado. La observé con interés, un insano interés que se comenzó agestar en el centro de mi estómago. Pasé los dedos por la imagen, donde salía su rostro enojado en primera plana. Por mi mente pasó que, tal vez, ella sabía sobre la infidelidad de aquel maldito. Pero si así fuese, ¿por qué aún seguía con él? Bueno, solo era cosa de ver sus ojos, en las capturas, para darse cuenta de cuan infeliz era esa pobre mujer.

Me daba lástima...

Aun así, se me ocurrió lo peor del maldito mundo...

Cada mes me llegaban los acontecimientos de la doble vida que llevaba el tal Matthew. Mi sangre hervía al verlo sonriendo con ambas. Al verlo besarlas. Al verlo abrazarlas y tomados de las manos como si su vida fuera de pura franqueza intachable. No podía que creer que existiera tanto cinismo en un solo cuerpo. Sin embargo, arrugaba y tiraba a la basura las fotografías en donde él sostenía a quien fue mi hijo por algunos meses. Lo odiaba y más crecía dentro de mí aquel nocivo sentimiento de joderle a él también su funesto matrimonio.

Pero no me atrevía...

Fue una noche...

Una sola noche...

Donde mandé todo a la mierda...

Después del trabajo, fui a cenar porque no había podido comer nada en todo el día. Estuvimos visitando salones para hacer la nueva exposición, ni uno solo nos convencía, por lo que fue un día totalmente perdido. El camarero había tomado mi orden y cuando disponía a llevarme el primer bocado hacía la boca, la vi. A unas cuantas mesas estaba Madison Stone. La quedé mirando, cada gesto, cada movimiento de su muñeca que hacía bailar la copa que sostenía, hasta cuando recibió una llamada que le desfiguró el rostro. Sabía que Matthew, esa noche, había quedado de verse con Alba y era probable que debido a eso la cara de esa mujer se haya descompuesto. Quizás con que mierda le había salido para no acudir a la evidente cita que ellos tendrían.

Por impulso, y con una fuerza que un mundo paralelo me obligo a hacer, me pare de la silla con lentitud. Mis pies dirigían mi jodido cuerpo, rodeando las mesas para llegar hasta ella por la espalda. Sabía que era una locura lo que haría, pero lo quería, quería hacerlo desgraciado. Tanto o más de lo que él me hizo a mí. Así que, cuando ella levantó la mano, yo se la tomé y pude sentir como de inmediato se tensaba.

Su cabeza se alzó hacia mi dirección...

Realmente era muy guapa...

Pero no dijo absolutamente nada...

Y yo tampoco...

Solo sentí el leve tirón que le dio a su mano para que la soltase, pero no lo hice, me aferré con un poco más de delicada fuerza. Con un descaro que no sé de dónde me nació, me senté frente a ella y sin quitar el agarre. Estaba fría como un témpano de hielo, pero poco a poco eso fue menguando. Era como si su sangre le hubiese abandonado el cuerpo y de pronto volvió con fuerza.

Madison Stone, una mujer de ojos verdes penetrantes, labios pintados con un suave tono, cabello suelto y sedoso. Era preciosa. Pero yo no estaba ahí para admirar su belleza, sino todo lo contrario. Ya no había marcha atrás, mi malsana cabeza había hecho encajar las piezas sobre lo que debía hacer, y ella no se me escaparía. Se iba a enamorar tan locamente de mí que, cuando supiese quien era yo, cuando supiese que hacía su esposo con mi ex mujer, sería demasiado tarde para todos.

Nunca fui tan vengativo como esa noche...

—¿Te molesta si te hago compañía? —le pregunté con tranquilidad.

—No —su voz era suave y me gustaba.

—Soy Damián —me presenté.

—Soy Madison —su nombre sonó lindo cuando salió de su boca.

—Te estuve observando desde el bar —primera mentira, lo cierto era que mi maldita comida se estaba enfriando —. No quise acercarme antes porque creí que estabas esperando a alguien.

—Esperaba a mi esposo.

El mismo desgraciado que seguramente, en ese instante, se estaba revolcando con Alba...

Lo siento cariño, dudo que hasta llegue a tu casa...

—Oh, lo siento —quité mi mano de ella —, he sido un impertinente.

Contra todo pronóstico, fue ella quien me sostuvo de vuelta. Eso quería decir que no le fui tan indiferente como para dejarme ir. Bien ahí, Damián. Todavía tenía algo de atractivo para algunas mujeres. Aunque no me interesaba otra sino solamente ella, la bella Madison me ayudaría a joderlo como quería, deseaba y anhelaba. Me quedé mirando su mano, donde descansaba aquel fino anillo que indicaba que ella no era una mujer soltera. Luego levanté la vista hasta esos nerviosos ojos, estaba seguro que ella se encontraba en ese estado, ya que sus mejillas se pusieron levemente rojas.

—No hay problema —dijo —, él no vendrá.

Solo era cosa de sumar dos más dos, querida...

—¿Quieres cenar conmigo?

—¿Segura?

—Muy segura.

Su audacia me gustó, no podía negarlo. Yo no probé bocado, solo la escruté cuando ella lo hizo. Sus gestos eran delicados y hasta casi aristócratas. Sus dedos agarraban con sutileza la punta del tenedor para enterrarlo en el espárrago que se comería. De vez en cuando me sonreía y yo fingía que se la devolvía por medio de mis ojos. No estaba dispuesto a que viese mi cara, no me interesaba, no era parte del plan. Eso sí, cuando acabó, se limpió la comisura de la boca con la servilleta y fue ahí que le extendí, deslizándola por la mesa, mi tarjeta.

—Me ha gustado conocerte —argumenté —. Estaría encantado de charlar otro día contigo, puedes llamarme cuando tú quieras

—También me ha gustado conocerte —la vi meter, dentro de su cartera, el brazo hasta el codo.

No, ella no me llamaría...

Pero bien podía buscar la ocasión para volvérmela a encontrar...

Por algo contaba con un investigador privado, ¿no?

Maldito Damián...

Estabas perdiendo el cerebro...

—Que tengas bella noche, Madison.

—Lo mismo para ti, Damián.

Nos despedimos de la mano cuando salimos del lugar, esperé a que se subiera al taxi que pidió y la vi marcharse hasta que no quedó más que una mancha hacía el final de la calle. Metí las manos a los bolsillos y caminé hasta el estacionamiento. Cuando estuve dentro de mi auto, apoyé la cabeza en el volante. Estaba jodidamente loco por haber hecho lo que hice. Mi mente no pensó, solo actuó y eso estaba muy mal, ahí pensé en ello y reflexioné sobre dejar mi absurdo plan de lado.

Sin embargo, mis entrañas no me lo permitían, quería meterme con esa mujer. Deseaba provocarla hasta tenerla entre mis manos. Deseaba que Matthew supiese de mí, por boca de ella, que estuviese tan obsesionada conmigo que por mí lo mandase al infierno. Incluso si había un lugar peor que aquel, pretendía que lo enviase derechito y en lo posible, dejándolo con la dignidad en el piso. Que le arrancase la seguridad de cuajo y lo hiciera añicos. Sí, eso era lo que malditamente quería y no estaba dispuesto a escatimar en siquiera pasarla a llevar.

Ella, Madison, no me interesaba...

Solo era una carta bajo mi manga...

Llámenme hijo de perra...

Lo merecía...

Los días siguieron pasando, y aunque ya sabía que no me llamaría, todavía guardaba la leve esperanza de que lo hiciera. Lo cual jamás pasó y me quedé a la espera por un buen tiempo. Por meses, en realidad. Los mismos meses en los cuales me enteré que Alba estaba esperando otro bebé. Esa noticia fue casi fatídica para mi corazón. Recuerdo que reaccioné casi peor que cuando los pillé. Toda esa maldita semana me fui a bares, me buscaba peleas con gente que no tenían nada que ver conmigo. Solo los provocaba para que me golpeasen, y así quedar como me sentía.

Un puto despojo humano...

¡Él no la quería! ¡No la merecía! Alba era una estúpida que probablemente se sentía segura de traer a otro hijo de él al mundo. Que idiota, ¿acaso no sabía que aun tipo traicionero como Matthew no se le podía amarrar ni, aunque le cosiesen la polla a la ingle? No, yo creía que ella sabía todo con respecto a él, solo que estaba tan cegada que no pretendía dejarlo libre, nunca. Y ahí era su error porque ese tipo, estaba seguro como el infierno, que era capaz hasta de tener una segunda amante para que le siguiesen engordando el jodido egocentrismo del cual se alimentaba.

Poco a poco fui asimilando todo, una vez más. No debía concernirme, no debía importarme, pero lo hacía, aunque no quisiera. Preferí comenzar desde el principio y centrarme en mi trabajo. Era como si en vez de avanzar, retrocediera más de lo que me tenía permitido. Sin embargo, una noche, estaba leyendo un libro que me habían pedido, cuando me llegó un mensaje de texto, en el cual decía que Madison y su esposo esa noche cenarían en el Place, un fino restaurante de comida francesa. Sonreí, sabiendo que aquella noche sería el punto de quiebre en todo el mierdero en el que se había convertido mi absurdo despecho.

Por supuesto que fui hasta allá...

Agarré mi chaqueta, hacía un frío de mierda, me subí al auto y encendí la calefacción. Esperé paciente en la entrada del lugar, conocía bastante bien el coche en el que llegarían. Pero me equivoqué, porque cuando los vi, fue bajando de uno que tenía otro color y era de otro modelo. Me llevé las manos hasta la boca y las soplé, se me habían puesto heladas, como si supiesen que estaba a punto de mandarme la peor cagada de todos los tiempos. Mi cuerpo estaba agarrotado, pero así y todo me bajé del auto. Hice sonar cada hueso de mis dedos mientras llegaba a la puerta principal. Sino conociese ese sitio, estaba seguro que me perdía porque era inmenso.

Estaba lo suficientemente lleno como para que ellos no me prestasen atención, por supuesto que eso era lo que menos quería. No podía negar que estaba un tanto inquieto por lo que haría en cuanto tuviese la oportunidad. No me interesaban las consecuencias de mi actuar. Ya nada me importaba. Tomé asiento en una mesa que, para mi maldita buena suerte, estaba frente a ellos.

A ella, más bien...

Me di cuenta de unos detalles que antes no había escatimado, y tampoco lo hubiese podido hacer ya que los vi juntos una sola vez. Y aunque me llegasen fotos de ellos haciendo el papel de la pareja más feliz del mundo, en esa mesa mostraban todo lo contrario. Estaban en un silencio que hasta a mí me incomodaba, no había conexión, una mirada, una conversación. Ahí no había nada. Todo estaba tan podrido como él.

Y todo era culpa de él...

Cuando llegó mi platillo, ahí quedó, lo más seguro es que se comenzase a mosquear. Me daba igual, la verdad. Mi vista estaba puesta sobre Madison, en la desgracia de que reflejaba su rostro y sus opacos ojos. En sus movimientos mecánicos cuando se llevaba lo que fuese que estuviese comiendo hasta la boca. En cómo, de vez en cuando, lo miraba a la espera que él algo le dijese, y cuando eso no sucedía, Madison volvía a bajar la vista hasta su plato. Mis ojos solo estaban fijos en ella.

Clavados en ella...

No era capaz de despegarlos de su cara...

Hasta que levantó el rostro...

Y me vio...

Su cara se puso pálida, como si hubiese vislumbrado al fantasma más espantoso del mundo. Aunque en realidad, para ella no sería nada de eso. Sería el tipo que la haría sentir tan incomoda que desearía no poder tragar más su cena. Pero a la vez sería tan directo que estaba seguro que eso la cautivaría hasta dominar cada uno de sus sentidos. La vi tomar la copa, la mano le temblaba. Estaba ansiosa por verme ahí, lo sabía. De pronto, se puso de pie. Respiré con aire de suficiencia. Hasta ese momento, todo estaba saliendo según lo previsto. Cuando me disponía a ponerme de pie, mi celular vibro.

Fue una patada en medio del pecho...

Alba estaba camino al hospital...

Estaba por parir a su hijo...

Vi hacia el frente, parecía ser que el imbécil todavía no sabía de la noticia. Así que no perdí más tiempo y, con mi sangre hirviendo, tomé el camino que usó Madison para dirigirse hasta el baño. Empujé la puerta y ahí estaba ella, mojándose la cara. La quedé viendo unos cuantos segundos hasta que bajó la cabeza y ahí fue que decidí entrar. Sigiloso cerré la puerta a mi espalda, para impedir ser interrumpidos porque quería decirle unas cuantas cosas a esa mujer que movía los hombros con alevosía.

Respiré hondo y me crucé de brazos...

—Ese hombre no te quiere —le solté.

Madison se giró con desmesurada brusquedad. Me miró con recelo e ira. Con odio y amargura. Ella sabía que ese tipo le era infiel, lo sabía, porque su estado de rigidez me lo dijo. Pero yo le abriría un poco la herida que de seguro tenía. Que maldito. Tragó saliva, yo estaba tranquilo viendo cómo se paraba derecha y empuñaba las manos a sus costados.

—¿Qué sabes tú?

Mucho más de lo que creías...

—Simple —comenté al tiempo que despegaba mi espalda y me dirigía hasta ella. El aroma de su perfume era fascinante. Ella solo me observaba con estupor —, ni siquiera te ha dirigido una sola palabra —la acorralé en el lavamanos, la sentí estremecerse —. No te ha mirado. No te ha tomado la mano —su boca temblaba, sabía que yo tenía razón —. Tampoco te ha dicho lo guapa que estás esta noche.

Eso era cierto...

Estaba realmente muy guapa...

—No sé qué te propones, pero déjame ir.

No lo haría...

Deseaba provocarla más...

—¿Ese es tu esposo?

—Sí —su voz salió trémula.

—No se nota, parecen un par de desconocidos.

Su cara de amargura me dejó ver que era verdad...

—Tú no sabes nada —intentó refutar.

Pero yo lo sabía todo...

—Soy muy observador, ¿sabías?

—No sé nada de ti.

—¿Quisieras hacerlo?

Su rostro confundido rápidamente se compuso...

—No, como viste, soy una mujer casada.

—Con un hombre que te engaña.

Esas palabras salieron de mi boca antes de poder siquiera pillarlas. Sus ojos se agrandaron, sabía que le había tocado la fibra sensible. La había cagado, probablemente ese sería el fin de mi acercamiento. Sin embargo, se me encogió el estómago cuando sus labios temblaron, intentó no mostrar lo que le habían afectado mis palabras, pero no lo logró. Si bien sabía muchas cosas de ella porque el investigador me mantenía informado, en ese instante Madison me estaba dejando leerla completamente, sin intervención de nadie más que de sus genuinos gestos apáticos y consternados.

—¿Qué has dicho?

Cállate la boca Damián...

No la sigas cagando...

—Solo es cosa de verlo, Madison —no, mi puta boca siguió parloteando —. Un hombre enamorado no se comportaría como lo hace él —a pesar de ello, no me arrepentía de ser así de franco —. ¿Lo quieres?

De pronto quise saber eso...

—Eso no es de tu incumbencia.

—Quizás sí.

Mucho más de lo que yo creía...

—Llevamos años casados.

Años en los cuales te había visto la cara como había querido. Que sacaba con llevar años casada con él si era infeliz, me atrevía a decir que incluso era más desdichada que yo. Los años no significan nada cuando el otro rema para un lado distinto al que deberían. Los años se van por el caño cuando la falta de confianza impide ser honesto con quien se supone que quieres. Podía llevar siglos casada si quería, y aun así sería tan malditamente desgraciada porque él era un desgraciado que no sabía valorar el que una mujer o dos, lo amasen con honestidad.

—Y eso no responde a mi pregunta. ¿Lo quieres?

—Sí.

—Mentirosa —me aventuré a decirle.

—Tú no me conoces —contestó con altanería.

—Eso es cierto —ella me estaba provocando como no tenía una idea —, pero puedo decirte que tu boca y tus ojos no están conectados. Tu boca —era mi turno de incitarla —, ha dicho que sí. Pero tus ojos —joder, esa mujer me tenía como hacía tiempo no estaba. Completamente duro —, reflejan todo lo contrario.

No sabía que estaba pasando conmigo. Me estaba desconociendo. Aquel intercambio de palabras con Madison me estaba estimulando mucho más de lo que pensaba. Es más, ni siquiera me acerqué a ella con la intención de sentirme excitado, pero por una maldita extraña razón mi cuerpo adormecido estaba reaccionando. Era una completa locura, solo Alba había sido capaz de hacerme sentir de esa manera tan embriagante. Tal vez había sido el tono desafiante de su voz, quizás su intensa mirada o sus enojados gestos ante mi imprudencia. No tenía claro que era, pero ese algo, me gustaba. Ese tira y afloja me tenía cautivado.

—Eso a ti no te importa.

Simplemente encantador...

—Puede que no, pero la vez pasada me dejaste en manifiesto por tus expresiones corporales que él te tenía muy desilusionada.

A veces la honestidad era muy buena, otras veces podía ser muy destructiva y violenta. Por eso sabía que ella se había sentido muy agitada por cada palabra que salió de mi tapada boca. Solo pude palpar sus delicadas manos posarse sobre mi pecho, y mi traicionero corazón se exaltó debido a su contacto. ¿Qué me estaba pasando? Quería declinar cualquier estupidez que estaba tramando. Quería bajar la cara, mi bufanda y besarla. Quería saber a qué sabía su boca, quizás sentir el dulzor del vino que antes estuvo tomando. Tal vez aspirar el nerviosismo y disiparlo con mi lengua.

Con esa intención...

Acerqué mi cara a la suya...

Honestamente, Madison me tenía seducido al punto de casi perder la cordura, poco faltó para que me sucediera eso. El ramalazo de ardor que tenía entre las piernas era feroz, pero cuando toqué mi nariz con la suya, empeoré. Esa mujer algo tenía que me estaba haciendo olvidar por qué diablos estaba ahí, irritándola apropósito. Diciéndole en su propia cara que su esposo tenía una amante, y que yo sabía muy bien de quien se trataba. No obstante, ese pensar me hizo volver a la realidad de un sopetón. Como si de pronto, mi cerebro se hubiese estrellado con mi cráneo, dejándolo aturdido por varios segundos hasta que nuevamente hizo conexión con mis neuronas y mis sentidos.

—Espero que nos volvamos a encontrar —le dije al oído —. Aunque creí que me llamarías, estuve ansioso por volver a escuchar tu voz.

Me bajé la bufanda y, sin previo aviso, le besé la mejilla. Su perfume era arrebatador. Su mejilla era suave y tibia, más caliente se puso cuando se percató de mi caricia. Nos quedamos así por algunos segundos, segundos en los cuales moría por robarle un beso. Pero me contuve poniendo de por medio toda mi jodida fuerza de voluntad. Me mordí el labio, me subí la prenda y me separé de ella. Estaba quieta, diría que, hasta desorientada, eso me hizo apretar mi lengua entre los dientes.

—Dame tu número —sin dejar de ver mis ojos, pude apreciar como metía su mano en la cartera, en como sacaba una tarjeta y me la pasaba sin siquiera objetar —. Ya tendrás noticias de mí.

Salí de ese lugar sin voltearme, como si jamás hubiese estado ahí. Como una sombra que solo se asomó para hacer acto de presencia y desvanecerse de la nada. Un gato sigiloso que fue a tantear al pájaro que se comería cuando lo tuviese entre sus garras. Me apoyé en la mampara de la salida, mi corazón latía con una fuerza vigorizante. Mi garganta estaba reseca y mi frente sudorosa. Una vez más, mi celular sonó. Ya sabía que podía ser, así que me fui inmediatamente hasta el auto y mantuve el motor encendido para cuando llegase el momento. No era profeta, pero el estúpido ese era tan evidente que, estaba seguro como que el diablo existía, que dejaría a Madison tirada a su suerte.

Y no me equivoqué....

Porque en seguida salió ella cómo un tornado...

Aceleré, plantándome delante de Madison. Solo quedó mirando la ventana del auto, pude notar como su rostro estaba absolutamente distorsionado de la ira. Quizás que había sucedido dentro, pero por su cara me di cuenta que nada bueno. Apreté el botón para bajar el vidrio y su semblante se volvió de sorpresa, pero no movió ni un solo músculo. Apoyé la mano en el asiento del copiloto y eché el cuerpo hacia el costado para verla, sabía que esa era la real oportunidad que tenía con ella y no la iba a desaprovechar.

—Sube.

—No, esperaré un taxi.

—Sube.

Que mujer...

—Te dije que no —me observó con la frente arrugada.

—O te subes, o te subo.

Tan desafiante...

—Súbeme.

Si eso era lo que quería, por mí estaba perfecto. Ahí iba otra vez aquella ráfaga de ansiedad que me cubrió cada poro. Bajé del auto, con la garganta apretada, y me acerqué hasta quedar frente a ella. Sus ojos verdes oscurecidos, sus párpados entrecerrados, observándome como si no pudiese creer que estaba a punto de tomarle la palabra. Alcé la mano hasta dejarla en su nuca, por debajo del cabello. Algo se arremolinó dentro de mí cuando, sin previo aviso, y sin saber qué diablos me sucedía, puse mi frente con la suya. Podría jurar que le podía sentir los latidos a través del cráneo, seguro como el infierno que yo estaba igual.

A tientas, agarré la manilla y abrí la puerta. Pero no la solté, no quería hacerlo, no deseaba cortar el contacto con ella. ¿Qué me pasaba por Dios? No sabía, nada de lo que tenía en mente estaba saliendo como lo estaba planeado, ya que ella revolucionó algo que no sabría cómo explicar. Solo estaba consciente de como la afirmé de la cintura, de cómo la tomé, de cómo la sentí y palpé bajo mi palma y mi brazo. De cómo mis rodillas se fueron doblando para llevármela conmigo hasta dejarla sentada. Creo que ambos estábamos en estado de hipnotismo, porque Madison no dijo ni una sola palabra para poderme sacar del trance en el que me encontraba.

Me tenía tan excitado...

Cuando cerré, apoyé la mano en el techo del auto. Necesitaba aire fresco, me estaba asfixiando por haberla tenido así de cerca. Yo provoqué que eso pasase, y yo tenía que hacerme cargo de cada sensación que me estaba golpeando con una fuerza brutal. Fue una locura tenerla así de cerca. Y he de reconocer que necesitaba más que eso. Solo pude pasarme los dedos por la frente y rodear el coche para no ser tan evidente. No quería serlo, no de momento. Dio un respingo cuando se dio cuenta que estaba a su lado.

—¿Dónde vives? —me obligué a preguntarle.

—No es cerca —mi respiración estaba tan caliente.

Como yo...

—No te he preguntado eso, ¿por qué siempre evades mis preguntas?

—Porque no sé quién diablos eres.

Sí, bueno...

Tenía razón...

—Solo soy un muy buen samaritano que está ayudando a una bella damisela que se ha quedado tirada, nada más y nada menos que por su esposo.

Me mordí la lengua para no decirle en donde estaba realmente el tipo ese. Me mordí fuerte para no contarle y hasta llevarla a ese maldito lugar. Ahí hubo un momento de duda para mí, creía que ella sabía que Matthew le era infiel, pero por su actitud y respuesta, era como si de verdad no tuviese ni la menor idea sobre aquella horrible traición. Y no estaría tan tranquila, si estuviese al tanto de sus hijos, así que llegué a la retórica conclusión que no, Madison Stone no sabía que su esposo tenía una doble vida con dos hijos de por medio.

—Le han llamado con urgencia.

Seguro que sí...

De la clínica...

—Oh, ya —me mordí la lengua antes de soltar —. Supongo que esa urgencia usa lencería costosa.

—¡Vete al infierno!

Sigue así, idiota, y vas a perder el poco terreno que has ganado...

—Está bien, siento mi impertinencia.

—Tu voz dice que no sientes un carajo.

—Me pillaste.

—Debes ir derecho hasta dar con la autopista —dijo —. Luego te voy indicando por donde debes seguir.

—Muy bien.

Y nos fuimos todo el camino en silencio, era algo nuevo y hasta incómodo. No soy de hablar hasta por los codos, pero Madison me interesaba mucho más de lo que creía. Necesitaba saber cosas sobre ella, sobre su vida y su matrimonio. No obstante, no me atreví a preguntar, ya harto grosero había sido al decirle todas esas cosas. No iba a echar más cemento para que ella siguiese haciendo esa pared entre los dos. Preferí ser cauteloso, sin embargo, eso no me privó de rozar su mano cada vez que tocaba el cambio. Tampoco me limité en las veces que la observé. Madison solo iba con las manos en su regazo, mirando por la ventana.

Era tan guapa...

¿Cuántas veces dije eso?

No lo sabía...

Pero me encantó su perfil, también sus pestañas y sus labios. ‹‹Alto ahí, hombre, que no se te olvide que esto no es más que un engaño que tú mismo creaste››, pensé casi abatido. Pero estaba a punto, a milímetros de echar toda aquella mierda por la borda. Esa mujer no merecía confiar en mí porque la decepción sería estratosférica. Si tan solo la hubiese conocido bajo otras circunstancias. Quizás ahí po...

—Así que... —interrumpió mi interna perorata —, eres crítico literario.

—Así es.

—¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo?

—Bueno, perdí mi virginidad a los diecisiete y, según mi edad, llevó haciéndolo dieciocho años —comenté sin más.

—¡Oh por Dios, yo no te he preguntado sobre tu actividad sexual! —no sabía hacía cuanto no me reía así, pero Madison Stone había logrado lo que nadie, en meses —. Joder, eres un pervertido.

—Debes especificar a que te refieres cuando hablas de haciéndolo.

—Claramente era sobre tu trabajo.

—Lo sé, solo quería acabar con el incómodo silencio —la miré por segundos —. Parece que lo logré, estás sonriendo.

Y cuando sonreía, Cristo, era una belleza letal. Al menos para mí. Seguimos el camino al menos durante unos cuarenta minutos, en los cuales conversamos sobre a lo que me dedicaba. También me comentó sobre su trabajo, el cual yo ya sabía. No me estaba contando nada nuevo, pero, aun así, me gustaba escucharla. La tipa era una joya, culta hasta la médula y el hecho de que ambos estuviésemos metidos en lo mismo, le agregaba más entusiasmo a la conversación.

Fue el viaje más corto que sentí en toda mi maldita vida...

—¿Aquí es donde vives? —miré por el vidrio el enorme edificio frente a nosotros.

—Sí.

—¿Y cuál es tu piso?

—¿Para qué quieres saber?

—Pura curiosidad.

—Aunque no te creo nada, mi piso es el sexto.

Seguro que podría trepar hasta allá como una vil araña...

—Oh, que coincidencia, también vivo en ese mismo piso.

—Bueno, debo irme.

—¿Por qué la prisa, si tu esposo no llegará esta noche? —seguro que, quizás, ni siquiera llegaría en una semana, por lo menos.

—¿Podrías dejar de ser tan insolente? —se escuchó ofendida.

—¿Soy insolente por decir la verdad?

—No, lo eres porque no tienes ni un poco de tino para decir las cosas.

—La realidad, es la realidad.

—Como sea. Hazme el favor de abrir.

—Madison... —no, todavía quería tenerla un rato más conmigo. Cuando quise hacerla girar la cabeza para que me mirase, estaba tiesa —, no te pongas tensa. Mañana vendré por ti —susurré.

—No harás eso —chilló.

—Si que lo haré.

—No.

—Mira, es solo para llevarte, no pienses nada malo.

—No es eso, solo que no quiero que mi esposo te vea.

¿Por qué era tan indulgente con él?

Eso me molestaba...

Aquella defensa...

Me mataba...

—Y dale con lo mismo.

—Ya, sí, tienes toda la jodida razón. El tipo me engaña hace un tiempo, mi matrimonio es una parodia, ¿contento?

—No —por supuesto que no lo estaba —. Ese hombre es tremendo imbécil, no sabe a la mujer que dejó ir.

Una mujer a la que, si no estuviese liada con él, seguramente no la hubiese conocido jamás. Porque sí, trabajábamos en el mismo rubro, pero no siempre acudían las mismas personas a los lanzamientos. Eventos por montones y solo la vi una sola vez. Una mujer que tenía una mirada retadora, pero que en esos ojos no brillaba más que la desilusión. Ahí me di cuenta que no sabía si podría seguir con algo tan cruel. Estaba trastabillando en mi propia maquinación, pero mi orgullo de macho herido con bala de plata, no estaba dispuesto a soltar los alaridos hasta no encontrar la muerte.

—No sé qué estás buscando de mí, es la segunda vez que nos vemos —salí de mi pelea interna al escucharla —. Pero que te quede claro que yo no soy como él, no voy a ser infiel bajo ninguna circunstancia.

—¿Te pedí ser mi amante? —estábamos claros que no era eso lo que buscaba —. ¿Te pedí que le fueses infiel conmigo y no me di cuenta de ello?

—No, pero tus intenciones son implícitas.

—Bueno, me has pillado. Eres una mujer preciosa que acaparó toda mi atención desde que te vi, no me pidas que no quiera intentarlo.

Intentar de todo, hasta el puto Kama Sutra, si fuese posible. Pero de ahí a enredarme o poner sentimientos de por medio, no. Ni al puto caso con mierdas sensibleras como esas. Yo dije que estaba seco y seco me quedaría hasta el día de mi muerte. Ya estaba podrido y estaba por pudrir a la flor más linda que se encontraba en mi desdeñado jardín de espinas. ¿Estaba siendo incoherente? Absolutamente, pero era ella la que me dejaba la cabeza hecha un disparate sin pies ni cabeza.

—Siento no pensar como tú. Por mucho que mi esposo me esté engañando, yo no podría hacer lo mismo porque eso no va conmigo.

Era admirable que dijese eso cuando sabía que él la jodía. Quizás era de esas tontas que creían en que el amor todo lo podía. De esas que se decía tener amor por los dos o qué sé yo. Me había comentado que no lo quería, pero, honestamente, lo dudaba. Algo debía seguir sintiendo por él, sino desde hacía mucho tiempo que lo hubiese dejado. No podía siquiera imaginar lo que pasaba por su cabeza. Pero me obligué a dejar todo razonamiento de lado para seguir hablando, sin que se notase mi tensión ante la mención de..., él.

—Entonces seamos amigos —no me creía, nada, y no la juzgaba —. Oh, vamos, no te comeré, aunque muero por hacerlo.

Mucho más de lo que podía imaginar...

—Eres un desvergonzado.

—¿Amigos?

—Está bien, amigos.

Estrechó mi mano alzada, quería tirarla y darle un beso en esa boca entreabierta. No lo hice, no lo haría. Aun no. Me tomaría mi tiempo. Dije que la seduciría, ¿no? También que la haría enamorarse de mí, ¿cierto? Entonces sabía que tenía que ser paciente, y por eso mismo no debía ir con el pie hasta el fondo en el acelerador, sino me estrellaría antes de poder darme cuenta que estaba cagándola. Como si no estuviese haciendo precisamente eso. Cagarla. Con una tipa que nada tenía que ver en este cuento de tres. Pero no importaba.

Ella no me importaba...

Por muchas mierdas que háyase pensando durante todo ese tiempo que pasé con ella...

Madison no valía nada para mí...

Se bajó el auto y no miró atrás...

Aceleré hasta llegar a un bar...

Donde me emborraché hasta perder la conciencia...


*****

Espero que les haya gustado el capítulo.

Quiero mostrar desde la perspectiva de Damián también. Sentí que si no hacía eso, la historia quedaría con huecos argumentales que no deseo.

Un beso y muchísimas gracias por leer.

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