CAPÍTULO 3

Apretaba contra sus manos una pelota. La arrojaba contra las paredes, estudiando sus suaves rebotes, sintiéndose impaciente. Brandon había esperado en las caballerizas un largo tiempo, se dio cuenta después de un tiempo, que probablemente Eve y Rupert ya se hayan dicho el , que tanto temía. Negó con la cabeza sintiéndose un verdadero imbécil ¿cómo esperaba que Eve fuera a huir con él? Conocía el corazón que ella poseía, sabía que el haberle hecho esa proposición no serviría de nada. A pesar de que el miedo le carcomiera, Eve aceptaba las cosas y no creía que ella hiciera algo para afectar a su familia. Aunque, últimamente se comportaba de manera extraña, creería fielmente en que era a causa de tanto estrés. Rio amargamente y dejó a su caballo y el de ella en sus respectivos puestos.

Rendido y resignado caminó hacia el lugar donde todos estarían ya en la fiesta celebrando la unión de aquel afortunado bastardo. Más de una vez pensó en oponerse en la ceremonia, pero no podía irrumpir la boda, sería como atarse la soga al cuello con ambas familias. Los Charles eran los más acaudalados y rencorosos de las familias más antiguas de Afrobos. Brandon Stanford era perteneciente a una de ellas. Y es que, los Storm y los Stanford han sido familias aliadas desde antes de que sus abuelos nacieran, entonces, hacer algo como ello supondría una traición al honor de los Storm. Sabía que por más que sus deseos casi lo abrazaran, su ética le impedía arruinarle más la vida a Eve de lo que ya estaba, aun cuando su familia intentara separarlos. Ya de por sí su amistad era complicada por los sentimientos no dichos de Brandon, él no soportaría estar lejos de ella.

Caminó a paso lento y vio el cielo oscuro alzarse y frunció el ceño, olía a tierra húmeda y un viento fresco le golpeaba el rostro. Después de todo llovería, quizás en unas horas. Al irse acercando al tumulto de gente, escuchó mucha algarabía y presintió lo peor. No eran precisamente el escándalo de regocijo que él esperaba escuchar, sino todo lo contrario. Comenzó a caminar más rápido pasando a un lado de la gran casa de los Storm, la familia de Eve. Cuando llegó, se quedó boquiabierto al ver que todos peleaban, unos contra todos y Rupert ni Eve se veían por ningún lado. No había rastros de ellos. ¿Qué había sucedido? ¿Dónde estaba Eve? Era lo que se preguntaba Brandon. El castaño corrió en dirección de la mamá de Eve, la señora Carol, la cual estaba hecha un mar de lágrimas, sentada en una de las mesas blancas, no dejaba de negar con la cabeza y sujetar un pañuelo fuertemente contra su nariz. Cuando llegó a ella, Brandon tomó sus manos y la miró fijamente. Los ojos de Carol eran idénticos a los de Eve, dos gemas azules preciosas.

—Carol, ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está Eve? —Carol no podía ni siquiera gesticular palabra alguna, porque rompía en llanto de nuevo — ¿Y Rupert, que demonios está pasando?

Ella lo atrajo hacia ella y se echó a llorar nuevamente. Sus cabellos rubios estaban recogidos, pero ahora se veía desecha.

—Brandon, ella se fue... —emitió un bramido—Golpeó a Rupert y se echó a correr hacia el bosque prohibido.

Brandon no podía creer todo lo que le había soltado Carol. Aturdido se puso de pie. Para empezar ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué huir hacia el bosque prohibido si podía irse con él a donde ella quisiese? Esas preguntas surcaban su mente y no había respuesta. Estaba claro que siempre se hizo la ilusión de que Eve corriera a su lado, de que quizás con el tiempo ella podría llegar a quererlo de otra forma que no fuera como actualmente lo hacía. Brandon estaba perturbado.

— ¿Pero por qué lo hizo? —Preguntó desesperado mientras las familias hacían un alboroto.

Carol se separó un poco y lo miró tiernamente y con consternación.

—Siempre dijo que no lo amaba. Que él era un mal hombre para ella. Ella se negó a casarse y lo golpeó y salió huyendo.

No siguió escuchando más a una devastada Carol, fue corriendo a las caballerizas de nuevo y se montó en su caballo para salir en la búsqueda de su mejor amiga. Mientras iba galopando, en su cabeza un sinfín de preguntabas surgían ¿Por qué huir al bosque prohibido? ¿había sido tan tonta cómo para aventurarse en la boca de la bestia? Brandon en ocasiones pensaba demasiado, y no podía evitar pensar en si algo malo le hubiera pasado a Eve. También estaba el hecho de que Rupert no se encontraba, probablemente estaba tan cabreado que se lanzó a la búsqueda de su ahora, ex prometida. Tenía que llegar a Eve antes que ese infeliz o ya no habría vuelta atrás, y el futuro de Eve fuera peor de lo que ya podría ser.

Cuando se acercó al bosque el caballo se negaba a entrar y se alborotaba, bien decían los cuchicheos del pueblo que solo un loco se atrevería a entrar al bosque y eso era él, un loco de amor desesperado por recuperar a la mujer de la que siempre ha estado enamorado. Obligó a Jeff, su caballo, a entrar y emprendió marcha en el rescate. El bosque era seco y tenebroso. Solo Dios sabe que tantas criaturas misteriosas le asecharían en la cercanía y lejanía. Agradecía llevar consigo una espada para poderse defender.

Pasaron horas hasta que anocheció y el caballo comenzaba a ponerse tan nervioso como él. En todo ese tiempo que se adentró en el bosque, no encontró pista alguna que le llevara en dirección de Eve. De pronto, lo más loco del mundo le pasó. No solo las aves que revoloteaban, y los cuervos que graznaban le erizaron la piel, si no que vio como una onda extraña recorrer todo a su alrededor que obligó al caballo a volver a Afrobos totalmente espantado. Estuvo casi por caer, pero se afirmó a él y ya no pudo detener a Jeff.


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Alkor se dirigió a la habitación prohibida en algún punto de la noche, levantándose en contra de su voluntad, emprendió la marcha dejando tras de sí la tentación de lado. De hecho, a decir verdad, no habían pasado demasiadas horas desde que la mortal pisó sus terrenos. No podía dormir y lo deseaba tanto que quizás eso había sido el brote de su debilitación y no precisamente la sangre que anhelaba poseer. Llegó a esa conclusión, algo estaba pasando del otro lado de su mundo, pero no le preocuparía demasiado ahora mismo ya que erradicaría el problema lo más rápido posible. Ahora entendía el porqué de su insomnio, esas ratas de alcantarilla habían averiguado como colarse al mundo de los humanos. Aunque el no quisiera, estaba obligado hacerlo. Las paredes adornadas de bordes góticos le daban la bienvenida una vez más. Al seguir avanzando por la habitación oscura fue hasta la gran chimenea que se alzaba con poderío delante de sus ojos. Había una antorcha sin ser encendida y la jaló hacia abajo provocando un pequeño temblor que duró segundos y la gran chimenea se alzó dejando un pasadizo que lo llevaría hacia lo más bajo y escondido del castillo: Los Subterráneos Negros. Algo similar a un lugar en dónde en tiempos de guerra, la familia real podría huir sin ser detectada. Al ir bajando, fuego verde se iba encendiendo en las antorchas sujetas a brazos de un mármol color ónix que había conseguido en la ciudad de Draconian siglos atrás. No duró mucho en su recorrido, pues a pesar de estar totalmente abandonado el sitio, estaba totalmente, caminó sin prisa de llegar.

Cuando llegó al final del escalereado abrió una puerta de hierro que ni diez humanos serían capaces de abrirla sin quedar dislocados de sus hombros. Se adentró en ella observando un gran portal de color verdoso intenso brillar, con bordes de piedra celta, antiguas en forma circular. Emitió palabras de un lenguaje extinto y extraño estaban plasmadas en las piedras del portal. A pesar de que fueron senderos subterráneos, el lugar era exageradamente grande y muy alto justo a la medida de un Dragón.

Frunció el ceño y sus ojos ámbar se volvieron cual serpiente y sus garras comenzaron a crecer conforme la luz se hacía más intensa. La intensidad y la adrenalina le corrían por las venas.

— Muéstrate... —Decía para sí mismo.

Su voz sonó emocionada y llena de ganas de matar. Asesinar y devastar reinos enteros era lo que mejor sabía hacer.

A los pocos segundos se vio salir del portal un brazo rojizo con espinas y una criatura logró sacar su cabeza llena de cornamentas amarillas y su único ojo azulado se fijó en Alkor; El Guardián de Afrobos.

Se rio ahogadamente y chasqueo la lengua mientras intentaba jalar su cuerpo de la otra dimensión a ésta. Todo indicaba que más que temor, un regocijo secreto se extendía por su cuerpo. Alkor veía ansioso al demonio que había sido tan tonto como para querer cruzar al mundo de los humanos. Después de cien años sin recibir las gratas visitas de su pueblo, comenzaba aburrirse. No era muy común ver como los seres de Draconian quisieran pasar al otro lado, solo por causas totalmente ilegales y secretas.

— Creí que solo eran rumores. Pero vaya chulada de escenario, el dragón está encerrado, como una rata en una jaula. —la voz del invitado tenía un deje de burla, pero no era idiota.

Sabía de la reputación del dragón más peligroso de muchas eras. La espalda de Alkor comenzó hacer movimientos dejando a la vista las alas de Dragón más imponentes, negras y endemoniadamente hermosas que alguna vez alguien haya visto. El ambiente comenzó a oprimirse, el calor se extendía por toda la habitación. El intruso supo que había sido un error, pues el pánico corrió por cada fibra de su cuerpo y comenzaba hacer sus efectos en él, sin embargo, lo pudo disimular. Casi le era imposible dejar de mirarlo.

— Me alegra saber que sigo siendo la atención de los mentecatos desmesurados como tú.

La piel gris de Alkor se volvió repentinamente negra y una cola gruesa, pesada y sumamente filosa crecía él. Era como ver un verdadero demonio sin mencionar las crecientes cornamentas que tenía. Ahora bien, le hacía gracia ver como intentaban todos colarse a sus territorios e intentaban querer menospreciar su alta posición. A pesar de estar exiliado, eso jamás le quitó poder alguno. Lejos de molestarle al demonio su comentario torció su boca. Estaba dificultándose el salir del portal y solo quería decir una cosa. El Dragón Negro solo lo dejaría llegar a este límite. Porque, aun fuera difícil de creer, la influencia de Alkor en ambos mundos, traía equilibrio al plano del tiempo y espacio. Era bien conocida su maldición y su manera de asesinar, estaba más que claro que regresar a Draconian ya no era una opción. Maldecía al bastardo que le insistió aquel túnel dimensional para ir por algunos humanos.

— Lo eres, mi Señor. —Debía de reconocer que satisfacía el ego del Joven Dragón aquellas palabras de gloria. Por qué eso era él, El Señor de los Dragones Míticos. Aunque prisionero en la tierra, sabía dónde estaba su lugar y su poderío.

— ¿Sabes que no saldrás de aquí vivo, cierto?

— ¿Y por qué no me has matado? — Dijo con curiosidad. — ¿Es que olvidaste el arte de desmenuzar?

Alkor rio secamente mientras olía como poco a poco el miedo lo iba inundando. Nada mejor que terror para comer.

— ¿Matarte? Comerte suena más tentador. Aunque he de admitir que tengo mucho sin recibir visitas del otro lado. No soy tan maleducado como me veo — Sus palabras eran claramente una promesa de muerte.

El ambiente se convirtió pesado y Alkor fue haciéndose grande y más grande cada vez más hasta obtener la apariencia de un verdadero Dragón. Y fue entonces que aquella sabandija sintió el más horroroso de todos los miedos. Ser comido por uno de los últimos Dragones de la Era, no le venía en gracia. Alkor estiró su cuerpo cubierto de un material parecido al metal y se sintió vivo otra vez; Acercándose al medio cuerpo del demonio lo olfateo.

— Las leyendas hablan... pudiste haberte salvado hace cien años... Huir con tu pueblo, pero te quedaste con los mortales.

Alkor se puso frente a frente con él y le mostró sus ojos como las llamas, y lo que vio dentro de él aterró al demonio. Lo que veía lo había dejado sin sangre en el cuerpo.

— A ustedes los plebeyos les encanta inventar historias. — Dijo con la voz más siniestra que pudo salir de él.

El portal dejó que el pequeño demonio saliera por completo y provocó que la criatura quisiera regresarse a Draconian, pero Alkor lo tomó con sus garras. Como si de un insecto se tratase. Pese a los esfuerzos del demonio por liberarse de las garras del dragón negro, fueron en vanas, ciertamente a Alkor le gustaba jugar con la comida. Expulsó azufre de su boca y devoró todo el cuerpo de la criatura en un santiamén. Sintió como sus fuerzas eran restauradas y su campo se iba fortaleciendo.

Era eso.

Necesitaba energía del otro lado.


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Eve despertó repentinamente sintiendo como su corazón estaba desbocado. No había soñado absolutamente nada. Pues el lugar en dónde ella se encontraba era ajeno. Acarició su rostro y retiró el sudor que yacía en su frente. Salió de su cama rápidamente y fue hasta la ventana, se dio cuenta que aún era de noche y una llena de tormenta y lluvia imparable. Efectivamente, ella ya no estaba más en su habitación. Tocó su pecho, su corazón latía con fuerza. Retiró sus cabellos rubios del rostro y los llevo hacia su espalda. Buscó con la mirada alguna veladora o algo que le pudiera dar luz. Rebuscó en algunos de aquellos cajones llenos de polvo y vio unos pequeños cerillos y los cogió. Arriba del cabezal de la cama, había una veladora y la tomó en sus manos. No se había dado cuenta que no llevaba consigo nada de ropa en su pecho y se dedicó a prender la veladora para vestirse de arriba. Y así fue, había un vestido de color azul colgado en uno de los tres roperos en la habitación y se deshizo de las demás prendas y se lo colocó encima. El vestido se ceñía más de lo normal a su cuerpo, pero eso no le importó demasiado. Nadie le vería de cualquier forma. Abrió la puerta con mucho cuidado de no ser escuchada, era hora de salir de aquel infierno antes de que fuera demasiado tarde. No importaba si al salir la azotara el frío y la desgarradora lluvia, prefería morir de hipotermia que encerrada o ser comida por el Dragón que todos dan por muerto y hecho leyenda.

El pasillo estaba desolado con tan solo los rayos lunares cubriendo los huecos y las sombras quietas. Miró hacia el frente y vio la puerta de Alkor cerrada. Salió y comenzó a alejarse lo más rápido y silencioso posible, hasta que escuchó unos pasos acercarse. Sintió sudar en frío y se quedó en un momento en shock y buscó escondite detrás de unas cortinas negras. Unas puertas se abrieron de pronto y tardaron un minuto en volverse a cerrar. Eve estaba totalmente rígida detrás de aquellas cortinas. Miles pensamientos la comenzaron a atormentar ¿Y si la descubrían? No, no podía ser tan negativa.

Espió un poco a su alrededor y vio todo de nuevo en calma. Quizás habían sido ecos del castillo. Alejó la cortina un poco y salió de su escondite. Del techo escuchó algo caer y provocar un estruendo sumamente fuerte. Sintió su piel de gallina y no se atrevía a voltear para ver qué demonios había sido aquello. Porque en el fondo, ella lo sabía. Lo único en lo que podía pensar, era en qué de verdad, ahora si estaba jodida. Nadie la salvaría de la imprudencia que acababa de cometer.

—Me considero alguien perfectamente claro en cuanto a las órdenes que dicto.

El caliente aliento le rozó la oreja a Eve y literalmente casi se va para el frente, pero logró recuperar el equilibrio. Observó hacia atrás de ella, por encima de su hombro, vio incluso más a alto a Alkor, con su cornamenta negra y sus ojos ámbar casi asesinándola con la mirada. Sus palabras habían sido puñales. Giró su cuerpo completamente.

Alkor la vio y frunció el ceño.

Ella estaba hecha el miedo mismo, sus ojos eran azules como las gemas que alguna vez su madre custodiaba. Sus labios se entreabrían y se cerraban al mismo tiempo, las palabras no salían de ella. Palideció de pronto. Se consideraba muerta.

—Y lo eres.

Esa respuesta no lo había convencido del todo. Se acercó a ella quedándose sin una expresión fija más que la del odio. Estaba hirviendo en Ira, no sabía qué era lo que tanto le molestaba y sin avisar, su mano alcanzó vuelo y golpeó el rostro de ella perfectamente tallado. Y el tronido de su impacto fue doloroso hasta de escuchar. El dolor que había sentido no era nada comparado con el que había sentido alguna vez en su vida. Alkor vio todo, y no se perdió ninguna de las expresiones que ella ofrecía. Eve sintió su corazón estrujado, su mejilla dolía y ardía como nunca antes había sentido. El dolor le había atravesado por toda la cara incluyendo el cráneo. No se había dado cuenta que aquel golpe la había mandado directamente al suelo, y todo su cuerpo se sacudió de dolor. Las lágrimas de ella corrieron sin cesar, pero ahogó un grito de dolor, ya la había humillado y ella misma no se hundirá más en la humillación. Alkor podía escuchar como su corazón estaba casi por estallar, olfateaba el sudor que ella desprendió en cuestión de segundos, el dolor y el enojo casi lo podía palpar. Tenía el rostro rojo e hinchado y unas pequeñas gotas de sangre comenzaron a correrle la mejilla. Era débil y asquerosa. O al menos eso se decía.

—Inténtalo de nuevo, es agradable ver que tengo que hacer algo nuevo además de pensar en una excusa para comerte.

Eve cerró sus ojos y se levantó hecha una furia contra él y golpeó su mejilla en un arranque de ira.

—Yo no tengo nada que perder con que lo hagas —Le dolió su mano al sentirla contra la piel de él, pensó que tal vez se la había lesionado por completo y salió corriendo por un lado de él a su habitación y se encerró con un fuerte estruendo.

Alkor tan solo se quedó quieto con los ojos bien abiertos, en absoluto le había dañado. Durante toda su vida le han enterrado lanzas e inclusive espadas, pero no le habían herido, por así decirlo, su ego. ¿Una humana lo había golpeado? Era insultante. Dio un rugido y casi juró que iría a la habitación de ella y la mataría, pero algo le detuvo. Y le dio más furia el no poder hacerlo que dio un portazo en su puerta que se cuarteo la pared del impacto.


© J. ZARAGOZA

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