CAPÍTULO 1
Cuando respiraba sentía que ese sería el último de sus alientos, cerró sus ojos y reprimió las lágrimas que amenazaban con salir. Tenía que ser fuerte, hacerse a la idea de que no sería la primera ni la última mujer en casarse en aquellas circunstancias. Tuvo el suficiente tiempo para comprender su posición y el predicamento en el que su familia se había metido. Sin embargo, algo dentro de ella le hacía zumbido en su cabeza. Estaba mal, todo absolutamente estaba mal. La decisión y su destino marcado le indicaban que el camino se había forjado para ella, pero de solo pensarlo, se hallaba perdida de nuevo. La noticia le había caído como si de un baldazo de agua fría se tratase. Caminó pasos lentos hacia el gran ventanal y sintió su mano en la vidriera que le hizo erizar su piel algunos segundos. Las aves salieron volando de los árboles, y por unos instantes añoró su libertad.
Cuando abrió sus ojos veía a cada miembro de la familia de Rupert pasar con distintas cosas en sus manos. La familia Charles se había esmerado en arreglar cada detalle, habían mandado a traer un sacerdote desde la Provincia de Nembris. Su mirada observaba todo con demasiado escrutinio. Algunos llevaban sartenes con guisos, otros llevaban los regalos a la gran mesa principal, cargaban flores y una estatuilla de cristal en forma de un cisne que había sido una pérdida de dinero por parte de ellos. Le hervía la sangre ver como su familia se regodeaba con éste intercambio. Porque para ella era eso, un trueque entre ella y la ayuda económica que ellos tendrían a causa de venderla como ganado. Los Storm, su misma familia se mezclaba con la de él para ayudarles en lo que necesitaran. Vestían con las mejores ropas de colores pastel, aunque el día se veía nublado y olía a tierra húmeda, parecía que nada impediría esa boda, deseaba con todas sus fuerzas que la peor de todas las tormentas deshiciera aquella "celebración". Su familia, en cambio estaba maravillada, ya casi podían oler toda la fortuna que su querida Eve compartiría con ellos. Sabía de qué iba todo eso, la familia Storm, la que alguna vez fue descendiente de una familia real, ahora estaba a nada de quedar en la calle, con deudas por todos lados desde hacía varias décadas. La responsabilidad que caía en ella no era para nada apremiante, ni esperanzador. Por supuesto, si hablamos de lo que la novia pensaba y sentía.
La joven tan solo estaba quieta observando como su vida se le iba acortando conforme las horas pasaban. Ella no quería casarse y mucho menos a conveniencia de su padre. ¿Qué culpa tenía de que Rupert Charles haya puesto su mirada en ella? ¡Vamos! Él tenía como treinta y tres años mientras que la joven tan solo tenía veintidós años de edad. Se atrevía a decir a ciencia cierta, qué a pesar de la fama de Rupert entre las mujeres del pueblo, él se había encaprichado con ella, y es por eso que él nunca antes había decido contraer matrimonio. Eve jamás había tenido ni siquiera un novio y de la noche a la mañana ya estaba por contraer lazos nupciales con un detestable ricachón. Él simplemente se regodeaba de todo el oro que la familia Charles tenía más allá de las colinas del norte.
A través de aquellas cortinas blancas veía el movimiento de ambas familias, no podía comprender como es que su familia aprobara que se casara con él. Tenía una larga lista de lo ruin de persona que él era. No era para nada agradable.
—¡Pero niña! ¿¡Aún no te has arreglado!? —su voz chillona la hizo contraerse, en su lugar. —El tiempo pasa, vamos, vamos.
Cerró sus ojos y aguantó la respiración por unos segundos. Se alejó rápidamente del ventanal y fijó su mirada en aquella que debía ser su futura suegra. Era una mujer sumamente delgada, con una larga nariz y notablemente ya pasada de años. Lo verdaderamente irritable en ella, no era la prepotencia o la vanidad, sino lo entrometida que era. Eve se acercó a donde ella estaba sin ánimos de nada. Un vestido de color blanco y un sombrero grande blanco con una flor azul resaltaba. Incluso parecía hacerse pasar por una sombrilla abierta. Rio internamente por esa comparación.
—Adelina, solo necesito asimilarlo, algo de tiempo ¿De acuerdo? — Esa presión que estaban ejerciendo en ella no le parecía para nada.
Adelina no era la mejor persona que había en todo Afrobos, pero por lo menos, ella había tenido un buen gusto al elegir el vestido de bodas. Lo único que hacían todos en ella era implantarle temor por casarse. Pero no era para menos.
— ¿Asimilarlo? Pareciese como si casarte con mi pollito fuera la peor cosa del mundo, querida Eve. — Aquella manera tan desdeñosa de pronunciar las palabras solo le hacían sentir mayor repulsión por la familia Charles.
Y no estaba para nada errada al querer decir que Rupert era lo peor que le había sucedido.
Pensó mientras se dirigía a su tocador y comenzaba arreglarse el cabello por si sola. No quería ayuda, al menos si se iba a casar sería con el peinado que ella quisiese. Tan solo apenas hace dos meses había Rupert pedido su mano. Eve estaba en estado de shock no podía asimilar qué de buenas a primeras, el rubio hubiera llegado trayendo a su familia un contrato que ellos no podrían rechazar. Porque había que admitirlo, Rupert supo mover muy bien sus fichas, esperar a que estuvieran al punto de la quiebra, llegar como el salvador de sus vidas, y quedarse con la mujer que siempre había deseado. Rupert había estado obsesionado con ella desde siempre.
—¿Algo más a lo que hayas querido venir? Estoy con el tiempo contado —dijo mientras se recogía el cabello en un moño algo desordenado apropósito, y llevaba una diadema dorada que Rupert insistió en que usara.
— En una hora es la ceremonia, date prisa.
Y se fue dejándola mientras ella se maquillaba un poco. Se colocó maquillaje negro en los ojos, no porque ella lo usará así. Si no que era un simbolismo, de que estaría siempre a la sombra de lo que todos quisiesen. Era como un títere que estaría siempre a merced y disposición de los demás.
Cuando estuvo lista fue a la cama donde su vestido estaba extendido de manera ordenada. Lo tomó en sus manos y lo llevó a su pecho mientras ahogaba un grito de frustración, el dolor crecía cada minuto que pasaba en esa casa. Ni siquiera tuvo la oportunidad de conocer a un chico, de quererlo, de enamorarse, el amor nunca llegó y ni habría de llegar cuando estuviera atada a Rupert.
La puerta se abrió y ella se quedó ahí quieta. Su agotamiento emocional era alto, ya ni siquiera le importaba quien entraba o quién no.
—Eve.
Tan solo esa voz lograba tranquilizarla. Se dio la vuelta y corrió a los brazos de Brandon, su mejor amigo. Y sacudió su cuerpo mientras sacaba las lágrimas con furia. El castaño la abrazó fuertemente y la atrajo más hacia él. Sintiendo el dolor que ella misma estaba sintiendo. Porque para ambos, esto era un tormento silencioso. Besó la frente de su mejor amiga y la calmó con suaves palabras, mientras éste con su presencia, le intentaba tranquilizar. Aunque por dentro, él estuviera ardiendo del coraje que sentía.
— ¿Por qué yo, Brandon? ¿Por qué yo? —Eve acariciaba el cuello de él mientras negaba con su cabeza.
El castaño la miraba con ternura, amor y tristeza. Ni él lograba asimilar porque fue todo tan repentino. Él tan solo se repetía que fue demasiado lento, fue demasiado ingenuo al creer que tendría más tiempo. Sabía de la situación de los Storm, pudo haberle ayudado económicamente, aunque no era tan rico como los Charles, bien podría saldar las deudas, aunque eso significara que Eve le rogara que no, era un tanto caprichosa su mejor amiga. Pero hubiera corrido el riesgo, sin embargo, no contaba con que Rupert Charles se le adelantara y pidiera la mano de Eve a cambio de saldar las deudas de ellos.
—Vengo a proponerte algo. —Realmente había estado mucho tiempo asimilando su propuesta.
Era bien sabido entre todos que el matrimonio era conveniencia, aunque era normal, no dejaba de ser detestable. Sí él podría darle una escapatoria al cruel destino de Eve, lo aceptaría con todo y sus consecuencias.
— ¿De qué se trata? —la rubia le miró un tanto ansiosa.
— ¿Quieres librarte de ésta boda?
Era lo que más deseaba ella y él lo sabía. Y es por eso que se atrevía a proponerle aquella propuesta indecente. Eve asintió con su cabeza mientras lo veía fijamente con esperanza. Los ojos caoba de Brandon, por unos instantes brillaron de la emoción que sería mencionar las siguientes palabras.
—Huyamos juntos.
Se quedó perpleja en su lugar. Asimilando las palabras que Brandon había pronunciado. Se alejó de él, pero sus manos se encontraban entrelazadas. ¿Huir con él? ¿Pero qué clase de solución es esa? La cabeza de Eve era un mar turbulento, era una tormenta. Sabía que su amigo en ocasiones soltaba las cosas y no medía la realidad de las cosas, pero eso era algo totalmente descabellado.
—No, Brandon. Yo no podría hacer eso.
Dentro, muy dentro de ella había una vocecita que le decía que hiciera caso a lo que le estaban proponiendo. Tenía una solución factible. Las divisiones dentro de su cabeza comenzaron a librarse, por un lado, estaba su familia, el hecho de pensar en traicionarlos y huir, era de lo peor. Pero, por otro lado, Eve no quería ser un adorno en la casa de Rupert. No quería ser su esposa, no quería siquiera tener hijos con él. Había sentimientos encontrados sobre la lealtad y la honestidad, así como también la libertad y sus deseos. Brandon la veía con añoro, estaba tan enamorado que no le importaría que ella escapara con él y no lo quisiese como algo más. Estar con ella en cualquiera de las situaciones era mejor que estar sin ella en ninguna.
—Eve, no me respondas ahora. Solo te diré que si te arrepientes a última hora estaré en los establos con dos caballos listos para irnos. Un lugar en dónde, la codicia de Rupert Charles, no podrán alcanzarte nunca más.
Fue determinante en lo que dijo. Era un sentimiento que duró muchos años en negar. Pero ahora que estaba por perderla, debía soltar su última carta. Dio media vuelta y abrió la puerta, y antes de salir por ella la vio por última vez:
—Haría lo que sea por ti, solo por verte feliz.
Y la dejó ahí, con un mar de dudas en aquella habitación. Eve se sentó en el borde de la cama, con la mirada perdida, sintiendo las palabras de Brandon resonar fuertemente en su cabeza.
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Pasó la hora rápidamente para Eve, se sentía ida. Su cabeza volaba a todos lados, excepto a la boda. Ella estaba totalmente lista para la ceremonia. Su padre George, le sostenía el brazo con una sonrisa en su rostro que nadie podría quitar. Casi olfateaba las monedas de oro qué sobre los hombros de su hija mayor, cargaba. El hombre no hacía más que repetirse lo afortunado que había sido en qué Eve jamás se halla casado antes, o estarían en un fuerte aprieto.
Las sillas de la boda estaban adornadas con telas blancas y listones de color azul pastel. A lo lejos, el rubio la observaba con hambre voraz. Aquella mirada no le agradaba a Eve, le temía ahora a ese rubio por el que todas las chicas se morían en el pueblo. Era como un león disfrazado con piel de cordero. La melodía de la boda comenzó a sonar y el Sacerdote les ordenó a los invitados que se pusieran en pie para recibirla. Rupert vestía de un traje negro y un gran sombrero del mismo color. En esos momentos ella no hacía más que imaginar el futuro al lado del que sería su amado esposo. Y simplemente el rechazo estaba presente. Ya lo había intentado asimilar durante hace varias semanas, pero ahora que estaba a unos momentos de decir "Sí, acepto" sabría que sería el peor error de todos. No había caído en la cuenta de que tanto se había perdido en sus pensamientos o de en qué momento la habían entregado, pero Rupert esperaba ansioso por la respuesta de la joven.
Eve se quedó congelada, todas las miradas estaban enfocadas en ella y sus manos sudaban y estaban ligeramente puestas en las de Rupert. Comenzó a sentir que la respiración se le dificultaba, su pecho subía y bajaba sin prudencia alguna.
— Yo...
No podía. ¿Por qué era tan difícil decir algo tan sencillo? Las palabras no querían salir de su boca, tan solo era un "Sí acepto" , pero era más complicado que eso. La mirada que Rupert ejercía en ella era arrolladora. El sacerdote le hablaba a Eve, pero ésta no podía comprenderlo. Rupert apretó ligeramente sus manos, entonces Eve posó sus ojos en los de Rupert, quién estaba a nada de perder la cordura. Abrió su boca y emitió palabras coherentes.
— No acepto.
¡Sí!
Lo había conseguido, había podido pronunciar palabra, pero había sido un error. Dijo la frase que tanto se repetía en su mente. La que su corazón le señalaba desde el principio de su calvario. Cuando se dio cuenta de su error, ya era tarde. Cada invitado en la fiesta comenzó a exaltarse de manera agresiva y lo único que escuchaba eran gritos de su padre, hermanos, de todo el mundo. Nadie entendía que era lo que estaba ocurriendo. Rupert tan solo podía ver a unos ojos azules sintiendo alivio, pero no era lo que él deseaba escuchar. Eufórico tomó una de sus muñecas y le miró con mucha ira.
—Serás mi mujer — Decía en un murmuro mientras había fuertes discusiones por ambas familias. El sacerdote intentaba traer calma a todos, pero solo parecía ser peor — Hasta que la muerte nos separe, querida mía.
Ella negó fuertemente y con su mano libre golpeo su mejilla dejando al rubio aturdido, en un momento de real valentía huyó de la boda mientras se adentraba al bosque prohibido que estaba a espaldas de la ceremonia. Por un segundo la idea de huir con Brandon saltó a su mente, en esos momentos era algo demasiado tentador, solo una tonta no aceptaría, pero ella no era como las demás, porque ella tampoco podría huir con él. Amaba a Brandon, de la manera más inocente que se pueda decir, pero hacerle salir de Afrobos, su hogar, solo por intentar hacer de ella "una persona libre y feliz" dejando de lado su propia felicidad era algo a lo que ella no podría aceptar deliberadamente. Sentía el corazón agitado, inclusive conmocionado por las circunstancias, pero libre de cierta manera, ya nadie podría obligarla hacer nada que ella no quisiera. Ese acto de rebeldía le costaría la antigua mansión de su familia, sin embargo, eso ya no le importaba en lo más mínimo. Toda su vida había sido prisionera de lo que le esperaba, ella quería algo distinto. Comenzó a formular en su cabeza planes de contingencia. Escaparía a Townsville con su tía y podría vivir y ayudarla en su tienda. Ella no le negaría su vivienda, pues la amaba demasiado. Aunque no haya podido asistir a la boda lo agradecía.
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Mucho caminó y terminó perdiéndose en el oscuro bosque. Ya no podía reconocer el bosque de donde siempre jugaba a las escondidillas con sus hermanos y amigos, veía un bosque careciente de vegetación. Cuervos negros observando desde arriba en las ramas desnudas, un sol apagándose en el horizonte y una tormenta próxima por azotar al pueblo. Pero era innegable una cosa, nadie se atrevería a pisar el bosque prohibido de Afrobos. Su vestido blanco estaba completamente sucio de los bordes, en más de una ocasión casi se cae, ya que su calzado no era el más óptimo. Estaba cansada y sedienta, no había probado bocado desde esa mañana, y comenzaba a sentir los estragos de ello. Cuando estaba por darse por vencida y descansar debajo de un árbol algo llamó su atención de atrás de algunos enormes arbustos secos. Decidió esforzarse para alcanzar a ver algo. Había un extraño puente destruido que conducía a un camino pedregoso poco peculiar. Se lo pensó unos minutos, quizás con algo de suerte alguien podría ayudarla a ir a Townsville o pedir indicaciones sobre como regresar, tal vez podría ir por sus ahorros e irse como tenía pensado, siempre y cuando evadiera a su familia la cual en estos momentos deberían de estar furiosos con ella.
Estuvo por acobardarse cuando recordó las extrañas leyendas que existían en el pueblo. Cuentan que existe un castillo oculto en los confines del mundo, y es custodiado por una criatura misteriosa y realmente peligrosa que come humanos. Existen muchas versiones sobre ello, pero todas coinciden en lo mismo: El Señor de Afrobos es una criatura demasiado peligrosa. De ahí el hecho de que nadie ha querido tan solo ni pensar en aquella leyenda ni adentrarse en el bosque prohibido. Su piel se erizó al recordar todas las cosas espantosas que se han mencionado en los últimos cien años. Jamás había prestado mucha atención a los chismes de pueblos, entonces ¿Arriesgarse o no? Tal vez eran solo disparates de la gente pueblerina.
Decidió avanzar, no perdería nada con tan solo intentarlo.
Al seguir caminando metros adelante unas rejas negras se habían alzado y fueron su bloqueo por unos segundos, y alzó la vista hacia un castillo negro totalmente macabro. Salido de las peores pesadillas. Por unos instantes, se encontró dubitativa, ¿qué tan imprudente se podía ser y entrar a la guarida de los peores temores de todo Afrobos? Mordió su labio inferior y empujó con cierto temor un poco aquellos barrotes de hierro, donde enredaderas ya secas se aferraban a que no se abrieran. Insistió un poco más hasta que las rejas se abrieron, notó que los bordes del vestido estaban ya sucios y se levantó la prenda a una altura considerable el vestido y se adentró a la propiedad sin dueño aparente. Parecía estar abandonada, entre la entrada y el castillo se encontraba una fuente hecha de un mármol extraño que la hizo suspirar. Estuvo por darse la vuelta y salir de ahí cuando vio que pareciese no haber nadie; Fue entonces que la puerta del castillo se abrió rechinando de manera terrorífica y ella se quedó quieta mirando atentamente. ¿Acaso alguien la estaba esperando? ¿Alguien la había visto llegar desde lejos?
No lo sabría si ella no se adentraba. Caminó y subió los pequeños escaloncillos y se adentró un poco más al castillo. Al entrar las escaleras más imponentes que había visto alguna vez la recibía, eso y mucho polvo en el suelo. Había telarañas por donde quiera que mirara. Era un lugar frío, desolado y muy fantasmagórico. No, ahí no podría vivir alguien con tanta suciedad y desolación. Mientras ella estaba perdida en sus pensamientos las puertas se cerraron con fuerza haciendo que Eve se alterara y gritara del susto. Al darse la vuelta y correr hacia las puertas notó que no podía, por más que quisiera, abrir las puertas.
Cuando intentaba abrirlas escuchó algo bajar de las escaleras. Una extraña criatura algo parecido a un duende la miraba con los ojos bien abiertos. El miedo comenzó a consumir a Eve por lo que lentamente caminó de espaldas a la pared mientras veía a aquel ser de color verdoso y ojos blancos seguirla con la mirada. Eso aun daba más miedo, que no hacía nada por atacarla. Tenía largas uñas y sus ropajes, aunque un poco desgastados, eran de piel. De un golpe bajó todos aquellos escalones y con sus ropas viejas colgando holgadamente comenzó a caminar hacia Eve. La desesperación la consumía. Ella no pudo aguantar más que correr todo lo que sus pies daban, el estruendo de sus tacones se escuchó por todo el castillo, mientras respiraba agitadamente y aquella criatura la seguía mientras comenzaba a gruñirle de manera terrorífica. Subió de nueva cuenta y pensó en lo idiota que había sido al entrar. Debió haber hecho caso a los chismes pueblerinos, a las historias que contaban a los niños antes de dormir. Volteo hacia atrás y la criatura ya no la perseguía más, pero aun así entró en una habitación que llamó su atención y se adentró en ella. Tratando de refugiarse e idear del cómo saldría de ahí. Grande fue su sorpresa al notar que todo estaba limpio y bien ordenado. ¿Pero qué es lo que sucedía aquí? Embelesada por lo que sus ojos veían, el aire comenzó a sentirse ligeramente caliente. El castillo comenzó a temblar de pronto. Eve decidió salir de ahí, pero se quedó estática al ver quién se encontraba del otro lado de la puerta. Palideció de pronto y dio pasos para atrás. La sangre le había abandonado y el corazón le latía con demasiada fuerza. Se tropezó con su vestido, pero no dejó de verlo.
Parecía un hombre, tenía la complexión de uno, solo había un detalle. Su piel era gris, tenía ojos color ámbar intenso, su vestir era una especie de pantalón negro de piel, una camisa negra ceñida formando una gran V por su pecho, dejaba ver su cuerpo bien formado, una capa negra de piel que se veía bastante pesada y lo más importante... Dos cuernos negros, largos y anchos. Él la veía con rabia, una rabia exagerada y desmedida. Sus ojos eran desorbitados y sus uñas comenzaron a crecer de manera abrupta.
— ¿¡QUIÉN TE HA DEJADO ENTRAR A MIS APOSENTOS, MALDITA MORTAL!? —Definitivamente había perdido el sentido del habla. Eve permanecía quieta y sentía como la respiración la contenía. Ella creía que moriría ahí mismo. El cuerpo le temblaba con demasiada fuerza— ¡HABLA ANTES DE QUE TE DESCUARTICE!
Esas palabras parecieron hacerle reacción.
—N-No por favor no... —Su voz salió temblorosa y topó con la cama.
Estaba cansada y ciertamente no podía seguir de pie. El miedo era un paralizante demasiado efectivo.
— ¡TE MATARÉ! —Él no podía con toda la revolución que llevaba dentro de sí —¡LARGO!
Su voz era similar a las tormentas en alta mar. Había tenido suficiente de aquella mocosa, su paciencia había llegado al límite en cuestión de segundos. Porqué eso era para sus ojos, una muchacha invasora. Una humana miserable, un ser que jamás debió haber existido. Se acercó a ella y la tomó del cuello con fiereza. Su mano, sin dificultad alguna, la rodeaba. El moño que sujetaba el cabello de la joven se deshizo y cayó por su espalda. Sus manos viajaron a las del demonio que la intentaba matar. En un intento desesperado porque éste la soltara. ¿Qué clase de mortal era esa chiquilla? No se parecía a nada de lo que había visto antes. Sus ojos la inspeccionaban todo lo que podía, mientras ésta se retorcía bajo su fuerza. Él sentía como el cuerpo de la joven se quedaba sin fuerzas.
—¡Amo! Deténgase por favor... — No hizo más que apretar más su agarre en ella e ignorar a Lupus, uno de sus vasallos que estaban a su mando y él único que se había quedado a su lado todo ese tiempo. — ¡Tan solo es una niña, piedad!
¿Le pedían piedad al Guardián de Afrobos? ¡Qué no lo hagan reír!
Sin embargo, Lupus era la voz de su consciencia y probablemente, al único al que podría escuchar cuando la ira le nublaba. Aventó duramente a la joven en la cama, como si no fuera más que un trapo sucio. Eve tosía e intentaba agarrar el aire lo más rápido que podía. Sentía todavía la forma de la mano de aquel que estuvo a segundos de matarla. Vio la ancha espalda cubierta por la capa de aquel. Se impresionó de su gran parecido físico de un hombre. ¿Era una alucinación o sus uñas se contrajeron de nuevo?
—Dame una maldita razón por la que deba de escucharte y no comérmela.
El pánico volvió a invadirla, haciendo que se quedara petrificada ¿Entonces las historias del pueblo eran ciertas? ¿Esa criatura verdaderamente comía humanos?
—Siempre que me escucha hace las cosas bien.
En respuesta él gruñó y las cosas temblaron tan solo un poco.
—¿Por qué la dejaste entrar? ¡Te lo dije hace cien años te lo digo ahora, no quiero un mortal en mi hogar!
Eve, podía apenas escuchar su plática. Estaba aturdida debía de salir inmediatamente de ahí. En un arranque de adrenalina salió de la vista de aquellos dos mientras abandonaba sus tacones en uno de los pasillos. Si no era bien recibida ¡mejor por ella! Se largaba en ese mismo instante. Su corazón estaba que estallaba. No supo cómo, pero llegó hasta la entrada, cuando estuvo por llegar sintió un jalón de cabello que hizo hacerla retroceder y soltó un chillido ante el dolor implacable que sentía en su cabeza. Su cuerpo chocó contra la pared y enfrente de ella se posicionó su mayor pesadilla. Abrió sus ojos sintiendo miedo de volver a aflorar, y de nuevo, las manos de él en su cuello.
—Si va a matarme hágalo ya... —Suplicó.
La voz de ella no era para nada igual a lo que siglos anteriores había escuchado. Su voz era dulce, suave como una brisa de verano. Se reprendió a él mismo por compararla de tal forma. Pero él no era de los que olvidaba, y mucho menos de lo que la raza de ella le había hecho.
— Quisiera matarte —admitió — Deberías estar agradecida por el buen gesto que tengo al no hincar mi diente en ti. Pero Lupus necesita ayuda en el castillo.
Eve negó, en su rostro se reflejaba el temor de tener que estar bajo el mismo techo que el demonio que estaba parado frente a ella.
—No, yo no quiero seguir aquí. Prometo no causarte problemas, yo ya no volveré a Afrobos, pero déjeme ir...
Él no hizo ni un gesto, su expresión fría la helaba.
© J. ZARAGOZA
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