Hombres sin igual
-Ubicacion reino celestial-
La escena inicia con un paisaje deslumbrante en el reino celestial, una isla de belleza indescriptible que flota serenamente sobre las nubes.
La isla tiene una forma peculiar, asemejando a un grupo de gansos celestiales que parecen surcar el cielo, sus cuerpos brillando con la luz dorada del sol eterno que ilumina el Valhalla. Los árboles emanan un suave resplandor, y un río cristalino serpentea a través del terreno, con cánticos celestiales resonando suavemente en el aire.
Zeus, el Rey de los Dioses, camina al frente con pasos imponentes, acompañado de Hermes, su astuto y elegante hijo, y Ares, el dios de la guerra, quien a pesar de su usual confianza y bravado, parece notablemente nervioso.
Ares, con su armadura brillante y su postura rígida, limpia el sudor que se acumula en su frente mientras su mirada nerviosa se fija en el sendero.
Ares:—Qué estrés... esto es demasiado estresante...
Zeus:—¿Qué sucede, hijo mío? —pregunta Zeus con una sonrisa burlona, sus ojos dorados llenos de malicia juguetona mientras se detiene por un momento para mirar a Ares. Hermes, siempre elocuente, suelta una risa elegante, llevando una mano a su mentón mientras observa a su hermano mayor.
Hermes:—Te terminarás quedando calvo del estrés. Intenta relajarte, ¿sí? Ares en respuesta se sujetó la cabeza con fuerza.
Ares:—No puedo. No creo que él sea el próximo luchador... Ese bastardo narcisista con brillitos. ¡No saben cuánto lo odio!
Hermes:—¿Acaso el dios de la guerra teme encontrarse con alguien más fuerte que él? —Hermes pregunta con tono burlón, arqueando una ceja mientras su sonrisa se amplía. Ares frunce el ceño, pero el sudor que recorre su rostro traiciona su verdadera inquietud.
Ares:—No es miedo... —gruñe Ares, desviando la mirada—. Simplemente... no me agrada la idea de pedirle ayuda a ese narcisista brillante. —Su tono refleja una mezcla de disgusto y resignación.
Ares era conocido por su orgullo y arrogancia, pero incluso él sabía que el guerrero al que estaban a punto de visitar estaba en una liga completamente distinta.
Zeus ríe estruendosamente, su voz resonando como un trueno que hace vibrar la isla misma.
Zeus:—¡Oh, vamos, Ares! —exclama con una sonrisa astuta, golpeando el hombro de su hijo con suficiente fuerza como para hacerlo tambalear—. Él es necesario. —Su expresión se vuelve seria por un momento, y sus ojos se iluminan con determinación—. Es fuerte, más de lo que cualquiera de nosotros querría admitir, y es perfecto para luchar en el nombre de los dioses.
Hermes, divertido por la situación, añade con un tono casual:
Hermes:—Además, será entretenido. Sabes lo mucho que disfruta alardear de su... perfección.
Ares gruñe nuevamente, su mandíbula apretándose, pero no dice nada más mientras los tres continúan su camino.
Finalmente, llegan al corazón de la isla, un lugar donde un majestuoso pabellón flota sobre un lago cristalino. El aire cambia, volviéndose pesado y cargado de una energía intensa, una señal clara de que estaban acercándose a la presencia de un ser divino de inmenso poder.
Zeus sonríe con anticipación, su mirada brillando con una mezcla de respeto y desafío.
Zeus:—Es hora de convocar al siguiente campeón de los dioses.
Los tres dioses descendieron por unos amplios escalones de mármol blanco, el aire cargado con el aroma de flores exóticas y la brisa cálida de la fuente termal.
Lo que encontraron al llegar fue una escena tan majestuosa como absurda:
A los pies de una enorme estatua dedicada a su grandeza, el dios al que buscaban se relajaba en una fuente termal rodeado por media docena de diosas y ninfas completamente desnudas. Las figuras femeninas reían y jugaban en el agua, sus cuerpos reflejando la luz divina que atravesaba los ventanales de la estancia.
En el centro del placer estaba él, el dios del Sol y la perfección, regodeándose con una sonrisa de oreja a oreja mientras las ninfas lo mimaban y atendían, masajeando sus hombros y sirviéndole una copa dorada rebosante de néctar celestial. La escena parecía sacada de un mural hedonista, y el dios disfrutaba cada segundo de su "reinado" de auto indulgencia.
???:—Oh sí...—sonrió—. ¡Esto es el paraíso!
Zeus soltó una carcajada estruendosa, claramente entretenido por lo que estaba presenciando.
Zeus:—¡Ah, siempre tan auténtico, hijo mío! —exclamó, su voz resonando en la sala mientras tomaba asiento en uno de los bordes de mármol.
Hermes, a su lado, sonreía con un aire divertido, cruzando los brazos y arqueando una ceja.
Hermes:—Bueno, al menos no se molesta en ocultar su naturaleza. —dijo con tono burlón, como si el espectáculo fuera un entretenimiento más para él.
Ares, por el contrario, apretaba los puños mientras su rostro se teñía de furia.
Ares:—¡¡E-ese bastardo!!—gruñó—. En estos tiempos de crisis... ¡¿Qué crees que haces?!
???:—¡¡Oh, vaya!! ¡¿A quién tenemos aquí?! ¡¡No es ni más ni menos que Ares!! ¡¡Mi gran dios amigo!!
El Dios al escuchar esa voz familiar, se levantó tranquilamente del agua con una expresión despreocupada. Su figura completamente desnuda brillaba como si fuera una escultura viva, su largo cabello rosado cayendo por su torso esculpido. Con una toalla en la cabeza, caminó con un porte elegante, cada movimiento irradiando confianza divina.
???:—¿Ares? ¿Eres tú? —preguntó con su sonrisa ensanchándose con diversión mientras ignoraba por completo el hecho de que no llevaba ni una pizca de ropa.
Uno de los 12 dioses del Olimpo: Apolo (Griego)
Ares, incapaz de soportar la vista, se tapó los ojos con una mano mientras señalaba furiosamente con la otra.
Ares:—¡Ponte algo, maldita sea! ¡No necesito ver esto! Sin embargo, Apolo, en lugar de molestarse, se movió ágilmente detrás de Ares, rodeando su torso con ambas manos.
Apolo:—Oh, vamos, querido hermano. No seas tan tenso vamos entra conmigo.. —murmuró con un tono burlón mientras se escondía juguetonamente bajo la capa del dios de la guerra.
Ares:—No... tú... ¡¡Tú no eres mi dios amigo!!
Apolo:—Oh, ¿por qué no eres sincero?—sonrió Apolo—. Tú me amas, ¿no es cierto?
Ares:—¡¡Maldito idiota!! ¡¡No vuelvas a tocarme!!
Ares intentó sacarse a Apolo de encima con un movimiento brusco, pero el dios del Sol, ágil como siempre, se deslizó hacia un lado.
En su frustración, Ares lanzó un golpe al aire, pero la falta de equilibrio lo hizo tropezar y caer directamente al agua, generando una ola que empapó a todos los presentes.
Hermes no pudo contener la carcajada, mientras Zeus golpeaba la palma de su mano contra su rodilla, riendo sin parar.
Zeus:—¡Esto es demasiado bueno! —dijo Zeus entre risas, mientras Ares emergía del agua, completamente empapado y aún más furioso, mientras Apolo lo observaba desde la orilla, sonriendo de oreja a oreja.
Apolo:—¿Esto es lo que llaman venir con seriedad a buscar ayuda? —preguntó Apolo con tono sarcástico, mientras tomaba una copa de néctar que una de las ninfas le ofrecía. —Espero que lo que tengas que pedirme sea digno de interrumpir mi descanso.
Zeus:—Créeme, Apolo, esto no es solo digno de ti, es un desafío que podría redefinir la misma gloria de los dioses. Zeus, recuperándose de su risa, finalmente se levantó, aún con una sonrisa en el rostro.
Zeus, aún con su sonrisa habitual, tomó un paso adelante y miró a Apolo directamente a los ojos.
El ambiente cambió drásticamente, dejando atrás la diversión y adoptando un tono de absoluta seriedad.
Zeus:—Apolo, es tu turno de luchar en el Ragnarok. —dijo el Rey de los Dioses, su voz resonando como un trueno suave.
La expresión despreocupada de Apolo cambió ligeramente, una ceja levantada mientras inclinaba la cabeza con curiosidad.
Apolo:—¿Mi turno? ¿En el Ragnarok? Pensé que no me necesitaban. —respondió con un tono divertido, como si la propuesta no lo afectara en lo absoluto.
Zeus suspiró profundamente, cruzando los brazos mientras continuaba:
Zeus:—Lo que comenzó como un juego entre dioses y humanos se ha convertido en una guerra.
Hermes, siempre rápido para añadir detalles, levantó un dedo y añadió:
Hermes:—Ambos bandos están empatados, Apolo. 3 victorias para la humanidad y 3 para los dioses.
Apolo frunció ligeramente el ceño, una rareza en su expresión habitualmente confiada. Zeus, observando su reacción, prosiguió con gravedad.
Zeus:—Dos de los dioses que han caído son Poseidón y Heracles. El nombre de ambos dioses resonó en la sala como un golpe.
Las ninfas dejaron escapar pequeños jadeos de sorpresa, y la sonrisa de Apolo desapareció completamente. Sus ojos, que solían irradiar confianza y narcisismo, se ensombrecieron, reflejando una emoción rara vez vista en él.
Apolo:—Posei... el Chico Justicia...¿Cómo pudo pasar?—murmuró—. Ya veo... es una pena...
El ambiente a su alrededor cambió, y las ninfas retrocedieron ligeramente, asustadas por la intensidad que ahora emanaba del dios del Sol.
Apolo, tras un largo silencio, levantó lentamente las manos al aire. De sus palmas comenzó a fluir agua cristalina que se deslizaba por sus dedos como si fuera un manantial. Su voz, profunda y casi poética, rompió el silencio:
Apolo:—Debieron haber sido hermosas sus muertes... ¿Cómo pude no haberlas visto? Qué lástima.
Ares, incapaz de contenerse, dio un paso adelante, apretando los puños mientras gruñía:
Ares:—¿Hermosas? ¡Poseidón y Heracles eran nuestros compañeros! No es algo para lamentar como si fuera un espectáculo perdido, maldito egocéntrico.
Apolo giró lentamente la cabeza hacia Ares, su expresión volviendo a una mezcla de calma y devoción por la belleza de lo que había dicho. Con voz firme y una sonrisa casi melancólica, respondió:
Apolo:—No me malinterpretes, Ares. —dijo, acercándose un paso hacia el dios de la guerra—. No hay nada más bello que luchar hasta el fin, dar todo de uno mismo, donde el alma de cada uno arda con determinación. Sus muertes no son para llorar... son para celebrarlas.
Zeus observó en silencio, dejando que sus hijos resolvieran sus diferencias. Hermes, por su parte, soltó un pequeño silbido, claramente entretenido por la dinámica entre ambos.
Apolo se giró hacia las ninfas, su energía volviendo a ser cálida y juguetona.
Apolo:—Entonces, mis queridas... ¿quieren verme en acción?
Las ninfas, como si nunca hubieran estado asustadas, comenzaron a saltar emocionadas, gritando alegremente.
Ninfas:—¡Sí! ¡Queremos verte, Apolo-sama! ¡Por favor, enséñanos tu gloria!
Apolo sonrió, apuntando al horizonte con un gesto dramático y teatral, su voz resonando con emoción:
Apolo:—Entonces, prepárense. El sol arderá más fuerte que nunca en este Ragnarok. ¡¡Como el dios del sol debo responder!! ¡Yo, su señor, me encargaré!
Ares, aún empapado y completamente exasperado, puso una mano en su rostro mientras dejaba escapar un gruñido. Finalmente, con una voz seca y cansada, dijo:
Ares:—Está bien, narcisista brillante, pero por lo menos... PONTE ROPA.
Zeus y Hermes soltaron carcajadas al unísono, mientras Apolo, con una sonrisa que irradiaba absoluta confianza, simplemente se encogía de hombros.
Apolo:—¿Para qué ocultar la perfección? —respondió juguetonamente, mientras las ninfas reían a su alrededor. El contraste entre la tensión del Ragnarok y la ligereza de Apolo no podía ser más marcado.
-Cambio de escena-
La escena se sitúa en los pasillos del Valhalla, donde la hermana mayor Brunhilde, siempre seria y decidida, caminaba rápidamente, sus pasos resonando con autoridad en el suelo de mármol.
Geir, su hermana menor, trota detrás de ella, intentando mantener el ritmo mientras su rostro refleja una mezcla de preocupación y curiosidad.
Geir:—Hermana, ¿de verdad debemos recurrir a ellos? —preguntó Geir, su tono mostrando cierta inquietud mientras aceleraba para colocarse a su lado.
Brunhilde:—No es una cuestión de querer, Geir. Es una cuestión de necesidad. —respondió Brunhilde, su mirada fija al frente mientras ajustaba el ritmo de su caminar. Su voz era fría y firme, como si tratara de suprimir cualquier emoción que pudiera delatarla. Había tensión en el aire, una señal clara de que el desafío al que se enfrentaban no era sencillo.
Geir miró con preocupación a su hermana mayor, pero no insistió. Ambas sabían que el próximo combate sería crucial. Dos peleadores de cada bando, esa noticia había sacudido por completo las estrategias de la humanidad, y Brunhilde no iba a dejar nada al azar.
Finalmente, llegaron a una amplia habitación con puertas corredizas decoradas con intrincados estampados.
Un dragón oriental se extendía por los paneles, entrelazándose con las ramas de un bosque profundo. La escena evocaba el misterio y la fuerza de la antigua tradición japonesa.
Brunhilde, sin dudar, abrió las puertas corredizas, el sonido seco de la madera resonando en el silencio.
Ambas entraron, y la primera impresión fue el desorden absoluto.
Platos vacíos estaban apilados en montañas inestables, mientras un fuerte olor a alcohol llenaba la habitación. Tarros de sake vacíos rodaban por el suelo, algunos aún goteando restos de la bebida divina. Geir miró todo con sorpresa y algo de disgusto, cubriéndose la nariz con una mano.
Geir:—Por los cielos... ¿de verdad vive alguien aquí? —susurró Geir mientras miraba el caos.
Avanzaron más hacia el interior de la habitación, siguiendo el rastro de platos y tarros vacíos, hasta llegar a una amplia sala de tatami iluminada por la tenue luz de un brasero. En el centro, rodeado de desorden y en una posición relajada, estaba su objetivo. Geir, al ver la escena, abrió los ojos de par en par.
Cuando Brunhilde y Geir llegaron al centro de la habitación, ambas se detuvieron en seco al ver una escena que, incluso para los estándares del Valhalla, era difícil de procesar.
En medio de una cama enorme, roncando como si fuera una locomotora, yacía un hombre gigantesco y completamente desnudo. Su cuerpo musculoso, cicatrizado y voluminoso ocupaba casi toda la cama, mientras más de una docena de diosas desnudas dormían a su alrededor, sus rostros mostrando expresiones de satisfacción plena. Platos de comida, botellas de sake vacías y restos de ropa estaban esparcidos por toda la habitación.
Geir se quedó congelada en su lugar, completamente sonrojada, cubriendo sus ojos con ambas manos mientras su voz temblorosa rompía el silencio:
Geir:—¿¡Qué es esto!? ¡Hermana mayor, este lugar es un desastre, y él... está completamente desnudo! —. Comida... sexo... descanso... es como si él fuera la mismísima encarnación del deseo. ¿Quién es este hombre?
Su mirada entonces se desvió a la pared a su izquierda, en donde varias tablillas de gran tamaño colgaban, cada una con la palma de una mano marcada profundamente en ella. La etiqueta debajo de la más cercana a la valquiria rezaba: "CUARTA GENERACIÓN YOKOZUNA: TANIKAZE"
Geir:—Esa es... ¿una pared con las huellas de todos los Yokozuna?—comprendió—. ¿Sumo...? Entonces eso significa que...
Brunhilde, claramente irritada pero tratando de mantener la compostura, cerró los ojos y respiró profundamente antes de soltar un grito que resonó por toda la habitación:
Brunhilde:—¡LEVÁNTENSE AHORA MISMO!
Las diosas se sobresaltaron, abriendo los ojos como si hubieran sido golpeadas por un trueno. En un instante, el caos reinó en la habitación. Las mujeres comenzaron a correr por todas partes, intentando cubrirse con lo primero que encontraran.
Algunas agarraron mantas, otras tarros vacíos de sake, e incluso un par de platos de comida en su desesperación por cubrirse. El ruido de sus pasos y gritos histéricos llenó el lugar mientras salían corriendo, dejando un reguero de prendas abandonadas tras ellas.
En el centro de todo este caos, el hombre gigantesco seguía roncando. Pero, como si el tumulto finalmente lo hubiera alcanzado, se movió perezosamente y abrió los ojos.
???:—Y justo cuando estaba en medio de un gran descanso...Entonces... si me han despertado, debe significar que... ¡Quieren acostarse conmigo, ¿no?!
Con una sonrisa despreocupada, se puso de pie con un salto sorprendentemente ágil para su tamaño, completamente indiferente a su desnudez. Su cabello oscuro y desordenado caía sobre su rostro, y su enorme físico parecía aún más imponente bajo la luz tenue de la habitación.
Geir, aún roja como un tomate, murmuró entre dientes mientras desviaba la mirada:
Geir:—¡Por favor, que alguien le dé algo de ropa...!
El hombre, ajeno a la incomodidad de Geir, se lanzó hacia Brunhilde y Geir con un salto energético, extendiendo los brazos como si estuviera a punto de darles un abrazo. Antes de que pudiera acercarse demasiado, Brunhilde levantó una mano firme, deteniéndolo en seco con una mirada afilada como una espada.
Brunhilde:—Detente, Raiden. No estamos aquí para tus bromas.
Raiden:—Qué reacción tan fría de un rostro tan bonito—rió.
Geir:—Este... este pervertido monumental es..."El luchador de sumo más grande de la historia"
Raiden:—Ya me conoces, no puedo resistirme a la emoción de la persecución.
RAIDEN TAMEEMON
El hombre, ahora identificado como Raiden Tameemon, el mejor luchador de sumo de la historia, se detuvo en su lugar, riendo de manera despreocupada mientras se cruzaba de brazos.
Raiden:—Brunhilde, siempre tan seria. ¿Qué puedo hacer por ti? Espero que sea algo interesante.
Brunhilde, con el ceño fruncido, lo miró de arriba abajo antes de responder con tono firme:
Brunhilde:—Te necesitamos en la próxima pelea del Ragnarok. Es hora de que demuestres que tu título de invencible no es solo palabras.
Raiden rió con fuerza, su voz retumbando como un trueno en la habitación.
Raiden:—¿En el Ragnarok, eh? Ahora sí que esto se pone bueno. —Su sonrisa confiada era casi contagiosa, aunque Geir seguía mirando hacia otro lado, deseando que alguien trajera ropa para el coloso desnudo.
Brunhilde permanecía inmóvil, con su fría mirada fija en el hombre que ahora la tenía acorralada contra la pared. La mano gigante de Raiden estaba a un lado de su cabeza, dejando en claro su colosal tamaño en comparación con la valquiria.
Geir:—"Sus manos... ¡son gigantescas!"—pensó sorprendida.
La distancia entre ambos era mínima, y Raiden, con su sonrisa despreocupada y tono coqueto, habló con voz profunda:
Raiden:—Entonces, Brunhilde, dime... ¿Quién será mi linda compañera?
Brunhilde:—No. Hay otra que es mucho más adecuada para un hombre como tú "Aunque será para el Volund, no para sexo..." pensó lo ultimo!
Brunhilde, sin inmutarse a pesar de la evidente provocación, exhaló un suspiro de paciencia y, en un tono calmado pero autoritario, gritó:
Brunhilde:—¡THRÚD!
El silencio de la sala fue destrozado por un estruendo, mientras una figura colosal aparecía en la distancia, acercándose con pasos que hacían temblar el suelo y destruyendo las paredes del lugar con su mera presencia.
La puerta corrediza y los frágiles marcos del lugar fueron reducidos a escombros, mientras una imponente mujer entró en la sala, su figura proyectando una sombra intimidante sobre todos los presentes.
Thrud:—Aquí estoy...
Thrúd, la valquiria elegida como compañera de Raiden, era una visión imponente. Su constitución extremadamente musculosa hacía que incluso Raiden, un gigante por derecho propio, pareciera más pequeño.
Su altura, su mandíbula cuadrada y sus hombros amplios le daban una apariencia masculina, pero sus ojos verdes, su cabello rosa atado en una trenza y sus labios resaltados con lápiz labial rosa le conferían un aire único de fuerza y feminidad.
Su vestimenta era tanto funcional como llamativa, con un corsé rojo y negro adornado con contornos dorados, calzas negras reforzadas con rodilleras de metal, y zapatos de tacón ancho que enfatizaban su estatura colosal. El brillo dorado de sus accesorios y la capucha roja oscura con plumas que caían por su espalda hacían de ella una figura tanto majestuosa como intimidante.
Thrud:—Oye, Don Juan, tu compañera seré yo.
La tercera de las hermanas Valquirias Thrud
Thrud:—¿Te decepcionaste al ver a un monstruo como yo?
Raiden, quien en un principio se quedó en shock al verla, rápidamente dejó salir una carcajada y, sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia ella para abrazarla con fuerza.
Raiden:—¡Me gusta! ¡Esta sí es una compañera digna de mí! —exclamó mientras rodeaba la cintura de Thrúd con sus enormes brazos, levantándola ligeramente del suelo en un gesto de alegría.
Thrúd, claramente molesta, intentó apartarlo con una mano, su rostro mostrando una expresión de irritación.
Thrud:—Hmph... eres muy bueno con las palabras, ¿no? Ya basta de chistes.
Raiden, con su típica sonrisa burlona, la miró fijamente a los ojos mientras respondía con tono serio:
Raiden:—Yo nunca bromeo cuando se trata de cosas importantes...
Las palabras directas y cargadas de sinceridad de Raiden tomaron por sorpresa a Thrúd, quien se sonrojó visiblemente, desviando la mirada por un instante mientras trataba de recomponerse. Mientras tanto, Brunhilde y Geir observaban la escena en completo silencio, sus expresiones de incredulidad y resignación eran casi idénticas.
Geir:—No puedo creer que esto esté pasando... —murmuró Geir con cara de palo, mientras Brunhilde solo exhalaba otro profundo suspiro, claramente harta.
Thrud:—Eres un tonto...
Raiden:—Me lo dicen a menudo—los cuerpos de ambos comenzaron a refulgir conforme se fundían en un abrazo—. Ahora ven, nos convertiremos en uno...
Entonces, algo increíble ocurrió. Raiden y Thrúd cruzaron miradas, y ambos asintieron al unísono. Sin más palabras, se colocaron frente a frente, cada uno adoptando una postura solemne. Thrúd levantó una mano, tocando suavemente el pecho de Raiden, mientras él cerraba los ojos con una sonrisa confiada.
Una intensa luz verde esmeralda los envolvió de repente, expandiéndose por toda la sala como un torrente de energía pura. Los presentes tuvieron que cubrirse los ojos, cegados por el brillo deslumbrante.
La unión de sus almas estaba completa, y la habitación entera fue testigo del poder que emanaba de ambos. La risa despreocupada de Raiden y la determinación silenciosa de Thrúd se habían fundido en una sola fuerza divina, lista para enfrentar el Ragnarok.
¡¡FORJA DEL DIVINO TESORO!!
''Volund''
(Destinos entrelazados)
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-Cambio de escena-
La escena cambia una vez más, mostrando a Brunhilde y Geir caminando por un largo y oscuro pasillo, cuyas paredes estaban adornadas con relieves de escenas épicas de la antigua Grecia. El sonido de sus pasos resonaba en el silencio absoluto, mientras avanzaban hacia una inmensa puerta decorado con un símbolo inconfundible: el Lambda espartano.
Brunhilde:—escogí a este hombre como mi próximo peleador
Geir:—A-Aqui es?
La colosal puerta, de más de cinco metros de altura, irradiaba una presencia imponente. A cada lado de la entrada, dos gigantescos guerreros espartanos de tres metros de altura permanecían de pie, con sus brazos cruzados sobre sus enormes pechos.
Ambos llevaban armaduras de bronce que reflejaban la luz tenue del lugar, cascos con penachos rojos y lanzas inmensas que se apoyaban en el suelo. Sus rostros, cubiertos por las sombras de sus cascos, emanaban una seriedad aterradora.
Brunhilde no mostró temor alguno, su postura altiva y determinada no flaqueó ni por un momento. Sin embargo, Geir tragó saliva visiblemente nerviosa, impresionada por el tamaño y la presencia de los guerreros.
Geir:—¿Son humanos? —susurró Geir, apenas audible.
Brunhilde:—No. —respondió Brunhilde en voz baja, sin detenerse—. Son guardianes, creados para proteger esta entrada. —Aquel que desobedeció a los dioses ''EL REBELDE MAS FUERTE DE LA HISTORIA HUMANA''
Geir:—¡¿El Rebelde mas fuerte de la historia humana?!
Las hermanas se detuvieron frente a los gigantes, que permanecían inmóviles, sus ojos brillando desde la penumbra de los cascos.
El ambiente estaba cargado de tensión, hasta que uno de los guerreros descruzó los brazos lentamente, dejando caer su pesada lanza con un sonido metálico que resonó en todo el pasillo.
El guerrero se inclinó ligeramente hacia adelante, su voz profunda y grave llenando el espacio:
Espartano:—Valquiria mayor Brunhilde.
El otro guardián replicó con un tono idéntico:
Espartano:—Valquiria Geir. Su presencia ha sido autorizada. Pasen.
Con movimientos sincronizados, los dos guerreros espartanos levantaron sus lanzas gigantes y las usaron para abrir la puerta, empujándola hacia ambos lados con una fuerza que sacudió el suelo.
El sonido de la apertura era como el estruendo de un trueno, y la luz que provenía del interior bañó a las hermanas con un resplandor cálido y dorado.
Brunhilde, sin titubear, dio el primer paso, entrando con determinación, mientras Geir, algo más insegura, la seguía de cerca, con la mirada fija en lo que les esperaba al otro lado.
Dentro, un aura de majestuosidad y poder impregnaba el ambiente. Se encontraban en una sala amplia, casi cavernosa, iluminada por antorchas que ardían con llamas de oro líquido.
Cuando ambas hermanas cruzaron las colosales puertas, se encontraron en un pasillo largo y solemne, cuyas paredes estaban decoradas con impresionantes pinturas que narraban las glorias de Esparta.
Escenas de batallas épicas, guerreros de bronce marchando hacia la guerra, y victorias inmortalizadas en cada pincelada llenaban el lugar. El aura del pasillo estaba impregnada de honor, disciplina y fuerza.
Mientras avanzaban, un sonido peculiar comenzó a hacerse presente. Era un eco constante y rítmico, el chirrido del acero moviéndose, jadeos de esfuerzo y el impacto de objetos pesados golpeando el suelo.
Geir frunció el ceño, intrigada, mientras Brunhilde mantuvo su expresión seria y avanzaba sin detenerse.
Brunhilde:—Desde el surgimiento de la raza humana miles de pueblos han estado en constante ascenso y descenso entre ellos se encontraba el pueblo mas honorable y fuerte de la historia
Cuando llegaron al final del pasillo, las hermanas encontraron una enorme sala de entrenamiento que se extendía en todas direcciones. La escena era tan intensa como fascinante. Una cantidad impresionante de guerreros espartanos, todos ellos con cuerpos esculpidos como el mármol, estaban entrenando sin descanso.
Brunhilde:—ELLOS SON LOS ESPARTANOS!!!
Algunos levantaban pesas improvisadas hechas de piedras colosales atadas con cadenas de bronce. Los músculos de sus brazos y torsos brillaban bajo la luz de las antorchas mientras jadeaban con cada repetición. Otros estaban arrastrando piedras gigantes, amarradas a sus cuerpos o incluso sostenidas con los dientes, mientras rugían con determinación y empujaban sus cuerpos al límite.
En una esquina, un grupo de guerreros probaba su resistencia. Uno por uno, se paraban firmes mientras otros los golpeaban con martillos de madera, sus cuerpos tensándose para resistir los impactos sin ceder ni un centímetro. El sonido de los martillos chocando contra la carne y los gritos de motivación resonaban por toda la sala.
Geir observó todo con asombro, sus mejillas ligeramente sonrojadas, claramente abrumada por la intensidad de la escena. Brunhilde, por otro lado, simplemente caminó con calma, pasando entre los guerreros musculosos y sudorosos con su porte habitual de autoridad.
Ambas hermanas caminaron alrededor de los cuerpos esculpidos de los espartanos, esquivando a algunos mientras realizaban sus rutinas. La energía de la sala era sofocante, llena de determinación y disciplina, el aire mismo parecía vibrar con la fuerza de esos hombres que vivían únicamente para el combate.
Al llegar al centro de la sala, un par de guerreros se giraron para observarlas, pero rápidamente volvieron a su entrenamiento, sabiendo que no podían detenerse ni un momento sin deshonrar la filosofía espartana.
Las hermanas continuaron avanzando hasta el principio de una gran escalera, que conducía a una plataforma elevada. Desde allí, se podía sentir una presencia aún más imponente esperando por ellas.
Geir:—Hermana... este lugar es impresionante, pero también... intimidante. —murmuró Geir, con una mezcla de admiración y nerviosismo mientras miraba alrededor.
Brunhilde:—No te distraigas, Geir. —respondió Brunhilde con frialdad, sus ojos fijos en las escaleras—. Estamos aquí por él.
Ambas comenzaron a subir las escaleras, mientras los ecos de los entrenamientos resonaban como un himno de guerra detrás de ellas. En lo alto, algo aún más grandioso las esperaba.
Cuando Brunhilde y Geir llegaron a la cima de las escaleras, se encontraron con una escena tan imponente como absurda.
En el centro de la plataforma elevada, un hombre de apariencia ya mayor, pero con un cuerpo tan increíblemente musculoso que parecía desmentir su edad, levantaba enormes pesas con una sola mano.
Su físico era tan imponente que, a pesar de su cabello canoso y las arrugas en su rostro, no cabía duda de que era un guerrero formidable.
A su alrededor, cuatro sirvientas atendían sus necesidades con precisión casi militar.
La primera sostenía un libro frente a él, pasando las páginas cuidadosamente para que pudiera leer mientras entrenaba.
La segunda llevaba una bandeja con queso espartano y una copa acompañada de una botella de vino, que el hombre tomaba entre repeticiones.
La tercera sostenía un paquete de habanos de alta calidad junto con un encendedor, encendiendo uno tras otro mientras el hombre fumaba despreocupadamente.
La cuarta tenía una toalla en la mano, lista para secarle el sudor entre cada levantamiento.
El ambiente olía a sudor, tabaco y vino, una combinación única que parecía encajar perfectamente con el hombre en el centro de la escena.
Fumaba, comía, bebía, leía y entrenaba al mismo tiempo, como si la multitarea fuera una parte esencial de su rutina diaria.
Brunhilde avanzó con paso firme, mientras Geir la seguía detrás, aún algo nerviosa por la energía del lugar. Finalmente, la mayor de las valquirias alzó la voz, con un tono solemne y autoritario:
Brunhilde avanzó con paso firme, mientras Geir la seguía detrás, aún algo nerviosa por la energía del lugar. Finalmente, la mayor de las valquirias alzó la voz, con un tono solemne y autoritario:
Brunhilde:—Rey Leónidas. Es tu turno de luchar en el Ragnarok.
El hombre no se detuvo, continuando con su rutina como si no hubiera escuchado nada.
Su mirada permaneció fija en el libro que tenía delante, mientras tomaba un sorbo de vino y luego le daba una calada al habano que sostenía entre los dientes. Después de varios segundos, finalmente habló, su voz grave y llena de desdén:
Leonidas:—No me interesa.
Geir lo miró con incredulidad, mientras Brunhilde arqueaba una ceja.
Geir:—¿Cómo que no te interesa? —preguntó la hermana menor, sorprendida por la respuesta.
Leonidas:—Pelearé cuando me provoque. —respondió Leónidas, dejando la pesa en el suelo con un estruendo que hizo temblar la plataforma—. Preferiría luchar en la primera ronda... o en la última. Todo lo que pase en el medio es solo relleno.
Brunhilde entrecerró los ojos, su mente trabajando rápidamente. Sabía que el Rey Leónidas era tan testarudo como poderoso, y forzarlo sería inútil.
En lugar de insistir, sonrió sutilmente, un destello de astucia cruzando por su rostro.
Brunhilde:—Muy bien. Si no estás interesado, buscaré a otro guerrero humano que pueda enfrentar a Apolo. Estoy segura de que alguien más podrá soportar su arrogancia y vanidad.
Las palabras de Brunhilde tuvieron un efecto inmediato. Leónidas se quedó inmóvil, como si hubiera sido golpeado por un rayo.
El aire a su alrededor cambió de repente, y una aura asesina tan intensa emanó de él que las cuatro sirvientas, visiblemente aterrorizadas, dejaron caer lo que llevaban y huyeron corriendo de la sala.
Geir sintió un escalofrío recorrerle la espalda, mientras Leónidas se giraba lentamente hacia Brunhilde, su rostro mostrando una sonrisa peligrosa y sus ojos brillando con pura furia.
Leonidas:—¿Apolo? ¿De verdad ese pedazo de mierda arrogante como él represente a los dioses?
Brunhilde no dijo nada, manteniendo su compostura mientras Leónidas daba un paso adelante, su voz rugiendo como un león enfurecido.
Leonidas:—Escucha bien, valquiria. Hay tres cosas que amo en esta vida. —levantó tres dedos mientras hablaba, su tono lleno de una intensidad feroz.
—La primera: fumar un buen habano mientras leo un libro interesante.
—La segunda: comer queso espartano con una copa de vino.
—Y la tercera... —dejó caer los dedos, cerrando el puño con fuerza mientras su sonrisa se torcía en una expresión salvaje.
—¡Partirle la cara a un Hijo de puta arrogante!
El aura asesina de Leónidas era tan densa que parecía tangible, como si el aire mismo estuviera cargado de su rabia. Brunhilde, satisfecha con el resultado, esbozó una sonrisa tranquila.
Brunhilde:—Entonces, supongo que estás de acuerdo en pelear.
Leónidas se rió, una carcajada grave que resonó por toda la sala, antes de levantar otra vez la pesa con una sola mano.
Leonidas:—¿De acuerdo? No solo pelearé, Brunhilde. Haré que ese dios se arrepienta de haber nacido.
Geir, aún en estado de shock, murmuró para sí misma mientras intentaba recuperar la compostura:
Geir:—¿Cómo es que siempre terminamos encontrando a los más problemáticos...?
Brunhilde simplemente se giró hacia Geir con una mirada de satisfacción, lista para planear la siguiente fase. El Rey Leónidas estaba oficialmente en juego.
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-Cambio de escena-
En una de las habitaciones más majestuosas del reino celestial, la atmósfera estaba impregnada de solemnidad y una tensión palpable. Sentado en un trono carmesí decorado con intrincados grabados dorados, un hombre observaba fijamente una fotografía que sostenía entre sus manos.
Su mirada estaba llena de melancolía y una ira contenida, mientras su pulcro y elegante traje blanco parecía reflejar la luz tenue de las antorchas que iluminaban la habitación.
El hombre era Hades, el dios del inframundo y uno de los tres grandes dioses de la mitología griega. Era increíblemente apuesto, con una presencia casi hipnótica que irradiaba poder y autoridad.
Su cabello blanco perfectamente peinado caía ligeramente sobre su frente, mientras sus ojos violetas, profundos y enigmáticos, brillaban con intensidad. Un tatuaje de hojas de laurel adornaba su frente, como un símbolo de su linaje y su dominio eterno.
En su ojo derecho llevaba un elegante accesorio dorado, un protector ornamental que ahora parecía un objeto cargado de significado.
En sus manos descansaba la fotografía de un hombre rubio, de ojos azules y rostro serio, que sostenía un tridente con orgullo. Era Poseidón, su hermano menor, quien había caído en una de las rondas previas del Ragnarok. La foto parecía haber capturado a Poseidón en su máxima gloria, pero también era un recordatorio de su trágica muerte.
Hades mantuvo la mirada fija en la imagen por un largo momento, su expresión ensombrecida por una mezcla de tristeza y determinación. Finalmente, exhaló un profundo suspiro y, sin apartar la vista de la foto, habló en voz baja, pero con una gravedad que llenó toda la sala:
Hades:—Poseidón... mi hermano menor.
El silencio reinó por un instante, roto únicamente por el crujido de sus guantes de cuero mientras cerraba el puño con fuerza.
Con un movimiento firme, Hades se quitó el adorno dorado de su ojo derecho, sosteniéndolo entre sus dedos por unos segundos antes de apretarlo con fuerza y destrozarlo completamente.
Los pedazos del accesorio cayeron al suelo con un sonido metálico, resonando como un eco de su resolución.
Sus ojos violetas ahora brillaban con una intensidad feroz, mientras se levantaba de su trono con una elegancia natural, su imponente figura proyectando una sombra alargada en la habitación.
Hades levantó la fotografía de Poseidón y la observó por última vez antes de pronunciar las palabras que sellarían su decisión:
Hades:—Peleo en la siguiente ronda... para vengarte, hermano.
Una chispa de furia brilló en su mirada, y su voz, aunque controlada, estaba cargada de un profundo rencor.
Hades:—Como tu hermano mayor, es mi deber responder por tu caída. El orgullo de nuestra familia será restaurado.
El aire a su alrededor pareció volverse más pesado, cargado con la promesa de destrucción. Hades dejó cuidadosamente la fotografía sobre un pequeño altar decorado con símbolos marinos, como si le rindiera un homenaje silencioso a Poseidón.
Luego, ajustó su elegante traje blanco y, con una postura altiva, dio un paso hacia adelante, listo para enfrentar su destino.
Los cielos temblaron con su determinación, y la presencia de Hades en la próxima ronda del Ragnarok fue sellada. El rey del inframundo no solo lucharía por los dioses, sino también por su familia y por el legado de Poseidón.
Fin que les parecio el capitulo y el inicio?
Me alegra el por fin regresar a mi casa y el poder escribir
espero que les guste esto
y que opinan?
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