el Rebelde mas fuerte
En la arena, el aire tembló con cada impacto mientras Leonidas y Hades chocaban sus armas en un intercambio frenético de ataques. El escudo y martillo del espartano se encontraron repetidamente con el bidente del dios, generando poderosas ondas de choque que destrozaban el suelo bajo ellos. A su alrededor, un cráter profundo comenzó a formarse, ampliándose con cada colisión de fuerza bruta y técnica divina.
Finalmente, Leonidas retrocedió unos pasos, respirando con fuerza y evaluando rápidamente la situación. Su mirada, sin embargo, se desvió por un instante hacia el otro lado de la arena, donde Apolo y Raiden seguían luchando ferozmente. Un leve gruñido salió de sus labios, y su rostro se tornó en una máscara de disgusto y molestia al observar al dios del sol.
Hades, intrigado por la expresión del espartano, inclinó ligeramente la cabeza mientras apoyaba su bidente en el suelo, su respiración pesada pero aún llena de determinación.
Hades:—"¿Por qué ese odio hacia mi sobrino?" preguntó Hades, su voz resonando como un trueno grave y pausado. "Apolo puede ser insoportable, lo admito, pero tu ira parece mucho más personal."
Leonidas, con el sudor recorriendo su rostro y los dedos firmemente cerrados alrededor del mango de su martillo, se quedó en silencio por un momento. La pregunta de Hades parecía haber despertado algo en él.
Leonidas:—"Eso no es asunto tuyo, dios," respondió al principio con frialdad, intentando sofocar las emociones que empezaban a burbujear en su interior.
Sin embargo, la presión del momento, el calor del combate y el peso de los recuerdos comenzaron a abrumarlo. Finalmente, dejó escapar un suspiro, apartando la mirada del dios del inframundo y enfocándola brevemente en el suelo destrozado bajo sus pies.
Leonidas:—"Es algo que me he guardado durante años..." comenzó Leonidas, su tono sombrío. "Ese bastardo de Apolo... No lo odio solo por ser un dios arrogante. Mi rencor hacia él está arraigado en algo mucho más profundo."
Hades, curioso pero con su arma aún en posición de combate, dio un paso adelante, invitándolo a continuar con un gesto de la mano.
Leonidas cerró los ojos por un momento, recordando un fragmento de su pasado, uno que había enterrado en lo más profundo de su ser.
Leonidas:—"Cuando nací... era débil. No era más que un niño pequeño y enfermizo en una tierra donde la fuerza lo era todo. Los espartanos... no tienen compasión por los débiles."
Hades frunció el ceño, pero permaneció en silencio, dejando que el humano continuara.
Leonidas:—"Iban a deshacerse de mí. Ya sabes cómo eran las cosas en Esparta: un niño que no podía sostener un escudo ni blandir una espada no tenía derecho a vivir." Leonidas apretó los dientes, sus nudillos se volvieron blancos mientras su mano se cerraba con fuerza alrededor del mango de su arma.
"Estaba destinado a ser abandonado, como un despojo. Como una sombra inútil. Pero alguien intervino. Un oráculo, un sacerdote de Apolo, se interpuso y les dijo que debía vivir. Dijo que los dioses tenían planes para mí."
Leonidas se rió amargamente, su tono impregnado de ironía.
Leonidas:—"¿Planes, eh? ¡Qué broma! Lo único que me dejaron fue un cuerpo frágil y la constante humillación de tener que demostrar que merecía estar entre ellos! ¡Todos los días me obligaban a entrenar hasta que mi cuerpo se rompía, todo porque un 'mensaje divino' me condenó a sobrevivir en un lugar donde los débiles no tienen lugar!"
Hades lo observaba atentamente, comprendiendo poco a poco la profunda herida que el espartano cargaba.
Hades:—"¿Y culpas a Apolo por todo eso?" preguntó con cautela.
Leonidas lo miró directamente a los ojos, su ira ardiendo como brasas en su mirada.
Leonidas:—"¡Por supuesto que lo hago! Él es el dios al que ese oráculo servía. Todo lo que sufrí, todo lo que soporté... lo viví por ese capricho de un dios distante. Pero ¿sabes qué? Superé todo eso. Me fortalecí. Me convertí en un rey... a pesar de Apolo."
El espartano dio un paso adelante, su escudo y martillo brillando con una intensa aura de determinación.
Leonidas:—"Y ahora que estoy aquí, en esta arena... finalmente puedo pagarle a ese bastardo con todo lo que tengo."
Hades, por primera vez, permitió que una leve sonrisa cruzara su rostro.
Hades:—"Interesante... No es común que un mortal cargue con tanto odio hacia un dios y lo canalice de esta manera. Pero dime, Leonidas... ¿ese odio será suficiente para derrotarme?"
Leonidas alzó el martillo con ambas manos, sus músculos tensos y su corazón ardiendo. Una sonrisa feroz se formó en su rostro mientras respondía:
Leonidas:—"Eres fuerte, dios del inframundo, pero he cargado con pesos más grandes que tú en esta vida. Si crees que voy a caer aquí, entonces no entiendes lo que significa ser un espartano."
Ambos guerreros, mortal y dios, se prepararon para lanzarse una vez más al combate. El aire alrededor de ellos parecía crepitar de pura energía, mientras el público humano y divino observaba con total asombro el inquebrantable espíritu del Rey de Esparta.
Mientras las armas de Leonidas y Hades chocaban violentamente en la arena, el eco de sus golpes resonaba con fuerza en los corazones de los espectadores. Sin embargo, en el interior del espartano, una tormenta de recuerdos lo transportaba al pasado, al momento crucial que marcó el inicio de su vida como guerrero.
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El niño débil que fue, acurrucado y tembloroso, apareció en su mente.
Recordó con claridad aquel fatídico día, donde su pequeño cuerpo había sido considerado indigno de la sociedad espartana. Los ancianos y líderes lo habían señalado para el abandono, una práctica común para los niños débiles o deformes en Esparta.
"No es apto para vivir. No tiene el potencial para sostener un escudo ni para blandir una lanza."
Pero justo antes de que su destino se sellara, el oráculo intervino.
Un hombre del templo de Apolo, vestido con túnicas doradas y con una mirada misteriosa, alzó la mano con una voz que resonó en el aire:
Oraculo:—"Este niño debe vivir. Apolo tiene planes para él."
Leonidas recordó cómo sus ojos se alzaron hacia el oráculo. Pero lo que vio no fue la mirada de un salvador. Era una mirada de burla y diversión, como si su vida no fuera más que un capricho divino, un simple juego. Aquel hombre había decidido salvarlo, pero no por compasión, sino por lo que parecía ser un cruel entretenimiento.
El niño no entendió completamente en ese momento, pero las palabras del oráculo fueron la chispa que encendió su lucha. Aunque su vida fue perdonada, ese día marcó el inicio de su verdadero calvario.
"No eres nada, y nunca lo serás," decían los guerreros adultos mientras lo miraban con desprecio durante sus entrenamientos iniciales. Pero Leonidas, incluso siendo un niño débil y pequeño, nunca dejó que esas palabras lo quebraran.
Paides: De los 7 a los 12 años
Leonidas recordó cómo lo arrojaron sin piedad al sistema de entrenamiento espartano conocido como Paides. Desde los 7 años, sus días estaban llenos de lectura y escritura básicas, pero lo más importante, de entrenamiento físico y resistencia.
Aún siendo débil, el joven niño soportó cada castigo, cada ejercicio y cada humillación. Los entrenadores lo obligaban a correr kilómetros descalzo, a levantar pesos que parecían imposibles para su frágil cuerpo, y a resistir el frío de las noches sin abrigo alguno.
"¡No caigas, gusano! ¡Levántate si quieres llamarte espartano!" le gritaban mientras caía al suelo cubierto de sudor y lágrimas.
Pero Leonidas nunca dejó de levantarse.
Paideia Koy: De los 12 a los 19 años
Cuando cumplió 12 años, su entrenamiento se intensificó exponencialmente. Ahora se encontraba en la fase conocida como Paideia Koy. Ya no era suficiente con resistir; ahora debía demostrar disciplina militar absoluta y aprender las artes del combate.
La lanza, el escudo y la espada se convirtieron en extensiones de su cuerpo.
A medida que su fuerza física aumentaba, también lo hacía su habilidad con las armas. La rigidez de su voluntad y su determinación inquebrantable le permitieron soportar incluso los castigos más brutales.
Espartano:—"Eres débil, pero tienes espíritu," le dijo uno de sus instructores una vez, al verlo resistir un castigo que habría quebrado a otros jóvenes. "Vamos a forjarte en fuego, gusano, y quizás algún día seas digno de llamar a Esparta tu hogar."
A medida que pasaban los años, Leonidas dejó de ser el niño pequeño y frágil que una vez fue. Sus músculos comenzaron a formarse, su mente se fortaleció y su alma se templó como el acero. Cada caída y cada derrota solo alimentaban su determinación.
Eiren y el Camino a la Realeza
Cuando cumplió los 19 años, Leonidas alcanzó la etapa de Eiren, donde finalmente se le permitió unirse a las filas espartanas como guerrero de pleno derecho. Ya no era aquel niño débil que los demás despreciaban. Ahora era un verdadero guerrero, capaz de luchar codo a codo con los mejores de Esparta.
Sin embargo, su historia no terminó ahí. Leonidas ascendió rápidamente, ganándose el respeto de sus compañeros y superiores. Su liderazgo natural, su valentía y su determinación lo llevaron a convertirse en el rey de Esparta.
"Soy un espartano," pensó mientras las imágenes de su pasado se desvanecían en su mente. "No porque nací fuerte, sino porque nunca dejé de luchar por mi lugar en este mundo."
En la arena, el presente volvió a él mientras sus armas chocaban una vez más con las de Hades.
El dios del inframundo notó el cambio en los ojos de su oponente, una furia silenciosa, pero también un fuego que parecía arder con más intensidad que nunca.
Hades:—"Te pregunté qué significa ser un rey," dijo Hades, mientras sus armas rechinaban en el aire.
Leonidas soltó una risa seca y feroz.
Leonidas:—"Un rey es alguien que lucha de frente, por su gente. Que no se rinde, que no confía, y que nunca— ¡NUNCA!— se arrodilla ante nadie. ¡Eso es lo que significa ser un espartano!"
Ambos guerreros, mortal y dios, se separaron por un instante antes de volver a lanzarse el uno contra el otro con toda su fuerza, listos para demostrar quién era verdaderamente digno en la arena.
Cuando Leonidas se convirtió en rey de Esparta, todo cambió.
Ya no era el niño pequeño que una vez fue rechazado por su debilidad, ni el joven que soportó miradas de burla y desprecio durante su entrenamiento. Ahora era un símbolo, una inspiración para todos.
Los niños de Esparta lo miraban con estrellas en los ojos.
Corrían detrás de él cuando pasaba por las calles, soñando con algún día ser como él.
Niños—"¡Algún día yo seré como nuestro rey!" gritaban emocionados, imitando sus movimientos con palos que usaban como lanzas y pequeños escudos de madera improvisados.
Los ancianos guerreros, curtidos por innumerables batallas, sentían cómo su sangre hervía al verlo.
Habían visto a Leonidas luchar, conocían sus sacrificios y entendían que cada cicatriz en su cuerpo era prueba de su valentía y determinación. Muchos de ellos, que alguna vez lo habían considerado débil, ahora bajaban la mirada con respeto cuando él pasaba.
Entre las filas de los guerreros espartanos, Leonidas era una figura imponente e inquebrantable.
Su espalda, marcada por cicatrices profundas, era un testimonio viviente de lo que significaba ser un verdadero guerrero. Cada marca contaba una historia, una lucha, un sacrificio.
Aquella espalda marcada inspiraba a todos.
Los jóvenes soldados lo seguían al combate con fervor, porque sabían que aquel hombre, que había soportado tanto y se había levantado de las cenizas, siempre luchaba al frente.
Espartano:—"¡Si nuestro rey no se rinde, nosotros tampoco lo haremos!"
Leonidas no necesitaba discursos elaborados ni títulos pomposos. Su mera presencia en el campo de batalla era suficiente para encender el fuego en el corazón de todos los espartanos.
Él lideraba desde el frente, cargando su lanza, su escudo, y la responsabilidad de su pueblo sobre sus hombros.
Era más que un rey. Era un guerrero, un símbolo y una promesa.
La promesa de que Esparta nunca caería mientras un solo espartano estuviera de pie.
Ahora
Aquel día, conocido por los espartanos como "El Día del Odio", quedó grabado a fuego en el alma de Leónidas.
En el majestuoso salón principal de Esparta, adornado con columnas de mármol y banderas que ondeaban con el emblema de la ciudad-estado, los altos mandos militares, consejeros y ancianos se reunieron para discutir el destino de su pueblo. La amenaza era clara y apocalíptica.
Jerjes, Rey de Reyes, avanzaba hacia Grecia con un ejército imponente, inigualable, y devastador.
Sus filas parecían infinitas, compuestas por hombres, bestias y máquinas de guerra que podían arrasar con cualquier ciudad-estado en su camino. Los generales espartanos discutían acaloradamente sobre cuál debía ser su respuesta.
Consejal—"¡No podemos enfrentarnos a un ejército tan colosal sin el respaldo completo de los dioses!" —gritó uno de los ancianos generales, golpeando la mesa con el puño.
Consejal—"Necesitamos su guía, su aprobación. ¿Cómo luchar contra algo que parece invencible?"
Los ojos de todos en la sala se volvieron hacia las estatuas de los trece dioses olímpicos.
Estas colosales figuras, talladas en oro y mármol, representaban a las deidades que los griegos veneraban y temían por igual. En el centro, la figura más imponente era la de Zeus, el rey de los dioses, rodeado por los demás: Atenea, Ares, Poseidón, Hera, y Apolo entre ellos.
De pronto, las estatuas comenzaron a brillar con una luz dorada.
La voz de Zeus resonó por toda la sala, como un trueno en medio de una tormenta.
Zeus:—"Hijos míos, nos habéis convocado. Ahora decidnos... ¿Qué es lo que buscáis?"
El consejero principal se adelantó, arrodillándose frente a las estatuas.
Consejal:—"Oh, grandes dioses del Olimpo, os suplicamos vuestra guía. El ejército persa, liderado por Jerjes, avanza hacia nosotros con intenciones de conquista. Necesitamos vuestro consejo: ¿Debemos enfrentarnos a ellos, o retirarnos para preservar nuestra existencia?"
Un murmullo de voces divinas llenó el aire.
Los dioses comenzaron a deliberar entre ellos, sus figuras brillantes discutiendo como si estuvieran reunidos en su propio consejo en el Olimpo.
Atenea fue la primera en hablar.
Atenea:—"¡Esparta no debe retirarse! La gloria solo se encuentra en el campo de batalla. Resistid, luchad, y demostrad vuestro valor."
Ares, el dios de la guerra, rugió con aprobación.
Ares:—"¡Así es! ¿Qué mayor gloria hay que morir en batalla? Dejad que las lanzas espartanas canten la canción de la guerra."
Sin embargo, Hera, con su tono autoritario, discrepó.
Hera:—"Jerjes no es un enemigo cualquiera. Es un conquistador sin límites. Mandar a los espartanos a enfrentarlo sería condenarlos a la destrucción."
La discusión se tornó más intensa, con las voces divinas chocando entre sí.
Pero fue la voz de Apolo, el dios del sol y la profecía, la que finalmente dominó el debate. Apolo se adelantó desde su estatua, su rostro dorado irradiando una majestuosa luz.
Apolo:—"Esparta no debe luchar."
Su tono era firme, casi indiferente, como si ya hubiera visto el futuro y supiera cómo terminaría todo.
Apolo:—"El destino de Esparta no está en esta batalla. Si vais contra Jerjes ahora, pereceréis, y vuestros nombres serán olvidados en las arenas del tiempo."
La sala quedó en silencio.
Las palabras de Apolo calaron hondo en los presentes, especialmente en los consejeros, que comenzaron a asentir.
Pero Leónidas, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se levantó de su asiento con furia en sus ojos.
Leonidas:—"¿Olvidados, dices?"
El espartano avanzó hacia el centro de la sala, mirando directamente a la estatua de Apolo.
Leonidas:—"¿Es eso lo que piensas de nosotros? ¿Que nos retiraremos como cobardes y permitiremos que el enemigo mancille nuestra tierra? ¡Esparta no huye, ni se arrodilla ante nadie, ni siquiera ante los dioses!"
Apolo respondió con una sonrisa burlona.
Leonidas:—"Rey de Esparta, tus palabras están llenas de pasión, pero carecen de razón. Lo que propongo no es cobardía, sino sabiduría. Si luchas ahora, no ganarás nada, excepto la muerte."
La sangre de Leónidas hirvió.
El odio comenzó a nacer en su corazón, no solo por la indiferencia de Apolo, sino por el desprecio implícito en sus palabras. Para el espartano, que valoraba la gloria y el honor por encima de todo, la actitud de Apolo era un insulto a todo lo que representaba.
Leónidas apretó los dientes y dio un paso hacia adelante, alzando su voz.
Leonidas:—"¡Esparta no necesita dioses que duden de su valor! Si no vais a apoyarnos, lucharemos solos. Pero recuerda mis palabras, Apolo: el día que pongamos un pie en el campo de batalla, no será por tus bendiciones, sino por nuestra voluntad. ¡Esparta siempre será recordada, con o sin ti!"
Las palabras del espartano resonaron en la sala como un eco eterno.
Y desde ese día, Leónidas juró que demostraría al dios del sol que Esparta no necesitaba de sus profecías, ni de su indiferencia. El odio que sentía hacia Apolo creció como una llama inextinguible, alimentada por cada batalla que luchó y cada victoria que consiguió, hasta el día en que su destino los enfrentó en el Ragnarok.
La Rebelión de Leónidas y el Desprecio de Apolo
Con la furia ardiendo en su corazón, Leónidas tomó una decisión que sellaría su destino y el de su pueblo.
Esparta no sucumbiría a las palabras de Apolo, ni a la indiferencia de los dioses.
Para demostrar su desafío, reunió en secreto a 300 de sus más valientes guerreros.
Estos hombres, elegidos por su lealtad y destreza, eran aquellos que Leónidas sabía que no dudarían en dar su vida por Esparta, ni en enfrentarse al Olimpo si fuese necesario. Eran más que soldados; eran el espíritu indomable de su tierra.
El Rey Leónidas tenía un propósito claro: esta lucha no era solo contra los persas, era un acto de rebeldía.
En el centro del ágora, donde las estatuas de los dioses vigilaban la ciudad, Leónidas se presentó con sus guerreros.
Con mirada desafiante, se dirigió a la estatua de Apolo, símbolo de la supuesta sabiduría y arrogancia divina.
Leonidas:—"¡Si tú, Apolo, no crees en nosotros, nosotros tampoco creeremos en ti!"
Con su puño desnudo y con toda la fuerza de su rabia, Leónidas golpeó la estatua de Apolo.
El mármol dorado se resquebrajó y la cabeza del dios del sol cayó al suelo con un estruendo ensordecedor. Los espartanos rugieron al unísono, alzando sus lanzas al aire, mientras la destrucción del símbolo marcaba el inicio de su desafío.
"¡Esparta lucha por Esparta!"
Con esta declaración, Leónidas dejó claro que su causa no necesitaba de la aprobación de los dioses. Solo necesitaban su propio valor y la fuerza que ardía en sus corazones.
Mientras tanto, en el Olimpo...
La noticia de la destrucción de la estatua llegó rápidamente a oídos de los dioses.
Zeus, sentado en su trono, observaba a Apolo con una mezcla de curiosidad y molestia.
El rey de los dioses inclinó la cabeza, su voz retumbando como un trueno distante.
Zeus:—"Hijo mío, parece que tus palabras han despertado una chispa peligrosa en los espartanos. ¿Cómo planeas manejar esta situación? ¿Por qué sembrar un desprecio tan profundo?"
Apolo, en lugar de mostrarse preocupado, esbozó una sonrisa de desdén.
Su figura irradiaba luz mientras se levantaba, mostrando un aire de superioridad.
Apolo:—"Padre, los espartanos no son más que bárbaros que se esconden detrás de un escudo de honor vacío.
Son incapaces de entender la verdadera belleza y orden del mundo.
No luchan por la gloria, sino por su propia ignorancia.
Apolo hizo una pausa, su mirada fría y llena de desprecio.
Apolo:—"Que destruyan cuantas estatuas quieran. Siguen siendo mortales, y los mortales están destinados a perecer. Esparta es un reflejo de su rey: salvaje, impulsivo y arrogante. Esa rebeldía no cambiará su destino. Cuando llegue el momento, yo mismo observaré cómo son consumidos por sus propias decisiones."
Zeus frunció el ceño, molesto con la indiferencia de su hijo.
Zeus:—"Tus palabras tienen peso, Apolo, y tu desprecio puede ser tan afilado como el filo de una espada. Pero no subestimes a los humanos. Leónidas es un hombre diferente... como su pueblo."
Apolo rió, con una sonrisa teñida de malicia.
—"Los espartanos pueden tener cicatrices en la espalda, pero no en el corazón, ¿no es así? Sus vidas carecen de gracia. Son simples bestias de guerra, y como tales, merecen perecer. Tal vez sea yo quien les enseñe cuál es su lugar."
La Decisión de Apolo
Apolo supo del acto de Leónidas y la destrucción de su estatua.
Aunque al principio mostró indiferencia, las noticias del desafío del rey espartano comenzaron a herir su orgullo.
Apolo:—"Ese hombre se atreve a desafiarme... a insultar mi divinidad y cuestionar mi juicio."
Apolo cerró sus manos en puños, mientras un destello de luz emanaba de su cuerpo.
Decidió esperar hasta que los espartanos enfrentaran a los persas.
Apolo:—"Que vayan a luchar. Veré desde aquí cómo caen uno por uno ante el ejército de Jerjes. Y cuando estén derrotados, cuando su rey sea reducido a polvo, entonces sabrán la verdad: nunca tuvieron esperanza sin los dioses."
La semilla del odio quedó plantada en ambos.
Leónidas lucharía contra los persas no solo por su pueblo, sino también para demostrarle a los dioses que no eran necesarios para sobrevivir.
Y Apolo, en su arrogancia, comenzó a planear cómo sería testigo de la caída del hombre que se atrevió a desafiarlo.
La Caída de Leónidas y la Traición Divina
El campo de batalla ardía con el fuego de la lucha espartana.
Leónidas, junto a sus 300 guerreros, había convertido el paso de las Termópilas en un infierno para los persas. Sus lanzas eran imparables, sus escudos indestructibles y su espíritu inquebrantable.
Los guerreros persas caían uno tras otro, sus cuerpos formaban montañas de cadáveres mientras los espartanos continuaban luchando como demonios encarnados.
Pero entre el caos, la mirada de Leónidas estaba fija en un único objetivo: Jerjes.
El autoproclamado rey de reyes observaba desde su trono elevado, protegido por un séquito de guardias élite. Leónidas apretó los dientes, su lanza en mano, mientras un rugido de guerra emergía de lo más profundo de su ser.
Leonidas:—"¡ESPARTA!"
Con una fuerza sobrehumana, Leónidas atravesó las líneas enemigas, dejando una estela de destrucción a su paso.
Ni las lanzas, ni las espadas, ni los escudos pudieron detenerlo. Saltando por encima de los cuerpos de sus enemigos caídos, Leónidas se lanzó contra Jerjes, su lanza brillando al sol. En un solo movimiento certero, atravesó la garganta del rey persa, separando su cabeza de su cuerpo.
Un silencio aterrador invadió el campo de batalla.
Los guerreros persas se detuvieron, atónitos al ver caer a su líder. Los espartanos rugieron de victoria, pero en el Olimpo, un dios en particular estaba furioso.
En los cielos, Apolo lo observaba todo desde las alturas.
Con una mirada llena de ira y resentimiento, el dios del sol cargó su arco dorado con una flecha resplandeciente.
Apolo:—"Esa bestia..." murmuró Apolo, "No merece esta victoria. No merece la gloria que ha buscado a costa de desafiar a los dioses."
Apolo tensó la cuerda de su arco celestial.
La flecha, hecha de pura luz, emanaba un calor abrasador. Desde las alturas, el dios del sol apuntó directamente al corazón de Leónidas.
El espartano, aún de pie sobre el cuerpo de Jerjes, levantó la cabeza justo a tiempo para ver el resplandor en los cielos.
No mostró miedo, no vaciló. Con una sonrisa llena de desafío, abrió los brazos, listo para aceptar su destino.
La flecha de Apolo descendió como un rayo, atravesando el pecho de Leónidas.
El impacto fue devastador. La sangre brotó de su cuerpo mientras caía de rodillas, su lanza cayendo a un lado.
Los espartanos lo miraron con horror, mientras los persas recuperaban su determinación, al ver que los dioses los favorecían.
Los persas, con arcos en mano, aprovecharon la caída de su líder enemigo.
Miles de flechas fueron disparadas simultáneamente, oscureciendo el cielo. Una lluvia negra descendió sobre Leónidas y sus hombres.
El rey espartano, aún herido, levantó su escudo una última vez, pero fue en vano. Las flechas perforaron su cuerpo como si quisieran destruirlo completamente.
El gran Leónidas, rey de Esparta, cayó al suelo, rodeado de los cuerpos de sus hombres.
Su mirada, llena de fuego, se alzó una última vez hacia el Olimpo, hacia el dios que lo había traicionado. Con su último aliento, murmuró:
Leonidas:—"...Esparta nunca caerá."
La Traición de Apolo y el Silencio del Olimpo
Desde las alturas, Apolo observaba la escena. Los persas se alzaban con la victoria, pero la sonrisa arrogante del dios del sol se desvaneció.
En lugar de satisfacción, un extraño vacío llenó su ser.
Apolo:—"¿Por qué...? ¿Por qué no me siento victorioso?"
Zeus, desde su trono en el Olimpo, observó todo con un rostro sombrío.
No dijo nada, pero sus ojos mostraban un profundo descontento. Los dioses habían intervenido en los asuntos de los mortales, y el precio de esa acción resonaría por toda la eternidad.
El sacrificio de Leónidas marcó un punto de inflexión en la historia de los dioses y la humanidad.
Aunque el rey de Esparta había caído, su espíritu y legado ardieron con más fuerza que nunca, inspirando a generaciones futuras a nunca rendirse, ni siquiera frente a los mismos dioses.
La Ira Incontenible de Leónidas
El martillo de Leónidas golpeó el torso de Hades con una fuerza demoledora.
El impacto fue tan brutal que el dios del inframundo salió disparado por los aires, chocando contra una de las paredes del coliseo y hundiéndola en un cráter. El rey espartano estaba en llamas, no literalmente, pero la intensidad de su furia lo hacía parecer un verdadero demonio en la arena.
Sin darle tiempo a recuperarse, Leónidas giró su mirada hacia Apolo.
El brillo carmesí de sus ojos era puro odio.
Leonidas:—"¡TÚ! ¡BASTARDO!" rugió Leónidas, su voz atronando por todo el coliseo, provocando un estremecimiento incluso entre los dioses.
El Espartano cargó con su martillo en mano, listo para descargar toda su furia contra el dios del sol.
Apolo, quien hasta ese momento había mostrado solo arrogancia y despreocupación, tuvo un breve destello de confusión en sus ojos. La furia desatada de Leónidas era algo que ni siquiera él había previsto.
Apolo:—"¿Y ahora qué pretende este salvaje?" murmuró, preparándose para el choque.
Pero justo antes de que Leónidas pudiera alcanzar su objetivo, un resplandor sombrío llenó el aire. Hades apareció frente a él, su bidente en mano, cruzándolo para bloquear el avance del espartano.
El choque fue ensordecedor.
El bidente y el martillo de Leónidas colisionaron con una fuerza que hizo temblar la arena entera, levantando una onda expansiva que barrió el suelo bajo ellos.
Hades estaba de pie, jadeante, con el bidente presionando el martillo de Leónidas para detenerlo.
A pesar de sus heridas, el dios del inframundo mostraba un semblante firme, casi solemne.
Hades:—"Ya veo..." murmuró, mirando a los ojos al rey de Esparta. "Ese odio en tu mirada... Es por él, ¿verdad? Es por Apolo."
Leónidas no respondió, pero su expresión decía todo lo que necesitaba decir.
El espartano empujó con más fuerza, tratando de romper la defensa de Hades.
Leonidas:—"¡Apártate de mi camino, Hades!" rugió Leónidas, "¡Ese maldito dios tiene una deuda pendiente conmigo, y hoy será saldada!"
Hades se mantuvo firme, incluso mientras el suelo bajo sus pies comenzaba a resquebrajarse por la fuerza del ataque de Leónidas.
Hades:—"Lo entiendo..." dijo Hades con voz calma pero poderosa. "Entiendo tu odio. Tu rencor. Tus motivos."
Los ojos de Hades brillaron con un tenue resplandor, una mezcla de tristeza y resolución.
Hades:—"Pero ese odio no te llevará a nada, Leónidas. No traerá paz a tu alma ni justicia para tu pueblo."
Las palabras de Hades hicieron eco en la arena, pero Leónidas no estaba dispuesto a escuchar.
Leonidas:—"¡Cállate, Hades! ¡Un dios no me dará lecciones sobre justicia!"
El espartano empujó con toda su fuerza, obligando a Hades a retroceder un paso.
Leonidas:—"¿Justicia? ¡¿Dónde estaba tu justicia cuando mi pueblo fue traicionado?! ¡¿Dónde estaban los dioses cuando Esparta fue masacrada?!"
La furia de Leónidas creció aún más, su voz resonando por todo el coliseo, dejando en claro el peso de su odio.
Leonidas:—"¡Hoy no lucho por justicia, Hades! Hoy lucho por venganza. Y nadie, ni siquiera tú, me detendrá."
Hades, aunque impresionado por la pasión del espartano, no flaqueó.
Con un movimiento fluido, desvió el martillo de Leónidas con su bidente, girando rápidamente para interponer su cuerpo entre el humano y Apolo.
El dios del inframundo soltó un suspiro profundo.
Hades:—"Si no puedo hacerte entrar en razón con palabras, entonces tendré que detenerte por la fuerza."
Leónidas soltó una carcajada amarga.
Leonidas:—"¡Inténtalo, dios! Ya derroté a uno de los tuyos, y tú no serás diferente."
Ambos se lanzaron el uno contra el otro, una vez más chocando con una fuerza capaz de estremecer la arena misma.
Mientras tanto, Apolo observaba la escena con una mezcla de molestia y burla.
Apolo:—"¡Qué conmovedor, querido tío!" dijo con una sonrisa arrogante. "¿Así que ahora el rey del inframundo se ha vuelto un mediador?"
Hades no respondió. Su único objetivo era contener al espartano, aunque sabía que cada segundo de batalla estaba llevándolos a ambos al límite.
El público observaba con la respiración contenida, mientras la batalla entre el odio y la razón continuaba desarrollándose en el coliseo.
Fin que les parecio?
perdonen si es corto es que tengo algunos problemas
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