Capítulo 8
Mis días antes de conocer a Park fueron como vivir dentro de un maldito reloj de arena: dominados por la gravedad, vertiéndose gradualmente desde la mañana a la noche, y cuando las horas se acababan... simplemente me volteaba en mi cama, con la mirada perdida, esperando a que todo el proceso comenzara de nuevo. Cual instrumento mecánico, mis músculos no eran míos, mi corazón un simple receptáculo de vidrio conectado a arterias sin sentido que regulaban mi flujo sanguíneo, para mantenerme con vida. Una existencia totalmente vacía.
Todos los caminos resultaban sinuosos, tanto que la idea de desaparecer se volvió tentadora... Sí, desvanecer... Dejar que la fuerza del océano silenciara mi dolor, amortiguara mis demonios esa noche en que lo conocí. Una vez dentro, el abrazo de las olas furiosas me tomó por sorpresa. Colándose dentro de mi cuerpo, supieron inmediatamente que era presa fácil. No opuse resistencia. Me dejé llevar por ese vacío con sabor a agua salada. Pensé que estaba solo, salvo por las dunas y la noche estrellada: espectadores silenciosos de mi miseria. Me equivoqué. Park estaba allí.
Y ahora está en todos lados. Me lo imagino en mi departamento, compartiendo mucho más que un café y un cigarrillo. Camina a mi lado en el instituto, mientras fantaseo que le cuento todo sobre mi arte y mis deseos de aprender a ser un Tatuador profesional. Se ríe de mis comentarios sarcásticos y se sienta a mi derecha en las dunas... Mi imaginación lo invoca con total facilidad. Ahora que cada milímetro de su rostro está embebido en mis retinas, es imposible sacármelo de la piel.
Ojalá esos momentos que pasamos en su auto hace ya seis días no hubieran terminado tan de golpe. No sé si fueron minutos, horas, o meses enteros que se sucedieron entre caricias y besos apasionados. Lo que si sé, es que se deslizaron entre mis dedos como la condenada arena de Rockaway Beach. No me había sentido así en años. Esperen... ¿A quién engaño? Nunca me había sentido así en toda mi vida.
¿Está mal que quisiera haber hecho mucho más que besarlo? Me puse tan horny que la timidez salió disparada por la ventana semi-empañada del asiento trasero de su Fiat Dino color carmesí. Me contó que era un recuerdo de su padre... Y mientras me hablaba, yo solo podía mirarle los labios, como se movían en cámara lenta, lo hinchados que estaban de habernos comido la boca sin reparos minutos antes. Tenerlo tocándome de la forma en que lo hizo, y yo retribuyendo con creces cada una de sus caricias alocadas, fue demasiado para mis sentidos... Un estallido de placer y dualidad. Nunca había estado con un chico de esa forma, pero de alguna manera mi cuerpo sabía donde quería que mi piel rozara la suya.
No hubo espacio para pensar, solo hacer: tocarlo, sentirlo, respirarlo. Park. Mi corazón se expande al tamaño de un millón de galaxias, todas almacenadas en lo más profundo de mi pecho de solo pronunciar su nombre en voz alta, mientras sigo aquí parado en la cocina de mi apartamento como un imbécil enamorado.
Todo lo que sucedió esa noche tuvo sentido. Todo. Desde lo que hicimos hasta las palabras que nos dijimos. Tuve que enfrentarme a esta magnitud que siento por él, su proximidad no me dejo alternativa. En el medio de ese torbellino azul profundo de su mirada, me habría entregado por completo a este chico misterioso que apenas conozco, pero que me ve mucho mejor que nadie a mi alrededor. Nuestro último beso, antes que me dejara en la entrada de mi edificio, fue suficiente para que mi interior se revelara al saber que nuestro tiempo juntos había llegado al final. Así es como se despidió: inclinándose sobre mí, con una ternura desgarradora, solo para cambiar y terminar mordiendo mi labio inferior segundos antes de alejarse dejando nubes de pedregullo a su paso.
***
—¿Noah? Me da la sensación de que estas a mil kilómetros de distancia hoy —la voz de Elena me trae de vuelta a la realidad. Creo que he pasado los últimos diez minutos de su consulta con la vista fija en el doble ventanal que da al parque. Hay un niño con un suéter de lana amarillo, corretea con su cometa y parece tan feliz con lo que lo rodea...
—¿Ah, si? Disculpa, doc. —Giro mi cabeza de mala gana para mirarla. No estoy listo para hablarle a Elena de Park.
—¿Cómo has estado esta semana? —Ella no se anda con rodeos, hace que cada condenado minuto de terapia cuente.
—Bien —Yo por el contrario, me aferro a la idea de aguarle la fiesta.
Quiero que esta hora de sesión se acabe, así puedo volver a la calle, a mi moto y sentir como la brisa me da de lleno en el rostro. Quizás eso me ayude a despertar de este sueño que no sé si debería darme el lujo de tener. Me aterra "permitirme" pensar en Park, en cuando lo volveré a ver... Eso es todo lo que me importa en este momento. Anhelo sus caricias. Soy adicto a su colonia y sonrisas torcidas. Quiero más... mucho más...
—¿Noah? Solo bien no me sirve.
Mierda. Elena es persistente: me observa por debajo de sus costosos lentes de diseñador, con una mueca dibujada en la comisura de sus labios.
—Sí, sí, ya sé. Tengo que elaborar —le respondo con un suspiro cansado.
—Exacto.
Ella está esperando detalles, y si la conozco como creo que lo hago, permanecerá en silencio durante el resto de la sesión, con esa respiración lenta y ruidosa que me molesta de sobremanera.
—Hace una semana más o menos, me besé con un chico.
Listo, ¿satisfecha?
Elena no emite sonido, en cambio, se inclina y me ofrece uno de sus cigarros Virginia Slim con una media sonrisa. No me gustan particularmente, pero tomo uno de todas formas: es la primera vez que me siento cómodo en medio de tantas interrogantes. Ambos los encendemos en tacita sincronía, llenando el silencio con volutas perezosas que suben en espiral.
—Se sintió bien —le digo, suspiro de por medio.
—¿Te importaría contarme un poco más sobre este chico? —No puedo ignorar la seriedad en su mirada cuando se cruza con la mía. Trago grueso, pero persevero. Me asombra darme cuenta de que quiero compartir esto con ella.
—La verdad, no me esperaba tener tantas ganas de besarme con él. Pensé que era hetero. Pero bueno, las etiquetas no me van muy bien tampoco —resoplo haciéndola reír.
—¿Te preocupa sentir que también te pueden interesar los chicos, Noah?
Guau, doc. No te andas con rodeos. Me gusta esa actitud. Hora de mentirte...
—No. No me importa para nada —le respondo evitando mirarla. Si lo hago, sé que va a leer a través de mi mentira como libro abierto.
Elena, déjame decirte que estoy cagado de miedo. No porque me gusten los chicos, sino porque este en particular me pone nervioso. Me lleva a tocarme por las noches mientras respiro su colonia que aún impregna su sudadera... Se arrastra en mi mente sin aviso previo, tomándome prisionero.
Claramente no le confieso ni medio. Inhalo profundo, tomando una larga calada del Virginia Slim en el proceso, así la nicotina puede hacer su magia sobre mis frenéticos latidos. Ha pasado casi una semana y no he vuelto a saber de él. Esperaba encontrármelo en Pratt, pero no he tenido esa suerte.
¿Te olvidaste de mí, Park? ¿Así como si nada? ¿Olvidaste nuestra noche juntos? ¿Acaso borraste todas las horas de abrazos, luz de luna y labios rozando la piel?
Cuando nos separamos, estaba tan drogado de ti, que me olvidé por completo de preguntarte cuando nos podríamos volver a encontrar. Tus manos en mi cuerpo, tus labios chocando contra los míos tal y como chocaban las olas del océano fuera de tu coche... fue tan intenso que me quedé en blanco, mirando la calle mucho después de que tu auto hubiera desaparecido del empedrado.
—Me cuesta creer que no te importe. Parece que no eres capaz de decir más de dos palabras aquí y allá, así que te diría que tal vez todo este asunto te preocupe un poco —la cadencia de Elena hace estragos en mis recuerdos. Desearía no tener que escucharla.
—Está bien. Tú ganas. Estoy un poco confundido acerca de toda esta situación, pero no porque me arrepienta. Pasa que quiero... —me detengo a mitad de la oración.
—¿Qué, Noah? ¿Qué quieres?
Más.
—No sé —le sigo mintiendo.
—Creo que lo sabes. Y muy bien —Ella no me va a dejar estar. Va a seguir quitándome capas de piel hasta que sea una masa deforme en su sillón.
Maldita seas, Elena. Quiero más de él. Más de como me siento cuando está conmigo. Más de mí también, porque Park logra hacerme creer que puedo aprender a vivir de nuevo, que a pesar del dolor, respirar vale la pena.
—Se llama Park, y quiero que él... —Mierda. ¿Por qué es tan difícil decirlo en voz alta? —Quiero importarle.
Exhalo con cansancio cayendo en la cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Vuelvo a colocar el Slim en mi boca, dando otra calada. Observo el humo y las formas que va creando a mi alrededor, quedan colgadas en una especie de limbo. Hay una que parece una pequeña lágrima. ¿Cuándo fue la última vez que lloré?
—Fue muy valiente de tu parte compartir esto conmigo. Gracias por hacerlo —Una emoción que no puedo descodificar atraviesa su mirada. Frunzo el ceño, entrecerrando los ojos y ella lo nota.
Nos medimos mutuamente y por un fugaz momento, destellos de una pesadilla infantil, voces resquebrajadas y murmullos colmados de preocupación se cuelan en mi memoria. Su rostro está allí, en medio de esa nebulosa. Sus palabras tranquilizadoras... Sin embargo, es imposible. No conocía a Elena de niño.
Rompo el contacto visual y me obligo a concentrarme en las nubes que desfilan afuera. Una de ellas se asemeja a una tabla de surf. Park. Metiéndose en el océano... Lo recuerdo flotando sobre mi cabeza mientras me sumergía antes de perder el conocimiento. Probablemente la usó para arrastrar mi cuerpo a un lugar seguro. Sí. Fue de esa forma que me robó de las olas esa noche.
—¿Voy a mejorar, Elena? —le digo, mi voz apenas un susurro. Ella levanta la cabeza de golpe, su tupida cabellera destella bajo la luz del sol, mechones balanceándose bajo el impulso. La he sorprendido, sin dudas. Estoy agotado de llevar todo este peso sobre mis hombros, sin siquiera saber la razón por la cual me siento de esta forma. No quiero hacerlo solo. No puedo más.
—Definitivamente estás progresando. Has cambiado, te has vuelto más abierto a dejarme entrar. Me estás permitiendo saber más, y es así como vamos a poder encontrar la manera de sobrellevarlo primero para sanar después.
Quisiera decirte que todo lo que acabas de decir suena muy bien, que es un verdadero alivio contar contigo. Pero si abro mi boca, temo atragantarme con unos sollozos que estoy sofocando.
—Estoy exhausto de preocuparme... Exhausto de temer nunca volver a respirar profundo. A sentirme en paz.
—Harás mucho más que eso, Noah —me responde.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —lucho por dejar salir estas palabras que queman mi garganta.
—Estás aquí, ¿no? —su respuesta es un bálsamo para mis heridas abiertas.
—¿Te dije que me emborraché, me metí en el mar y casi me ahogo?
—Si —responde con cautela. Sé que es una estrategia para darme espacio para decir lo que viene a continuación.
—Entonces sabes que me di por vencido en ese océano, Elena.
—¿Te arrepientes, Noah?
—Sí. Fui un idiota.
—¿Sigues arrepentido?
—Ahora más que nunca.
—¿Por qué dices eso? —Cada una de sus preguntas me acerca más a la verdad.
—Porque me estaría perdiendo lo que estoy viviendo ahora.
Te estaría extrañando, Park. Aun sin conocerte. Estaría desesperado por encontrarte...
—Entonces tenemos que dejar que eso cuente como algo positivo —agrega, reclinándose contra el respaldo de su sillón Bergere rosa pálido.
—¿Qué tiene de positivo haber querido suicidarme? —le pregunto con incredulidad.
—Nada. Pero, de nuevo, no lo hiciste.
Mis ojos se abren de par en par, por primera vez estoy prestando atención, notando cuan profundos son sus ojos color caramelo, casi del mismo color que el cabello de Park. Elena está genuinamente interesada en hacerme aceptar mi oscuridad, en enseñarme a encontrar formas de domesticar este vacío hambriento que me carcome por dentro.
Se acabó el tiempo de la sesión, así que recojo mi campera, y me dirijo hacia la puerta.
—¿Noah? —Me detengo en seco volviéndome hacia ella.
—¿Sí?
Se pone de pie, y recorre la distancia que nos separa con determinación.
—A él le importas. Te sacó de ese océano ¿o no?
—Sí. Lo hizo —le respondo con el pecho explotando de esperanza.
A él le importas...
Nos quedamos de pie, frente a frente, mirándonos por un segundo. Luego, el segundo termina, Elena se inclina hacia delante, y me abre la puerta.
—Nos vemos la semana próxima, Noah.
—Hasta luego, doc.
Una vez en la calle, subo a mi moto y conduzco un par de cuadras. Apago el motor bajo un enorme roble y cierro los ojos con fuerza. Allí, en la oscuridad, me permito sonreír.
A él le importas...
N/A
¡Holi! Espero que les gusten las sesiones con Elena. Vayan preparando esos corazones que se viene fuego... mucho fuego.
¡Los amo!
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