Capítulo 26



Noah: Hola, doc. Necesito una sesión extra. ¿Será posible?

Elena: Hola, Noah. Un paciente acaba de cancelar. ¿Podrás venir 9:30?

Noah: Perfecto. En camino. Gracias, Elena. Gracias de verdad.

Elena: Conduce con cuidado.


Dejo el celular sobre la mesa de luz intentando moverme lo menos posible, no quiero despertarlo. Park duerme profundamente, con una de sus piernas enredadas en las sábanas. Mi corazón se entibia de solo mirarlo: aquí, a mi lado. Aún no puedo creer que sea mi novio.

Su respiración es tranquila, sus rulos están despeinados sobre la funda roja de la almohada y la punta de su nariz puntiaguda está un poco arrugada. Lo observo impunemente, me pregunto con qué estará soñando... o quién. 

Un suspiro se cuela sin permiso fuera de mi pecho. No pude contenerlo... Ya no puedo controlarme a su lado, estas emociones compartidas, estos momentos juntos ya son demasiado enormes para tenerlos guardados todo el maldito tiempo.

Ojalá pudiera coleccionarlos todos. Construir un cajón dentro de las curvas de mis costillas y llenarlo con todos estos recuerdos. Tal vez uno no sería suficiente. No, claro que no lo sería, porque cada segundo que paso con este chico mío vale un millón de recuerdos.

Uno de mis favoritos fue el momento que compartimos en las dunas de la playa de Rockaway, cuando finalmente llegó a la fogata. La confianza tácita en su mirada y la dulce rendición que vino después. Todavía siento la lluvia envolviendo nuestro estrecho abrazo; las gotas que no quisieron dejar de ser testigos de esta historia que cada día crece más.

Otro es cuando tocó mi mano por primera vez, estábamos en su auto, con la puesta de sol arrojando un suave resplandor sobre las olas del mismo océano del que me había rescatado. Ningún hombre me había abrazado antes, y me encontré deseando que este hermoso chico presionara sus labios contra los míos. Cuando le dije que me sentía como un eco, respondió que aunque me convirtiera en un susurro me escucharía, alto y claro.

Todas nuestras charlas repiquetean en mi memoria: algunas amargas, otras dulces, algunas bajo las sábanas, otras bajo los álamos del Instituto. Nuestro universo es tan intenso, tan íntimo que si pudiera, mudaría mi piel por él, me arrancaría el corazón del pecho, y se lo daría entero. Creepy, ¿verdad? Supongo que soy una especie de rareza caminante, alguien que ya no le importa lo que opine el mundo. Yo soy para él.

El chico-insecto dentro de su frasco de vidrio asiente con la cabeza. Park le cae muy bien.

—Él no se asustaría —dice por lo bajo —. En lo absoluto. Es más, sostendría ese maldito órgano como si fuera la joya más cara del mundo.

Cuanto más tiempo paso con Park, más necesito que Elena me ayude a superar estos demonios internos que esperan por mí, hambrientos del dolor que la muerte de mi hermano me causa a diario.

No puedo permitir que mi chico sea testigo de mi destrucción si las cosas no salen según lo planeado. No puede suceder. Tengo que sanar por y para él.

Cuando nos conocimos, y yo ni siquiera estaba consciente de ello, sus ojos me perseguían mientras dormía. Mientras estaba despierto, la cadencia de su voz me tomaba por sorpresa de la manera más inesperada.

Luego nos encontramos por segunda vez en Pratt. En el segundo en que mi mirada encontró la suya, supe que dejarlo ir sería imposible. Traté de ser fuerte, diciéndome que era mejor no involucrarme con él en absoluto, pero luego habló y mi mundo implosionó.

Mientras estábamos juntos, me aseguré de ocultar toda la oscuridad lejos de él, pero Park vio a través de mí como si fuera tan delgado como el papel. Escuchó mis gritos de pesadilla y supo que algo profundo y doloroso corría debajo de mi piel. Tenía que hablarle de Caleb. Permaneció a mi lado incluso después de saber lo roto que estaba. Me pidió que lo dejara decidir qué era lo mejor para su vida, y así lo hice.

Ahora, con la marea cambiando con vertiginosa rapidez, siento que tenemos millas para recorrer juntos, y quiero caminar con paso firme. Quiero ofrecerle la mejor versión de mí mismo, ahí es donde entra en juego Elena. Ella es la única que puede guiarme hacia lo que ambos merecemos: ser felices, sin traumas ni oscuridades que amenacen nuestra relación.

Lo miro una vez más antes de vestirme. Como si lo adivinara, su nariz arrugada se mueve un centímetro y, al mismo tiempo, una sonrisa se arrastra hasta sus pómulos pecosos. Sin darme cuenta, mi mano izquierda vuela sobre sus rizos. Me detengo sobre ellos, entrelazando mis dedos en su suave vaivén. Me inclino y planto un beso lento sobre sus labios carnosos y un segundo después me levanto y me preparo para irme. Mi chico sigue soñando y yo rezo mientras comienzo a cerrar la puerta a mis espaldas para que sea conmigo.

—¿Adónde vas, bebé? —Su voz me toma por sorpresa.

—Tengo consulta con Elena, pero tú duerme, cariño. Te enviaré un mensaje de texto cuando termine, ¿de acuerdo? —Le digo, sin volverme a mirarlo o no podré irme.

—Las promesas...—Su voz gana claridad. Sonrío porque sé qué responder. Esta frase se han convertido en algo nuestro.

—Siempre se cumplen —Se me quiebra la voz, pero su respiración profunda me indica que se ha quedado dormido, así que no se da cuenta.

Salgo de puntillas del departamento, cierro la puerta sin perder un segundo o no tendré el corazón para seguir con esto. Aun así, debo.

Lo que estoy por hacer...

Nos lo debo a ambos.


***


—Me gusta lo que has hecho con el lugar, doc. Toda esta menta combinada con algunas almohadas negras aquí y allá me hacen pensar que estoy en una heladería. ¿A quién no le gusta el helado, verdad? Personalmente, estoy deseando unas bochas violentas de chocolate con menta en este mismísimo momento.

¿Qué diablos estoy diciendo? Por el amor de todo lo que es sagrado, tengo que dejar de actuar como un reverendo idiota. Vergüenza ajena te queda chico, Riley.

—Hola, Noah. Me alegro de que te hayas interesado en la nueva decoración, pero por la urgencia de tu mensaje, creo que no has llegado desde tan lejos y tan pronto para hablar sobre mi vestíbulo.

Era de verse. Ella me lee como libro abierto. Game, set and match, Elena.

—Lo siento, de verdad. Sabes que mi boca es como un revólver disparando balas de izquierda a derecha cada vez que me siento acorralado —Suspiro y paso una temblorosa mano por mi cabello en señal de derrota.

Se queda quieta por un segundo, escudriñando mi rostro con precisión quirúrgica, pero no dice nada en respuesta a mis disculpas apresuradas. En cambio, me señala hacia la sala de estar con un rápido movimiento de su delicada mano derecha.

Asiento con la cabeza; dirigiéndome directamente hacia mi diván gris piedra que me conoce tan bien y mientras me acomodo en sus suaves cojines, mi mente sabe que es hora de dejar de esquivar mi vacío y mirar profundamente en su verdad atormentadora.

El chico-insecto descubre su diminuto rostro, sus ojos se debaten entre lo que es correcto y lo que es menos doloroso. Su mirada insípida persiste en el silencio sepulcral, pero de alguna manera la escucho reverberar por todo el frasco: su dolor rebotando en las astillas del vidrio contaminado.

—Es hora, Noah —susurra —dejemos de cometer el mismo error. Salgamos de este frasco de una vez por todas.

—Necesito ayuda Elena —Esas palabras desgarran el resto de mis precarias suturas y estoy sangrando por todo su elegante piso de baldosas.

—Y estoy aquí para ti, Noah. Sé que necesitabas algo de tiempo para llegar a este momento, así que te permití tener todo lo que querías. Parece que ha llegado el momento de enfrentarla ¿verdad?. Esta tormenta que te ha estado frenando. Vamos a caminar a través de ella de la mano. Dime lo que tienes en mente —Sus ojos se clavan en los míos y estoy temblando tanto que me castañetean los dientes.

Después de unos segundos, me recobro, aprieto mis manos con fuerza y ​​llevo mi respiración a un ritmo casi normal. ¿Mi ritmo cardíaco? No tanto.

—Ya no puedo seguir fingiendo, doc. Una parte de mí es una pregunta que parece que no puedo responder por mi cuenta —termino la frase con un suspiro explotando en mi pecho.

Me avergüenzo de mi vulnerabilidad, así que mis ojos se fijan en el intrincado patrón de su gruesa alfombra tejida. Atrapo mis lágrimas brillantes cayendo en él. No deseadas pero necesarias. Me alivianan de alguna estúpida manera.

—Los hombres no lloran, Noah —me dijo mi padre en el funeral de Caleb.

Bueno, ¿adivina qué, papá? Sí lo hacemos...

—No tienes que fingir. No aquí. Ya no. Puedes dejar que todo salga de ti, Noah. No te defraudaré. Permítete bajar la guardia, no te dejaré ir.

—Yo—lo estoy intentando, Elena. Es tan malditamente difícil —Me estoy ahogando con las palabras que aún están por venir.

—Ten —Me entrega uno de sus clásicos Virginia Slim con la misma sonrisa que me hizo comenzar a abrirme en lo que se siente como hace mucho tiempo.

El suave olor llena la habitación en cuestión de segundos, las volutas dan la bienvenida a mis palabras rompiendo el silencio que envuelve esta sesión.

—Ahora, y como de costumbre, ¿quieres dar más detalles? —dice con una cadencia suave, sabiendo bien cuánto odiaba cuando me obligaba a hablar a través de esa declaración.

Me estremezco ante la anticipación de lo que me escuchará decir a continuación. Eso es todo. La raíz de todo mi dolor. Me tomó un tiempo controlar los lazos que me estaban asfixiando vivo. Ahora, aquí están. A la vista. Y debo confesar.

El chico-insecto se pone de pie, se acerca al frasco y coloca una mano vacilante sobre él. Sus dedos alargados se curvan un poco en las puntas, queriendo abrazarme, supongo. —Hagámoslo, Nono —dice con mil estrellas explotando en su mirada profunda.

—Yo... yo soy la razón por la que Caleb está muerto, Elena. Yo lo maté.

Mis sollozos irrumpen, sonidos de gorgoteos de mi pecho agitado. Puedo escucharlos a medida que se vuelven más fuertes con cada segundo que pasa.

Silencio.

Esto es tortura. No puedo soportarlo

Me está volviendo loco, así que dejo escapar algunas palabras más hasta que me quedo vacío.

—No fue mi intención. No se suponía que pasara. Todo fue un juego estúpido... Oh, Dios. Maté a mi hermano. Lo maté.

En la calle, un pájaro canta una canción entrecortada. Los perros se ponen en marcha, uno por uno, aullando y gimiendo en respuesta.

Solos y con miedo...

 Y no paran.

Ellos no se detienen.

Nunca. Paran. 



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