9- Alex

Nate había apretado mi mano. La había apretado y ahora la estaba apretando más fuerte. Yo quería salir corriendo pero él tenía mi mano y no podía simplemente zafarme de su agarre e irme de ahí como una cobarde. No cuando había molestado a tantas personas solo para verlo, aunque sea un momento.

Me quedé inmóvil en el asiento, esperando si él tenía algún otro tipo de reacción; pero así de pronto como había apretado tan fuerte mi mano, así de rápido la soltó y sentí cómo empezaba a roncar como si fuese un oso hibernando. El sonido me pareció tan cómico que casi suelto una carcajada, la cual contuve con todas mis fuerzas.

Cuando vi que ya no iba a despertarse, me levanté de la silla y salí de la habitación. Afuera, en el pasillo, estaba la doctora York.

─Así que al fin pudiste verlo. ─Ella estaba parada con su espalda apoyada en la pared, sus brazos y piernas cruzados, casi como si estuviese en modo descanso.

─Sí, después de mucho rogar a algunas personas. ─No iba a entregar a Jameson, no después de la mano que me había dado.

─Bueno, ya que estás aquí, podemos empezar nuestra sesión. Sígueme.

Me había salido el tiro por la culata, por lo que tuve que ir por detrás de la doctora York hasta que ella llegó a su consultorio y me esperó en la puerta hasta que yo entré.

─No tenía intenciones de escaparme, si eso pensabas. ─Me sentía un poco controlada por la actitud que tenía hacia mí, como si desconfiara de mis actos.

─Yo no dije eso. ─Me hizo una seña para que entrara y eso hice.

─A veces las acciones hablan mucho más que las palabras. ─Ella cerró la puerta detrás de mí y fue directo a su escritorio.

Yo me senté en el sillón, pero luego decidí que sería mejor recostarme. De repente me sentía muy cansada.

─¿Podemos comenzar? Me siento muy cansada y solo quiero ir a mi habitación y dormir.

─¿Tienes sueño? No lo había notado.

─Sé que estás siendo irónica York, y sí, tengo sueño. Dormir aquí no me sienta bien y me está costando bastante tener una buena noche de sueño.

─Vi que en tu carpeta que la doctora García te había recetado algo para el sueño. ¿Sientes que no te está haciendo efecto?

─Primero, no sé qué pastillas me dan. La enfermera me las entrega en un pequeño vaso y yo solo las trago.

─Te doy la derecha en eso. Deberías saber qué es lo que estás tomando. Prometo que me pondré en contacto con enfermería para verificar tu medicación y cuando vengas nuevamente, te lo haré saber. ─Vi que anotaba algo en una libreta, pero a este punto ni siquiera sentía curiosidad por lo que estuviese escribiendo─. Bien, ahora podemos proseguir. Cuéntame de ti.

─No hay mucho para contar. Aquí todos los días son iguales. ─Puse mis manos sobre mi pecho. Había algo tan extraño en ese sofá que hacía que me relajara más de la cuenta y el sueño que ya tenía acumulado, comenzara a llevarme lentamente.

─Recuerda que teníamos un tra...to... ¿Aris?

En algún momento en medio de lo que sea que la doctora lameculos estaba diciendo, me dormí, tan profundamente que cuando desperté me costó recordar dónde estaba, qué día y qué momento del día eran.

Poco a poco fui recobrando los recuerdos que tenía. Había estado en la oficina de la doctora York. Me había acostado en su sillón. Habíamos empezado a hablar y... Eso era lo último que recordaba.

─Si te preguntas cómo llegaste hasta aquí, Jameson te trajo. ─Miré hacia mi costado. Era Tara─. Muy caballeroso de su parte, pero la doctora se lo pidió. Al parecer te quedaste dormida en su oficina, o al menos eso es lo que se cuenta.

─Nada pasa desapercibido aquí, ¿eh?

─Imposible.

Volví mi mirada hacia el frente, hacia la aburrida pared gris de la aburrida habitación donde estaba. Sentí unos sonidos, como si alguien estuviese comiendo. Rápidamente mire de nuevo a mi costado, pero Tara estaba apoyada en su almohada en el respaldo de la cama y el resto de su cuerpo tapado con un edredón.

─Acabas de esconder comida ─dije con toda seguridad.

─¿¿Yo?? Naaa. No tengo nada aquí. ─Levantó sus manos para mostrarme que no tenía nada, pero eso no sería suficiente para convencerme.

─La escondiste debajo del edredón Tara. Puedo ver el bulto debajo. ─Puse mis ojos en blanco. ¿Acaso éramos niños?

─Bien bien. Me robé unas papas de la cocina. Son mi placer culpable. Una de las pocas cosas que de verdad me hacen feliz en este maldito lugar. Disculpa si no pensé en ti. ─Sacó el paquete de papas que tenía debajo del edredón y se levantó para alcanzármelo.

─¿Sabes algo? No me habría molestado que comas en frente mío, solo quería que no lo escondieras como si yo fuese una tonta que no iba a darse cuenta. ─De igual tomé el paquete y saqué un puñado de papas, logrando que el rostro de Tara se tensara, cerrando sus ojos por unos segundos─. Listo. Eso es todo lo que tomaré. Muchas gracias Tara. Es un gran gesto de tu parte.

Ella volvió a su cama y tocó el paquete que ahora estaba por la mitad. Me miró con los ojos entrecerrados, pero no dijo nada más al respecto. Sin embargo...

─¿Cómo te fue con tu chico? ─Metió un puñado de papas en su boca y empezó a masticar tan rápido, como si fuese que temiera que alguien se las sacara de la boca. Probablemente ya habría sucedido aquí, y realmente no me sorprendería

─Primero, no es mi chico. Segundo, solo le tomé cariño. Y eso es todo. Nada más ni nada menos.

─Sí claro. Trata de decirle eso a tu rostro.

─¿A qué te refieres? ─Me había sentido un poco ofendida por lo que sus palabras intentaban decir implícitamente.

─Te ruborizas cada vez que hablas de él ─lo dijo de manera tan casual, casi como si estuviésemos hablando del clima.

─¡¿Qué?! ─Ahora sí sentía que estaba a punto de perder los estribos. No era posible que lo que Tara decía fuese verdad.

─Oye, baja el tono lunática. ¿Acaso pretendes que nos atrapen comiendo a estas horas? ─Tara susurró, pero se aseguró de que lo que decía fuese completamente claro para mí.

─Lo siento. Me dejé llevar.

─Eso parece... Rayos. Ya no quedan más papas. ─Tara tiró el paquete al piso con fuerza, claramente molesta.

─También siento haberme comido la mitad de tus papas. ─Mis disculpas eran honestas, tanto como se podía ser con alguien como Tara, que era seguro que no iba a creerlas.

─No te preocupes. Mañana te escabullirás en la cocina y me traerás otro paquete.

─¡¿Qué?! No quiero meterme en problemas Tara. No por un paquete de papas. Déjate de tonterías. ─Las emociones aquí era totalmente volátiles y podías pasar de la tranquilidad absoluta al enojo absoluto.

─Creo que me lo debes.

─Yo no te debo nada ─expresé con desdén y me di vuelta, enfrentando la pared. Mientras me acomodaba para dormir de nuevo, sentí una respiración en mi oreja, lo cual hizo que me sobresaltara─. ¿Estás demente? Casi me matas del susto Tara.

─Bueno, si no estuviese demente ni tú ni yo estaríamos aquí. ¿No lo crees? ─No pude contestarle, no sabía cómo. Por una parte tenía razón y por otra no, pero no quería molestarla más de la cuenta. No quería encontrarme con su lado malo justamente ahora. Se sentó en mi cama y acercó su rostro al mío─. No creo que te guste que mañana se empiece a correr el rumor de que te gusta Nate...

Me incorporé rápidamente, mi corazón acelerándose al segundo.

─¿Por qué haces esto? ¿Solo por un paquete de papas?

─La verdad, estoy aburrida. Y tú pareces ser la única que tiene algo interesante en este momento.

─No sé en qué momento pensé que podríamos llegar a ser amigas. ─Largué un suspiro, uno bastante profundo, lamentando el hecho de ser tan crédula.

─Yo no lo descartaría todavía. Nunca se sabe cuándo puedes necesitar una mano, pero volviendo al tema que nos compete, mañana quiero ese paquete de papas, sino este pajarito abrirá su boca.

─¿Y si decido no hacerlo? ¿Qué harás entonces? ¿Matarme? ─Me sentía lo bastante cabreada como para hacerle frente, ahora sin importarme si en el trayecto decidía hacer de mi rostro su bolsa de boxeo.

─En ese caso... Podría divulgar que ya te estás fijando en alguien más cuando apenas pasaron unos meses desde la muerte de tu noviecito.

Esa frase fue la gota que colmó el vaso, lo que me hizo perder todo tipo de cordura. Se había metido con él, se había metido con lo que más me dolía, y no dejaría que nada ni nadie lo tocara. No a Alex.

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