4- Sombras
No era algo de lo que me gustara hablar y mucho menos publicitarlo. Lo que no entendía es cómo Tara se había enterado. Siempre pensé que las cubría lo suficientemente bien, pero ahora estaba segura de que no era así.
Yo solo quería olvidar. ¿Por qué la vida simplemente no me dejaba olvidar? Puse la almohada sobre la pared y traté de dejar una especie de ángulo. Mi estómago había empezado a doler, algo que me sucedía cuando la ansiedad me empezaba a atacar y cuando, como ahora, no estaba tomando mis medicamentos. En este momento me daba cuenta de lo estúpida que había sido al pensar que podría dejarlas como lo hice, de golpe.
Traté de cerrar mis ojos y hacer los ejercicios de respiración qué Karen me había enseñado. Traté todo lo que pude hasta que en algún momento el cansancio se apoderó de mí y me dormí. Sin embargo, el sueño fue peor que la realidad. Instante tras instante la misma historia se repetía, una y otra vez, una y otra vez, y no podía salir, no lograba despertar. Luchaba con todas mis fuerzas para salir de ese trance pero aquello a lo que tanto le temía cuando estaba despierta, me acechaba en mis sueños, atormentándome.
De repente, mientras luchaba por despertar, una sacudida me trajo de regreso.
─Ey, ¡despierta de una buena vez!
Al abrir mis ojos vi a Tara sentada al costado de mi cama, y yo, envuelta en sudor y casi sin poder lograr recobrar la respiración.
─No es mi estilo meterme en lo que no me importa, porque no lo haces, pero estoy tratando de dormir, ¡y tus malditos sonidos me estaban volviendo más loca de lo que ya estoy!.
─Lo siento. No fue mi intención.
Apenas podía hilar las palabras. Era como si mi lengua estuviese adormecida, al igual que el resto de mi cuerpo.
─Escucha, tranquila. Toma un poco de agua, ¿ok? ─Tara me dio un vaso con agua y tomé todo su contenido en un segundo. Estaba sedienta y ni siquiera lo había notado.
─Gracias. Perdona, no quise molestarte.
─Digamos que puedo perdonarte, pero tienes que darme algo a cambio.
Su voz se volvió maliciosa en un segundo.
─¿Qué quieres decir con darte algo a cambio? ¿Crees que porque me ayudaste en un momento de debilidad te debo algo? ─Si ella mostraba sus garras, yo también podía sacar las mías.
─¡Oye, oye! Tranquila. No nos precipitemos a sacar conclusiones. Simplemente era una propuesta, tómala o déjala.
─Pues la dejo ─contesté de inmediato.
─Pensé que serías una de esas suavecitas que no saben defenderse por sí mismas. Digo, te ves bastante frágil.
Tara no estaba completamente equivocada, estaba frágil pero no le daría el gusto de demostrarlo. Si algo había aprendido de mi primera vez en este lugar es que si quería sobrevivir, tendría que aprender a valerme por mí misma. Y en realidad es algo curioso. Ojalá pudiese ser tan fuerte fuera de estas paredes, como lo soy aquí. Paradojas de la vida quizás.
─Creo que la vida no nos ha sido sencilla. ¿No sientes que en vez de pelear conmigo podríamos apoyarnos para salir de este lugar lo antes posible? ─Me había sincerado demasiado, lo sabía, pero mis defensas estaban bajas luego de las pesadillas. Solo quería tener una estadía en paz en este infierno, qué ironía.
Tara se fue hacia su cama y se recostó. No decía nada y pensé que ya no lo haría, pero...
─A pesar de todo... Creo que tú y yo no somos tan diferentes, al fin y al cabo las dos estamos aquí. Estamos en paz. Hasta mañana.
No podía creer lo que había pasado. Realmente nunca imaginé que mis palabras podían hacer mella en su interior. Conocía a las bravuconas como Tara, de hecho había tenido bastante experiencia con una de ellas en la escuela, sabía que no había forma de hacerles entrar en razón; pero había algo diferente en Tara, tal vez sí tenía algo de corazón después de todo.
No pasaron muchas horas hasta que se hizo de día. No había podido dormir demasiado, más bien dormité, intentando no darle vueltasl a las cosas pero me era inevitable, siempre caía en el mismo círculo vicioso.
Las puertas de las habitaciones se abrían a las ocho y media de la mañana y así empezaba nuestro día en la Clínica Saint Bell. Me sabía el cronograma de memoria. Como dije, no era mi primer rodeo, aunque sí esperaba que fuese el último.
La primera tarea del día: desayuno. Supongo que Tara habrá estado demasiado hambrienta porque apenas abrieron nuestra puerta salió corriendo. En cambio yo, apenas lograba juntar fuerzas para levantarme. No sentía demasiado hambre y tampoco quería ver a las nuevas y viejas caras del lugar, no quería ver a nadie. Sin embargo, no tenía elección.
Me levanté y arrastrando mis pies, me armé del poco coraje que me quedaba para hacer presencia en el comedor de la clínica. Varios chicos se hallaban encimados en la mesa donde estaba servida la comida. Me había olvidado de mencionar que la Clínica Saint Bell es una clínica privada y como tal, no cualquiera tenía la oportunidad de ingresar y ser atendido por los mejores doctores y tener el mejor tratamiento posible, o al menos es lo que te hacían creer en el folleto de ingreso.
Recogí un plato y traté de buscar algo que me resultara apetecible. Croissants, huevos revueltos, frutas, cereales, café, jugo de naranja. La mesa tenía toda la variedad posible de alimentos y aun así nada hacía que mi apetito regresara. De todos modos, recordé lo que me había dicho el doctor Keller, necesitaba aumentar mi peso. Era uno de los requisitos para que me permitieran volver a la realidad, al exterior. Tomé una pequeña porción de huevos revueltos y un vaso con un poco de jugo, lo único que quizás mi estómago podría soportar, y me senté lo más alejada posible de todos.
Mientras estaba sentada, lejos del gentío, conté aproximadamente 30 jóvenes. Demasiados a diferencia de la última vez, aunque la clínica había aumentado su capacidad luego de algunas refacciones. Lo que hace el dinero de los privilegiados, claro.
Miré mi porción de huevos y sentí que el nudo en mi estómago me apresaba cada vez más. Aun así, me obligué a meter un pequeño bocado en mi boca y comenzar a masticar. Masticar, masticar, masticar, tragar. Tenía que reeducar a mi cerebro para que recordara lo que significaba comer. Hacía mucho que no lo hacía de una manera normal. Tomé un trago de jugo y me dirigí a meter un segundo bocado. Masticar, masticar, masticar, tragar. Bien, dos bocados adentro. Estaba por tomar mi segundo sorbo de jugo cuando vi una figura parada grande delante mío.
─Disculpa, ¿está ocupada esta mesa?
Estaba a punto de decirle que prefería estar sola y que se largara, pero cuando levanté la mirada, mi corazón se saltó un latido.
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