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El ocaso comenzó a asomarse en uno de los ventanales de mi despacho en el que teñía y cegaba el panorama de la ciudad. El otoño estaba llegando y era evidente que la bienvenida era pronta y que causaría estragos en los ánimos de los ciudadanos suecos. Observé la hora de mi laptop y suspiré porque sabía que esta vez tendría que volver sola a casa teniendo en cuenta los kilómetros que me distanciaban de mi trabajo. 

Me incorporé y me acerqué a paso delicado hacia el ventanal para apreciar la majestuosa vista de la iglesia luterana más antigua de la ciudad que se hallaba a la distancia. Por un momento me sentí dichosa de poder estar en donde me encontraba y en tener el privilegio de admirar tal paisaje urbano. Todo parecía tan surrealista... Tan fuera de este mundo.

El sonido del golpe a la puerta arrastró mis pies a tierra nuevamente y aclaré mi mente de aquellos pensamientos melancólicos.

—Adelante— pronuncié en voz alta.

—Me voy, Eva— menciona Lenn al ingresar. —¿Tobias vendrá a por ti?

—No, Lenn. Volveré sola en tren— me volteo y me dirijo al escritorio cabizbaja. —Mañana tendremos reunión con un productor a primera hora, así que por favor sé puntual.

—Entendido, jefa— hace una seña militar y me enseña su perfecta dentadura. —¿Quieres que te lleve?

Observé dubitativa por segunda vez el reloj de la laptop y comencé a realizar cuentas imaginables en mi mente. Tenía una hora de viaje en tren hasta casa y a Lenn no le convenía para nada alcanzarme hasta allí, no cabía duda que se notaba en su rostro el cansancio y el estrés y no era tranquilizador saber que tendría una hora de viaje adicional de vuelta a su casa en las que viajaría en ese estado. Las condiciones no estaban dadas.

—Oh, te agradezco, Lenn. Pero prefiero que vayas directamente a tu casa y descanses— exclamo comprensiva. —Ha sido un día agotador y agobiante— él asiente con lentitud.

—Sí, lo ha sido— coincide. —Pues, te veré mañana— dice ensanchando su sonrisa que aún permanecía radiante. —No te quedes hasta muy tarde, nerd— coloca su saco y se ajusta la corbata grisácea aparentando esa intachable imagen de tipo de negocios. 

—En unos minutos me escaparé de aquí también— digo entre risitas. —Buenas noches, Lenn— él hace una reverencia con la cabeza y parte de mi despacho sin evitar cerrar la puerta detrás de él con sigilo.

La vida en Estocolmo no era nada comparable con mis años en los que viví en Los Ángeles. La prisa seguía vigente, pero en menor escala. Los transeúntes solían ser más educados y no daban demasiada importancia a crear disturbios entre ellos. Era como encontrar tranquilidad en el medio del caos, una aguja en un pajar. Definitivamente, acostumbrarme a esta nueva vida había sido todo un desafío.

A través de mis auriculares sonaba una dulce melodía de Roxette que no tardó en relajar todo mi organismo hasta llegar a la última conexión nerviosa. Suspiré observando la llegada del tren al andén y me incorporé con fatiga, pero sin dejar de estar alerta a mi entorno. Pocos fuimos los desdichados en unirnos al grupo de los pasajeros, casi tan escasos que las puertas se cerraron detrás de nuestras espaldas a la milésima de segundo.

Me ubiqué en uno de los asientos transversales a las puertas del vagón, dando compañía a una pareja que se hallaban ensimismados en una caravana de miradas cómplices y llenas de cariño que sólo ellos podrían comprender. Cuando comenzaron a reír y a romper el silencio que venía desencadenándose ininterrumpido, subí el volumen de mis auriculares y me dejé llevar por la música.

Cuando la canción que venía escuchando llega a su fin, una voz que no conocía, y con intenciones de darme conversación, se une al eco de voces que la pareja había iniciado. Al parecer se trataba de alguien que estaba a mi lado y que, por mero agobio, no presté atención a su existencia.

—Buena música escuchas— comenta con una profunda pero simpática voz.

Me volteo y alcé un poco la vista por la diferencia de altura que me contrarrestaba. Era un tipo que no aparentaba tener mi edad, pero que en sus ojos azules se denotaba un brillo juvenil que lo caracterizaba. Lucía una chaqueta de cuero que escondía una remera de Killswitch Engage y unos jeans ajustados negros. Su pelo yacía algo largo y despeinado, aunque combinaba a la perfección con su estilo y le daba una apariencia de ser un tipo rebelde pero con una simpatía a flor de piel. Debido a su acento, supuse que no era nativo de Suecia, algo que captó mi atención al instante.

—Gracias— respondo algo atónita. —Lo mismo digo de ti— digo señalando su remera con la mirada y él me sonríe divertido.

—Es bueno saberlo, porque iba a recomendarte Diamond Black ¿La conoces?— lo observo algo confundida y niego lentamente con la cabeza. —Lo supuse. Estamos intentando llegar a los países escandinavos desde que lanzamos nuestro primer single— comenta confirmando mi teoría. —Seguramente seas una mujer con buen oído musical y adorarás el single.

—Tenlo por seguro que sí— ambos reímos bajo. —¿De dónde son?

—Somos británicos— responde sin quitar su mirada de la mía. —Pero vinimos a Suecia por trabajo. De hecho estoy viajando a Norrköping a visitar a un amigo muy cercano— asiento comprendiendo su situación. —De todas formas estamos radicados en Estocolmo, por lo que podré cruzarte más seguido en la estación— exclama presumido. —Nunca viene mal una buena compañía y guía en este nuevo país para mi.

—Oh...— balbuceo desprevenida. —Claro...— sonrío nerviosa y observo el pequeño mapa del indicador del tren que detallaba que la próxima estación era el final de mi recorrido. —Debo bajar...— le dedico una mirada pensativa como si buscase su nombre en alguna laguna de mi memoria.

—Ben... Me llamo Ben— me ofrece su mano y yo se la estrecho con dudas.

—Soy Eva— exclamo con cortesía.

—Un gusto conocerte, Eva. Espero volver a verte pronto por Estocolmo— me sonríe enseñando una perfecta sonrisa. 

—Lo mismo digo, Ben. Buenas noches— intenté parecer lo más cordial posible antes de abandonar el vagón y él sólo se limitó a sonreír, como ya venía haciendo desde que empezamos a conversar.

▪▪▪ 

 Ingresé a casa con pesadez y colgué las llaves a un lado de la puerta principal, en el que noté que las llaves de Tobias estaban allí, por lo que él ya había llegado desde hace rato. Atravesé el living y, a medida que daba unos pasos, dejaba mis cosas colgadas o a un lado del sofá. Todo parecía en silencio hasta que escuché una de las puertas del segundo piso abrirse bruscamente.

—Eva, no te muevas de allí. Te mostraré la sorpresa— dice Tobias a los gritos. —Quédate de espaldas a la escalera, no me tardo.

—De acuerdo...— me volteé con fatiga y aproveché a quitarme los tacones que ya me estaban matando.

Unos minutos eternos pasaron, pero que parecieron siglos, que evidenciaban mi poca capacidad de paciencia. Luego oí una puerta cerrarse y unos pasos apresurados en la bajada de la escalera y después silencio. Silencio infernal. Dudaba en voltearme sorpresivamente porque la curiosidad era más fuerte, pero por alguna razón sentía la presencia de Tobias a mis espaldas.

—¿Está lista, señorita Hedegaard?— vocaliza aquellas palabras como si las hubiese pronunciado Papa Emeritus III. Ese detalle logró darme escalofríos en cada zona de mi piel y frío por un momento.

—¿Qué tramas, Tobias?— sentí sus manos posarse con suavidad en mi cintura y su pequeño cuerpo se apegó a mí.

—O querrás decir... Cardinal Copia— pronunció casi de una manera erótica en mi oído. —Voltéate, bebé.

Como si mi cuerpo fuese una marioneta y Tobias su poseedor, me volteé casi mecánicamente hasta que quedamos a pocos centímetros de distancia. Lo observé con precisión, dedicando tiempo a cada detalle de su traje hasta llegar nuevamente a su máscara. Era más que perfecto... Su traje se ceñía a su pequeño pero llamativo cuerpo y remarcaba partes que antes no podían ser visibles con el traje anterior. Emanaba perversión y sensualidad al mismo tiempo y era evidente que sería capaz de contagiar al público con tal presencia.

—Cardinal... Un placer conocerte...— exclamé hechizada mientras acariciaba su pecho hasta alcanzar y bordear su cuello. 

—El placer es mío, señorita— agrega observando con deseo mis labios. —Hay mucho más que quiero enseñarte. Sígueme— sujetó mi mano con firmeza y me dirigió escaleras arriba al siguiente piso.

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