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El parsimonioso y gélido establecimiento permaneció en una lúgubre tranquilidad a medida que los clientes y empleados comenzaban a abandonarlo cuando la tarde caía, como así también todas aquellas emociones con las que empleaban sus labores. La única persona valiente en figurar como visitante decidió descansar su esbelto cuerpo atiborrado por la caminata en uno de los sillones individuales de la solitaria y asimétrico minimalismo que decoraba la recepción. Aquella persona, que no tuvo la necesidad de anunciarse ya que sus visitas eran últimamente muy frecuentes allí, observó con nerviosismo la pantalla oscura de su celular una cantidad innumerable de veces. Inclusive, de vez en cuando, verificaba la hora sin importar que la sala posea un notable reloj de pared de aguja. Mas parecía que aquel sonido que claudicaba los minutos y los segundos acrecentaban su ansiedad. Ninguna de sus reuniones lograba equipararse con la que tendría a continuación.
—Martin, ya puedes pasar— pronuncia la recepcionista con un tono informal pero lleno de energía y simpatía.
El rubio de pronunciadas expresiones únicamente asintió en su lugar y se incorporó a medida que arreglaba su abrigo que lograba cubrir parcialmente su cuerpo. Aquel aspecto sólo lo exteriorizaba como un hombre fornido y con un carácter ácido, capaz de hacer llorar al más fuerte, pero todas aquellas ideas se esfumaban cuando alguien se adentraban en su ser y confirmaban que Martin poseía una coraza que invisibilizaba tales emociones y rasgos de su personalidad.
Sin más preámbulos, ingresó sin tocar la puerta al despacho de Simon, uno de sus mejores amigos de su infancia y actualmente un posible contrincante.
—Hola Simon— se limitó a decir con un semblante tenso y realizó el saludo común con Simon.
—Martin, que bueno que hayas venido— corresponde su saludo con una radiante sonrisa. —Por favor, siéntate— ofrece y ambos acceden sin emitir ni una palabra al respecto.
Martin observa, detrás de la figura formal de Simon, su pequeña, pero en crecimiento, colección de premios y trofeos por todos sus trabajos con Ghost y personales. Todo su despacho estaba decorado con ese motivo y comprendía, después de todo, por qué Simon había tomado tanta ventaja sobre Tobias y, fundamentalmente, el motivo de sus propósitos.
No lo culpaba. En definitiva, todos conocían a Simon y a su ácida personalidad y entendía que no había nada que hacer contra esos rasgos. Era cuestión de aceptar y seguir adelante.
—Pensé que ibas a esperarme con un café— pronuncia Martin con sarcasmo y Simon capta su indirecta esbozando una gran sonrisa llena de diversión.
—Sabes que todavía no tengo el poder para hacer eso— explica Simon entre risas mientras arregla las mangas de su traje perfectamente negro que lograba contrastar el azul de sus ojos. —Pero pronto lo tendré y me verás con una secretaria al lado.
—No lo dudo— ambos ríen. —Estoy seguro que lo lograrás— Simon acepta el cumplido y hace una pequeña reverencia. —¿A qué se debe mi grata presencia aquí?
Su amigo enarcó una ceja y luego rió bajo con la mirada gacha a medida que acariciaba su cabeza despoblada y expuesta. Su risa sin motivo causó en Martin una sensación de ahogo y problemática. Algo en su consciencia le alertaba que esta guerra no será fácil y que cualquier paso en falso permitirá una derrota amplia. No sólo la actitud repentina de Simon le inquietaba, sino además las posibilidades de que Simon consiga todos sus propósitos sin importar los medios que utilice para llegar lejos.
—Vamos, Martin... Lo sabes perfectamente— pronuncia con una sonrisa relajada. —Eres al único de mi círculo que tengo al tanto sobre el juicio. No es coincidencia que estés aquí a pocas fechas de citar a los testigos— explica y Martin permaneció en silencio y con las manos juntas sobre su regazo. —Mira, te mostraré la carpeta. La he estado actualizando yo solo... Es increíble cómo me vuelto experto en derecho últimamente— expresa con orgullo mientras toma una carpeta color vino situada en uno de sus cajones bajo llave.
—He hablado con Tobias— espeta sin emoción y Simon detiene toda acción centrando su atención en él. —Testificaré para él.
—¿Qué?— deja escapar Simon. —¿De verdad? Oh, por favor, dime que es una mala broma porque estoy que me desmayo— su visita se mantuvo serio y en silencio como respuesta. —Maldita sea, Martin. ¿Después de todas las injusticias que sufrimos por él? Tienes que estar bromeando... Eres vital en este juicio, mi amigo. Puedes ganar muchísimo y estoy seguro de eso porque estamos ganando con la documentación.
Aún en aquella petrificada posición, Martin frunció el ceño y no permitió que las tentadoras palabras de Simon lo invadan. Él era el único que sabía diferenciar el trabajo de sus amigos. Ambas jamás deberían confundirse ni mezclarse, tal y como siempre se manejó en todas las situaciones de su vida. Martin, en ese sentido, era de piedra. Nada lo haría cambiar de opinión y menos si se tratase de hundir a un querido amigo de años.
—A veces siento que sólo me quieres dentro por mi «importancia» en el juicio y no por lo que realmente significa tenerme como amigo— espeta y Simon queda inmóvil en su asiento. —No testifico por el dinero que corre entre las redes del derecho, sino por el concepto que yo le doy a la amistad de Tobias y sé que él piensa lo mismo que yo— explica. —Sé que ambos confrontamos muchísimo en el pasado, desde temas personales hasta Ghost, pero es hora de darle importancia a las cosas que realmente importan.
—Te usará como nos ha usado a todos, Martin. No seas tan ingenuo.
—Pues, que lo intente. No me importa. Sólo quiero que con estas acciones te des cuenta que te equivocas— aquellas palabras escaparon de los labios de Martin como afiladas cuchillas que no tardaron en causar estragos en la mente de Simon. —Y que estás cegado por tus ambiciones egoístas.
—Lárgate de mi oficina— ordena evadiendo su mirada.
Martin exhaló con fuerza y luego rió ante la reacción tan invalidada de defensa de Simon y ladeó la cabeza como respuesta.
—De acuerdo. Me iré— Simon imitó un gesto de expulsión de su visita y éste se incorporó arreglando su abrigo. —Oh, antes de que me olvide... Estoy también al tanto de que Eva sabe quién eres...— la atención de Simon nuevamente se centró en Martin y en su mente resonó el nombre de la mujer a la que todavía no había podido olvidar. —Procura que las jugadas sucias de tu abogado no la comprometan porque sino eres hombre muerto.
—La destruiré a ella también— espeta y se incorpora desafiante frente a su nuevo contrincante. —El lunes 7 se desencadenarán cada una de las citaciones en la que Eva está involucrada... Precisamente, para mi lado. Con esto entenderá que ya nadie se aprovechará de mí. Ya no más.
—¿Aprovecharse? ¿Eva? ¿Pero qué te ha hecho?— cuestiona y el silencio inundó el despacho, en concatenación con la repentina ruptura de la expresión de Simon. —Simon, sé que no quieres esto... Estás poniendo a Eva en una situación super comprometedora y algo me dice que aún la quieres, así que, por favor, desestima esa citación.
Simon se dejó caer en su asiento y llevó una de sus manos a su rostro. Negaba la idea de que seguía enamorado de Eva, a pesar de su relación amorosa con su enemigo, pero no podía evitarlo a la vez. No podía ocultar más sus sentimientos y actuar como si nada pasara en su interior. Luego de aquel momento íntimo con ella en su habitación de hotel, todo en él había cambiado.
Su visita notó la preocupación de quien alguna vez compartió maravillosas anécdotas en su juventud y se sentó frente a él implorando una explicación o, en su defecto, una calma que pudiera sanar todo lo que lo perturbaba.
—Por más que quiera, no puedo desestimarla, ya está todo listo para que el lunes a primera hora reciba la citación— se lamenta. —La única solución es que ella abandone el país. De esta forma, mi abogado no tendrá poder contra las leyes de otro país ¿comprendes?— Martin asiente preocupado. —O tendría que pasar algo casi imposible: que Tobias la haga testificar a su favor.
—Conociendo a Tobias, sé que eso nunca pasará— ambos asienten afligidos. —En este punto, sí puedo y quiero ayudarte, Simon. Intentaré que Eva salga ilesa de esta situación.
—Gracias, Martin. Eso sería mucho más gratificante para mí ahora mismo— reflexiona.
El salón lucía igual de esplendoroso que su exterior e irradiaba una notable sensualidad en cada rincón. En uno de los laterales se hallaban varias mesas ratonas con sillones blancos escarchas a su alrededor, que creaban un patrón perfecto que lograba coincidir con la intención del evento. Por un lado, se hallaba la barra de bebidas con varias personas disfrazadas al igual que los invitados y que se hallaban ensimismados en sus labores. Por otro lado, los parlantes enormes de música y una pequeña cabina en lo que aparentaba ser el puesto del DJ. Y en su centro, una pista de baile simétrica que despedía luces frías y que teñía el salón de un azul claro dándole un aspecto más íntimo y particular. Inclusive las luces poseían el mismo tono de la pista de baile y reflectaban contra el decorativo festivo ocasionando un mayor panorama oscuro pero contrastado a la vez.
Cardinal y yo oímos la pista en reproducción y no evitamos las miradas cómplices entre nosotros. Aquella canción más famosa y con una melodía lujuriosa de Eurythmics poseyó a los invitados y cada uno por su parte o en grupos reducidos salieron a la pista a lucirse.
—Tu amigo sí que sabe cómo convertir un evento de graduación en un hotel para swingers— comenta Cardinal alzando un poco la voz y río ante tal arrebato. —¿Quieres bailar, mi Ghoulette?
—¿Cómo habría de negarme, Cardinal? Vamos— acepto y toma mi mano para llevarme a un sector de la pista de baile.
Atravesamos la muchedumbre de máscaras venecianas que nos dedicaron algunas miradas de curiosidad y perversión, entre otras. La mayoría continuaba con el patrón de vestimenta blanco y negro y sus máscaras aclamaban una variedad amplia entre todo el salón. Aquellas miradas de aprobación y espionaje se disiparon cuando encontramos un espacio reducido para nosotros dos.
Cardinal se ubicó frente a mí posicionando sus manos en mi cintura y me apegó contra su cuerpo para que la fricción de nuestros movimientos cause esa frenética sensación que se percibía en el ambiente ardiente del evento. Bordeé su cuello con mis brazos y, debido a mi talla, permanecí a la altura de su cuello por más que mis tacones no hayan cambiado mi estatura en absoluto. Con movimientos precisos y que irradiaban pura sensualidad entre nuestros cuerpos unidos danzamos mientras que la canción seguía sonando y estableciendo nuestro ritmo lento y cauteloso. Sus manos recorrieron mi figura desde mi cintura hasta llegar a la parte baja de mi espalda, en la que no dudó en depositar sus traviesas manos en mi trasero.
De un momento a otro, me giró y mi espalda permaneció recargada en su pecho mientras que mi trasero rozaba casi de manera descarada su firme erección. Suspiré cuando logré captar su dura humanidad golpeando mi cuerpo y más aún cuando Cardinal acrecentaba tal sensación ubicando sus manos en mi vientre con la intención de apegarme más a él. Nuestra danza se tornó una plegaria con tintes eróticos que deseaba ser satisfecha antes de que tales sensaciones se conviertan en una molestia aguda. Por momentos, podía escuchar unos graves suspiros proveniente de la garganta de Cardinal y luego sus labios calientes en mi cuello.
—Cardinal... Hay gente mirando...— exclamo descansando la cabeza sobre su hombro, dándole más acceso a mi cuello. Entretanto sus besos ardientes me torturaban, las manos de Cardinal descendieron lenta y dolorosamente por mi vientre hasta llegar al límite de mi vestido, por el cual comenzó a adentrarse con la misma intensidad. —Maldición...— suspiré cuando sentí su mano masajeando mi feminidad por sobre la tela de mi ropa interior.
—Tranquila, mi amor. Si prestaras más atención notarás que todos están haciendo lo mismo— susurra en mi oído con voz ronca. —Relájate y disfruta nuestro baile.
Acompañé su movimiento circular con las caderas mientras que su mano libre me aprisionaba aún más contra su erección. A medida que danzaba de esa forma y yo lo seguía extasiada por su estímulo, su mano continuaba un patrón excitante en mi feminidad y yo exhalaba gemidos suaves y pronunciados.
—¡Pero miren a quiénes me encuentro!— exclama con sorpresa una voz muy familiar que logró interrumpir nuestro momento.
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