14
Ambos consagran unos segundos de sosiego para observarse fijamente. El labio inferior de Eva comenzó a temblar de manera involuntaria mientras unos deseos implorantes de sollozar la asaltaron sorpresivamente. La conversación con Simon le había cortado las alas y no podía pensar con claridad ya que aquella voz se arremetía en su mente causándole estragos que jamás hubiese sido capaz de experimentar.
Tobias, por un lado, notó su temor y se alimentó de aquella manifestación. Su mente se aborrascó en cuestión de segundos y sólo podía percibir lo que su razón había captado por última vez. Aquella orden resonaba en su intelecto como un disco rayado repitiendo sin cesar esas palabras que lo habían descolocado durante las horas finales. Algo le decía que había llegado el momento de actuar, mientras que en la mente de Eva este proceso se hacía vez más próspero.
Sus mentes por fin estaban alineadas. Sus pensamientos toscos eran coincidentes, aunque ninguno de los dos supiera que realmente lo eran.
—Tobias, quiero hablar del juicio— pronunció la peliazul tan bajo que Tobias tuvo que hacer un esfuerzo para entenderla.
—No— dictaminó negando con la cabeza enérgicamente. —Estamos en nuestro hogar y no quiero hablar del trabajo ni del juicio aquí.
Él intentó incorporarse con la intención de guardar el pote de helado, que lucía como montañas bien pronunciadas pero que sus picos congelados se comenzaban a disolver, pero el agarre de Eva lo detuvo en el instante en que tuvo la idea de escapar.
—Tobias, es un tema serio— exclamó con severidad. —Por favor...— suplicó.
Los fantasmas de la mente de Tobias comenzaron a realizar su trabajo de desestabilizarlo emocionalmente. Era como si la palabra «juicio» hubiese sido el mando que activaba tales pensamientos. La preocupación de Eva era visible por el brillo casi inexistente y opaco a través de sus ojos, por lo que el diminuto cuerpo de Tobias tembló a la par y sentía como si el ambiente se hubiese refrigerado por más que la calefacción estaba encendida.
Había llegado el momento de actuar para los dos.
—¿Qué pasa con eso?— cuestiona disimulando sin éxito su inquietud.
—Sé que estamos en una etapa muy importante del juicio...— aquella frase retumbó en las extensiones de la mente de Tobias, generando que su cordura disminuya con las prolongadas y curiosas pausas de Eva.
—Ve al punto— ordenó Tobias con ímpetu.
Su reacción poco casual sorprendió a Eva. Al fin ella comprendió lo que realmente le causaba a su prometido toda esta situación engorrosa, pero aún así ya había dado el primer paso y no había vuelta atrás. No habían posibilidades de retroceder en sus pasos. Se acomodó en su lugar, respiró hondo y lo observó fijamente.
—Quiero formar parte del conjunto de tus testigos— sentenció con suma seguridad.
El pedido de Eva no sólo tomó por sorpresa a Tobias, sino que se interpuso en el plan que su secretaria, Elinn, le había notificado en el estudio. Por primera vez sintió el miedo atravesar su piel y recorrer su venas dejando un camino contaminado detrás de sí, por lo que también intentó recuperar parte del aire que había perdido y respiró profundo.
—No, no puedes hacer eso— se antepuso su instinto y éste respondió por él. —No quiero que lo hagas y no lo permitiré— se corrigió.
—Pero Tobias es importante que testifique a tu favor— él quedó cruzado de brazos sin emitir ni una palabra. —Necesito hacerlo.
—No lo necesitas ni yo te necesito, con los testigos que ya tengo estoy bien— sentencia fulminándola con la mirada. —Es suficiente.
—Pero, cariño...
—Sin peros, Eva— pronuncia alzando un poco la voz. —Ya te he dicho que no ¿No entiendes?
Ante tal ataque de nervios de Tobias, las lágrimas calientes de Eva no tardaron en empaparle su blanquecino y aterciopelado rostro. El calor de la impotencia subió a sus mejillas y sus sollozos no lograron sensibilizar ni un tercio el corazón de su amado. Ella cubrió su rostro con sus manos y se mantuvo oculta por unos segundos, entretanto Tobias no rompía el silencio.
—No hacía falta que me trates así, Tobias. Simplemente quiero ayudarte, maldición— exclama entre llantos con dificultad. —Tú no pareces entender que si no me tienes allí las cosas se pondrán peores.
—¿A qué te refieres con eso?— pregunta extrañado. Su seguridad en el asunto no le permitía ver otros horizontes más oscuros. —Eva ¿De qué hablás?
El punto de flexión se estaba desencadenando sin control. El dilema era común, sus miedos eran compartidos y los secretos personales sólo incrementaban tal disyuntiva. Sus corazones latían con tal fuerza que ambos sentían cómo golpeaban su pecho como tambores. Algo indescriptible comenzaba a desintegrarse en el interior de cada uno de ellos. Aquel vacío sólo será atiborrado con incertidumbre y con más pavor en un futuro no muy lejano.
—Ellos me usarán como testigo— buscó la mirada de Tobias y de tan sólo verla tan desanimada y distante la hizo llorar aún más. —Si me citan no podré rechazarlo y... Oh, Tobias... No podría hacerte algo así, jamás me lo perdonaría. Es por eso que te lo estoy pidiendo ¿Comprendes?
—¿Cómo sabes eso? ¿Qué te asegura que pasará eso?— la pequeña mano de Eva se posó en su muslo apretándolo un poco, como si sus intenciones fueran demostrarle lo desesperada que estaba por resolver el dilema que Simon le había creado.
—Simplemente... Lo sé— se limitó a decir. —Por favor, cariño. Déjame hacerlo.
Su mano se ciñó todavía a su muslo y él bajó la mirada hacia ésta para observarla con detenimiento. Por más que él comprendiera la situación y que quisiera que ella colabore con la causa, una parte de su pasado y sus demonios no le permitían tal ayuda. No era parte del trato.
—No, Eva. No lo harás— resopla frustrado por la lucha que se estaba desatando en su interior entre lo que quería y lo que debía hacer. —Pero aún así debes relajarte porque ellos no pueden citarte... Ni tampoco deben. Eres mi prometida y eso te convierte automáticamente en mi lado de la demanda— él lleva la mano temblorosa de Eva a sus labios y deposita un suave y delicado beso en ella. —Confía en mí. Estás segura conmigo, nadie se interpondrá entre nosotros.
Ella le sonrió aún con los ojos cristalizados y se arremetió a sus brazos anhelante de su calor y su cariño. Tobias cedió ante su abrazo y se lo correspondió estrechándola todavía más a él. Aquel perfume femenino se impregnó en sus narices y tal aroma relajó su organismo parcialmente, pero los fantasmas de su pasado y de sus malas decisiones incluso seguían embrujando su mente sin importar sus remotos deseos de distenderse.
Sin soltarla, miró a un punto fijo de la sala con seriedad. El cuerpo de su amada se sentía más relajado, gracias a la pronta resolución de su cuestión, mientras que el de él sólo permanecía tenso porque, si bien estaba seguro de lo que le había dicho a Eva, también cabían las posibilidades de equivocarse y de perderla para siempre.
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