Capítulo 19: No vuelvas, Beretta
A la mañana siguiente, en lo alto del portaaviones, Naoshi observaba orgulloso a su ejército, que recién había llegado esa madrugada al lugar de quedada. Junto a él y su sonrisa satisfecha se encontraba Escipión, que miraba las tropas con tranquilidad, y al otro lado, el almirante los miraba con los labios entreabiertos, dejando caer su cigarrillo al suelo de la impresión. Realmente estaba viendo hombres-perros y hombres-gato ahí, caminando como personas, manipulando armas y vestidos como una tribu indígena. Desde luego este mundo no dejaba de sorprenderle cada vez más.
- ¿Estás seguro que son reales? - preguntó sin dejar de mirarlos - ¿No tienen algún tipo de disfraz o algo parecido?
- ¡En absoluto! ¡Son reales completamente! - confirmó sonriente - Alguna vez hay alguna pelea sin importancia, dados que son perros y gatos de todos modos... pero obedientes y leales.
- Ya veo... entonces no hay problemas... - él recogió su cigarrillo del suelo.
- Por cierto... - Escipión miró hacia los lados - ¿Y la señorita?
- Beretta es perezosa y no le gusta madrugar - admitió el almirante - Seguramente siga durmiendo.
- Pss, encima de molesta, vaga - Naoshi puso una mueca molesta.
- No creo que a ti te moleste mucho - el almirante seguía mirando a los furros.
- ¿Bromea? ¡Siempre la toma conmigo! - contestó molesto.
- ¿Y realmente te molesta y ofende su comportamiento o te transmite curiosidad? - él se volvió a encender el cigarrillo, que se apagó al caer.
Naoshi alzó una ceja ante esa pregunta y luego dio un bufido sin querer decir la respuesta, clara para él.
- Teniente, soy un hombre y he tenido su edad - confirmó dando una calada - Salvo que nunca me he encontrado con una mujer así, salvo ahora. Nuestros tiempos y los suyos no son los mismos, pero comprendo qué es lo que pasa por su mente. Tal vez debas ir a despertarla si quiere desayunar con el ejército.
- ¿¡Yooo?! - preguntó señalándose - ¡Yo no voy a entrar al cuarto de una mujer mientras duerme! ¡Que vaya Escorpión!
- Yo no molestaré a la diosa Belona en su descanso ni aunque la vida me lleve en ello - confirmó seguro.
- Ella no se molesta si la despiertas, te lo aseguro - el almirante veía como se organizaban para ir a cazar - Depende como la despiertes, claro.
- ¡Si no es que me moleste despertarla, es por cómo me la puedo encontrar! - admitió sonrojado y gritando.
Ambos adultos le miraron a la vez.
- No te hemos dicho que tengas que entrar - el almirante dio una pequeña sonrisa.
Naoshi gruñó nervioso y les dio la espalda, caminando enfadado hacia el pasillo de los aposentos levantando mucho los pies. Una vez quedaron los dos solos, Escipión admitió.
- Es un buen chico, después de todo...
- Sin duda - el almirante se quitó el cigarrillo de los labios - ¿Y cómo es que te tiene por estratega? No dudo de su capacidad ni mucho menos, pero me cuesta creer que sólo con su temperamento le haya... doblegado al protector de Roma.
- Sinceramente, la señorita me preguntó lo mismo - contestó mirando a las tropas - Empezó pateándome la cara, eso es así... y después de todo, me di cuenta de lo que tenía delante. Un líder inexperto delante de un ejército... oh, tengo un símil bueno para eso - dijo con una sonrisa - Ese ejército es como el mar, enorme, tranquilo y sosegado... y este chico es como el viento y las tormentas, que provocan que el mar se vuelva bravo y tome un rumbo. Pero a este viento y a esta tormenta... le falta un guía, que es donde entro yo.
- Es buen símil - confirmó el almirante tranquilamente - Pero déjeme decirle que en realidad lo que ocasiona el movimiento de los mares y las mareas son la luna y el resto de los astros. El viento influye, claro, pero no es el causante.
Escipión tenía los ojos abiertos mirándole, y luego elevó la vista al cielo.
- Entonces... ¿las estrellas son las causantes de la bravura del mar?
- Exactamente - él asintió sin mirarle - Cualquier navegante debe saber eso, aunque comprendo que en su periodo aún quedaba mucho para llegar a descubrir eso.
Escipión se sentó lentamente en el suelo, dejando los pies colgando por el borde, procesando esa información tan increíble. El almirante dio una pequeña risa cerrando los ojos, observando el poder del conocimiento.
*
Al rato, después de esto, Beretta apareció saliendo por el garaje con mala cara, una de enfado, mientras se ponía su cinturón y se sujetaba los pantalones. Luego dio un bostezo sin quitar su ceño fruncido y bajó hasta la playa donde estaba el resto del ejército, que estaban mirando unos antiguos uniformes que había dentro del portaaviones que seguramente les quedaran bien.
En lo alto del portaaviones, al lado del almirante y de Escipión, Naoshi había vuelto... con un chichón en la cabeza. Parece que golpear la puerta gritando el nombre de la chica como si estuviese levantando a un soldado perezoso no era la mejor manera de despertar a una dama, pues ella abrió la puerta y le golpeó con gran molestia con la culata de la metralleta en la frente para que se callase. Con esto, el pobre teniente aún no sabía por qué tenía ese mal humor. El almirante y Escipión se miraron de reojo.
- Deberías disculparte si aún no lo has hecho - aconsejó el mayor.
- ¡Con todos mis respetos, señor, y un cuerno! - maldijo Naoshi - ¡Es ella la que me ha golpeado!
- Pero a las señoritas no hay que tratarlas de esa manera... - Escipión suspiró - Mucho menos a ella...
- ¿No viene de un mundo donde hombres y mujeres son iguales? - replicó él con una sonrisa de lado - Si eso es lo que tengo entendido, entonces que no se moleste si la llamo como a un soldado raso.
- Es cierto lo que dices del mundo de Beretta - confirmó el almirante - Pero lo primero, ella es mi socia, así que tiene mi mismo poder en lo que al mando se refiere. Y segundo, si ella viene de un mundo donde todos se tratan por igual, lo mismo hará contigo que con cualquiera al que no respete, claro.
- Encima no me respeta, que maldita mujer... -se quejó él entre dientes.
- Le pegaste en su hermoso rostro - Escipión se cruzó de brazos - Nadie respeta a un hombre que golpea a una mujer.
- Repito, teniente - el almirante se encontraba serio con las manos a la espalda - Debería disculparse. Y con algún regalo u obsequio.
- ¿Y qué hago? ¿Le regalo un hombre-gato para que lo acaricie cuando quiera? - preguntó alzando una ceja - A las mujeres les gustan los gatitos, ¿no?
- No se si un gato bípedo de dos metros de alto es la solución - el almirante giró los ojos con disimulo.
- Nadie conoce mejor que yo el tema de los obsequios y regalos hacia la diosa Belona - Escipión dio una sonrisa animada con los ojos brillantes - Llevo años haciéndolo. Escúchame atentamente si deseas ser perdonado.
Naoshi le miró con curiosidad, esperando realmente una buena idea.
- Sacrifica un cordero recién nacido en su nombre y ofrécele su sangre - contestó él con la misma ilusión - Si quieres que ella esté agradecida, sacrifica un toro también.
- ¿¡Y de dónde mierda voy a sacar yo un cordero y un toro aquí?! - le gritó.
- Teniente, como haga eso, Beretta no le vuelve a dirigir la palabra en la vida - el almirante suspiró.
- ¡No tenía tampoco intención!
Naoshi suspiró. Luego se levantó y se sacudió la ropa mientras la veía a ella estar con el ejército de furros, ayudando a algunos a colocarse la ropa. Entonces, teniendo una pequeña idea de lo que podría regalarle, bajó del portaaviones y fue corriendo por la playa levantando arena a su paso hacia el interior del bosque. Beretta le miró desde lejos, mientras ayudaba a un hombre-perro a subirse la cremallera del uniforme sin que se le pillase el pelo en ella.
Llegando Naoshi por medio del bosque y mirando hacia los lados, murmuraba frustrado mientras buscaba por el suelo. Tras unos metros, cerca de una pequeña ladera, encontró lo que buscaba, y recogiéndolo volvió a la playa pensando en cómo se pedía perdón a una señorita.
Ahí, Beretta intentaba meter la mano de un hombre-gato dentro de un guante de cuerpo ajustado, y el híbrido se quejaba de que le apretaba y no le gustaba.
- Venga, te acostumbrarás rápido - animaba ella - Se ajusta a la piel, no aprieta...
- ¡No me gusta, quítamelo! - se quejó - ¡No puedo sacar las garras!
- Si puedes, no seas mentiroso, le he hecho agujeros en las yemas - ella le agarraba la muñeca mientras le metía el guante.
- No me gusta, aprieta mucho!
Y cuando el híbrido retiró la mano para soltarse de Beretta, hizo un movimiento involuntario con la otra, dado su instinto animal de golpear a su rival, arañando a Beretta en la mano y rompiendo un poco su guante. Ella se miró las dos finas rayas rojas que empezaban a picar un poco en el dorso de su mano, y el hombre-gato se dio cuenta de lo que había hecho. Justo cuando le miró el rostro para disculparse, sus orejas se bajaron drásticamente y sus pupilas se dilataron.
No era por culpa de Beretta, que ella estaba tranquila y frotaba su herida con su chaqueta, sino porque detrás de ella, su Dios del Cielo le miraba con una ira incontenida, pareciendo que a su alrededor ardía el mismo infierno.
- ¿¡Cómo te atreves a levantar la mano contra alguien que te quiere ayudar, eh, maldito minino?! - le gritó corriendo hacia él - ¡Te voy a arrancar las garras una a una y así vas a aprender que no se araña a las mujeres!
El gato dio un maullido agudo erizando su cola blanca completamente y huyó a cuatro patas, molestándole las botas, mientras que Naoshi iba detrás de él. Beretta los miró con tranquilidad, y luego suspiró. Su herida no era para tanto, pero no quería interponerse en nada así para llevarse otro golpe o zarpazo. Simplemente, los ignoró y se marchó con otro grupo que parecía más tranquilo.
Se sentó en el suelo con unos hombres perros que miraban unas armas de fuego, intentando aprender cómo usarlas, y eso a ella se le daba muy bien.
Al rato, Naoshi volvió escondiendo una mano a su espalda, y la miró a su lado, viendo lo que hacía con los hombres-perro. Estaba un poco nervioso, y cada vez que Beretta le daba la espalda, indicaba con su mano libre a sus soldados que se marcharan de ahí. Ellos, temerosos de una de sus celestiales regañinas y peleas, se marchaban sin decir nada ni pedir explicaciones. Beretta los miró y suspiró.
- Parece que no enseño muy bien... - murmuró en voz baja recogiendo la munición del suelo.
- Son ellos, que son tontos - Naoshi se sentó como a metro y medio de ella, mirándola de reojo, poniendo una excusa al comportamiento de sus soldados - Pero... enseñas bien...
- ¿Tú crees? - ella le miró, pareciendo un poco más desanimada que de costumbre, algo de lo que Naoshi se sentía culpable.
- Eh, si si, claro... - él no la miraba, algo nervioso, y eso Beretta lo notaba.
- ¿Quieres decirme algo? - preguntó tras un pequeño suspiro.
Antes de que terminara su pregunta, Naoshi sacó con rapidez la mano de su espalda y se la ofreció. Tenía en el puño cerrado tomado con fuerza el tallo de una margarita a la que le faltaban dos pétalos, pues había corrido detrás del hombre-gato agarrando la flor y había sufrido sus consecuencias. Naoshi no la miraba, y en su cara se notaba un sonrojo y una expresión de molestia y vergüenza a la vez, pues era la primera vez que le regalaba una flor a una chica.
- ¿Y esto? - preguntó Beretta acercándose curiosa.
- Eh, de perdón, es eso... - murmuró sin mirarla - Ya sabes, perdón y eso por... - él profundizó su sonrojo - ¡No me hagas decirlo, lo sabes!
- Pero si no te estoy forzando a hacerlo... - ella sonrió sentándose más cerca - Pero me están dando ganas de hacerlo al verte así de tímido...
- ¡N-No fastidies! - dijo molesto, aún sin mirarlo.
Ella sacó despacio la flor de su cerrado puño, teniendo el tallo doblado y perdiendo otro pétalo. La flor estaba destrozada, pero Beretta le miraba como si fuese algo realmente hermoso y valioso.
- Es preciosa... me gusta mucho... - dijo ampliando una tierna sonrisa - Gracias, Naoshi...
Naoshi se giró a mirarla, viendo la flor rota en su mano y se dio un golpe en la cara, maldiciendo.
- No, esa ya no vale - se quejó - Tírala, te conseguiré otra que esté bien.
- No, a mí me gusta esta - dijo retirando la flor de su alcance - Siempre hay que guardar muy bien los regalos de los demás.
- Pero te puedo dar otra que no esté...
- Que yo quiero esta, es la primera... - dijo poniendo puchero mirándole - Me gusta esta...
Él bufó molesto, sin comprenderla.
- Está bien, como quieras, pero me considero perdonado. Que lo sepas - dijo con algo de orgullo.
- En mi mundo esto es un enorme regalo... algo ilegal, casi... - dijo acariciando uno de los pétalos con una sonrisa.
- ¿Cómo va a ser ilegal regalar flores? - preguntó molesto - Tu mundo es raro.
- Mi mundo va a la ruina inminente... - dijo con un suspiro mirando la flor - Todas las flores están en inmensos invernaderos subterráneos donde se polinizan entre ellas y el oxígeno resultante sube a la atmósfera... pero en la tierra no hay flores... es ilegal sacar flores de los invernaderos... - ella sonrió con tristeza.
- ¿Es la primera flor que te regalan? - preguntó.
- Sí, y la más bonita que he visto - ella sonrió mirándole - La guardaré como un tesoro, ¡muchas gracias!
Y con ello y un chillido de felicidad, saltó encima de Naoshi tirándolo al suelo abrazándolo mientras estaba sentado. Él se sonrojó y quiso apartarla de su abrazo, pero ella le dejó un sonoro beso en la mejilla que le tensó y paralizó por completo, muerto en vergüenza.
*
Mientras que Beretta se divertía en la playa con Naoshi y el resto, sabiendo que tenía que regresar con los demás Drifters inminentemente, dentro de la base de estos, en una de las salas de reuniones, habían varias sillas despegadas de la mesa, indicando que había habido personas sentadas y luego no las pusieron en su sitio al marcharse. En la solitaria habitación, sólo quedaba una persona, sentada en una de las esquinas, presidiendo la mesa. En el centro de esta, la carta que recibió Toyohisa, que ni siquiera podía mirar.
Haruakira alzó la cabeza, quitándose las manos de la cara, con gesto agobiado, como si se hubiese enfrentado a una dura sesión que le había destrozado por completo en cuanto a moralidad se refería.
- Beretta... - murmuró moviendo una pie nervioso - Ojalá pudiera decirte de alguna manera de que no volvieses... pero fuiste tan tonta de no llevarte una de las esferas.
Luego se levantó lentamente, con un suspiro, y recogió la carta sin mirarla, mientras caminaba a la salida.
- No sé como voy a contarte esto cuando vuelvas... de verdad, no quiero que vuelvas...
Él agarró las puertas del balcón para cerrarlas, mirando al soleado día con sus ojos oscurecidos por las ojeras de la noche anterior y del cansancio mental que tenía.
- No vuelvas, Beretta... ojalá pudieras oírme...
Y tras esta súplica, cerró el balcón y se marchó a intentar descansar.
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