Capítulo 11: Sangrienta reunión
Han pasado dos días desde la pequeña cena de los Drifters, y ahora Beretta se encuentra en la forja. Ayuda a los enanos con todo lo que puede, y también tiene interés en ver cómo se utiliza una forja antigua, pues no dispone de mucho más para trabajar.
Los enanos trabajan bien y constantemente, y le preguntan dudas sobre el funcionamiento de algunas piezas o el tipo de aleación que les vendría bien a cada una y se han acostumbrado a la presencia femenina en la forja. Pero a lo que no se acostumbra Beretta es al horrible calor que desprenden los hornos. Suele trabajar con sus pantalones y botas porque no le queda más remedio, además de su top negro y unos guantes muy gruesos.
Los enanos no paran de decirle que puede quemarse yendo tan descubierta, pero Beretta insiste en que prefiere quemarse que a asarse lentamente. Le gusta jugar con fuego de muchas maneras. Tras dar unos martillazos a un hierro candente para ablandarlo más, se quitó el sudor con el puño.
- ¡Qué calor, no me canso se decirlo! - se quejó - Lo único bueno es que esto es una sauna y así pierdo peso.
- ¿Perder peso? ¿Más? - preguntó un enano a su lado.
- Sí, eso. Desde que estoy aquí me noto más pesada... he aquí la prueba - dijo agarrando con su mano enguantada un trozo de carne de su cadera - La comida de aquí alimenta mucho más que la de mi mundo.
El enano no supo qué decir y miró lo que estaba haciendo en el yunque. Tenía una pieza de acero muy fina y larga con un mango de metal.
- ¿Estás haciendo un cuchillo? - preguntó.
- Parecido pero no - dijo metiendo su pieza en agua, saliendo mucho vapor - algo que va a mejorar mucho los mosquetes.
Luego le dio con una lima a los bordes, comprobando que el acero estaba duro, y procedió a afilarlo. Se le había ocurrido durante la noche intentar hacerlo para los mosquetes, y realmente estaba muy emocionada porque le saliese, pues sería su primera obra en una verdadera forja.
Mientras afilaba su prototipo, Toyohisa, Nobunaga y Yoichi aparecieron por el portón de la forja. Los tres hicieron un gesto agobiado ante la ola de calor que les llegó de repente.
- ¡Vaya, vaya! - indicó el mayor mirándolos a todos - ¡Veo que la forja está a temperatura máxima!
Nobunaga miró a Beretta dándole la espalda, que con el ruido del afilador no podía oirles ni se había dado cuenta de su llegada. Luego paseó la vista por todos los mosquetes listos, viendo a otros enanos que se encargaban de montarlos.
- ¿Habéis hecho las piezas de tipos en tipos y ahora las montáis de golpe? - preguntó acercándose a la mesa.
- Oh, eso fue idea de Beretta - dijo Toyohisa agachándose hacia la mesa.
- Si, es cierto - confirmó un enano - La señorita Beretta nos ha enseñado a montar y desmontar, y nosotros la enseñamos a trabajar con una forja de carbón. Dice que en su mundo no hay.
- Deberíais ver los enfados que le dan cuando se le apaga el carbón - rio otro recordando - Ahora está afilando algo que ha hecho muy orgullosa, dice que es su primer arma blanca.
Beretta dio un chillido con un sobresalto que asustó a todos en la forja.
- ¡Que me he dado con el afilador! - gritó sacudiendo su dedo.
Un enano suspiró. Beretta se quitó el guante roto mirando su dedo herido.
- Nadie es armero ni herrero si el afilador no prueba su sangre.
Toyohisa se acercó a Beretta, y agarró su muñeca mientras la sacudía. Ella se sobresaltó, pues no se lo esperaba ahí, viendo con curiosidad la herida de la yema de su dedo, de la que brotaba sangre.
- Ah, perdón... - se excusó con una pequeña sonrisa - Es un aparato difícil de manejar y esto que estoy afilando es bastante fino y...
Toyohisa movió su mano sin dejarla terminar y abrió su boca para meter su dedo ensangrentado dentro. Beretta levantó las cejas dejando de hablar con la boca levemente abierta. ¿Pero en serio... le estaba chupando el dedo?
Toyohisa había presionado fuertemente la lengua en su herida, llenando de saliva la zona que tenía que limpiar, como si fuera algo natural para él. Beretta parpadeó, notando la calidez de su boca y que el dolor empezaba a hacerse más llevadero. Relajó su cara mirándole con su sonrisa de medio lado. Ese samurái podría sorprenderla aún.
- Vaya, vaya... - dijo poniendo su melosa voz - Al final no son sólo las manos lo que tienes áspero...
Él sacó su dedo de la boca y observó la herida limpia de sangre.
- Tienes que tener más cuidado, podrías haberte cortado un dedo... - le sugirió.
- Intentaré tenerlo... - dijo sonriendo y moviendo el dedo - Pero te recuerdo que soy un poco torpe... a lo mejor vuelve a pasarme...
Cuando Toyohisa asintió y le dio la espalda para volver con los demás, Beretta se miró el dedo. El corte no era profundo, pero era una zona delicada y molesta. Con una sonrisa y dándole la espalda al resto, se metió el dedo herido en su boca, retomando la tarea que Toyohisa dejó a medias mientras inspeccionaba su trabajo. Tras unos segundos, habló.
- ¡Terminé! - gritó ella girándose con su preciado objeto en las manos - ¡Y es preciosa!
Ella fue a la mesa y dejó su creación sobre la mesa con mucho orgullo. Todos se acercaron a ver qué era.
Aunque parecía algo insignificante, Beretta lo mostraba con alegría y satisfacción. Nobunaga lo agarró y miró no muy convencido.
- Esto... eh... felicidades por hacer un clavo... - dijo mirando la punta.
- Un clavo es lo que te voy a meter en el ojo que te queda - contestó enfadada quitándoselo de las manos - Esto, querido Nobunaga, es una bayoneta para un mosquete.
- ¿Bayoneta? - preguntó Yoichi.
- Bayoneta - confirmó ella tomando uno de los mosquetes que estaban terminados - No se aún que estrategia vais a usar con los mosquetes, pero he pensado que estaría bien tener algunas. Como un soldado aprendiz al usar un mosquete es lento a la hora de cargarlo porque debe ser cuidadoso, queda expuesto durante mucho tiempo, las bayonetas sirven para defenderse.
Apoyó la culata en el suelo y encajó la bayoneta en la punta del cañón del arma, apretando y ajustando bien. Luego la colocó en posición.
- Así, mientras la mitad de los soldados se toman su tiempo en recargar sus armas, la otra mitad está cargada y lista para defenderse tanto a ellos como al resto a media distancia en la trinchera, pues con lo largo que es el cañón puede parecerse a una lanza pequeña, pero más pesada.
Nobunaga lo tomó mirándolo, y apuntó con él. No le molestaba para disparar y no hacía que pesara la punta.
- Está muy bien pensado... - tuvo que reconocer.
- Y además es algo muy simple que soluciona un punto débil - confesó Yoichi.
- ¡Decidido! - Toyohisa dio un golpe con su puño a su palma de la mano - ¡Hagamos más Bayorettas!
- Bayonetas... - corrigió Beretta en voz baja, pero lo suficiente para oírle.
- Pero las has hecho tú, ¿No? Son tuyas.
- El caso es que la bayoneta existe, no la he inventado yo - admitió - Aunque es muy lindo tu gesto de querer ponerle mi nombre a algo que acabo de hacer.
- Entonces, ¿A qué le podemos poner Beretta? - preguntó con una sonrisa cambiando de tema.
- Es que... Beretta también existe... - ella dio una sonrisa triste - Es un nombre de una marca de armas de fuego... y mi nombre es demasiado feo e inútil para bautizar algo con eso.
- ¿Beretta no es tu nombre real? - preguntó Toyohisa más impresionado.
Ella negó suavemente con algo de tristeza. Mientras Nobunaga disfrutaba del mosquete y su bayoneta contra un muñeco de paja, Beretta se señaló la mejilla derecha, indicando su número.
- Aquí está...
Yoichi y Toyohisa se acercaron más a su cara, sin terminar de creerlo.
- ¿Tu nombre es un número? - preguntó Yoichi.
Ella asintió pesadamente.
- ¿Y por qué lo llevas tatuado en la cara con tus tatuajes honoríficos? - preguntó Toyohisa.
Beretta sonrió un poco, viendo que recordaba lo que le había dicho que era.
- Para que los demás te identifiquen rápido...
- ¿Pero por qué un número? ¿No tenéis nombres más... normales? - Yoichi seguía preguntando.
- Esa es otra historia no muy bonita de escuchar... - ella dio un suspiro e hinchó el pecho - Luego os la digo si tan empeñados estáis en saberlo.
Nobunaga volvió con ellos, feliz con su mosquete y sin soltarlo.
- Ne, Toyo. ¿No crees que esta muchachita se ha ganado venir con nosotros a la reunión de hoy? - preguntó con una sonrisa.
- ¿Reunión? - preguntó Beretta.
- Tenemos una reunión con dirigentes de Orte - contestó Toyohisa - Queremos que acepten que los Drifters estarán al mando de sus ejércitos, y para eso tenemos que mostrarles nuestros avances.
- Tú acabas de solucionar un problema importante, jovencita, he aquí la prueba - Nobunaga le devolvió el arma - Por eso deberías venir. Eres la que más sabe de tecnología y armamento.
- Pero... yo realmente... odio la política... - admitió - Se me da mal, no la entiendo, voy a hacer el ridículo si me preguntan - ella se recogió el cabello en un moño alto, pues no podía más del calor - A mí me da igual que me miren o se molesten conmigo, pero os puede repercutir a vosotros.
- Contesto yo, florecita, contesto yo por ti - Nobunaga sonrió cínicamente - Puedes entrar y sentarte, formando parte del mobiliario.
- Como hago yo, por ejemplo - Yoichi sonrió levantando el pulgar.
- Exacto. Ahora salgamos de aquí, este calor es horrible...
- Uff si... - Beretta se abanicó con su propia mano - Un minuto más aquí y me tiro de cabeza al barril de agua donde templamos el acero.
Dejando que Beretta se marchara a sus aposentos para darse una ducha de agua fría, los tres marcharon hacia la puerta del edificio contiguo, donde Haruakira les esperaba hablando con otro Octobrist. Este, al ver llegar a los otros tres Drifters, se despidió y marchó.
- Si estamos listos podemos subir, pronto comenzará - indicó.
- Tenemos que esperar a Beretta - Toyohisa miró hacia el edificio de habitaciones.
- ¿Habéis invitado a Beretta? - preguntó extrañado.
- La señorita ha cubierto en un momento un punto flaco que tenían los mosquetes - comentó Nobunaga con una sonrisa, mientras imitaba a un objeto punzante con un dedo - Lo hemos considerado necesario comentar en la reunión y le hemos dejado de premio unirse.
- Estas reuniones deberían ser un castigo, no un premio... - Toyohisa comentó mirando aburrido la fachada del edificio, mientras se rascaba la nuca suavemente.
Nobunaga le miró con una mueca en los labios. Era uno de los puntos débiles de la gestión de Toyohisa, pero para eso estaba él, para discutir con el Conde lo que hiciese falta.
Cuando Beretta apareció caminando con la chaqueta atada a la cintura y el pelo algo mojado, entraron dentro del edificio, en busca de una de las salas más grandes. Cuando Toyohisa abrió el portón a dos manos, se encontraron dentro a varias personas de edad avanzada y con una seriedad tediosa, que los miraron como si fueran bichos raros o tal vez sin importarles demasiado al considerarlos peones de batalla, pero no faltaron las malas miradas y los comentarios susurrantes al ver que entraba una mujer de aspecto tan desbocado y provocativo con ellos.
Ella se dio cuenta, y girando los ojos sabiendo que esto iba a ser muy aburrido e insoportable, se sentó en una de las sillas que apegaban a la pared, al lado de Yoichi, alejada de los hombres que seguían mirándola como si fuera un objeto que resalta... pero porque no debía pertenecer a ese ambiente.
Se sentó de brazos y piernas cruzadas, con una actitud claramente molesta, pero con la barbilla alta, orgullosa. Si les molestaba su presencia, iban a tener que acostumbrarse, pues a una invitada no se le trata así. Notó la mano de Yoichi darle suaves toques en el brazo y se giró a mirarle. Él le sonrió.
- No te preocupes, entiendo que te ocurre - admitió.
- ¿Seguro? - preguntó en voz baja.
- A mi me confundieron con una mujer en la primera reunión a la que asistí con ellos. Pero contigo... no hay confusión ninguna.
Tras esas palabras, miró fugazmente su pecho que pronunciaba ella al tener los brazos cruzados y volvió a mirar al resto.
El Conde tenía un sitio asignado presidiendo la mesa, pero no se sentaba. Toyohisa y Nobunaga permanecían de pie, y Haruakira se sentó al otro lado de Beretta, cruzando las piernas y apoyando su mentón en el puño.
- No tienen en absoluto buena cara... - susurró.
- Vaya día bueno entonces... - Beretta contestó sin mirarle - Seguro que es por mí...
- Puede ser, pero no te vas a marchar, a menos que tú quieras. Nadie te va a echar.
- Ya lo que me faltaba... - dijo girando los ojos.
Comenzó la reunión. Como siempre, Nobunaga y el Conde eran los que más hablaban, debatiendo y comparando, mientras que el resto se dedicaba a observar, hablando de vez en cuando, y aportando cosas insignificantes. No transmitían respeto, pues ya se creían más que nadie y que estaban haciendo un gran esfuerzo al tener su presencia ahí.
Beretta había cambiado su postura a una más relajada, sin descruzar las piernas, mientras que con una mano se acariciaba un mechón de su cabello, y con la otra, bajada y escondida entre el hueco de su silla y la continua, combatía contra Yoichi en una batalla de pulgares sin que se notara mucho. Al joven samurái le había parecido gracioso e interesante ese juego a escondidas, pues no hacían ruido ni sus caras podían mostrar ninguna emoción, lo que lo hacía algo arriesgado. A Yoichi le gustaba, pero más por el hecho de que podía estar tomando su mano un rato con una escusa bastante buena.
Fue entonces cuando Beretta prestó más atención al escuchar el motivo por el que se encontraba en esa reunión.
- Aquí les presento a nuestra querida Beretta - mostró Nobunaga con una mano, haciendo que todos la mirasen - Ella es una ayuda muy preciada, pues viene de un futuro muy, muy lejano en el que la tecnología y el armamento dominan el mundo. Sabe fabricar tanto armamento como munición, aunque ahora mismo necesita aprender a manejar un forja antigua, que no es compatible con su época. Aún así, esta misma mañana ha fabricado esto - dijo colocando sobre la mesa la bayoneta, haciendo que los hombres lo miraran con desinterés al ser sólo un fino objeto punzante que no destacaba.
- ¿Y se puede saber qué es eso? - preguntó uno - Cualquier armero puede hacer uno de esos.
- Esto es una bayoneta. Sirve para colocarlo en la punta de los mosquetes para convertirlas en armas defensivas una vez disparadas. Y sí, cualquier armero puede hacerlo - dijo desafiando al hombre poniendo las dos manos en la mesa y agachándose - Pero a ninguno se le ha ocurrido salvo a ella.
El Conde tomó la bayoneta con dos dedos, y apoyándola en su palma, acarició su estructura fina y suave. De lo simple que era, llamaba su atención de sobremanera.
- No es para tanto - aclaró otro - ¿Acaso un clavo largo en la punta de un mosquete va a ganar una guerra?
- Aquí no se trata de que este "clavo largo" como usted le llama gane la guerra - aclaró el Conde volviendo a ponerlo en la mesa - Se trata de que esta arma entra muy bien en la zona del cuello o los ojos en las armaduras que portan los miembros de la infantería del Rey Negro. Es un punto débil en su armadura, difícil de acertar con un disparo y donde una espada no cortaría la cabeza de tajada, ni donde se clavase sin dañarse el filo.
- Sigue siendo un clavo - añadió el mismo más mosqueado.
- ¿Acaso tengo que incrustarle diamantes para que le guste más? - Beretta se levantó molesta de la silla - Por si no se ha dado cuenta, señor, se trata de la guerra, y en una tierra pobre como esta, se trata de conseguir con la menor cantidad de material los mejores resultados válidos. La bayoneta no gana guerras, salva vidas.
- ¿Viene usted a darme lecciones de lo que es una guerra, señorita? - le desafió el mismo apoyándose en la mesa.
- No quiero darle lecciones a nadie, pero usted no tiene pinta de haber participado en ninguna. Y esas personas son las menos aptas para hablar de la guerra. Sí, como ha dicho usted, es un clavo. Hay más tipos de bayonetas, con forma de cuchillo, con punta de flecha... pero aquí estamos hablando de que nuestros hombres usan mosquete, un arma de fuego que mide metro y medio de largo y pesa 14 kilos. Con lo que cuesta cargarla y apuntar, cosa que usted parece que no sabe, una bayoneta más grande lo único que hace es darle un peso extra en la punta aumentando la probabilidad de fallo.
Beretta quería mantener la compostura, hablar educadamente y demostrando que dominaba lo que hacía, que todo tenía un por qué, y que unos viejos amargados no iban a minarle la moral. Sin embargo, lo que no quería era defraudar a los demás, diciendo algo comprometedor o que se molestasen con ella.
No solía callarse las cosas... pero había algo... algo que no podía ver ni localizar en esa sala que le ponía la piel de gallina. Era una presencia odiosa y conocida. Algo aturdida, retrocedió de nuevo hasta su silla, sentándose despacio, mientras que Haruakira y Yoichi le miraban algo preocupados por la cara que tenía.
- No te preocupes, Beretta - le animó Yoichi en voz baja - Lo has defendido muy bien.
Pero ella no alcanzó a oírle. Seguía observando la habitación, notando como esa presencia se movía de un lado a otro, como si fuera un ser invisible. La mano de Haruakira apretando su brazo le hizo prestar atención.
- Tú también lo notas, ¿verdad? - susurró - Es algún tipo de hechizo, magia que desconozco...
- Es él... - susurró Beretta cuando sus pupilas se dilataron al localizar un reflejo de unas redondas gafas pequeñas y el baile de un largo cabello al aire - Es ese cabronazo...
- No te alteres... - volvió a susurrar - Que no te vea débil.
La presencia se extendió por toda la sala, dándose cuenta todos los Drifters de que había algo en el ambiente que no iba bien, cosa que no detectaban ninguno de los sentados a la mesa. Finalmente, uno dio una sonrisa de lado con la mirada baja, y comenzó a hablar.
- ¿No nos hemos dado cuenta, caballeros, que estamos hablando de unirnos a una guerra... y nuestros proveedores no saben ni con la clase de gente con la trabajan?
Esa pregunta hizo que todos los de la mesa le mirasen, con más o menos atención, pero los Drifters cambiaron su expresión a una más seria.
- ¿De qué estás hablando?
- Son personas extrañas, todos coincidimos en ello - dijo levantando la cara, demostrando una mirada muerta - Personas que quieren gestionar lo que es nuestro... ¡y luego somos nosotros los que tenemos que darle ejército a ellos! Por favor... - dijo dando una sonrisa que Beretta conocía muy bien - Pero si tienen a una mujer encargándose de las armas...
Ese comentario hizo que Beretta se pusiera en pie de un salto, pero Haruakira y Yoichi le agarraron de los brazos obligándola a sentarse. Ella ya sabía que el mago de Rasputín estaba poniendo esas palabras en boca de uno de los más influyentes de la mesa, y que ese comentaría había sacado algunas sonrisas y gestos afirmativos con la cabeza en algunos de los presentes.
- ¿De verdad vamos a dejar que un grupo así nos quiera dominar con la promesa de liberar Orte? - preguntó esa marioneta extendiendo los brazos con una sonrisa - Ni siquiera ellos mismos saben de quiénes se componen... de qué época vienen... o si antes de ser Drifters, pertenecían a otro lugar...
Las pupilas de Beretta titilaban nerviosas y enfadadas, a la vez que se mordía el labio por no insultar ni blasfemar. ¿De verdad era tan necesario meterse con su género para humillar a alguien? Y lo más importante... ¿de verdad le odiaba tanto como para ahora mismo dejar caer que ella puede ser una traidora, aquí, delante de la mitad de los Drifters? El Conde entrecerró los ojos, y luego se sobresaltó al descubrir al manipulador de marionetas.
- ¡Rasputín! - gritó - ¿Pero cómo osas a entrar a una reunión privada en la guarida de tus enemigos?
- No sería el primero que lo hace... - habló, y tras eso, soltó una risa.
- ¡Deja de ser tan incongruente? - dijo dando un puñetazo a la mesa - ¿Tan poco cuentan los Ends contigo como para que metas las narices en sitios donde no eres bienvenido?
- Eso no es punto del día - él siguió hablando con su marioneta - Aunque podríamos decir que... - la marioneta miró a Beretta fijamente - aquí se cuenta demasiado con la ayuda de alguien que no...
Otro golpe resonó con fuerza en la mesa, pero esta vez no era ni una mano, ni un puño. Era un pie. Toyohisa se había subido a la mesa con muy mala cara, pues su cabello tapaba sus ojos, dejando ver su rostro entre las sombras y un único ojo brillante que tenía vigilado a su presa mientras se colocaba delante de él sobre la mesa.
- ¿Toda la reunión escondido como un tímido ratoncito sin decir nada...? - dijo agravando la voz - Y cuando te dignas a aparecer y a abrir la boca... ¡dices semejante tontería!
Tras eso, golpeó al hombre dándole una patada en la barbilla, haciendo que Rasputín, detrás, se sobresaltase con miedo al ver volar delante de sus ojos restos de saliva y sangre. Luego bajó la pierna y siguió machacando la cara del hombre, aplastándola bajo su peso, sin ningún tipo de escrúpulo, haciendo que el rostro de Rasputín se torciese de horror al escuchar cómo se rompía su nariz o cómo perdía los dientes uno a uno mientras se desfiguraba su cara.
Tras una última patada, Toyohisa levantó su pie para ver cómo había quedado, afirmando que aún respiraba, pero ninguno de los presentes hacía nada por ayudarlo. Luego levantó su mirada oscura, con un toque de platino macabro que aparecía cuando entraba en acción, y levantó su cara salpicada de sangre hacia Rasputín.
- Esto es lo mínimo que pienso hacerte a tu cabeza como vuelvas a hacer o decir algo parecido a lo que acabas de hacer - amenazó - ¿Entendiste o sigo golpeando?
- ¡Monstruo! - le gritó Rasputín retrocediendo - ¡Sois una manada de locos sádicos, desde el primero hasta el último! ¡El Rey Negro mandará un ejército pronto para convertir esta ciudad a cenizas y mataros! - luego miró hacia Beretta, que seguía siendo agarrada y le miraba con odio - ¡Y tú serás la primera en caer! - maldijo señalándola - ¡Nadie está preparado para ganar una guerra contra nosotros y os vais a enterar de la peor manera posible!
Tras esa amenaza, desapareció sin dejar rastro en la sala, llevándose su angustiosa presencia con él. Haruakira y Yoichi notaron que los brazos de Beretta temblaban aún, y cuando el menor quiso calmarla, el Octobrist se levantó con ella.
- Salgamos de aquí - dijo - Vamos a que te de el aire...
Y sin mirar a nadie y sin dejar que ella viese el rostro desfigurado del hombre, salieron de la sala de la reunión. Una vez fuera, sin que nadie les pudiese oír, caminaron despacio hasta un banco al final del pasillo.
- Siéntate aquí - le dijo él - Iré a la cantina a traerte algo fresco de beber.
- Haruakira... - susurró ella, agarrando la tela de su uniforme - Por un momento ha estado a punto de...
- Sí, lo sé - dijo poniendo sus manos sobre sus hombros - Quería revelar tu identidad a todos, pero no ha encontrado el momento. Sólo es un charlatán. Relájate, al final ha salido todo bien - luego él se incorporó - Ahora vuelvo.
Y tras eso, se fue a paso ligero por las escaleras. Beretta miró a sus pies callada. Ver a Rasputín le había causado una ansiedad desconocida para ella, pues por un momento, pensó ser descubierta. Al abrir los labios y dar un suspiro, notó un sabor metálico en su boca. Al pasarse un dedo por su labio inferior, vio su dedo manchado de sangre. De la rabia y la impotencia, ni se había dado cuenta que se estaba mordiendo el labio demasiado fuerte por callarse.
- Maldita sea... - susurró seriamente sentada y se dio una pequeña lamida en el dedo.
Delante de ella, alguien se detuvo, haciendo que ella mirase de reojo. Las ropas rojas y negras eran inconfundibles, además de que ahora, una de sus zapatillas venía dejando huellas de sangre por las baldosas que se iban degradando hasta llegar hasta ella. Beretta levantó la mirada, viendo a Toyohisa observarla de brazos cruzados. Ya no había ese gesto sádico ni despiadado de su rostro, sólo quedaban las pequeñas gotas de sangre.
- Toyohisa... - le llamó ella con una pequeña sonrisa - Eres lo más aterrador que he visto desde que he llegado aquí - confesó - Puedes considerarlo un cumplido.
- Sí, puede que haya sido algo brusco - dijo asintiendo - Pero llevaba rato con ganas de hacerlo con todos y cada uno los que juzgaban por su posición de vigilante a otros. No has dicho nada que no sea mentira, y me fastidia que se burlen de algo así.
- Lo comprendo, eres así de justo - ella sonrió un poco más, notando la punzada de dolor en su labio, sin importarle - Yo sólo quería comportarme para no arruinar la reunión.
- La próxima vez si quieres gritar, hazlo - le dijo seriamente - Si tienes que golpear a alguien, hazlo, y si tienes que matar, hazlo. No dejes que te infravaloren ni subestimen, a ti ni a nadie de los que te importan. Ahora estamos todos unidos en esto, y seas quién seas y de dónde vengas, eres un Drifter.
Beretta sonrió cerrando los ojos. Era algo tan bonito de escuchar y a la vez tan hiriente... pero eso sólo podía saberlo y experimentarlo ella.
- Gracias por defenderme, Toyohisa... ha sido un gesto encantador por tu parte, y la sangre que salpica tu ropa y rostro lo asegura.
Él dio una mueca más relajada y se limpió la sangre de la cara con las manos.
- Tampoco creo que haya sido muy buena idea venir a verte sin limpiarme... pero quería saber cómo estabas. No tenías buen aspecto.
- Encantador... - comentó sonriendo - Si no me hubiese afectado tanto, hasta me hubiese dado morbo verte venir lleno de sangre - confesó.
Ante eso, Toyohisa abrió los ojos confundido. Luego se frotó el pelo mirando a otro lado.
- Entonces, ¿puedo hacer algo más por ti? - preguntó el samurái.
- Pues... la verdad es que sí... - Beretta sonrió levantándose con la mirada baja, cambiando su tono a uno más provocativo, y luego le miró con su rostro seductor y travieso de siempre, mientras de su labio caía una gota de sangre - ¿Podrías limpiar mi herida como hiciste antes, por favor?
Toyohisa la observó de brazos cruzados enfrente de ella, con una expresión seria pero a la vez curiosa, mientras ella se señalaba el labio herido con una suave sonrisa, mirándole fijamente. Aunque el samurái había captado perfectamente a lo que Beretta se refería, su cara no había cambiado en absoluto de gesto, y la seguía mirando fijamente, mientras que de sus ojos empezaba a emanar una pequeña luz blanca, a la vez que su cabeza empezaba a unir pieza por pieza todas las indirectas que Beretta que le había lanzado en estos últimos cuatro días.
Luego descruzó uno de sus brazos y la señaló lentamente con el dedo, mientras abría la boca para hablar.
- Tú no quieres que te limpie la herida - dijo como si hubiese descifrado un código oculto.
- Quiero que me beses, maldita sea - Beretta dio un bufido - ¡Ya me has hecho pedirlo directamente! ¿Era todo tan complicado de entender?
- Un poco sí, la verdad - confesó dando una pequeña sonrisa - Pero puedo cumplir lo que quieres fácilmente.
Beretta le miró un tanto impresionada. De verdad esperaba que le diese algo de reparo o vergüenza hacerlo, pero no le importaba. Si sabía lo que tenía que hacer, era decidido. Él le tendió una mano, y movió los dedos mirándola.
- Venga, ven aquí.
Las piernas de Beretta dieron un paso hacia adelante solas, sin que ella recordase haber dado esa orden a sus miembros, pero le gustaba esa sensación de que por fin... iba a tener lo que quería, y se encontraba tan sólo a unos centímetros de ella. Tras sonreír victoriosa, levantó la barbilla y se puso de puntillas para acercarse más a él, mientras el samurái le tomaba por las mejillas.
- ¡¡Toyohisa!! - gritó Nobunaga fuertemente, con algo de desespero.
Tras ese grito, un enorme estruendo seguido de un rugido infernal sacudió todo el edificio, haciendo que cayese polvo del techo. Ambos miraron hacia arriba rápidamente, y luego a Nobunaga, que salía corriendo de la sala de reunión.
- ¡Un dragón! ¡Es un jodido dragón, maldita sea! - gritó el mayor - ¡Vienen varias tropas pequeñas de monstruos por todos los portones!
Toyohisa entrecerró los ojos con enfado y rabia ante la situación. No le gustaban los ataques sorpresa. Se dirigió hacia Beretta, que había abrazado contra él en un reflejo ante la sacudida del edificio.
- Tu petición va a tener que esperar un poco - dijo separándose y desenvainando la katana - Pero si te quedas más tranquila - dijo señalándola mientras empezaba a correr por el pasillo - prometo que cuando terminemos, ¡te daré lo que quieres!
Beretta se quedó sola en el pasillo, con la misma cara de pasmada que tenía desde que escuchó a Nobunaga gritar al principio. Se asomó despacio por una vidriera, viendo la silueta del dragón sobre la muralla.
- Maldito lagarto gigante, horno con alas, aliento de azufre... - dijo apretando los puños - Si tuviese aquí mi lanzamisiles te ibas a tragar uno entero, maldito bicho aguafiestas.
Tras eso, empezó a bajar las escaleras, detrás del resto que huía y salía del edificio hacia uno más seguro o a por las armas.
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