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—Tomen una manta para cubrirse, salgan una vez termine de revisarlas. —Muchas de ellas tenían desgarros y muchos golpes por todo el cuerpo, tantos moretones y raspones, sus muñecas estaban quemadas por las cadenas al igual que sus tobillos y cuello. Soltó un largo suspiro al terminar, se fue con la última directo a fuera, no iba a perderse tampoco el espectáculo que Toyo y Nobunaga harán. Seguida de un par de hombres salieron a fuera, todas las mujeres se reunían con los elfos, ahora solo quedaba curarles y enviarles a sus respectivas aldeas, tendría mucho trabajo a partir de ese día. Caminaba por los estrechos pasillos del castillo, la armadura de metal resonaba en cada paso que daba y su largo cabello en contraste a lo brillante que era el metal la hacían destacar más.

—¡Chiyome-san! —Uno de los elfos que había enviado con el viejo se acercó a ella corriendo, caminaron a la par mientras se dirigían hacia fuera. —Informamos a Nobunaga-san, golpeo a Toyohisa-san y él mismo dio la orden de disparar a todos. —Bueno, se perdió el espectáculo, aunque no del todo. —Una vez fuera se dirigió directamente a ellos, miro la sangre derramada en la puerta y muchos de los cadáveres perdiendo color, había un mocoso temblando. —¿Y ese?

—Insistía mucho en que no hizo nada. —Se giró la vista hacia Shara. Ya le recordaba.

—No ha hecho nada, de hecho, él fue quien me abrió la puerta ayer, lo trasfirieron hace poco; déjenlo vivir, le asignare un cargo después. —El chico de lentes no hacía más que temblar, ¿De verdad estuvo al lado de alguien tan peligroso? Y charlando animadamente, si no lo mataban ahora, moriría de un infarto pronto. Dirigió la mirada hacia Toyohisa en el suelo, si que le había dado duro Nobunaga. —¿Seguro que no lo mataste?

—¡Para nada! Esos bárbaros no se mueren con nada. —Se mofo, finalmente miro a Chiyo con armadura. —¿No te la vas a quitar?

—Luego, me veo genial. —Llegó Yoichi y se le colgó en la espalda, eso quería decir que si se veía genial. —¿Los trajiste?

—Obviamente, Chiyo Chiyo, están en la carreta. —Se froto contra su cara como un gato. —Yoichi, ¿Qué dijimos sobre tocarme? —Se froto más.

—Que tengo que pedirte permiso si quiero abrazarte. No es justo... —Inflo las mejillas jugando.

—Por cierto, dices que Kibou y Kei están en la carreta, ¿No es un poco deplorable para mis preciados bebes? —Le regaño, puso las manos en su cadera y subió un poco su vista, maldita sea, Yoichi era más alto que ella y apenas lo notaba.

—Los envolví bien, deben estar por ahí. —Soltó un suspiro, ordeno que se las trajeran mientras apreciaba el cuerpo de Toyohisa en el suelo. Una vez le dieron sus armas las puso en lados contrarios el arma nueva que consiguió. Iba con el Outfit. —Niño nuevo, tenemos trabajo. —Llamo al chico quien se espantó en su lugar. —Sígueme. Elfas, ustedes también síganme, necesitamos información, quizá para mañana estén devuelta en sus hogares. —Nobunaga, me adelantaré, tranquiliza al bárbaro. —Seguido de todos llegaron al salón principal, había tantos papeles regados así que se sentó en la silla y colocó los pies sobre el escritorio y se cruzó de brazos mirando a sus acompañantes. —Mocoso, tu sabes escribir el idioma, prepárate para hacerlo. Mujeres, quiero que se separen por aldeas. —El chico estaba buscando la tinta y el papel nuevo. Las mujeres se miraron entre si y se intercambiaron hasta forma grupos de sus respectivas aldeas. —¿Alguna sabe peleas? —Preguntó, Nadie dio paso al frente. La japonesa suspiró. —Esto es lo que haremos, regresarán a sus aldeas con un mensaje, después de volver a su vida normal les asignaré a alguien que les enseñe a usar lanzas, si alguien intenta entrar a su aldea derríbenlos de sus caballos, claven siempre en los ojos, así defenderán a su familia y su pueblo. Les recomiendo ir a descansar a las habitaciones mientras preparamos los carruajes para que se vayan. Saldrán antes de que salga el sol del día de mañana. Les daremos una carta para los elfos de sus aldeas. Váyanse, pequeñas. —Una vez aclaró todo ordeno a un par de hombres acompañarlas a las habitaciones y giro la cabeza hacia la carne fresca; ya tenía todo listo para escribir. —"Tomamos el castillo y les devolvemos a sus mujeres." —Recitó, el solo le miraba. —¡Escribe! —Exclamó.

—¡Sí! —Manejo la tinta y la pluma. Continúo diciendo el mensaje hasta terminar.

—Ah. "Posdata, envíenos toda la mierda que tengan en el pueblo." —son iba a pregunta por qué o perdería la cabeza. —Haz copias suficientes para enviarlas a las aldeas. Buena suerte. Iré a quitarme esta mierda de armadura. —Camino hacia la salida, pero los gemidos de miedo del muchacho le detuvieron.

—Seño... Señorita. —Murmuro, se giró al escucharlo.

—Nada de señorita. Soy Chiyome Mochizuki, eres un prisionero ahora, y te referirás a mi como "señora". O su majestad. —Saco la lengua jugando y rasco su cabeza, después de so rio cubriéndose la boca. —Si no me dices "Señora" te asesinare. —Se estremeció, quería orinarse; antes de hacerlo la mujer soltó una carcajada. —Es broma, ¿Si saben aquí lo que es una broma? —Apretó el puño molesto, más aliviado, pero molesto.

—Señora... —Eso le tomó por sorpresa a la azabache.

—Solo Chiyo, por favor. —Volvio a cercarse a él animadamente, ignorando el hecho de que sudaba como un cerdo dentro de esa plateada armadura. —¿Qué sucede? —El muchacho trago saliva, ¿Qué habilidad era esa? Primero lo amenazaba y ahora estaba más que tranquila.

—¿Por qué libero a los elfos? —Bajo la mirada al preguntar, era demasiado tímido en esos casos.

—Yo no los libere. Ellos mismos lo hicieron, nosotros solo dimos el empujón. —Tomo asiento sobre el escritorio y miro las manos del muchacho trabajar en el papel. Se despojo de los guantes y seguido comenzó a desabrochar parte de sus braceras.

—Mataron a todos... ¿No te genera culpa?

—No te pases de listo con nosotros, muchacho. La culpa es para los que hicieron algo mal y lo reconocen. Nosotros cuatro nacimos en la guerra y muchos murieron en ella, no tenemos tiempo para sentir culpa, nos aferramos a lo que tenemos y peleamos los que nos dará un día más de vida.

—Pero...

—Pero nada. Aquellos tres se posicionaron por su propio esfuerzo, llevaron a su familia a un alto honor. Ese maldito Nobunaga, de no ser por el los Oda solo serían unos miserables.

—¿Ellos tres? ¿Usted no se destaco como ellos? —Ese chico si que era curioso, le hacían pensar.

—Me refería a su familia, yo no obtuve un apellido hasta que cumplí dieciocho. A lo que quería llegar, yo no se usar más que mi espada, siempre aferrándome a sobrevivir... Para Shimazu es lo mismo; supongo que ambos somos iguales. Para alguien como nosotros, si nos quitan algo con la espada, con la espada lo tenemos que recuperar. No hay punto medio entre la vida y la muerte. —Jamás habría escuchado tales palabras salir de la boca de nadie y mucho menos de una persona tan aterradora como Chiyo, esperaba una respuesta del tipo "Solo conocemos la batalla, no tiene nada de malo matar obstáculos", no sabia expresar en palabras la explosión de emociones que desencadenó eso. Total, ese mundo y el otro no eran muy distintos respectos a la guerra, había guerra en todas partes y mucha gente con ese pensamiento; algo que nunca esperarías que alguien dijera. Sin embargo, ella lo dijo, la necesidad de proteger lo tuyo con la espada es lo único que se puede hacer; un sentimiento que todos comparten y ahora es expresado con las palabras correctas.

"Para alguien como nosotros, si nos quitan algo con la espada, con la espada lo tenemos que recuperar". Palabras dignas de algún mercenario, pero viniendo de una dama como Chiyome eran muy duras.

—Es hora de irme. Quiero esos pergaminos antes de la comida. —Y se marcho dejando un vacío inexplicable. Se quedo trabajando unos momentos más y entro Nobunaga quejándose. Nada comparado al demonio que se acababa de ir.


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