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¿Por qué demonios se ofreció para hacer eso? Claro, por que era la gran maestra de la infiltración. Nobunaga y ella sabían de antemano lo que le estaban haciendo a las mujeres elfas y su orgullo le llevo a ofrecerse como carnada para los soldados; será un buen plan, le dijeron todos, derrocar a todos desde dentro. Pff, no se escuchaba para nada bien. En su vida había visto castillos como ese, no podía infiltrarse por las puertas secretas o nada, quizá llegaría de frente y diría que es una pizza; esperen, eso aún no existe, pero comprenden el punto.
Ofrecerse como prostituta sería un mal plan, pero hacerla actuar como un soldado era aun peor plan. La armadura era pesada y seguramente los demás llegarían dentro de pocas horas, habían logrado acabar con todos los doscientos bastardos que iban a matar a tan preciosas criaturas, no podía permitirlo, aún no entrenaba a ninguno en el arte de la seducción. Podría convencer a unas cuantas elfas, pero después de especular por lo que habían pasado, jamás llegaría a tocarlas ni con el pétalo de una rosa, habían sufrido bastante como para ser convertidas en máquinas de matar. Y seguramente ese orgullo que tanto les caracteriza estaría roto en muchas de ellas. Quizá les pueda enseñar a defender sus hogares, eso sería mejor que seducir hombres.
Todo el camino paso practicando una voz grave para hacer más creíble su infiltración, con un papel en mano, un mensaje directo del supuesto capitán al que Toyohisa le arranco la vida.
—Que calor... Maldita sea, necesito un baño. —Se olfateo, se poso delante de esas puertas y extendió el mensaje al frente. Aclaro su garganta y con la voz más varonil que pudo hacer exclamó. —¡Traigo un mensaje del capitán de brigada! Es un reporte sobre la aldea de los elfos rebeldes, exijo hablar con el general. —No paso nada durante unos segundos, incluso minutos, a la mejor estaban reportando eso al general, las puertas se abrieron y entró al castillo, fue escoltada sin decir ninguna palabra en absoluto, pero el escolta que le toco era muy amigable y despistado.
—Me transfirieron aquí apenas hoy, ¿A ti cuando te transfirieron? —Era carne fresca, ese muchacho le obligaba a hablar, miraba los pasillos a su alrededor siendo iluminados por las ultimas luces del atardecer, tendría que pasar la noche ahí, solo esperaba que se tragaran su cuento y le dieran una habitación.
—Hace un par de semanas. —Fue concisa, en esos momentos quería morirse, se sentía nerviosa sin sus espadas, en cambio tenía una fea y de doble filo, el kit completo de soldado. ¿Por qué usaban esas incomodas armaduras? Te cuecen lentamente y no protegían nada si peleas con alguien al menos un poco más rápido que tú.
—Aquí esta, te veré después en el cuartel. —Se abrieron las puertas y entro al recinto, dejo el mensaje después de un saludo formal.
—Señor, solo entrego este mensaje. —Dejo el rollo en el escritorio y regreso a la pose de soldado, esos cerdos deberían lamerle los pies luego de dominar el castillo y decirle "Señora", ese maldito Toyohisa iba enserio en tomar el castillo.
—Bien hecho, se te asignará una habitación, espera nuevas órdenes para mañana. Te llevaran, ahora largo de mi vista. —Rodo los ojos en su lugar.
—Con su permiso, señor. —Se giro un lancero le abrió la puerta y salió antes que ella, suponiendo que el sería quien le llevaría a la habitación. El olor en el aire era tremendamente horrible, un monton de humedad mezclado con el extraño olor de la malicia, el placer y el sufrimiento. Así como todos eran expertos a oler la guerra también eran expertos en oler y sentir la incertidumbre. Mordió sus labios mientras el cólera le inundaba el corazón. Sintiendo el sudor bajar por su frente, espalda haciendo incomoda entre su entrepierna solo le daba incomodidad, y ganas de matar a todo bastardo. El lancero paro frente a una puerta de madera en ese oscuro pasillo, y sin decir palabra alguna se marchó. Abrió la puerta y la atranco, se quito la armadura, había una cuenca de metal llena de agua junto con un harapo viejo, lo tomo y exprimió para limpiar su cuerpo del sudor.
Dejo su armadura en la puerta y las armas que pudo guardar entre sus pechos vendados y los pliegues de la ropa, tomo el harapo y se lo paso por el cuerpo calmando el calor y bañándose en el proceso, con agua fría. Odiaba ese mundo, solo quería un baño caliente en aguas termales. Lavo la grasa de su negro y largo cabello dejándolo sorprendentemente como nuevo, lo ato con el mismo y se colocó los harapos que los elfos y Olmine le habían preparado, se puso los calzones y los afirmo bien, después unos pantalones y una camiseta, eran más cómodos y tenia mejor movilidad, sus pechos estaban libres y se sentía bien tener esa libertad, le divertía tanto no tener que vendarlos para sostenerlos, que los manoseaba con su manos cada vez que podía, era una masa increíblemente suave y maleable la cual regresaba a su forma original. Su concepto de pechos grandes eran los suyos, hasta que llegó Olmine y acabo con eso, los suyos eran normales, un poco más que el promedio, pero al menos no le estorbaban a la hora de correr. Se recostó en la cama y miro el techo en completa oscuridad, podía ver por la puerta como las antorchas habían sido encendidas dejándole ligeros rayos de luz.
—Las mujeres deben estar cerca, no vi a ningún guardia patrullado, solo esos dos lanceros y otra persona que parece ser un almirante. Seguramente esos bastardos las tienen todas juntas en una habitación, pero ¿Qué es esta pocilga? —Cerro los ojos lista para dormir, el sonido del fuego le impedía escuchar más allá de las rocosas paredes dejándole un mal sabor de boca, mañana si que sería un ocupado día.
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—¡Puta rastrera! Te voy a enseñar a respetarme. —Ser esposa de un samurái era una mierda, retrocedió asustada, sabia de antemano lo que había hecho y tenía que pagar las consecuencias; tomo el palo con el cual quitaban el polvo del futón. Si intentaba correr seguramente le iría peor, aun así; lo intento. —¿¡A dónde crees que vas, Chiyome?! —Sus correteos se escuchaban por todo el piso del castillo Mochizuki, finalmente su marido le derribo, en vano se defendió con sus manos, pero los golpes de la madera le llegaron en muchas partes del cuerpo. —¡¿POR QUÉ NO PUEDES SER UNA MUJER NORMAL?! SIEMPRE ME HUMILLAS FRENTE A LOS SEÑORES. —Pedirle que parara lo hacía enojar más, las lagrimas por el dolor le corrían en toda la cara y los jadeos salían con cada golpe que le daba. Golpe tras golpe, chocando contra su piel. Abrió los ojos y se incorporó de un salto, los golpes del trozo de madera a la que le decían puerta la hicieron tomar la armadura y ponérsela. Abrió la puerta era un guardia, se había puesto mal el casco, así que bajo un poco la mirada para que no notara sus finos rasgos.
—¿Qué estabas haciendo? —Le pregunto el guardia con una sonrisa en el rostro. Aclaro su voz y la fingió nuevamente.
—Me masturbaba. —Había luz iluminando el pasillo, ¿Qué tan tarde era? Los demás deberían de llegar pronto.
—¿Aun con esas cosas? ¿Por qué no fuiste con las elfas? La verdad es que le traigo ganas a una. —Dijo relajando su pose y bromeando.
—Vamos. —Le contestó, tenia que llegar a esa habitación lo más pronto posible.
—¿Y la guardia? —Acababa de llegar y ya lo ponían a trabajar, no era orden directa peor había que seguirle el juego.
—Puede esperar, termino demasiado pronto para mi gusto. —El guardia siguió hablando y bromeando, algo no andaba bien con eso, giro la vista hacia un lado, ahí estaban sus Kunais, esperaba que no los notara.
—Vamos. —Tomo la espada y se la coloco, discretamente guardo los Kunais y salió siguiendo al guardia. —No hablas mucho, ¿Verdad? —No contesto, afirmando lo que dijo. —Estas muy nervioso, ¿No será que eres nuevo?
—Solo soy un mensajero, no acostumbro a hacer guardias. —Ahí acabo la conversación por su parte, llegaron a un lugar pestilente, había tanta gente ahí, entonces abrieron la puerta, sintió tanta rabia, su compañero se quito la armadura y tomo una del suelo, no hizo lo mismo, fue a una esquina, al momento de tocar el cuerpo de una de esas bellas mujeres temió. La intento tranquilizar en voz baja.
—Soy un Drifter, mis amigos y elfos viene hacia acá. Les sacaremos de este infierno. —Le sonrió, la elfa solo asintió. Escucho un desastre afuera, los gritos d ellos guaridas y aparte del olor a suciedad olía a guerra. —Ahora, ¿Puedes cerrar los ojos? Haré una cosa muy fea aquí. —Cerro sus ojos, y saco la espada lista para la emboscada, los guardias la miraron confundidos, entonces, comenzó la masacre.
—¡Perdóname la vida! —Pero sus cuerpos con la espada en rápidos movimientos de solo uno de los soldados, matándolo casi al instante, al momento de incrustar su espada en el cuerpo de otro la puerta fue azotada, La imponente figura de Toyohisa estaba ahí.
—Me equivoque con ustedes... ¡No son más que basura! —Al final no tendría más diversión. Se quito el casco y lo pateo lejos dejando caer su cabello, se acerco al hombre e intento calmarlo. Apenas si mato a dos soldados. —Llévenlos todos a fuera, los asesinaremos.
—Toyo. —Le llamó.
—Estúpidas mierdas. No merecen que tome sus cabezas, solo van a morir. —Vociferó golpeando a cualquier guardia que se le cruzaba, los elfos miraban expectantes.
—TOYOHISA. —Jalo las ropas de su cuello y lo obligo a mirarle a los ojos. —Solo reúnelos a fuera, yo me encargo de las mujeres, trata de calmarte, ¿Esta bien? —Desvió la mirada cuando le pidió ese favor, simplemente comandó a varios elfos para llevar a los bastardos fuera del castillo; se quedó con las mujeres y un par más de aldeanos liberando sus cadenas. —¡Ustedes dos! —Señalo a un par de muchachos. —Vayan con Nobunaga y díganle que Toyohisa quiere matar a todos. —Se miraron entre sí. —¡AHORA! —Se estremecieron.
—¡Si, señora! —Qué problema son todos.
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