Entrevista con el dragón
1964 Bosque de Drakarfin.
Diana Trent estaba perdida. Simplemente había tocado aquel árbol y de pronto se encontró en un lugar desconocido. Quería gritar para que sus padres la escucharan y vinieran a buscarla, pero tenía la sensación de que allí nadie la oiría. Dio muchas vueltas buscando a su alrededor algo que pudiera ayudarla pero sólo había árboles y casi termina mareándose. Desesperada se sentó en un tronco caído y comenzó a llorar con la cara entre las rodillas.
– ¿Por qué lloras, mi niña? –se oyó una voz grave pero amable.
Diana se sobresaltó y levantó la cabeza. Junto a ella había un dragón dorado enorme. Al ponerse de pie lista para correr se tropezó y cayó al suelo.
–No temas, no te haré daño. –El dragón acercó su cabeza precedida por un largo cuello hasta que estuvo muy cerca de ella mirándola fijamente con sus ojos dorados.
–E…E…Eres un dragón.
–Evidentemente.
–Los dragones no existen.
–Creo querida que estas cuestionando tu propia salud mental.
Diana lo miro desconcertada.
– ¿Crees que estás loca?
– ¡No! Es solo que… Mamá y papá dicen que los dragones no…
– ¿Mamá y papá? –la olisqueó un poco y frunció el seño.
A Diana le pareció que se veía un poco triste pero se reprendió por pensar eso. Los dragones no se ponían tristes, eran criaturas feroces que comían gente.
–Seguro tus padres te dijeron que los dragones no existen porque nunca han visto a uno.
– ¿Me vas a comer? –preguntó la niña con lágrimas en los ojos.
El soltó una carcajada que casi era un rugido, claramente burlándose de ella, luego tumbó su trasero en el suelo y se irguió mirándola desde arriba. –Los dragones no comemos niños, al menos no los de mi especie.
La niña se puso de pie más tranquila y se limpió las lágrimas con la manga del abrigo. El dragón le sonrió, al menos hizo lo más parecido a una sonrisa que podía hacer un dragón.
– ¿No me recuerdas verdad? –el dragón giro un poco el cuello. Ahora si se pudo sentir la tristeza en su voz.
Diana sacudió la cabeza, no entendía como le podía preguntar algo como eso, si lo hubiese visto antes lo recordaría.
–Supongo que no recuerdas nada de nada, algo que es muy comprensible porque has vuelto a ser una niña… Otra vez.
– ¿Qué quieres decir?
–Puede que no me creas, en realidad, estoy seguro que no me creerás –se pasó la lengua bífida por un colmillo y alzó la vista al cielo para pensar en una forma de decirlo, resopló y volvió a mirarla. Con la voz más suave con la que podía hablar le dijo: Eres un dragón.
Diana cruzó los brazos en su pecho y alzó las cejas dando a entender que, como él había dicho, ella no le creía.
–Oh disculpe señor dragón es que se me perdieron las alas en alguna parte –hizo como si estuviera buscando entre la hierba–, y las escamas, los colmillos, garras, cuernos y unos cuarenta metros de grandeza.
– ¿Cuántos años tienes? ¿Tres? Todavía no tienes edad para transformarte.
–Tengo cuatro y medio, y ¿Qué dices de transformarme? ¿Acaso tú también eres humano?
–Nadie que pueda transformarse en dragón es humano, pero los Drakarianos, que es como llaman a los de nuestra raza, somos mitad humanos-mitad dragones, y podemos tomar la forma de ambos. Yo hace mucho que no me puedo transformar en hombre a causa de una maldición –El dragón se acercó más a ella–. Todavía no me crees verdad.
Diana negó –Lo siento señor dragón pero no puedo.
–Ah, antes tenías una mente más abierta, pero dime mi pequeña, ¿Cómo te afectó a ti la maldición? Puedo olerla en ti ¿Hay algo que te haga diferente de un modo inexplicable? ¿Hay algo que te haya sido retirado?
Diana reflexionó. Era la primera vez que hablaba con alguien. Nunca había podido comunicarse con palabras pero sorprendentemente podía hablar cuando estaba sola, y también cantar. Sus padres la habían llevado a una infinidad de doctores entre los que cuales habían médicos para locos, pero su problema no se había resuelto.
–Se supone que no puedo hablar, pero estoy hablando contigo –respondió.
El dragón asintió como diciéndole que eso lo demostraba todo –En realidad no hablo, pienso de manera audible pero ya hablaremos de eso más tarde.
– ¿Por qué tendría que afectarme a mí tu maldición?
–Eso es un poco más difícil de explicar, y un poco más difícil de creer. Tendrás que recordar. Yo puedo ayudarte en eso –se estiró y gruñó como si tuviera dolor de espalda, colocó sus patas delanteras enfrente y bajó la cabeza hasta que solo quedaron unos centímetros entre su hocico y el rostro de la niña–. Los nombres tienen un gran poder, tengo la esperanza de que saber el mío te haga recordar quién soy yo. Me llamo Goldnar –La miró expectante.
Diana sintió algo extraño al oír ese nombre, como si hubiese perdido algo, pero no recordó.
Goldnar suspiró frustrado –Habrá que esperar un poco más –dime hija mía ¿Cómo te llamas en esta vida?
–Diana –respondió la niña.
–Eso es muy raro –dijo sorprendido–. Ese era tu nombre. Bueno, tendrías que volver ya, tus padres deben estar preocupados.
–No sé cómo –la niña agachó la cabeza.
–Creo que lo hacías tocando los árboles y pensando en otro árbol perteneciente al lugar dónde querías estar. Piensa en tu hogar.
Diana dudó pero se dirigió a uno de los árboles.
–Si esto funciona, fue un placer y un honor conocerlo señor Goldnar –hizo una media reverencia.
– ¿No me vas a visitar?
– ¿Puedo? –sonrió emocionada de tener un nuevo amigo tan especial, bueno, en realidad sería su único amigo.
–Por supuesto que sí, cuando quieras venir solo piensa en este lugar, yo vivo cerca de aquí y sabré que regresaste. Puedes traer tu varita si quieres, te enseñaré magia.
– ¿Mi varita?
–La espada verde
– ¿Cómo sabe de…? No le dio tiempo a preguntar porque tropezó y al sujetarse del árbol que tenía justo a su lado fue absorbido hasta el jardín de su casa.
No tuvo el valor de probar de nuevo trasladarse para preguntarle al dragón cómo sabía sobre la espada. Entró corriendo a su casa tan solo para asegurarse de que todavía estaba entre sus pertenencias. Por suerte sus padres no se habían desasido de ella porque consideraron que era algo especial, y más considerando la energía que sintieron al tocar el objeto. Puso la espada en la que ya no quedaba ningún rastro de sangre debajo de su cama y se fue a almorzar. En la noche Diana soñó con dragones que se hacían personas o personas que se hacían dragones, con castillos y magia, pero más importante, recordó quien era Goldnar: El rey de Drakarfin, su padre.
Hola futuros lectores, o grillos, este fue el segundo capítulo de esta aventura. Recuerden esa gran canción que dice:
🎶😙Compartan, voten
Para que sus barcas floten
🤗Comenten, lean
Para que Hogwarts vean🎶
La rima anterior esta registrada en Moogles Creative. Prohibido copiar, cortar, pegar, hacer bolitas de papel para metérselas en la nariz, o lanzárselas a Umbridge. 😏Bueno eso último si.
Ciao.
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