El sombrero no-seleccionador

Hanna Abbot -dijo la profesora Macgonagal en voz alta.
Diana observó a la niña de coletas niñas que se acercaba al raído sombrero seleccionador. Las luces que rodean los cuerpos aparecieron en la niña Abbot. La parte derecha de su cabeza estaba muy poco iluminada «Descartada Ravenclaw». Sobre el hombro del mismo lado había una mezcla muy variada de colores, un poco de naranja de valentía, pero no lo suficiente para ser Gryffindor, algunos puntitos verdes de egoísmo y falta de empatía, «No tantos como para mandarla a Slytherin», al menos el lila brillante decía que era de las que no podía quedarse sin hacer nada, por lo que podrían meterla en Hufflepuff. Había pensado en todo aquello incluso antes de que la profesora le colocara el sombrero a la muchacha. Adelantándose al cono parlante iluminó el fuego de amarillo, tratando de darle un tono que la diferenciara de las llamas naturales. El silencio del Gran Comedor se rompió y todos comenzaron a murmurar. Diana detuvo una risita.
-Hufflepuff -gritó el sombrero. Los aplausos de la casa amarilla fueron un poco vacilantes.
Nunca había pasado algo como eso, hasta la luz en el cuello de Dombledore aumentó por la exaltación. Macgonagal miró al director dudando si debía dar el próximo nombre. El hombre asintió.
- ¡Bones, Susan!
Ni siquiera tuvo que cambiar el color amarillo.
- ¡Hufflepuff!
- ¡Boot, Terry! -La voz de Minerva Macgonagal salió más aguda de lo normal
Lo más brillante en él era la zona derecha de su cabeza. El lugar se tornó azul.
- ¡Ravenclaw!
El sombrero habló en tono fastidiado, alguien le estaba quitando el trabajo. Dombledore pasó la vista por la estancia, buscando quién estaba armando aquella confusión. En un momento determinado sus ojos cristalinos se posaron en Diana, y esta sintió que un fino tentáculo se introducía en su mente. Enseguida trató de cerrarla pero el tentáculo no cedía, al menos no le estaba permitiendo llegar tan lejos dentro de su cabeza. Al final Dombledore se retiró de su mente y le dedicó una sonrisa llena de sabiduría a la niña. Diana reforzó todos sus escudos, no podía permitir que eso volviera a suceder. No se dió cuenta de que unos cuantos niños ya habían sido seleccionados mientras luchaba por que sus pensamientos no quedaran expuestos. Decidió que no podía continuar con su juego.
- ¡Diana Dracomir!
Esperaba que la túnica ocultara bien el temblor de sus rodillas. Mientras avanzaba se fijó en los profesores. Dombledore volvió a dedicarle una sonrisa y esta vez ella se la devolvió. El aura de aquel anciano era de las más brillantes que había visto en su vida, contrario a dos de los profesores que también se sentaban en la mesa. La cabeza del primero estaba totalmente en sombras, como si fuera un agujero negro capaz de absorber a todos los que estaban allí. El otro tenía algo muy oscuro en el antebrazo izquierdo, la casa oscura se retorcía y estiraba, parecía un trozo del simbionte Venom «Interesante» La niña se sonrojó al darse cuenta de que se había parado a mirarlos. Macgonagal la miró reprobatoriamente la instó a que se sentara. Le colocó el sombrero.
A Diana le Habían caído bien los niños que había conocido en el tren, y que habían quedado en Gryffindor, pero basándose en los comentarios de los que habían ocupado con ella el primer vagón donde se había sentado, sabía que el hombre de pelo negro y mirada penetrante era el jefe de la casa Slytherin. Quería averiguar más acerca de lo que tenía en su brazo y ¿Qué mejor manera de hacerlo que entrar a su casa? Otra de las cosas era que los de Slytherin solo tenían dos alumnos en cada habitación, y ella apreciaba mucho la privacidad, más considerando todas las rarezas que venían con ser ella misma. Además, el verde combinaría con sus ojos.
- ¡No puedo! ¡No puedo! -dijo el sombrero seleccionador, y por suerte no lo hizo en voz alta.
-Hagamos un trato: Yo no digo que no pudiste indagar en la mente de una simple niña pequeña, y tú me mandas a Slytherin.
-Trato hecho, niña, pero no puedes engañarme, no hay nada de simple en ti ¡Esto nunca me había pasado -reclamó con su voz gomosa y terrosa a la vez-. ¡Slytherin!
El aplauso de los de la casa de la casa de las serpientes fue apenas audible. Después de todo, Diana se había dejado los audífonos en el cuello, y por más extravagantes que fueran por el color rosa chillón, se veían bastante moogles.
-Nos tocó la niña rara.
- ¿Es una sangre sucia?
    Oyó Dayana que decían, y ni siquiera disimulaban sus comentarios. Se situó en la esquina más alejada de la mesa. Ya estaba acostumbrada a estar sola, y es lo ella había querido.
Miró de nuevo a los dos "entes malignos". Se fijó en que el jefe de su casa no parecía tan malo, simplemente estaba un poco... apagado, con excepción de la zona de la inteligencia que era bastante brillante ¿Cómo era posible? ¿Sería una maldición aquella cosa negra que había en su brazo?
Lo que quedaba de la selección transcurrió con normalidad hasta que el nombre de Harry Potter fue mencionado y los murmullos volvieron.
- ¡Gryffindor! -Exclamó el sombrero.
- ¡Tenemos a Potter! -gritaban unos gemelos pelirrojos que debían ser familiares de Ron.
Diana hizo una mueca. Ojalá la fama no se le subiera a la cabeza a "El niño que vivió"
Después que los últimos alumnos fueron seleccionados, el director se puso de pie. Se veía muy contento de estar allí frente a toda la escuela.
- ¡Bienvenidos! -dijo-. ¡Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts! Antes de comenzar nuestro banquete, quiero deciros unas pocas palabras. Y aquí están, ¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias!
¿Qué significaba aquello? Diana buscó en la expresión de los profesores algo que pudiera denotar qué quería decir Dombledore con esas palabras, no podían ser solo palabras... ¿O sí? ¿Estaría el director loco? Miró a Macgonagal, que ya se había sentado y tenía una pequeña sonrisa en los labios. La imagen de una gárgola de piedra acudió a su mente ¿Serían las palabras alguna clase de contraseña? No pudo pensar más porque la comida apareció sobre los platos que antes estaban vacíos ¡Era extraordinario! Hacía años que no participaba en un banquete como aquel, los días como princesa estaban ya muy lejos. Ahora tenía once años aunque su tamaño era el de una niña mucho menor. No había recuperado más de sus memorias de cuando vivía en Drakarfin. Agitó la cabeza y se puso a comer. Debía dejar el pasado en el pasado. Mientras daba el primer bocado se preguntó que diría su madre si se enteraba de que había cenado, después de bajar de un tren, sin lavarse las manos antes.

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