El misterio de la marca tenebrosa

    Diana entró en el baño, bufando con molestia. Su uniforme estaba completamente manchado, y tenía el pelo pegado a la cara. Al menos la salsa sabía bien. Encontró un espejo y se miró en él. Parecía directamente salida de una película de terror. Tomó su varita y se apuntó a sí misma.
    –“Fregotego” –dijo mentalmente.
    La salsa en pelo y el rostro desapareció, pero su uniforme seguía manchado. Escuchó un sollozo proveniente de uno de los cubículos. Se agachó para mirar por los espacios que había entre el suelo y las puertas, y vio unos zapatos conocidos «Hermione» ¿Por qué lloraba?
    –“Hermione ¿Qué te sucede?” –le dijo en su mente.
    – ¿Diana?... Vete, déjame sola.
    –Sabes que el baño es público ¿No?
    –Entonces déjame llorar tranquila. –Sollozó más fuerte.
    –No voy a dejar de molestarte hasta que abras la puerta y me digas qué pasa.
    –Tenías que sacar tu carácter Slytherin.
    –En realidad, estoy siendo más Gryffindor.
    La puerta del cubículo donde estaba Hermione se abrió con un chirrido. La niña tenía la cara enrojecida, los ojos hinchados, y no desviaba la mirada del suelo.
    –Fue Ron Weasley. –Hipó–. Dijo que nadie me soportaba, y que yo… y que yo no tenía amigos. –Dos lágrimas se deslizaran por las mejillas de Hermione.
    –“Vale”. –Frunció el seño–. “Todavía no me entero de por qué estas llorando”
    –Porque es cierto.
    –“Ah, me estás diciendo que yo no cuento como amiga” –Se puso una mano en el pecho y fingió estar dolida”–. “Eso es muy cruel, Hermione” –dijo en tono dramático.
    La otra niña no pudo evitar sonreír. Miró hacia arriba y abrió mucho los ojos, asustada–. ¿Estás Herida?
    –“No, es solo salsa. Pevees me la echó encima. Deberíamos irnos, la cena ya debe estar servida”
    Pero antes de que pudieran moverse siquiera, un olor putrefacto inundó sus narices. Sintieron verdadero terror cuando una enorme criatura gris y peluda entró a la estancia. El monstruo avanzó hacia ellas dando pequeños pasos con sus piernas cortas. La puerta del baño se cerró. Hermione estaba pálida, y Dayana sacó el báculo transformado en varita, de un bolcillo dentro de su túnica. La Gryffindor gritó.
    Un gruñido salió de la boca del troll. La puerta volvió a abrirse y aparecieron Ron y Harry «Estamos salvadas» –pensó la Drakariana con sarcasmo. Harry arrancó un grifo (de los que se usan en la plomería), y se lo lanzó al monstruo, que cada vez estaba más cerca de las niñas. Cuando la apestosa criatura estuvo de espaldas a ellas por prestarle atención al chico, Dayana efectuó un hechizo con su báculo. La piedra verde de la punta brilló, y el garrote del troll se convirtió en polvo. La bestia se quedó mirando un momento, confundido, el montículo de arena que había sido su preciada arma. Se llevó las manos a la cabeza, de pura frustración, y arremetió como un toro furioso contra el pelinegro, que logró esquivarlo en el último momento.
    El troll se llenó de rabia por no haber podido atrapar a su presa. Agarró un retrete y lo arrancó, con el propósito de lanzárselo a alguno de las crías de humano que tanto lo estaban molestando. Se puso el retrete en la palma de la mano, y cuando se disponía a elegir una víctima, uno de ellos –el que tenía los cabellos color sangre de ciervo–, le gritó.
    – ¡Hey, cerebro de guisante!
    –«Ce-re-bro» –pensó el troll con dificultad. Había oído muchas veces esa palabra. El humano de cabeza morada y gigante le había dicho mucho una frase que no podía repetir aunque quisiera, pero que recordaba bien: « “No tienes cerebro”». El humano de cabeza gigante lo había obligado a ir allí utilizando la ramita que causaba dolor, el humano era malo, entonces la palabra cerebro era mala. Iba darle su merecido al pequeño hombre de cabellos de sangre.
    Alzó un poco la mano que llevaba el innodoro, pero se encontró con que ya no lo tenía. Estaba flotando justo delante de sus ojos. Volaba pero no tenía alas como las flores voladoras, y los animales con cabezas puntiagudas ¿Cómo era posible…? El retrete retrocedió y le golpeó la cabeza, solo tuvo tiempo de pensar antes de que todo se oscureciera, en que el pequeño humano había hecho algo con su ramita malvada para que la cosa blanca con agujero en el centro lo atacara.
    Macgonagal entró casi corriendo, seguida por Snape y Quirrell.
    – ¿En qué estabais pensando? Pudo haberos matado –dijo dirigiéndose a Ron, a Harry, y a Dayana, de la que solo se veía la cabeza entre los hombros de ambos chicos, porque se había ocultado para poder ocultar su peculiar varita sin que los profesores se dieran cuenta–. ¿Por qué no estabais en vuestros dormitorios?
    Snape observó de manera perspicaz el reguero de polvo oscuro que había en el centro de la habitación, y luego miró a Dayana. La chica sintió cómo el mago trataba de invadir su mente, pero lo rechazó. Su jefe de casa tensó los labios evitando una sonrisa.
    –Fue culpa mía –se oyó la voz minimizada de Hermione, respondiendo a la pregunta de Macgonagal, todos les prestaron atención, sorprendidos–. Yo quería ver al troll, porque he leído sobre esas criaturas, y tenía curiosidad, si ellos no hubiesen venido me habría matado. Harry lo entretuvo, Ron le lanzó un retrete, y Dayana…
    La chica salió de detrás de los niños y hubo un jadeo colectivo de parte de los profesores.
    –La llevaremos de inmediato a la enfermería, señorita Dracomir, venga. –dijo Macgonagal preocupada.
    –No, estoy bien, señorita, gracias, lo que Hermione iba a decir es que yo solo había venido a limpiarme la salsa del uniforme.
    –Bien –Macgonagal suspiró con alivio–. Estoy muy decepcionada de usted, Granger, se le serán restados cinco puntos a la casa su por su imprudencia. Puede irse.
    Hermione salió con la cabeza agachada.
    –Ustedes dos. –La profesora de transformaciones miró a los Griffindors que quedaban–. Ganarán cinco puntos cada uno.
    Harry y Ron sonrieron.
    –Los tres, vuelvan a sus habitaciones.
    –“Buenas noches profesores” –dibujó Diana en el aire antes de salir.
    –Buenas noches señorita Dracomir –respondieron Macgonagal y Snape.
    –Bu-Bu-Buenas noches– dijo Quirrell, y un escalofrío recorrió a la niña.
    Ya estaba segura, el profesor de defensa contra las artes oscuras era malvado. Lo había visto en la mente primitiva del trol. Él había llevado el troll a Hogwarts.
    Llegó a la planta baja y se encontró con que el camino que tenía por delante hacia las mazmorras estaba bastante oscuro. Las llamas de las antorchas no brindaban toda la luz que podían, y las sombras danzaban de manera espectral. Ella no le tenía miedo precisamente a la oscuridad, sino que temía estar sola en medio de tal situación. Avanzó con pasos más rápidos hacia la escalera que llevaba a los dominios de las serpientes, y cuando bajó por ellas se encontró con que no podía ver nada delante. Una mano se posó en su hombro.
     –Ahhhhhh –gritó Dayana, comenzó a correr hacia sin rumbo alguno, sorprendiéndose de su propio espanto.
    Ella, que portaba el digno apellido de los Dracomir ¡Una Drakariana! ¡Una dragona! Ella, que se acababa de enfrentar a un troll gigante, estaba corriendo porque… en realidad no sabía por qué ¿O sí?
    – ¡Drakomir! –oyó la firme voz de Snape y se detuvo.
    Había sido él quien le tocó el hombro. Se sintió avergonzada por semejante acto de cobardía, y se prometió que a partir de ahora lucharía antes de correr. El hombre se le acercó cojeando, con la varita en alto, iluminando el camino. También se fijó en que una de las piernas del profesor mostraba un aura extraña, como si tuviera marcas de arañazos gravados en fuego gris, había visto esa marca antes en un hombre-grifo que luchó contra un Cancerbero… –«de tres cabezas» –recordó la frase que había escuchado semanas antes en un desayuno con los Gryffindors–. «Hay un Cancerbero aquí ¿Qué tipo de escuela es esta?
    – ¿A que le teme tanto, Dracomir? –dijo Snape cuando llegó a su lado.
    Continuaron caminando juntos a un paso más lento.
    –Pensé que era… pensé que era…
    El profesor de posiones alzó una ceja, esperando una respuesta. Dayana miró atrás, cerciorándose de que nadie más estuviera cerca.
    –Pensé que era Quirrell.
    Snape hizo una mueca de sorpresa que supo ocultar muy bien – ¿Por qué le temerías a él? Por lo que he podido apreciar, ni siquiera me temes a mí.
    La niña frunció el ceño –“Creo que usted lo sabe. Lo que Quirrell tiene en la cabeza se parece mucho a lo que usted lleva en el brazo izquierdo, solo que lo de él es más oscuro”.
    – ¡¿Cómo…?! –Miró a todos lados. Luego agarró a Dayana por la muñeca y la llevó a una mazmorra vacía–. ¿Qué sabes?
    Ella estaba muy sorprendida. Snape nunca dejaba que su rostro mostrara sus sentimientos, pero ahora podían identificarse en él varios de ellos, como la molestia y el asombro.
    –Yo no sé nada, solo le digo lo que veo –dijo la chica.
    – ¿Lo que ve?
    –“Puedo ver las auras. Sé que lo que llevan el oscuro y malvado, aunque sé que usted es bueno, de él, no estoy muy segura… Metió el troll en el castillo, lo vi en la mente del mismo troll”.
    Snape tenía la boca un poco abierta al terminar ella de hablar. Se recuperó enseguida–. ¿Le ha contado esto a alguien más?
    – ¿Lo de ver las auras, o lo de las cosas oscuras?
    –Ambas.
    –Creo que el director sabe lo de mi habilidad, pero ninguna de las dos cosas las he mencionado a nadie más.
    –Tenga cuidado señorita Dracomir,  yo pensaba que el profesor de defensa podía estar tramando algo por su cuenta, pero ahora, con lo que usted me dice, creo que es más peligroso que eso. Manténgase alejada de él lo más que pueda, si sospecha que usted sabe algo…
    –“Lo haré, señor”
    –Ahora dígame ¿Qué es lo que ve exactamente en mi brazo?
    –Puedo mostrarle si quiere.
    Snape asintió.
     –Tome mi mano y cierre los ojos.
     Él lo hizo con cautela. Sintió que la piel de sus párpados hormigueaba.
     –Puede abrirlos.
    El jefe de la casa Slytherin casi retrocede al ver la masa informe que se retorcía sobre su antebrazo. Parecía petróleo animado con un hechizo. De un momento a otro fue enredándose sobre si misma hasta formar una imagen en tres dimensiones: La calavera con una serpiente saliendo de la boca. Se escuchó un sonido agudo y constante. La serpiente terminó de salir del cráneo y abrió la mandíbula llena de dientes. Entonces se dirigió hacia Dayana, mientras la calavera iba a por Snape con una risa tenebrosa. La niña se echó hacia atrás, soltando a Snape y haciendo desaparecer todo.
    El hombre tenía los ojos muy abiertos. Su rostro, más pálido que de costumbre. Diana temblaba.
    –Usted… Usted es un mortífago.
    Snape no respondió.
    – ¿Cómo puede ser posible? Su alma no está corrompida como la de un mortífago.
    –Vaya a su cuarto, señorita Dracomir, sin desviarse; y recuerde lo que le dije.
    Diana asintió y se fue, dejando a un Snape muy desconcertado en la mazmorra vacía. Esa niña ocultaba muchos secretos, tendría que vigilarla, e informar al director de todo aquello, además de tener luego una larga charla con la niña, no todos los de primer año podían convertir en polvo un garrote de troll. 

   

   
   
      
     
     
   

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