Dombledore
Al instante en que entró a su casa, una opresión embargó su estómago. Se arrepintió de haber elegido Slytherin ¿Cómo pudo no pensar antes en la localización de aquel lugar? ¡Estaban en las mazmorras! ¿Cómo se le ocurrió que habrían ventanas? Los vidrios redondos por donde se podía ver el oscuro lago y las frías paredes de piedra le dieron la bienvenida. Una Dríada, un ser que amaba estar en contacto con la naturaleza ¡Encerrada en unas mazmorras!
Tuvo que reponerse de su trauma inicial, debía hallar la manera de conseguir una habitación para ella sola, pero ya el prefecto los guiaba hacia los cuartos…
–Este año habrán cinco alumnas en una habitación. Lo normal habría sido que una de las nuevas se quedara con un cuarto para ella sola, pero al parecer la profesora Macgonagal convenció a nuestro jefe de casa, de que no se podía aislar a un alumno de sus compañeros a tan temprana edad –el prefecto se giró hacia las cinco niñas–. Vuestra habitación está por allí –Señaló un pasillo hacia la derecha.
– « ¡Noooooo! ¿Por qué Macgonagal tiene que ser tan… Gryffindor? Ahora estaría peor que si hubiese sido elegida para esa casa».
Siguió a las demás refunfuñando en silencio. La habitación no era más alegre que la sala común, aunque le pareció más fastidiosamente elegante, si eso podía ser posible. Las cinco camas endoseladas con cortinas verdes rodeaban una alfombra gigantesca del mismo color. La alfombra tenía una serpiente plateada dibujada en el centro.
–«Predecible» –Diana suspiró, buscó su baúl y se acomodó en la cama correspondiente.
Las demás la miraban como culpándola de estar más apretadas. Hasta que aprendiera hacer hechizos de protección no Drakarianos tendría que arreglárselas para que a aquellas arpías no se les ocurriera hurgar en sus cosas. En su maleta habían varios objetos de origen sospechoso que podrían causar un gran revuelo en el mundo de los magos si eran descubiertos, como su báculo, o sus libros de magia, y no podía protegerlos con encantamientos de Drakar porque si algún adulto los descubría, sabría al instante que la magia no era de este mundo.
Se fue al baño a ponerse su ropa de dormir, no le gustaba que la miraran cuando se desvestía, ni siquiera otras chicas. Salió con su pijama blanco estampado de unicornios. Pensaba que las demás se burlarían de ella por eso, pero no. El de Greengras tenía girasoles, el de Buloustrade gatos, y el de Parkinson… ¿Labios? Labios rojos que se movían formando besos ¡Y a Diana le decían rara!
Diana se acostó soltando un bufido. Le costó bastante dormirse con tanto cuchicheo en el aire, pero al final lo logró. No hubo un amanecer que la despertara, y eso la descolocó completamente. Sus instintos le decían que debía levantarse, pero sus ojos la convencían de lo contrario. Esperanzada de que todavía podría seguir durmiendo observó el reloj en su mesita de noche. Las seis ¡Demasiado tarde! Dio un brinco y corrió a prepararse. Quería estar lista antes que las otras.
A las seis y media miró su imagen en uno de los espejos. La trenza no le había quedado tan bien como se la hacía su madre, y varios mechones le sobresalían. No había más remedio, tendría que quedarse así y aprender. Al menos su nuevo uniforme le quedaba bien. Había estado en lo correcto, combinaba con sus ojos.
Sabiendo que a esa hora los primeros rayos de Sol aparecían en el horizonte, y que el reglamento decía: “Los alumnos no deben salir de sus respectivas casas hasta el amanecer”, decidió salir. Que todo el mundo se levantara tan tarde no quería decir que ella también lo hiciera. Debía mantenerse en forma, si su padre se enteraba de que se había vuelto una vaga se sentiría decepcionado, pero yo era demasiado tarde para andar corriendo por ahí, y luego no tendría tiempo de volver a ducharse, por ello se contentó con atravesar los laberínticos pasillos de las mazmorras, y subir a la superficie para ver el Sol alzarse en el cielo. Mientras, cantaba una canción en voz baja tratando de no asustarse por cada sombra que veía.
Se detuvo en uno de los corredores del segundo piso –que más parecía un camino lleno de balcones gigantes dirigidos hacia el lago–, y se puso a miras cómo el horizonte se despejaba de la negrura de la noche y adquiría un tono rojizo. Inspiró profundamente el aire frío de la mañana. Aquel paisaje le recordaba a su tierra natal. Suspiró.
– ¿Disfrutando de la belleza del amanecer señorita Dracomir? –se oyó una voz con acento irlandés a su espalda.
Diana dio un brinco por el susto ¡Dombledore! ¿Cómo no se había dado cuenta de que él estaba allí? Se volteó hacia al anciano suplicando porque sus escudos funcionaran mejor ahora que sabía que al hombre le gustaba meterse en la mente de los demás. Sonrió sonrojándose, y asintió en su dirección, respondiendo a la pregunta que le había formulado. El director inclinó la cabeza, parecía confundido, pero también tenía un brillo de curiosidad en los ojos ¿Esperaba un sí señor de parte de Diana? La chica volvió a girarse hacia el lago. Dombledore se paró a su lado y miró hacia el Sol naciente también.
–En la ceremonia de selección me percaté de que tiene ciertas habilidades mentales, bloqueó bastante bien mi intrusión en su mente. ¿Puedo preguntar, señorita Dracomir, como es que una niña de once años nacida de muggles puede aprender tales cosas? No creo que haya tenido tiempo de practicar en el corto período desde que “descubrió” que era una bruja hasta ahora.
Diana infló las mejillas de aire, sabía que en algún momento tendría que dar “la gran explicación”, pero no imaginó que sería tan pronto, y directamente a Dombledore.
–Mi padre biológico es…mago. Él no me abandonó porque quiso, fue víctima de una maldición –Diana miró a Dombledore, al parecer era el único que no se sorprendía de la caja de palabras que lanzaba letras de humo mágico al aire–. Le conocí a los cuatro años, desde entonces sé de la magia. Papá no puede criarme, pero me enseña, algunos de ellos, la protección de la mente, y las técnicas necesarias para hacer magia mental, porque como puede ver, no hablo mucho.
–Hum –Dombledore se acarició la barba–, y supongo que tú también estás maldita. No puedes hablar pero sí cantar.
Diana abrió mucho los ojos ¿Cómo…? Frunció el seño. Estaba subestimando a las personas de allí. Posiblemente Dombledore había pasado junto a ella cuando estaba en las mazmorras y la había oído cantar. Tenía que estar mucho más atenta.
–Así es señor, no puedo hablar con humanos, ni pronunciar hechizo alguno.
–Llevo muchos años en esta escuela, primero estudié aquí, lego fui profesor, y ahora soy el director. Y durante todo este tiempo no he conocido a ningún alumno con tu condición. Los magos no solemos tener los mismos problemas que los muggles. Sí he visto niños magos que han perdido la capacidad del habla, pero ha sido debido a traumas psicológicos, y no es muy seguro que vengan a Hogwarts, por lo que los padres los educan en casa como pueden ¿Sabe que al no poder pronunciar los hechizos tendrá que esforzarse el doble que los demás estudiantes, no?
–Sí, señor.
–Bien, pondré al tanto a los demás profesores. Lamento haber interrumpido su reflexión, pero tenía que tratar estos asuntos. Debería ir a desayunar, señorita Dracomir. Tiene un gran día por delante.
Dombledore se marchó dejando a Diana con el corazón resonándole en la garganta. El director no le había dicho nada de los cambios de color en las antorchas el día de la selección ¿Sabría que había sido ella? Si lo supiera le habría preguntado a la niña cómo había adivinado las casas a las que iban a ir los alumnos. Aunque debía sospecharlo, de todos modos, ella era la alumna rara, y algo raro había pasado en el comedor. ¿Quién mejor que ella para provocarlo?
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