Clases

    ¡Al fin su primera clase! Diana estaba tan emocionada que creía que le iba a caer mal el desayuno. Entró al aula de encantamientos detrás de sus amigos y tomó asiento en la primera fila de mesas, sola, para una mejor tranquilidad y concentración.
    El profesor Flitwick – maestro de encantamientos, jefe de encantamientos–, a juzgar por su estatura y algunas facciones del rostro, era mitad duende. El aura de su cabeza brillaba por lo que debía ser el poseedor de una de las mentes más brillantes de Hogwarts –después de Dombledore, por supuesto, y un poco delante de Macgonagal. Flitwick tomó la asistencia desde su puesto encima de varios libros ya que no alcanzaba bien a la mesa. Diana pensó que tendría que hacer lo mismo, para ella estaba siendo muy incómodo escribir, o quizá tendría que hacer crecer las patas de la silla donde estaba sentada. Clara, primero tendría que aprender cómo hacerlo. Hasta ahora sólo sabía aparecer una luz en la punta de su varita, levitar objetos, encender fuego, y hacer un paraguas. Se sintió muy decepcionada cuando terminó la clase, pensaba que aprendería un nuevo hechizo, pero solo dieron la teoría de la magia.
     La próxima asignatura era Transformaciones. Macgonagal dejó que todos se ilusionaran al convertir su buró en un caballo, pero al igual que Flitwick, solo habló de teorías. Diana pasó los días que vinieron investigando en la biblioteca, y anotando algunos hechizos para luego practicarlos. Al fin podía hacer un hechizo para ampliar el tamaño de las cosas, y había avanzado bastante en los encantamientos de protección.
     Tres veces por semana le tocaba Herbología con los de Ravenclaw. La profesora Pamona Sprout era una señora muy amable que también era la jefa de la casa Hufflepuff. En una ocasión Malfoy se quejó de la inutilidad de la clase y se miró las manos, que se le habían llenado de una sustancia verde y pegajosa.
    –De verdad no sé por qué por qué estudio esto –le dijo Draco a Pansy–. Mi familia es una de las más importantes de Gran Bretaña, y mi padre trabaja en el Ministerio ¡No voy a terminar siendo un simple jardinero!
    –Cuide sus palabras señor Malfoy, el mismísimo Merlín fue atacado por esporas de Induriel, y atrapado por lazos del diablo. No hubiese llegado a ser el mago más grande de todos los tiempos sin saber Herbología –respondió Sprout, que lo había escuchado.
    –Ni que fuera a meterme en una selva.
    La profesora no oyó lo último, pero Diana sí, y se aseguró que su fruto de Pirlimpinpín –que eran plantas que parecían bananas azules, cuyos frutos servían para aliviar la irritación por picadura de insectos–, cayera en la cabeza de Malfoy, dejándolo como mora gigante. Nadie supo quién había sido, por supuesto, el proyectil pareció venir de ninguna parte. A la niña le dio por mirar atrás cuando la clase llegó a su fin, y logró ver cómo la profesora Sprout contenía una sonrisa mientras observaba a Malfoy caminando furioso con su perfecto pelo rubio manchado de azul.
    La clase que más esperaban todos era Defensa Contra las Artes Oscuras. Los alumnos tenían deseos de medir sus propias fuerzas en un combate, y aprender hechizos que les valieran para luchar, pero al conocer al profesor Quirrell supieron que no debía esperar muchos de él. Parecía sobresaltarse con todo, hasta dio un salto cuando una lechuza pasó volando cerca de la ventana. Además, era bastante paranoico. Tenía el aula llena de ajos para alejar a posibles vampiros. A Diana le parecía bastante entraño que el halo que desprendía Quirrel no demostrara su miedo ni nerviosismo, de hecho, su aura era de una persona bastante tranquila, y también estaba aquella cosa oscura en su cabeza… 
    En Hogwarts también estudiaban astronomía. El miércoles en la noche se dirigieron a la torre más alta del castillo y observaron las estrellas. Diana sabía que algunos muggles también se fijaban en los movimientos de los astros para saber cómo influían en la personalidad de la gente, según el signo zodiacal al que pertenecían. La chica no estaba muy convencida de que los cuerpos celestes tuvieran algún poder en las personas, o pudieran vaticinar el futuro. Estaban regidos por las leyes de la física.  Su padre también había tratado de convencerla diciéndole que cada movimiento era como las notas de una partitura, que reflejaba los hechos. Aún así seguía creyendo que las ciencias astronómicas eran menos precisas que la adivinación.
    Diana había se cruzó con Harry y Ron unas cuantas veces por los pasillos. Ella les sonreía, y el chico con gafas le devolvía el saludo, aunque Ron fruncía el seño la mayoría de las veces. A Hermione siempre se la encontraba en la biblioteca, se habían vuelto compañeras de estudios y a veces hacían los deberes juntas. La niña de cabello salvaje decía estar contenta de haber encontrado alguien con las mismas ganas de aprender que ella.
    Casi al finalizar la semana reunieron a los Slytherins y los Gryffindors para la primera y única clase de vuelo. La señora Hooch –profesora de esa asignatura–. Era una bruja de cabello gris corto y ojos amarillos como los de un halcón. A Diana le dio más curiosidad cuál sería la razón del peculiar color de ojos de la mujer, que la clase en sí ¿Mutación genética? ¿Un intento fallido de volverse animaga? ¿Lentes? ¿O sería animaga pero estaba usando la “vista de halcón porque era miope?
    La niña olvidó de que tenía que alzar su escoba y fue reprendida por la maestra por haberse distraído. Era mejor no preguntarle, no quería perder puntos para su casa si se enojaba con ella.
    –Debes decir con fuerza “Arriba” extendiendo la mano hacia tu escoba A-RRi-BA –le explicó la señora Hooch.
    Diana hizo lo que le decían excepto pronunciar las palabras. Su escoba fue ascendiendo a un ritmo lento pero constante hasta llegar a su mano.
    –Bien –la profesora frunció el seño–. Espera, no eres tú la niña que no podía hablar a causa de una maldición, Diana Dracomir.
    Diana sacudió la cabeza afirmativamente.
    –Ah, lo siento señorita Dracomir, le pedí que dijera…
    –“No pasa nada profesora” –respondió la niña en letras verdes.
    Hooch asintió –Ahora que todos tienen sus escobas, pasen la pierna derecha por encima. Cuando diga tres, darán un golpe en la tierra y se elevaran uno o dos metros por encima del suelo ¡Sólo uno o dos metros!
    A Diana no le gustaba la idea de andar volando por ahí. Aún podía recordar la sensación de surcar los cielos con sus propias alas –que todavía no podía utilizar. De hecho, para los ciudadanos de Drakarfin era casi un insulto hacerlo, pero no tenía más remedio… Pateó la Tierra a la órden de Hoch y se elevó un poco. No estaba mal. Sonrió, pero su alegría se vio interrumpida cuando la escoba de Neville Longbotton se salió de control y el niño calló al suelo, oyéndose el sonido de huesos rotos.
    –Muñeca fracturada –dijo la profesora inclinándose hacia el niño–. Vamos Longbotton, lo llevaré a la enfermería–. Ayudó a Neville a ponerse de pie. El muchacho gimoteaba de dolor.
    –Quien tenga los pies fuera de la tierra cuando yo regrese, será expulsado más rápido de lo que se tarda en decir “buscador de Quidditch”
   Algo similar a una pequeña bola de cristal Muggle estaba en el suelo. Malfoy la cogió.
    –Suelta eso Malfoy –dijo Harry.
    –Intenta cogerla, Potter –Malfoy se montó en su escoba y voló hacia el castillo.
    Harry lo siguió sin hacer caso a las protestas de Hermione, el niño era bastante ágil. Consiguió alcanzar a Malfoy, y cuando este lanzó la bola de cristal –que al parecer se llamaba recordadora–, al tejado de la escuela, Harry la atrapó en el aire llevándose la ovación de sus compañeros Griffyndors, y de Diana.
    Macgonagal apareció un minuto después –algo humanamente imposible. Diana la acababa de ver asomada en la ventana del aula de transformaciones, y eso quedaba bastante lejos, por lo que la niña sonrió al imaginársela saltando por los tejados en su forma de gato para llegar allí lo más rápido posible–. La profesora cogió a Harry del brazo y lo arrastró hasta el interior del edificio. La mujer demostraba tener una energía que no correspondía para nada con su edad. El muchacho miró atrás una última vez y parecía estar despidiéndose.
    –Hasta nunca Potter –dijo Draco cuando la subdirectora y su presa se perdieron de vista.
    Pero Malfoy no podía estar más errado. Harry asistió al desayuna del día siguiente, portando una espléndida Nimbus 2000. Cuando el niño de cabello platinado se enteró de que Harry iba a ser el nuevo buscador de Gryffindor, puso cara de que le había tocado una grajea con sabor a popó.
    Aunque a Diana le caía bien Harry, pensó que aquello era una injusticia. Estaba segura de que si hubiese sido otro niño –Seamus Finnigan por ejemplo–, el que hubiera roto las reglas, se habría llevado un castigo en vez de una recompensa.
    Ese día tenían posiones y la niña esperaba con ansias el momento de volver a las mazmorras para recibir las clases. Si no fuera por aquella materia, unida a la de encantamientos, no habría podido construir el aparato que le permitía comunicarse. A la hora señalada se unió con los demás en el aula de posiones. Era otra clase compartida con los leones, por lo que pudo sentarse junto a Hermione. Tuvo tiempo de examinar las paredes y ver partes de criaturas flotando dentro de frascos ¿Eso que está sumergido en el líquido azul es un Puffskein? El estómago se le revolvió. Se obligó a mirar otras cosas. La mesa que tenía delante era demasiado grande para ella, tanto que le llegaba al pecho. Sacó su varita, y cuando inclinó dispuesta a agrandar las patas de la silla, el profesor entró dando un portazo, asiendo que ella se golpeara la cabeza contra el escritorio.
    –Nadie agitará sus varitas ni hará encantamientos tontos en esta clase –Snape fulminó a Diana con la mirada.
     La chica, que había tenido su varita en alto mientras se masajeaba la cabeza, la guardó enseguida.
     Por lo tanto, supongo que muchos de ustedes no apreciaran el valor que tiene la ciencia y el arte de la creación de posiones –continuó Snape–, pero aquellos –y serán pocos–, que tengan la predisposición, les enseñaré cómo dominar la mente y hechizar los sentidos, cómo embotellar la fama y generar la gloria, incluso, ponerle un alto a la muerte. Aunque quizá, muchos de ustedes hayan venido a Hogwarts dotados de habilidades tan formidables, que se sienten con la confianza… de no… prestar… atención.
    Con esas últimas palabras el profesor de posiones se dirigía a Harry. El muchacho estaba muy entretenido escribiendo en su cuaderno lo que Snape había dicho. Hermione alertó al chico y este alzó la vista.
    –Harry Potter, nuestra nueva celebridad –Snape sacó una lista y comenzó a tomar la asistencia, al llegar a Diana miró por encima de la hoja, ella alzó la mano haciendo acto de presencia, y el profesor continuó diciendo nombres, saltándose el de Harry a propósito – ¡Potter! ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?
    El se quedó pensativo. Diana pudo ver confusión y algo de miedo en él. Conocía a los Dursley, y sabía que no le habrían dejado mucha paz para estudiar, aunque por otra parte, sabía de niños que vivían peor y eran brillantes. Decidió que no podía justificar la falta de interés de Potter, pero aún así lo ayudaría. –«“Filtro de muertos en vida”» –susurró la Diana en la mente del niño.
    Harry se estremeció al sentir que su cabeza era invadida, pero no estaba asustado. Había sentido aquello antes –Filtro de muertos en vida –dijo en voz baja y poco segura.
    Hermione, que había tenido la mano levantada, la bajó con un suspiro de insatisfacción. Snape chasqueo la lengua –Sí Potter, filtro de muertos en vida, pero eso no demuestra nada –Se envolvió en su propia capa como un gusano gigante y oscuro –Dígame ¿Dónde buscarías si te digo que me encuentres un bezoar?
    –«“En el estómago de una cabra”»
    –En el estómago de una cabra –repitió Harry.
    Snape alzó las cejas y asintió apretando los labios – ¿Cuál es la diferencia entre acónito y luparia?
    –«“Son la misma planta.”»
    –Son la misma planta, señor.
    Snape no dijo nada más –ni siquiera felicitó a Harry por decir bien las respuestas–, arrastró su silla y se sentó. Su cara no mostraba nada, pero Dayana pudo ver que estaba ¿Sorprendido? La muchacha aprovechó ese momento en el que el profesor estaba mirando al frente para llamar su atención, haciéndole señas con la mano.
    – ¿Qué quiere señorita Dracomir?
    –“Señor Snape, usted dijo al inicio de la clase: «Nadie agitará sus varitas ni hará encantamientos tontos en esta clase»” –Diana había alzado el dedo índice y arrugado el rostro para imitar el seño fruncido de Snape–. “Me preguntaba si me dejaría sacar mi varita para alargar las patas de las sillas, como puede ver, esta mesa no es muy cómoda para mí, que soy bastante bajita. Le prometo que la pondré tal y ahora antes de irme”.
    El profesor sofocó una mueca de incredulidad y respondió: –Si se siente capacitada para ejecutar el hechizo correspondiente, sin hacer un desastre, sí, puede.
    Diana le sonrió a Snape –que la miró como si estuviera viendo a un hipogrifo de dos cabezas–, y procedió a acomodar la silla. El hechizo salió casi perfecto, al menos la mesa ya no le llegaba al pecho, lo único de lo que se podía quejar era que le habían quedado dos patas más pequeñas que las demás, y en vez de una silla, ahora tenía una mecedora en diagonal.
    Los pusieron a trabajar en parejas para crear una poción curadora de forúnculos. Hermione y ella trabajaron juntas y crearon una poción maravillosa, pero lo único que recibieron de parte del profesor fue un gruñido. Todos se sorprendieron cuando la poción de Neville comenzó a echar un humo naranja, salpicando al niño que comenzó a chillar cuando el líquido hizo aparecer pústulas en su piel. Los demás alumnos se treparon encima de sus asientos porque el no-remedio de forúnculos se esparció por todas partes. A algunos se les hicieron agujeros en los zapatos. Diana sonrió porque no tuvo que moverse para estar a salvo, sus pies ni siquiera tocaban el suelo estando sentada.
    El profesos regañó a Harry injustamente por la falla de Neville y le quitó varios puntos a Gryffindor ¿De dónde sacaba todo el odio por los leones aquel hombre? La hora de irse llegó y Diana tuvo que hacer que la silla volviera a la normalidad, lo que la retrasó un poco. Al alzar la vista vio que todos se habían ido. Se había quedado sola con el profesor. Por suerte Hermione ya había entregado la poción de ambas. Recogió sus cosas, y caminó de lado entre la hilera de mesas.
    –Señorita Dracomir –la llamó Snape.
    Ella se exaltó, de verdad que no había querido llamar su atención –“¿Si señor?” –preguntó acercándose a él.
    – ¿Me podría decir qué es eso que trae el cuello? –señaló los cascos morados que se le veían tras el pelo.
    –“Audífonos señor”
   Snape resopló, sabía qué eran los audífonos, no era eso lo que quería saber, pensó que ella captaría la verdadera pregunta, pero no, todos eran idiotas –¿Y por qué trae audífonos a clase?
    Diana inhaló aire. Era la primera vez que lo llevaba a clase por lo que no había tenido que explicárselo a ningún otro profesar. Los ataque no le habían dado desde hacía unos días, hasta esa mañana temprano, cuando escuchó las boses mentales de sus compañeras de cuarto tan alto, que tuco que acurrucarse cubriéndose las orejas.
    –“Los necesito”
    Snape alzó una ceja curioso – ¿Para qué? Su cerebro se ha acostumbrado tanto al “inestimable” balbuceo rítmico de los muggles, que ahora se siente afligida cuando no los tiene pegado a los oídos ¿Piensa utilizarlos también durante las clases?
    –“No es eso señor, sirve para distraer parte de mi mente, a veces hay mucho ruido, y sí, puede que tenga que utilizarlo en algunas clases”.
    –Mucho ruido –Snape unió los labios en una línea recta–. Está en una escuela señorita Dracomir, un internado, siempre habrá ruido. Si le molesta, debió valorar la opción de quedarse en casa, y ser educada en el arte de la magia por su padre mago.
    –“No me refiero al ruido normal, sino al de las mentes de los demás, tengo ataques de Leregemancia”.
    Él abrió mucho los ojos, sorprendido, y asintió comprendiendo –Entiendo. Supongo que se preguntará por qué me preocupa una cosa tan inocua como un objeto Muggle, bueno, además de que no va con el uniforme, me he enterado de que los demás alumnos su casa le tienen una especie de… repulsión. Estoy seguro de que conoce la historia de la casa Slytherin, así como sus valores, los alumnos no son muy amables con los que tienen raíces muggles muy…arraigadas. Espero que sepa sobrellevarlo.
    –“Lo sé señor, y creo que lo estoy haciendo bastante bien. Gracias por preocuparse” –le sonrió, él volvió a mostrar esa mirada de desconcierto por una milésima de segundo, y asintió.
    –Puede irse señorita Dracomir… Espere ¿Qué es eso que trae el cuello?
    –«“Se le frieron las neuronas”» –pensó Diana.
    –No me he vuelto loco, niña, estoy hablando del frasco que trae como colgante ¿Son esas escamas de Dragón? Es algo muy peculiar, ya que no existen dragones dorados, el más que se acerca a tener ese color es el Opelaye de las Antípodas, y su tono es más bien nacarado ¿De dónde las sacaste?
   –Diana miró el frasco. Dentro tenía algunas escamas que se le habían soltado a su padre. Las escamas de Drakariano era un elemento muy preciado para potenciar cualquier poción, y ella las había guardado como un amuleto, y para casos de emergencia. Hizo una mueca que debía ser una sonrisa y respondió:
    –“Son de plástico señor”.
    Snape la escrutó. Parecía incrédulo, con cara de sospechar que mentía, le dijo de nuevo que se marchara.
       
    
 
   
  
        
   

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