SIETE


¿Sabéis esa sensación de que todo estaba yendo demasiado bien y parecía que algo malo iba a pasar para equilibrar la balanza? Pues era justo lo que había pasado.

Observé frustrada el coche de mi madre, el cual había decidido no arrancar. Me crucé de brazos y suspiré exasperada. Esto no podía estar pasando. No hoy. Necesitaba llegar a tiempo a clases, pues tenía a primera hora Literatura y a la profesora no se le conocía por su amor a la impuntualidad.

Mi madre hablaba con mi padre por teléfono, pero este había salido temprano para el trabajo. Suspiró, frustrada al igual que yo, y se dispuso a llamar a un taxi. Ella no tenía problema, pues entraba un poco más tarde que yo y no tenía que ir a trabajar tan pronto. Aún así, al ser profesora y mi madre entendía mi problema. No le dio tiempo a marcar debido a que alguien nos habló.

Nuestra vecina, la señora Foster, nos miraba preocupada desde su jardín. Estaba envuelta en una bata celeste, su pelo negro estaba recogido en un moño mal hecho y en una de sus manos sostenía el periódico.

—¿Necesitáis ayuda? —gritó y se acercó a nosotros. Sus ojos se achicaron y unas pequeñas arrugas acompañaron el gesto cargado de preocupación—. ¿Qué es lo que le pasa?

Mi madre procedió a explicarle todo lo que había pasado. A sus palabras le acompañaron varios gestos de frustración. Mi madre era una persona que gesticulaba mucho. Demasiado. Y cuando estaba nerviosa era mucho peor. La señora Foster le escuchó con atención y asentía de vez en cuando a sus explicaciones.

Vaya por Dios —contestó esta. Colocó una mano en su barbilla y se quedó pensativa durante unos segundos. Luego abrió la boca como si se le hubiese ocurrido la mejor idea del mundo—. ¿Tienes mucha prisa? Mi hijo está a punto de salir para el instituto, puedo decirle que os lleve.

—No queremos molestar. Puedo llamar a un taxi para ambas —sonrió mi madre.

Esa era otra característica de la personalidad de Elisabeth Williams: odiaba depender de los demás y odiaba causar molestias.

—No digas tonterías, Beth —le restó importancia con un gesto de la mano. En ese momento su hijo, Adam, salió de su casa, en su mano llevaba las llaves del coche. Una chica, completamente vestida de negro le siguió y se montó en el coche, no sin antes saludarnos tímidamente con la mano. La señora Foster pegó un grito que nos hizo a mi madre y a mí sobresaltarnos—. Adam, se les ha averiado el coche, así que April tiene que irse contigo al instituto.

Adam asintió y dejó que su madre le tirase de los mofletes y le diese un beso en la frente. El pelinegro tenía las mejillas completamente coloradas cuando se despidió de manera cordial de mi madre y avanzamos hasta su coche.

Su vehículo era una especie de monovolumen de color negro. Mi padre decía que era la mejor opción cuando se trataba de una familia numerosa. Tenía sentido que Adam manejase un coche tan grande cuando eran tres hermanos y uno de ellos tenía dos o tres años. Me asusté cuando vi la cabeza pelinegra de su hermana en la parte trasera del coche. Pensaba que se iba a poner en el asiento del copiloto, pero me había dejado ese asiento para mí. Tragué saliva con algo de nerviosismo y me monté. El coche olía al ambientador de pino y a una mezcla de fresa. Me volví para saludar a Sara de una forma más apropiada, aunque ella me respondió con un simple movimiento de manos y una tímida sonrisa. Había juguetes tirados por el suelo y una sillita de bebé en el otro extremo. Sonreí porque sí que se trataba de un coche familiar.

—Antes hay que dejar a Sara en el colegio medio —habló rompiendo el silencio e intentando cambiar la emisora de la radio. Acabó desistiendo de su tarea de hacer dos cosas a la vez y me dejó elegir una canción—. Puedes poner lo que quieras en la radio —me dijo dándose por vencido.

Los suaves acordes de la balada de Evan Davies y su grupo Seven Winters relajaron el ambiente del coche. Dejé la emisora que estaba ya que me encantaba esa canción. Era mi grupo favorito y estaba completamente enamorada del vocalista.

Una fila de coches estaba frente a nuestras narices. Observé la fachada del colegio al que asistía la hermana menor de los Foster. Niños corrían con las mochilas en los hombros y padres se despedían de ellos, aunque no les hicieran ni caso. No entendía el funcionamiento de los colegios e institutos de esta ciudad. Creía que Sara tenía trece años, por lo que tendría que venir a nuestro instituto, pero, al parecer, existía un colegio que permitía a los estudiantes de esa edad estudiar ahí hasta que cumpliesen los quince años. Qué cosa más rara.

—Sara —la llamó. Su hermana dejó los auriculares a un lado y le prestó atención. —, ten cuidado, ¿vale? —el rostro de Adam denotaba preocupación. Me moría por saber por qué estaba tan preocupado, pero no era de mi incumbencia.

La chica asintió y se fue sin decir ni una palabra, se perdió en la multitud al instante. Adam empezó a conducir en silencio, mientras se mordía el dedo pulgar que tenía apoyado en la ventanilla. Solo se escuchaba la voz del locutor de radio y las noticias matinales entre canción y canción. No me molestaba el silencio, al contrario, me gustaba y relajaba. Aunque me hubiese gustado que hablásemos. Yo no entablaría conversación porque apestaba haciéndolo. ¿De qué iba a hablar? ¿Del tiempo? ¿De si hacía este camino todos los días?

—¿Qué tal llevas la mudanza? —sonreí levemente porque él se había atrevido a hablar primero.

—Es raro eso de empezar de cero en el último año —me encogí de hombros—. Aunque está bien. Me gusta la ciudad. Hay mucho para hacer y lugares increíbles.

Adam sonrió y asintió. Me explicó algunos lugares que debía visitar, aunque lo hizo de manera escueta. Observé el perfil del chico mientras conducía, su boca se abría y cerraba al explicarme que debía tener cuidado con el profesor de Economía y su extraño sentido del humor. Su pelo negro estaba algo despeinado y caía de forma desordenado sobre su frente, formando un pequeño flequillo. En el lóbulo de su oreja derecha había un pequeño boquetito, que demostraba que ahí había tenido un pendiente. Sus ojos verdes se mantenían fijos en la carretera. Toda esa observación me hizo darme cuenta de que Adam era un chico guapo. Bastante guapo.

El sonido del motor apagándose me hizo apartar la mirada de él. Sería bastante vergonzoso que me pillase comiéndomelo con la mirada. Tenía poco sentido de la vergüenza, pero no había llegado a ese punto. Se quitó el cinturón y cogió la mochila que estaba en los asientos traseros. Sus mejillas estaban rojas cuando nos bajamos del coche. Mierda, ¿se había dado cuenta de lo mucho que le miraba? Sabía que tenía que aprender a ser más disimulada. Me despedí de él con algo de pudor y me alejé. Vi como el chico pelirrojo se acercaba a él y le palmeaba la espalda mientras reía.

Miré la hora en mi teléfono y casi entré en pánico.

Mierda, ¡quedaban cinco minutos para que comenzasen las clases!

Decidí que no valía la pena ir hasta mi taquilla, no quería arriesgarme a llegar tarde. Además, en la mochila llevaba lo necesario. Sophie me esperaba en el sitio de siempre, es decir, en el pupitre contiguo al mío. Me miró cuando entré, algo acalorada pues había tenido que correr un poco para no llegar tarde, y dejó su lima de uñas a un lado. Sonrió con burla y explotó el chicle que llevaba en la boca con una gran pompa.

—¿Por qué has llegado tan tarde? ¿Se te han pegado las sábanas? —dijo burlonamente—. Estás rojísima.

—Prueba correr por todo el instituto para no llegar tarde con estas piernas tan cortas —rio, yo me senté en mi pupitre intentando respirar más tranquila.

Por Dios, odiaba correr.

***

Una de las cosas que más odiaba del instituto era la cafetería.

La cafetería, ese lugar lleno de adolescentes y de comida que estaba asquerosa. A pesar de los almuerzos incomibles que servían, siempre estaba llena y a rebosar. Era horroroso. Encima cumplía con todos los estereotipos de las películas románticas de adolescentes que tanto amaba: las mesas se dividían por grupo social. Los populares por un lado, los empollones por otro y los marginados en otra mesa alejada del bullicio. También había mesas ocupadas por personas normales y que no destacaban nada en el instituto, como yo y Sophie. Aunque esta última sí que destacaba, pero ella prefería vivir alejada del drama.

Miré a la rubia y supliqué mentalmente que no nos pusiésemos a esperar la cola para pedir el almuerzo. Yo traía mi comida en mi mochila y estaba dispuesta a compartirla con ella si eso significaba no esperar toda la cola. No entendía su amor hacía la comida de aquí y como me arrastraba todos los días desde que comenzamos a ser amigas hasta este sitio cruel y asqueroso.

—¿No puedo simplemente buscar un sitio para sentarnos? —dije de manera inocente. Sophie levantó una ceja—. Sí, eso voy a hacer —no le di tiempo a responder, me desprendí de su brazo y salí despavorida de la larga cola.

Corred mientras podáis, insensatos.

A pesar del gran bullicio y jaleo de las conversaciones que se mantenían en todas las mesas, escuché cómo una voz desconocida exclamaba mi nombre. Entrecerré los ojos mientras buscaba al propietario de esa voz grave. Me quedé algo sorprendida y extrañada cuando vi al pelirrojo que tanto se juntaba con Adam levantar el brazo y saludarme desde una mesa con algún que otro asiento libre. Mason me señalaba el asiento libre. Con algo de extrañeza y timidez me acabé acercando. El pelirrojo tenía la comida de su bandeja sin tocar y sonreía con diversión cuando me senté.

Mason me miraba, pero no hablaba. No podía comer hasta que no llegase mi amiga, además, que me mirase así sin ningún tipo de disimulo me incomodaba.

—¿Tengo algo en la cara? —pregunté de forma directa. Estaba harta de que me inspeccionase con esa sonrisa que parecía que escondía mil secretos. Me miró algo asombrado por mi pregunta, pero no me arrepentí de haber sido tan directa —. ¿Qué? ¿Por qué me miras tanto?

—Por nada —habló y sonrió más todavía al recomponerse de mi tono.

—¿No había más sitios libres? —preguntó la rubia al llegar a la mesa y ver con quien me encontraba.

Mason se dedicó a sonreír de manera más amplia. Pero esa vez era diferente. Se trataba de una sonrisa más burlona y llena de diversión. No de curiosidad. Sophie rodó los ojos ante su gesto y le hizo una peineta y se sentaba a mi lado, dejando la bandeja de mala gana sobre la mesa.

—Borra esa estúpida sonrisa, Kane —al no hacerlo, Sophie rodó los ojos de nuevo y comenzó a comer.

Miré con algo de repulsión los macarrones con tomate más secos que había visto en mi vida, pero mi amiga se los comía sin quejarse. El pelirrojo también comía, aunque a cada bocado que se llevaba a la boca, se paraba a contar un chiste malísimo y sin sentido que me hacía reír sin parar. Sophie lo ignoraba cada vez que lo hacía y cada vez que le soltaba una pulla, pero le vi contenerse alguna que otra sonrisa y risas que disimulaba con una tos.

—Deja de fingir que no soy la persona más graciosa del mundo, rubita —Mason sonrió con más ímpetu al ver como mi amiga reaccionaba ante el mote que había utilizado. Se llevó el vaso de agua hasta los labios, los anillos en su mano brillaban bajo las luces de la cafetería.

Sophie apretó el envase de zumo que estaba vacío y la sonrisa de Mason se acentuó. Decidida a romper el tenso ambiente, conté uno de los tantos chistes que mi padre amaba contar a lo largo del día:

—¿Cómo se llama el primo vegano de Bruce Lee? —ambos me miraron con extrañeza. Los ojos azules de la rubia brillaron ante mi risa antes de terminar el chiste—. Broco Lee.

La rubia apretó los labios con algo de diversión y vergüenza ajena ante el chiste tan malo que había contado, pero no me importaba. Yo me estaba hartando de reír. Mason también se reía.

—Tienes el sentido del humor más estúpido del mundo. Me caes bien, April —chocamos los cinco entre risas y continuamos con la competición de chistes malos.

Aunque la diversión duró poco. A Mason se le cambió la expresión de su cara, en tan solo un segundo, había pasado de reírse a carcajadas a poner cara de asesino en serie. A pesar de su rostro tan serio y del ambiente cargado de tensión que no entendía, Mason se las ingenió para soltar un comentario sarcástico que hizo a Sophie sonreír. Se llevaban mal hasta que llegaba alguien que les caía peor.

—¿No huele a traición y a una pizca de...? —el pelirrojo olfateó el aire de la cafetería en busca del olor del que hablaba. Apreté los labios para guardar la carcajada que luchaba por salir—. Ya sé, a una pizca de animal de granja. A una cerda, concretamente —completó con una sonrisa sarcástica. Sus ojos ardían debido al odio que le consumía.

Carla ignoró el comentario con un rodamiento de ojos y clavó su mirada en mí. Me miraba con aires de superioridad y con los brazos cruzados sobre su pecho; dos chicas, o su séquito, como Sophie decía, se encontraban a los lados de ella. Se agachó para quedar a mi altura, pues yo seguía sentada, y me señaló con su delgado dedo índice. Sus largas uñas acrílicas de color rosa casi se clavan en la punta de mi nariz. Tragué saliva con nerviosismo porque no entendía el por qué de este ataque.

—Aléjate de mi Adam, perra —se alejó nada más decir estas palabras, sus admiradoras la siguieron al instante.

Miré a Sophie con cara de confusión, esta me devolvió la mirada de la misma manera. Sus palabras me dejaron confundida y algo cabreada. Hasta donde yo tenía entendido no estaban juntos y ¡sorpresa! por increíble que pareciese, una persona no era un objeto y, por ende, no era propiedad de nadie. ¿Mi Adam? Esa estaba loca. Además, ¿qué diantres había hecho yo para qué me dijera zorra? Por Dios, ni ellos estaban juntos ni tampoco había intentado yo algo con él.

—Parece ser que no le ha sentado nada bien que hayas venido en coche con Adam —dijo Mason con una pizca de diversión. Se llevó una manzana a la boca, pero mantuvo el rostro serio y sereno mientras miraba hacia la mesa donde había vuelto la barbie descerebrada.

—¿Cuándo pensabas decírmelo? —Sophie me dio un golpe en el brazo que me hizo fruncir el ceño.

—¿Luego? —me encogí de hombros de manera inocente.

Volvía a afirmarlo.

El instituto era una mierda.

***

¡HOLA!

Uyuyuyuy ya se empieza a notar el drama...

¡Tenemos más contacto entre Adam y April! ¡yuju! aunque no es mucho...

Recordad que si os gusta podéis dejar algún voto o comentario para que lo sepa🥰

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top