CUATRO
Odiaba los lunes.
Sophie me esperaba apoyada en su taquilla, con un pie apoyado en ella y, mirando su móvil. Sonrió cuando me vio llegar y guardó el teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón. Abrí mi taquilla, guardé lo que no necesitaba y saqué el libro de texto.
—¿Qué tal tu domingo? —cerré mi taquilla y me apoyé en ella—. Mi madre me estuvo dando la tabarra todo el día para que buscase una cita para el Baile de bienvenida.
—Aburrido, muchos deberes —puse cara de asco. No entendía la manía de los profesores de mandar tanta tarea la primera semana de clase. Suspiré y crucé los brazos sobre mi pecho, pero sonreí ante la queja de su madre—. Seguro que tienes muchos pretendientes.
—No te creas—me miró sonriendo, el septum en su nariz se movió un poco cuando la arrugó—. La única persona con la que quiero ir está muy ocupada preparando la fiesta y entrenando en el equipo de animadoras.
—Oh, bueno, ella se lo pierde—le sonreí y empezamos a caminar hasta el aula, pues acababa de sonar el timbre, aunque me gustaría seguir indagando sobre su vida.
Nos sentamos en nuestros respectivos asientos, bueno, yo me senté en el mío, Sophie, sin embargo, se sentó encima de mi pupitre y continuamos hablando. Sus piernas se movían de un lado a otro, balanceándose y mostrando sus medias de rejillas y las botas negras de tipo militar. Estuvo así hasta que llegó el profesor. El pelirrojo de la semana pasada llegó unos segundos antes de que el profesor cerrase la puerta.
La clase fue un auténtico aburrimiento, el señor Perkins habló de historia sin parar, no dio ni un descanso en las dos horas que teníamos. Además, el asiento asignado de la rubia era en unas filas más para atrás, por lo que no podía charlar con ella. Cuando salimos, lo hicimos con más sueño de lo normal.
—Adam no ha venido—me dijo Sophie al salir del aula. Teníamos Literatura juntas, también. La miré con cara de no entender nada—. Adam, ¿el novio o exnovio, de la chica qué la lio en la fiesta? En realidad no me enteré muy bien si cortaron o no —se quedó pensativa. Sonreí levemente ante su frustración—. Uf, me jode mucho no enterarme de los cotilleos al cien por cien.
—Ah, no sabía que era él—apreté más los libros en mi pecho y esquivé a un par de personas que corrían por los pasillos—. No tenía ni idea de que se llamase así. Pobrecito, tiene que ser muy duro estar en una relación así.
—Él fue demasiado estúpido para no darse cuenta. Se notaba a leguas que se los ponía —chistó la lengua y me miró.
Pero yo no podía llamarle estúpido. Nunca había estado en una relación, pero había leído muchos libros y había visto muchas series para saber lo difícil que era. Unas promesas por aquí y unas palabras por allá y se creía que iba a cambiar, aunque luego fuese la misma persona de siempre. No sé, cada persona era un mundo y quizás se pensaba que iba a ser diferente. Cuando volvió a mirar al frente había alguien delante nuestras: la chica de la fiesta. Nos estaba mirando con las cejas enarcadas y con los brazos cruzados sobre su pecho, de forma desafiante. También era rubia, pero era un rubio más amarillo que el ceniza que llevaba mi compañera. Llevaba una falda vaquera junto a un top blanco que contrarrestaba con su piel bronceada. No sabía que una persona se podía maquillar tanto para ir a clase, pero la chica me había probado que sí.
—¿De qué estáis hablando? —Sophie plantó una sonrisa socarrona en su rostro y respondió con un tono mordaz.
—Muévete, Carla —la susodicha levantó más su ceja izquierda, a pesar de parecer imposible—. ¿No tienes a alguien mejor a quién molestar? ¿Quizás a tu novio? —puso cara de pena fingida—. Upsss, perdona. Qué te ha dejado.
A la tal Carla se le subieron los colores a la cara, arrugó la nariz y soltó el aire malhumoradamente. Señaló a Sophie y gruñó enfadada queriendo decir algo, pero no encontraba las palabras adecuadas, solo soltaba improperios sin sentido que me hicieron contener una carcajada. Harta de nosotras, se dio media vuelta y desapareció por los pasillos con su séquito de minions detrás.
—Vaya drama queen —chiflé y me reí—. Como se ha puesto en unos segundos —Sophie rió conmigo y enganchó su brazo al mío, a la par que continuamos caminando hasta el aula. Miré hacía la dirección por la que se había ido la chica.
Siempre pensé que las chicas populares estaban muy estereotipadas en los libros, películas y series norteamericanas, pero Carla, una vez más en el mismo día, había probado que había una gran parte de verdad en esos tópicos.
Vaya lunes.
***
Ese mismo día tuve una hora libre, la cual pasé sola ya que la única persona a la que conocía, Rachel no contaba debido a que me dejó tirada en la fiesta a pesar de haberle, prácticamente, rogado que no lo hiciera y Sophie se encontraba en clase de Álgebra.
Me gustaba tener horas libres entre clase y clase, me daba tiempo a relajarme y enfriar la cabeza de las otras materias. Solía aprovechar las horas libres para sentarme y leer un libro. En este caso estuve leyendo un libro de fantasía juvenil con un toque de romance, ya que necesitaba mi dosis romántica y de mimos en las historias con tanta guerra. Era como un auto premio. Me tragaba cien páginas de la narración de unas batallas muy sangrientas donde morían muchas personas y luego lo recompensaba con una escena romántica entre los dos protagonistas.
Cuando decidí que era suficiente, pues tenía clase en menos de diez minutos, cerré el libro y me levanté. Me arrepentí un poco de haber decidido leer, ya que me había quedado en un parte muy impactante y que me había enganchado y ahora no iba a poder leer hasta llegar a casa. Abrí la taquilla para dejar lo que no me era útil en esos momentos y cogí lo necesario, lo que venía siendo el libro de texto de Anatomía y un estuche con bolígrafos y subrayadores. Cerré la taquilla después de coger todo y empecé a andar hacia el aula, ya que se encontraba en el otro lado del instituto y este no era pequeño precisamente. A esto se le sumaba que seguía sin saber muy bien donde estaban todas las aulas y que me perdía bastante rápido debido a mi falta de orientación.
Iba tan ensimismada mirando el teléfono que no me di cuenta del golpe que me metí hasta que fue muy tarde. Se me cayeron todas las cosas al suelo, incluido el teléfono. El bulto con el qué choqué o, mejor dicho, persona, resultó ser Adam, mi compañero de varias asignaturas, quien me ayudó a recoger las cosas que habían acabado en el suelo a causa del impacto. Aspiré su aroma a
Acababa de vivir un cliché de un libro, de esos que amaba leer. Aunque no era tan bonito porque casi me da un infarto al ver como el móvil se cayó al suelo boca abajo.
—Perdona.
—Lo siento.
Los dos nos disculpamos al unísono. Soltamos una breve risa nerviosa al darnos cuenta de eso. Me entregó el estuche y unos pocos rotuladores, los cuales se cayeron a causa de tenerlo medio abierto.
—Lo siento de nuevo —habló.
—No te preocupes —respondí—. Ha sido mi culpa. Debería haber estado atenta y no mirando el móvil —eché un vistazo a la hora en este y me di cuenta de que o me ponía a andar de nuevo o me vería atascada en la avalancha de estudiantes que se formaba en los pasillos al sonar el timbre—. Perdona otra vez y gracias por ayudarme —sonreí—, pero debería irme.
—No hay que darlas —sonrió de vuelta y se hizo a un lado para dejarme pasar. Volví a aspirar un olor a vainilla al pasar por su lado—. Hasta otra.
—Adiós.
Seguí mi camino hacia el aula, pero no pude evitar mirar hacia atrás y echarle un último vistazo, pero, cuando lo hice, él había seguido su camino. Lo cual era normal, ¿para qué se iba a dar la vuelta? Giré nuevamente la cabeza algo decepcionada, aunque no estaba segura del por qué. ¿Por qué me estaba comportando cómo una protagonista patética? Solo me ha ayudado a recoger las cosas que había dejado caer por su culpa, pues él también tendría que ir atento por donde caminaba.
Llegué a clase en el momento justo en el que sonó el timbre. Suspiré de alivio y me pegué a la pared para no agobiarme al ver tanta gente salir a la vez. No mentía cuando dije que se formaba una avalancha en los pasillos sin importar la hora. Una vez que el aula se quedó vacía de la anterior clase, entré y me senté en mi pupitre esperando a que llegasen el resto de la clase y la profesora Green, la cual no tardó mucho.
—Buenas tardes, clase —dejó su material en su mesa y abrió su libro—. Abrimos la página por donde nos quedamos la semana pasada...
***
Necesitaba sacarme el carnet del coche y dejar de depender tanto de mis padres.
Terminada la clase y el día escolar, esperé a mi madre en la puerta del instituto, como llevaba haciendo estas últimas semanas. Odiaba tener que esperar a que mi madre terminase su jornada laboral y viniese hasta aquí. Les comenté de coger el autobús, pero me dijeron que ya que le pillaba de camino, venía a por mí. Sophie masticaba su chicle a mi lado. Había decidido esperar conmigo a que me recogiesen, a pesar de haberme negado un par de veces ya que me daba cosa que perdiese su tiempo conmigo.
—¿De qué trabaja tu madre? —preguntó. La pompa de chicle rosa reventó en su cara y sonreí al ver su mueca de asco.
—Es profesora de primaria.
—Qué coñazo estar todo el día con niños chicos —rio levemente y continuó masticando su chicle de fresa.
—Y qué lo digas —reí con ella. Yo no podría trabajar con niños—. Ahí está —señalé el coche rojo que se estacionó junto a la parada de autobuses— ¡Hasta mañana! —no esperé a que me respondiese cuando le pregunté—. ¿Quieres qué te llevemos? A mí madre no le importará.
—No te preocupes —me sonrió, acto seguido me enseñó unas llaves—. Tengo mi coche en el aparcamiento —hizo otra pompa con el chicle y me guiñó un ojo—. Hasta mañana, chica nueva.
Rodé los ojos al escuchar ese mote de nuevo, parecía ser que me lo había ganado, a pesar de ya llevar un par de semanas en el instituto. Me despedí con la mano, esta vez, y me dirigí al coche. Abrí la puerta del copiloto al llegar a este y entré. Le di un beso en la mejilla a mi madre y, posteriormente, me puse el cinturón. Ella puso el coche en marcha y salimos del recinto escolar.
—¿Quién era esa? —me preguntó maniobrando y con una sonrisa.
—Sophie —contesté encogiéndome de hombros—. La conocí el sábado y compartimos un par de clases.
—Eso está bien —contestó girando el coche hacia la derecha—. ¿Por qué no la invitas a casa uno de estos días?
—Sí, eso haré —dije sin creerlo mucho. No pensaba llevarla tan pronto, era mi primera amiga en esa ciudad, no quería que saliese corriendo al ver lo extraños que eran mis padres.
Me encantaban mis padres y los amaba más que nada en este mundo, pero tenían una ligera manía de hacer mucho el ridículo y de avergonzarme. O por lo menos eso sentía cada vez que mis amigos en mi antigua ciudad coincidían con ellos.
—Genial.
Unos minutos después llegamos a casa. El coche de mi padre se encontraba aparcado, así que mi madre puso el suyo detrás. Mi madre siguió haciéndome preguntas, queriendo saber más de Sophie y de mi experiencia en el instituto, así que le conté todo lo que quiso saber.
Entramos en la casa, los zapatos de mi padre estaban tirados en la entrada, junto a su corbata y chaqueta. Mi madre rodó los ojos al verlos, aun así, se quitó los suyos y los dejó en el zapatero, también cogió los de mi padre y los puso allí. En mi familia amábamos ir descalzos por la casa, lo hacíamos desde siempre. Además, el suelo no solía ensuciarse mucho, por lo que podíamos ir descalzos sin miedo a mancharnos los calcetines.
Subí a mi habitación a dejar mis cosas, luego me pasé por la habitación que mi padre tenía como oficina en casa para saludarle.
—Hola, papá —levantó la vista del ordenador y me saludó de vuelta.
—¿Cómo te han ido las clases hoy?
—Bien, como siempre.
—Ha hecho una amiga —habló mi madre, posicionándose detrás de mí. Parecía que era la mejor noticia del mundo y una cosa que solo pasaba una vez en la vida. Era como un hito histórico.
—¿En serio? —asentí e hice un ruidito de afirmación—. ¿Por qué no la invitas a la barbacoa qué vamos a celebrar el viernes?
—¡Es verdad! Se me había olvidado —habló mi madre.
—¿Qué barbacoa? —pregunté confusa.
—Tu padre y yo hemos planeado hacer una fiesta de bienvenida para conocer al vecindario un poco más ahora que nos hemos asentado —me explicó mi madre achicando los ojos—. Además, la señora Foster dice que es una excelente manera de conocer a los vecinos más a fondo. Creo que dijo que iba a traer algo de comida.
—Genial —dije con sarcasmo y rodé los ojos—. Me encanta que vengan desconocidos a casa—ironicé otra vez.
Mi padre negó con la cabeza, pero lo hizo riendo. Mi madre me miró mal y suspiró. Odiaba que fuese tan poco sociable, pero no era mi culpa. ¿Por qué tenía que relacionarme con los vecinos? Era una tontería, estaba segura de que la mayoría iban a ser niños pequeños o personas adultas, padres de familia. Me iba a aburrir como una ostra el sábado. Le saqué la lengua en forma de burla para rebajar un poco la tensión que se había creado.
—Deberías ser más sociable, no puedes ir así por la vida siempre —evité rodar los ojos, pues ya empezaba la charla de siempre.
—Déjala, cariño —dijo mi padre acercándose a ella y dándole un beso en la frente—. Por lo menos ha hecho una amiga, pasito a pasito.
Rodé los ojos de nuevo y me dispuse a salir de la habitación para irme a la mía, pero mi padre me agarró del brazo y me hizo formar parte de un abrazo familiar.
John sí que amaba los abrazos.
Acabé relajándome entre los brazos de mis padres y sonreí.
Quizás Greenside sí que nos iba a unir a todos.
***
¡HOLA! ¿qué tal?
Como April relacionándose, vamos pasito a pasito en la historia. Nuestra protagonista ha hecho su primera amiga en el instituto (snif snif, qué mayor se nos ha hecho). Encima tenemos una barbacoa en casa de esta, ¿quién irá? ¿qué pasará?
Editado: 14/10/2021
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