CINCO




Me encontraba nuevamente esperando a que mi madre me recogiese en la puerta del colegio. Sophie también esperaba a mi lado. A pesar de solo conocernos por unos días, se había convertido en una rutina que se quedase conmigo a esperar a que me recogiesen.

—¿Sabes? —dijo, se estaba toqueteando el piercing de la nariz—. Puedo recogerte y llevarte a tu casa a partir de ahora.

—No es necesario —respondí—. A mi madre le gusta venir, ya me lo ha dicho un par de veces, le dejan salir antes del colegio para poder hacerlo.

—Bueno, pues si alguna vez cambias de opinión me lo dices —asentí—. Lo digo enserio, de esa manera salgo antes de casa y llego más tarde. Es una casa de locos, te lo juro —reí. En el poco tiempo que llevábamos conociéndonos me había contado mucho sobre su vida y su familia.

—Qué dramática eres.

—Algún día vendrás y lo comprobarás —rio ella—. Allí está tu madre, pero no conduce ella —señaló el coche. Tenía razón, mi madre estaba de copiloto, entrecerré los ojos para ver quien era y vi a mi padre conduciendo.

Mi padre, al contrario que mi madre, puso el coche en toda la entrada, delante de mí y de Sophie. Mi madre bajó la ventanilla y me saludó alegremente. Me encogí en el sitio y mi amiga comenzó a mover la mano para saludar a mis padres desde la distancia.

—¿¡Enana, le has preguntado a tu amiga si va a venir a casa el viernes!? —preguntó, o más bien, gritó. Me puse colorada, pues todavía quedaban estudiantes en la puerta del instituto y sentí su mirada divertida sobre mí. Pensé que iba a darme una mala y avergonzada mirada como hicieron mis antiguos compañeros un día que mis padres vinieron a recogerme e hicieron lo mismo, pero no pasó.

—¿Qué pasa el viernes? —me preguntó Sophie con una sonrisa burlona en su rostro y todavía moviendo el brazo.

—Barbacoa de bienvenida —respondí tapándome la cara con las manos para disimular lo roja que me había puesto.

—Anda qué has tardado en decírmelo, chica nueva —se giró a mis padres y respondió con un grito—. Allí nos veremos, señores Williams —me guiñó el ojo, se despidió de mis padres con una gran sonrisa y desapareció.

Me monté en el coche totalmente sonrojada y avergonzada. Todavía sentía las miradas sobre mí, pero sabía que era todo imaginación mía. No todo el mundo me miraba, pero siempre tenía esa sensación que no me dejaba tranquila. Y todo era a causa de mis inseguridades y de pensar que se reían de mí por cada cosa que hacía.

—Parece una chica muy maja —me dijo mi madre dándose la vuelta en el asiento para mirarme. Su pelo rubio caía en ondas sobre su pecho, se apartó los mechones que le caían por la cara y sonrió.

—Lo es —respondí con algo de dureza debido a la vergüenza que me habían hecho pasar—. ¿Dónde vamos? —pregunté para cambiar de tema y relajar el ambiente. Sophie no se lo había tomado mal, pero me seguía pareciendo algo vergonzoso que se comportasen así.

—Me han dado el día libre, así que he decidido ir a recoger a tu madre y los tres vamos a ir a almorzar a un restaurante con muy buena fama aquí —respondió mi padre mirándome por el retrovisor—. Además, los miércoles hay ofertas en ese restaurante.

Mi madre rió, ya que mi padre era un obseso de las rebajas. Si había ofertas, allí estaba él, no importaba lo que vendiesen. Creíamos que tenía el síndrome de Diógenes porque encima apenas tiraba las cosas que no le servían, el trastero estaba lleno de compras inútiles de mi padre que nunca había utilizado o que había utilizado un par de veces y se había olvidado de ellas.

—¿Qué restaurante es ese? ¿Está muy lejos? Porque me muero de hambre —dije pasándome la mano por la barriga para reafirmarme. Aunque el sonido de mis tripas rugiendo fue suficiente para que mis padres supiesen que decía la verdad.

—Es uno donde venden comida española, la señora Foster me lo ha recomendado. No, no está muy lejos, estamos llegando. ¿Se te ha vuelto a olvidar hacerte el almuerzo esta mañana? —mi madre respondió cada una de mis preguntas y terminó haciéndome una.

—Puede —respondí inocentemente. Era una olvidadiza, olvidaría hasta mi propia cabeza si no la tuviese pegada al cuerpo. Encima se me había olvidado la cartera y no pude comprar mi almuerzo en la cafetería.

—Ya hemos llegado —dijo mi padre—. Bajaos y coged mesa mientras yo busco aparcamiento.

Mi madre y yo le hicimos caso. Entramos y nos sentamos donde la camarera nos dijo. Esta volvió y nos dejó tres cartas. Mi padre entró en el momento en el que nos iba a tomar las bebidas. Eché un rápido vistazo a la carta, todos los platos estaban escritos en español y yo no tenía ni idea de este idioma, por suerte, venían en inglés debajo. Unos minutos después, ya habíamos pedido y esperábamos que nos trajesen la comida. Mi padre estaba entusiasmado porque le encantaba ir a restaurantes nuevos, a pesar de ya haber probado la gastronomía española.

—Me gusta la decoración —habló mi padre.

Observé el local rápidamente. Una gran bandera del país estaba colocada en una pared, y todas las mesas tenían un servilletero con una mini banderita. Además de las típicas banderas de España, había otras de otros colores, específicamente verde y blanco, no tenía ni idea qué país representaba esa bandera. También podías encontrar muñequitas de sevillanas en la barra del bar. No conocía mucho sobre España, pero eso parecía lo típico del país. Ahora me arrepentía de no haber cogido español en el instituto en lugar de francés.

—Aquí tienen —la camarera nos trajo nuestros platos—. Que aprovechen.

—Gracias —dijimos los tres, aunque mi padre lo intentó decir en español. La camarera sonrió incómodamente y se fue. Yo le pegué una patada a mi padre por debajo de la mesa, ¿por qué se comportaba como un niño chico?

Mi padre, quien gracias a su trabajo ha viajado mucho, fue quien pidió todos los platos. Nuestra comida consistía en una tortilla de patatas, conocía su existencia, pero nunca había probado una original, paella y algo a lo que llamaban tapas.

—Se llama ensaladilla —dijo mi padre cogiendo un poco con el tenedor e insistió en que nosotras hiciésemos lo mismo—. Si no me equivoco, tiene patatas, gambas, palitos de cangrejo, guisantes y mayonesa —lo miré con cara de asco, no me daba buena espina ese plato. ¿Qué combinación de alimentos era esa?—. Prueba, ¿cómo vas a decir que no te gusta sin haberlo probado, terremoto?

Cogí un poco y me lo metí en la boca. Hice una mueca al sentir como se desintegraban todos los alimentos en mi paladar. Al principio tenía un gusto raro, pero me acabó gustando. Era una combinación rara, pero llamativa.

—Mmm —dije. La camarera pasó en ese momento por nuestra mesa para servirnos más agua y rio ante mi reacción. Yo me quedé algo avergonzada.

La campanilla que se encontraba encima de la puerta principal sonó, indicando así la llegada de alguien. Dos adolescentes, los cuales encontraba familiares, entraron formando algo de jaleo, bueno, uno de ellos lo hacía. El pelirrojo, el que hacía más ruido, se sentó en una mesa al fondo y su acompañante entró en la cocina, a los pocos minutos salió y se sentó con su amigo. Por fin los pude reconocer, eran Adam y su amigo Kane, o así era como la rubia le llamaba, este hablaba energéticamente, pero el otro apenas lo hacía.

Cuando ya habíamos terminado de almorzar, pedimos la cuenta. Mi padre nos dejó el dinero a mí y a mi madre y fue a buscar el coche. Mi madre se levantó para ir al baño, así que me dejó sola en un bar lleno de gente. La camarera volvió con el cambio y me deseó un buen día. Me quedé en la puerta del bar a esperar a mi madre. Mientras la esperaba estuve hablando con Sophie a través de Instagram. El sonido de las campanillas me hizo levantar la cabeza, vi a Carla entrar en el restaurante y, a través del gran ventanal, la vi dirigirse a la mesa donde se encontraban Adam y su amigo. Al primero se le cambió la cara y se encogió en el asiento; en cambio, el pelirrojo se levantó rápidamente y empezó a discutir con esta. No pude escuchar nada de lo que estaba pasando.

—Menudo drama se está montando ahí dentro. Estos adolescentes de hoy en día tienen muchas movidas—habló mi madre. Salté del susto, estaba tan metida en la discusión que no me di cuenta qué había salido—. Vamos, tu padre nos espera.

Nos montamos en el coche y conducimos de vuelta a casa.

—Creo que uno de los chicos del restaurante era el hijo de la señora Foster —comentó mi madre en el camino a casa.

Cómo sabía que el apellido del pelirrojo era Kane, supe que Adam era el hijo. ¿Era mi vecino y no me había dado cuenta? Vaya si era despistada. Ahora tenía sentido que compartiesen el mismo apellido, pero como tampoco le había echado mucha cuenta no le di importancia.

Al llegar a casa, subí a mi habitación y me encerré allí, no sin antes avisar a mis padres de que no me molestasen. En el camino mientras miraba la ventana y recordaba la escena de la discusión en el restaurante, se me había ocurrido una escena que necesitaba plasmar, aunque no tuviese nada que ver con lo que seguía en mi historia.

Una vez dentro, encendí mi portátil y abrí el documento que llevaba tanto tiempo intentando terminar. Releí lo que llevaba escrito una y otra vez. Me recliné en mi silla de escritorio y me llevé las manos a la cabeza, suspiré de cansancio. Llevaba días atascada en esa parte, no tenía ni idea como continuar la historia. ¿Qué podía hacer? Escribí la escena que se me había ocurrido y dejé los nombres en el aire, deseando que pudiese encontrar otras escenas con las que unirla y hacerla coherente y con sentido. Al terminar esa parte, me metí en Pinterest e intenté coger algo de inspiración de los tableros que tenía creados. La imagen de una mujer montando a caballo mientras empuñaba un arco y el carcaj hizo que el cable de la creatividad y el de la productividad se conectasen.

La inspiración había llegado, solo esperaba que no se fuese pronto.

Pues las musas eran unas malas personas y hacían lo que querían con mi inspiración.

***

Al final del día había conseguido escribir unas dos mil palabras, es decir, un nuevo capítulo de la historia que me traía entre manos. Me sentía bastante orgullosa de eso. Era la primera historia que me proponía escribir en serio. No como las que escribía con doce y trece años siendo novia de Niall Horan, o las que escribía con siete años donde era la reina de un castillo de chocolate y algodón de azúcar y venía un duende a robarme todo el alijo de caramelos ácidos.

Esta vez iba en serio, aunque nadie me leyese. Pero yo ya me sentía orgullosa por ello.

Guardé el documento y me estiré en la silla de escritorio. Mi espalda crujió ante el esfuerzo. Había escrito solo un capítulo, pero me había llevado mi tiempo ya que escribía y borraba las cosas una y otra vez. Un mensaje llegó a mi móvil, luego otro y otro más. Lo cogí preocupada; nadie mandaba tantos mensajes de golpe sin ser una emergencia. Además, no podía ser un grupo ya que solo sonaba un notificación cada cierto tiempo. Resultó ser mi amiga.

Sophie: ¿A qué no sabes lo que ha pasado?


***

¡HOLA!

Perdón por el cringe de este capítulo :(😭

¿Por qué no aceptas ir con Sophie en el coche, April? y ¿qué tanto miras a Adam, señorita? Y lo más importante, ¿¡qué es lo que ha pasado con Sophie!?

Vale, ¿qué os ha parecido la idea de un restaurante español? Siempre veo historias donde los restaurantes son mexicanos, italianos, chinos o japoneses y, como soy española y tampoco estoy muy enterada de las comidas típicas (bueno, de las típicas típicas, sí) no quería crear incongruencias ni faltar el respeto a causa de mi desconocimiento.

Aunque no sé si lo he faltado al ser español xd, he intentado hacerlo como los norteamericanos nos ven, a pesar de que parezca un restaurante bastante "patriótico" y cliché. Además, no tengo ni idea si en EEUU hay restaurantes españoles, pero es mi historia así que...

Editado: 14/10/2021

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