Vamos a ser papás


Daniel



"—Lo primero que hay que tener en cuenta en el desarrollo de un niño, es la paciencia que le damos, el trato con el que nos dirigimos a ellos, y, aunque tengamos cosas que decirles, mayormente lo más importante es saber cómo decirlas. "

Ram viaja a mi mente con sus palabras, con sus discursos durante las clases de educación prenatal y crianza infantil.

Suena repetitivamente. Es en lo único que pienso. En lo único que he pensado durante varios días.

Una niña.

Una bebé.

Su hija.

Mi hija.

"—No es lo mismo llegar y regañarle, a tratarle de dar razones como un igual. Lo cual me lleva al segundo punto. Jamás hay que tratar al niño con superioridad, de lo contrario, le estaríamos enseñando una monarquía en lugar del respeto. Debe tenernos confianza, no temernos."

Vuelvo a la realidad con la voz de Serius, cambiando de su primo a mí. 

—¿Piensas llevar todo eso? —Serius mira con desaprobación la enorme cantidad de paquetes, envueltos en papel de revistas o periódico, así como las cajas empacadas a prisa, llevando dentro docenas de estuches con juegos de pinceles más caros que mi vida. —¿Si sabes que este bastardo te comprará lo que le digas? —habla señalando a Ryu. —Además, en casa de la abuela no te faltará material de artes, tendrás un estudio bien equipado.

—No quiero abusar de la generosidad o el dinero de nadie. —respondo. Acomodando la última de las cajas en la cajuela del auto. —Ya han hecho suficiente por mí.

—Como quieras. —se encoje de hombros, espera a que entre a la parte trasera del auto y cierra la puerta sin cuidado. 

Ryu no tarda en entrar por el lado contrario, sentándose a mi lado, con una sonrisa y un pequeño beso regalado en la superficie lisa de mi mejilla expuesta. Su mano aferra con seguridad la mía, acariciando, al compás de un tarareo lejano, la palma a medio cerrar. Disfruto de la sensación continua, lo hace con delicadeza, toca mi piel como si se tratara de las cuerdas exactas de algún instrumento, las teclas pulcras del piano, o el largo de una flauta.

—¿Cuál es esa canción? —pregunto, una vez Serius ha arrancado y activado la cortina metálica entre el piloto y los pasajeros. 

El tarareo pacífico se detiene, y un par de ojos parpadean, abriéndose por completo. Ryu recarga su cabeza sobre la mía y continua un rato, al terminar la pieza, su voz sale dulce, entonando las estrofas musicales desconocidas a mis oídos.

—Ryu. —hablo, una vez que ha concluido por segunda vez. Él me mira expectante, esperando alguna reacción o comentario, que no tardo en darle. —¿Es una canción infantil?

—Lo es. 

—Tú... —me interrumpo. 

¿Él qué? ¿Él es tan dulce? Porque sin duda la respuesta es sí. 

Primero, las clases de educación prenatal y crianza infantil, sus anotaciones, (que llenan ya, tres cuadernos). Después, la repentina proposición de irnos a la mansión central de los Leprince, dónde sus padres y su abuela nos esperan, dispuestos a formar parte del proceso. 

No se necesitaba ver para darse cuenta de quién era el más emocionado de los dos respecto al asunto de ser padres. 

¡Y ni siquiera era su hija! Al menos genéticamente.

Sacudo la cabeza. Sigo pensando en ello, muchas vueltas no ayudan a despejar las inseguridades que albergo dentro. Porque sí, eso es lo que tengo inseguridad. 

¿Y si esa bebé se parece a Becky? ¿Y si no consigo amarle? ¿O ser igual a Ryu? 

Y... ¿Si lo hago mal?

—¿No te gusta? Ram dijo que los bebés son particularmente sensibles a la música, en especial, melodías suaves, cantadas con la voz de sus padres, de esa forma, no solo reconoce a sus progenitores, sino que va desarrollando un gusto particular a los timbres de voz de los mismos. —recita, recordando sin problemas una parte de todo lo dicho por Ram a lo largo de las sesiones en el último mes y medio. —¿Daniel? Mon coeur. ¿Pourquoi pleures tu? (¿Por qué lloras?)

—No es nada. —limpio las lágrimas con la manga de mi sudadera, evitando formar un huracán con la pequeña llovizna, estúpida y ridícula. 

—Daniel. 

—Soy afortunado, es todo. —recuesto mi cuerpo en su pecho, acurrucándome cual niño en busca de protección y seguridad, en busca de mimos. —No hay mucha gente allá afuera que esté dispuesta a criar al hijo de una violación con tanto amor como lo haces tú. Significa mucho.

—Significa que te amo, los amo. —cubre mi cuerpo con su saco, envolviéndome en una capa suave, con aroma a chocolate, más una pequeña pizca de la nueva fragancia extravagante de Serius. —Y pienso repetírtelo y mostrarlo las veces que hagan faltas hasta que me creas. 

—Te creo.

Lo hago. 

—¿Y respecto a la nana? ¿Sí te gustó?

—De nuevo. —cierro los ojos y me pierdo en el tacto de sus dedos, que suben y bajan a lo largo de mis mechones descoloridos de cabello, por la falta de cuidados y retoques. —Cántala de nuevo.

—Una estrella en lo alto, mira curiosa lo que hay debajo, se topa con tus ojos, se enamora de tu voz, se vuelve llevando un recuerdo de tu amor. Corre pequeña, pronto crecerás, corre mi niña papá te cuidará. No pierdas tus alas, no temas volar, aunque hay suelo abajo, papá no te ha de soltar. Si caes te levanto y lo vuelves a intentar, porque como ella, estrella también serás. Tendrás una corona y vestidos por igual, y que no falte la espada, o lo que quieras. ¿Qué más da? Princesa o guerrera, mi niña siempre serás. Ma belle héroïne, ma belle fille et déjà. (Mi bella heroína, mi bella hija y ya.)

 —Es muy hermosa. Serás mejor padre que yo. —digo con tristeza. 

—No digas eso, también eres maravilloso. ¿Acaso crees que no sé el motivo por el que trajiste una gran cantidad de tus bastidores? —sujeta mi mentón y lo alza con firmeza. —Le estás pintando. La amas tanto como yo. 

Si es así... ¿Por qué sigo sintiéndome en una cuerda floja? 

Vacilo. Hay momentos en los que estoy seguro de que es lo único que quiero, ella y una familia, luego recaen verdades que no me han abandonado y el mundo se oscurece. ¿De verdad la quiero? ¿Existe alguna manera en la qué puedo asegurarme?

Será un ser humano al final de cuentas, cada acción y trato que tenga hacía ella repercutirá en su desarrollo. Y temo por eso, temo echarlo a perder, temo herirla por lo que su madre me hizo a mí.

Temor y dudas.

Miedo e inseguridad.

—¡Tortolitos! —Serius golpea varias veces la ventana, atrayendo la atención de ambos. Sonríe con picardía y abre la puerta, permitiéndole a una corriente de aire fresco colarse en el interior. —Abajo, llegamos. Por las cosas ni se preocupen, aquí, su chaperona se encargará de todo. —termina, recargándose de la cajuela con una mueca de desagrado.

—¿Desde cuándo la heredera de PeiPei se volvió chaperona? 

—¡Nonna! —Serius se arrodilla apenas ve aparecer a su mayor en las escaleras que llevan al corazón de la mansión. —Felice di vederti. (Me alegro de verte).

La abuela desciende con cuidado, seguida por una pareja, cuyos rasgos se unen como uno en el rostro de su hijo, de pie a mi lado. El varón cojea, avanzando del brazo de su esposa, cuya vestimenta deja en claro que está más que lista para participar en un desfile de modas, y ganarlo.

Me sonríe ampliamente. Quedo en pausa dos segundos antes de devolverle el júbilo en un gesto similar.

—Alzati mia figlia, il pavimento non è per donne forti. (De pie hija mía, el suelo no es para damas fuertes) —dice la abuela al llegar junto a Serius, quien obedece, levantándose cual resorte. La abuela toma un momento, limpiando el polvo en el traje de su nieta, al quedar satisfecha con su trabajo, asiente, le palmea los hombros y gira en nuestra dirección. —Una disculpa por mis modales. Bienvenidos hijos míos, mi casa es ahora suya también, por favor, siéntanse cómodos de pedir cualquier cosa que necesiten. En especial tú, Daniel. Ryu de por sí hace lo que se le da la gana.

—Gracias. Yo... 

Las palabras a medio camino quedan ahogadas en mi garganta, un par de brazos delgados y enfundados en seda, me rodean, apresándome con más fuerza de la que esperaría encontrar en una complexión mayormente menuda. 

—No digas esa palabra. —la madre de Ryu se aferra más. —No tú. Somos nosotros quienes debemos de agradecerte, y, ante todo, pedirte disculpas. 

—Estamos al tanto de lo ocurrido. —la abuela retoma la palabra. —Daniel, hijo, un lo siento de esta vieja no cambia nada, aun así permíteme decirlo. Perdónanos por ser estúpidos y tardar en actuar, te hago la promesa de que se hará justicia. Es lo menos con lo que podemos compensarte.

—Nonna. —Ryu la toma de la mano, en sus ojos hay un brillo nuevo, especial. —¿Está lista?

—¡Desde luego! ¿Por quién me tomas? Vengan, rápido. —me guiñe un ojo y se voltea, haciéndole señas a Serius para que abandone el equipaje y vaya a su lado. —Daniel, Ryu tiene una sorpresa para ti. Vamos arriba, allí podrás verlo todo.

Quiero volver al lado de Ryu, sin embargo, su madre tira de mí, demasiado alegre, y yo soy demasiado malo para el rechazo. 

—Tranquilo. —Ryu sujeta mi otra mano y la besa. —Estoy aquí. 

Entrelazo nuestros dedos. Está conmigo. 

Sonrío inconscientemente. El caos parece comenzar a disiparse. Ojalá las nubes oscuras no vuelvan nunca.


Daniel


La habitación de paredes blancas sonríe al verme llegar, esta vez mejor preparado y equipado, con todo un equipo listo, conformado por varios botes de pintura especial y brochas, además de una escalera. 

¡Daniel Jelavick es alto, sin embargo, tampoco llega a ser un gigante que alcanza el cielo con solo ponerse de puntitas!

Antes de comenzar, me aseguro que el suelo está completamente forrado con periódico y cinta, de esa manera la pintura que escurra no manchará las bellezas de azulejos que hacen un arte del piso. 

Tanto espacio vacío, (por el momento), regalado sin un moño y con una única intención. 

Quito la tapa del primer bote, introduzco la punta de una brocha y mascullo entre dientes. 

¡Maldito príncipe, bastardo azul!

Dice que me ama y lo único que hace es darme motivos para sufrir de paros cardiacos, o entrar en un posible coma por una impresión fuerte.

Paredes blancas... ¡Bah!

¡Esto es un enorme lienzo blanco!

Todo mío.

Todo nuestro.

—¿Necesitas ayuda? —su voz llega de la entrada, en dónde ha bajado los últimos dos contenedores de materiales indispensables para mi trabajo. 

—No. Y menos si llevas ese traje de secretario importante. ¡Si quieres ayudar ve y cámbiate! A menos que quieras arruinar tu limpia, y costosísima, ropa con un poco de lluvia mágica que no se quita. —respondo. Dando comienzo al fondo, que atrapa un anochecer estrellado, con remolinos de nubes y estrellas. 

Lo escucho alejarse, obediente y apresurado. La paz no dura mucho, ni siquiera lo suficiente, unas manos traviesas rodean mi cintura, consiguiendo arrancar la brocha de mi agarre, creando una mancha espontánea en la pared principal, de la que será nuestra habitación.

— ¡Ryu! —le reclamo.

—Se ve bien. Oye, no infles los cachetes, o no me hago responsable si alguien los muerde. 

—¡Estamos en tu casa!

Recarga su mentón en mi hombro y se encoje, indiferente.

—¿Y qué?

—Tus padres, tu abuela... ¡Todos están aquí!

—Tengo más de veinte años, Dan. En todo caso me reclamarían por no ser dulce contigo, no por hacerlo contigo.

—Si venías a ayudar, no estás sirviendo de mucho. 

—Vengo a proponerte algo. —con sus palabras es que presto atención a lo que lleva puesto. ¡No se ha cambiado en absoluto! Ahora puedo entender el porqué tardó tan poco en un viaje de ida y vuelta. Ignorando mi mirada, sigue hablando, recorriendo con atención el paisaje nevado en la pared, acompañado por una oscuridad con auroras y constelaciones. —La otra habitación, la que no pintarás hasta que la pequeña la ocupe y diga qué quiere, lo que le gusta. No creo que sea correcto dejarla vacía. ¿Te parece si salimos a buscar muebles?

—Estaba pensando en ello también. Va a necesitar una cama, así no se gasta en una cuna, y tendré que comprarle ropa, y ni hablar de lo caro que es...

—Dan. Tendremos. No tienes, ya no un tú. —dice cerca de mi oído, arrastrando las palabras con un tono serio. —Tendremos que comprarle ropa, y deja de hablar de lo caro que es todo. Pagaré lo que haga falta, no gastes tus ahorros, quedamos que eso iría a tu universidad.

—¡Pero no puedo dejarte gastar dinero así como así! No puedes pagar todo.

—Puedo. Es mi hija, y soy tu pareja. ¿Necesito más motivos para invertir en ustedes?

—Si vamos a salir, hablaré con tu abuela.

—Ya lo hice. —saca una tarjeta transparente, con letras doradas grabadas en la superficie por ambos lados. —Se ofreció voluntaria como principal madrina y patrocinadora. 

—¡Ustedes...! ¿Todos los Leprince acostumbran derrochar dinero cada vez que respiran?

—¿Está mal?

—Es... ¡Está bien, iremos y compraremos! Pero, será solo lo indispensable. Una bebé no necesita tener una cama chapada en oro, divanes de seda y colchas adornadas con diamantes.

Y aunque digo aquello último, su sonrisa no deja de crecer.

¡Malditos príncipes azules, siempre encontrarán el modo de salir se con la suya!


Daniel


Al decir que saldría, jamás imaginé que llevaría conmigo aquella sensación agobiante, atada al miedo. Aunque no debió sorprenderme, el miedo me seguía siempre, a todos lados, a todas partes.

Me hice pequeño en el asiento trasero del auto, e incluso cuando este se detuvo, no tuve valor suficiente para moverme siquiera, mucho menos para levantarme y salir.

¿Y si afuera ocurría algo?

Toda esa gente que transitaba en el centro comercial parecía juzgarme con la mirada, siguiendo mis respiraciones irregulares a través del cristal polarizado.

Veían a través de mí. De lo que era.

Me veían.

—Daniel. —dijo Ryu. Lo miré, con la respiración y los latidos desbocados.

¿En qué momento salió del lado del conductor para colocarse delante de mí? ¿Cómo abrió la puerta sin hacer ruido?

Su mano se estiró hacía mí, una invitación a dar el primer paso. Una pregunta que esperaba pronto una confirmación.

—Si no estás listo puedo hacer que las empresas presenten catálogos de sus inventarios mañana en la mansión, así elegimos algo sin la necesidad de salir.

—No. Yo puedo. —Temblando me aferro a él, y di el primer paso.

Tenía miedo.

Sentía pánico, y una mezcla ociosa que iba más allá. Que era más fuerte, más pesada.

¡No!

¡Yo era Daniel Jelavick! Temía, odiaba, pero... ¡No iba a darme por vencido!

Lo sujeté con fuerza, salí del auto y aseguré la puerta, escuchando como se cerraba a mis espaldas.

No había vuelta atrás.

Al menos en esta decisión, no pensaba arrepentirme.


Daniel


Los accesorios de bebé son maravillosos. Existen tantos modelos, diseños y colores que, resulta difícil decidirse por uno.

Me gusta la ropa colorida y los trajes unisex de figuras, cómo unicornios y algunos personajes animados. También siento especial atracción por las diademas de tela con patrones irregulares, o pequeños estampados de manchas de pintura. Al final, tengo que decidir sabiamente, ahorrando por completo la parte de exclamar en alto que todo me gusta, de lo contrario, Ryu comprará la tienda entera, y eso... Eso es algo que no puedo permitírselo.

Vagamos largo rato entre estanterías llenas de prendas diminutas, que seleccionamos entre ambos, adquiriendo una cantidad decente y útil. Nada ostentoso.

¡Por Lucifer! ¡Vamos a vestir a una recién nacida, no a una estrella de K-pop!

—Sigo insistiendo. —dice, al salir de la tienda, con varias bolsas colgando entre nuestros brazos unidos. —El traje de vikingo era indispensable.

Suspiro.

—Ni siquiera se lo pondría. La tela es sintética, y la doctora recomendó algodón, su piel podría irritarse. Además, ¿Qué rayos haría una bebé con un maldito casco con cuernos?

—Tienes un punto.

¡Por supuesto que lo tengo! Aunque, por obvias razones, no lo exclamo en voz alta, lo último que deseo es ser un foco de atención en medio de un pasillo central, altamente concurrido.

—¿A dónde ahora? —pregunta, intercambiando la posición de las bolsas que le corresponden.

Abro la boca para responderle, y las palabras se hunden, suplantadas por un grito, que termina ahogado, conteniendo el temor y el pánico.

Una melena dorada y un rostro maquillado con discreción voltean en nuestra dirección, y aquel par de ojos, iguales a los míos, me fulminan, recorriéndome con hostilidad.

Pienso demasiado, y a la vez es una sola palabra la que llega golpeando mi cerebro.

—Mamá...

Ella... Está ahí. Delante mío. Estoica y con cara de haber comido algo agrio, igual que siempre.

Retrocedo varios pasos. Ryu habla, pero aquello que dice ya no llega a ser audible en mis oídos necios, cerrados a nada más que no sea el pitido agonizante que dramatiza la escena. Suelto las bolsas, me libero del agarre suave y cariñoso de mi pareja, doy media vuelta y escapo.

Escapo lejos.

Escapo de ella

Porque, a pesar del tiempo, la distancia y mis palabras de superación, no resulta más que una mentira, que se encarga de endulzar la dura realidad.

Yo aún le temo a ella, a mi madre.

No puedo verla.

Mi cuerpo recuerda los golpes al encontrarla, detecta su tacto brusco contra mi piel y escucha su voz y los gritos que profería.

Conmigo no había día en el que me tratara como a un hijo, para ella era, soy y seré un error, uno que ya ni siquiera llegará a contar como suyo.

Ignorante del cómo, logro llegar al auto, y mi instinto me ruega de rodillas que entre, que no vuelva. Jalo insistente la manija de la puerta, no responde, y, en su lugar, la alarma de seguridad se activa, armando un gran escándalo en medio del estacionamiento, allí donde medio mundo y más, son capaces de quedarse viendo en mi dirección, juzgando y cuchicheando.

Algunos me llaman "ladrón", otros más gritan cosas el doble de ofensivas, y el triple de hirientes. Voces huecas intercambian diálogos con la policía al otro lado del teléfono, y hay una pareja que se acerca al guardia de seguridad al otro lado del área, señalando acusadoramente en mi dirección.

"¡No!". Quiero gritarles.

Yo no fui. Yo no hice nada malo. Pero me callo. Si puedo evitarlo, no gritaré, porque gritar me trae a ella, me trae a mamá. Y yo NO SOY MAMÁ.

Abrazo mi propio cuerpo, pegándome lo más que puedo al auto.

No soy ella.

—¡Daniel! ¡Dan, escucha! ¡Mon coeur! —Ryu llega como un soplo de aire fresco, robando miradas, y, apostaría que también un par de suspiros. Envuelve mi cuerpo, envuelve mi miedo y parte de las inseguridades. —Lo siento mucho, ella...

—No quiero hablar de eso. —le pido, abrazándome con fuerza a su cuello.

—Lo hiciste bien. —me carga, abre la puerta y con un comando el auto se calla. Deja mi cuerpo en el asiento y baja las bolsas. —Lo hiciste muy bien. —finaliza, dejando un beso lento en mi frente.

Las fuerzas que me quedan, las empleo para asentir.

—Vámonos a casa. —digo.

Ryu pega su frente a la mía, sostiene nuestras manos, dando calor a mi piel helada, y cede.

—Iremos a dónde quieras.

—A casa. —repito. —Llévame a casa.

Y tras limpiar las escandalosas lágrimas que fluyen cuesta abajo en mi rostro,  es lo único que hace.

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