Ryu Leprince


—¡¿Muerto?! —Diane tropezó con los holanes de la prenda que confeccionaba, sus pies se enredaron con los listones de seda regados por el lugar, sus manos soltaron las tijeras y el kit de costura. Cayó de lleno al suelo, ahogando un grito y también un ruego, daría lo que fuera porque las palabras de su padre fueran una mentira. —Mi hijo... ¡¿ME DICES QUE MI HIJO ESTÁ MUERTO?! ¡Quiero verlo! ¡Necesito...!

—Su cuerpo ya fue incinerado.

—No me mientas padre. ¡NO ME MIENTAS! —Se levantó tambaleándose, consiguiendo apoyo en el respaldo de un sillón enfundado en negro. —Mi Ryu no pude estar muerto. No... ¡No! ¡Regrésamelo! ¡¿Qué le has hecho?! ¡¿Dónde está mi hijo?! Si te hizo enojar perdónalo, por favor, si cometió un error castígame a mí, no le hagas daño a él. Padre...

—Tu hijo, se metió con un Jelavick, Alexandra. Será mejor para ti creer que él ha muerto.

—¡¿Y qué si mi hijo es gay?! ¡¿Y qué si ama a un Jelavick?! ¡¿Qué tiene de malo el amor?! ¡¿Qué tiene de malo él?! ¿Acaso golpeó al chico? ¿Lo abusó? ¿Lo usó? ¿Lo agredió? ¡No! ¡Mi hijo lo amaba, padre! ¡LO AMABA! Y me dices que por amar tú... —Diane se abrazó a sí misma, sentándose por temor a caer de nuevo. —Tú eres un monstruo.

—Y tu hijo un enfermo. Debe ser curado. 

Diane sacudió la cabeza, consiguiendo que el negro cabello se soltara de su chongo, cayendo rebelde en corrientes onduladas cuesta abajo, terminando a mitad de su cintura, ahí donde el cinturón de herramientas se abrochaba con un fénix.

"—Madre. "

El recuerdo de la sonrisa de Ryu flotó delante de ella. Justo en esa sala, justo en ese lugar. 

"—¿Saludaste ya a tu padre? Su pierna sigue rota, es difícil para él permanecer en cama tanto tiempo, ya necesitaba verte. 

Ryu se acercó a ella. Diane lo vio de reojo, había crecido de nuevo, su tamaño ya era prácticamente el mismo que el suyo.

¿Cuándo llegaría a rebasarla? 

Se alejó del maniquí, abrazando con fuerza el cuerpo delgado de su hijo. No estaba segura, pero le encantaría verlo seguir convirtiéndose en un maldito poste con fuerza de leñador.

Ryu se recargó en su hombro, rodeando su cintura con cuidado, casi con precaución. Diane se rio ante la timidez de su hijo, pero lo dejó en paz.

—¿Y bien? ¿Algo nuevo que contarle a mamá? ¡Oh ya sé! —Se separó de si hijo, codeándolo con picardía. —¿Qué me dices del baile de ayer? Estoy muy segura que ese labio dañado no fue cortesía de Hera. ¿Mmn?

Como esperaba, las orejas de su hijo se llenaron de colorete, y sus ojos de brillo lunar.

Sonrió con ganas.

¡Bingo! 

Había dado en el blanco.

—Mamá. ¿No te molesta?

—¿Qué cosa? ¿Qué te deje marcas? No, de hecho, cuando éramos pequeños, a mí también me gustaba morder mucho a tu pa...

—¡No! —Ryu se aclaró la garganta. —Eso no. Me refiero a que si no te molesta que lo ame a él.

—¿A ti te molesta?

Ryu negó.

—¿Eres feliz?

Asintió. Diane le revolvió el cabello y lo invitó a tomar asiento, pateando cada baratija que salía en su camino.

—Ryu, si tu eres feliz y no te molesta. ¿Por qué piensas que a mí sí va a enojarme? Hijo, estamos en pleno siglo veintiuno, y creo que eres libre de amar a quién quieras. ¿Qué si es un hombre? ¿Qué si es una mujer? Si te gusta está bien para mí. ¿O qué? ¿Tu padre te dijo algo? Si fue así ahora mismo voy a...

—No mamá. —Ryu tiró de ella con suavidad, regresándola a su asiento para evitar que cometiera un asesinato contra un pobre herido. —Papá dijo que si no lo cuidaba iba a patearme el trasero, y qué, si lo hacía llorar me dejaría escalar la misma montaña en la que se rompió la pierna, y no me ayudaría si lo mismo me ocurría. 

—Es algo que tu padre diría. —Diane acarició una de las mejillas de su hijo, primero suavemente, después tirando con algo de fuerza. —¡Y si te propasas yo también pienso dejarte subir ese pico del demonio! ¡Y si él  te hace algo tampoco tendré piedad! Yo crie un caballero Ryu, no seas hormonal chico adolescente.

—Gracias. —Ryu volvió a abrazarla, y Diane lo sintió volverse el niño que sostuvo por primera vez cuando lo dio a luz a sus quince. Le devolvió el gesto. Tan pequeño, tan inocente. —De verdad mamá, gracias."

—Diane...

Ante el llamado, Diane alzó la cabeza, se levantó de su lugar y corrió a los brazos de su esposo, enterrándose en su pecho como su único lugar seguro.

—Yoann. Papá, él...

Yoann pasó sus manos por el cabello y la espalda de su menor, llenándola de calma con aquellas acciones. Fulminó a la tercer figura dentro del estudio, recibiendo una mirada imparcial por parte del abuelo.

—¿Qué hiciste ahora Hiroshi?

El hombre se rio al escuchar a su hijo, se rio tan fuerte que Diane deseó cubrirse los oídos, Yoann lo hizo por ella, aislándola del sonido estridente y poco agradable.

—¿Así te refieres a tu padre Atako? ¿Qué falta de respeto es esa?

—¿Respeto? —Yoann bufó. —Hablemos de respeto cuándo tengas conocimiento de lo que significa. Te hice una pregunta. ¿Qué fue lo que hiciste? ¿Por qué Diane llora?

—Pregúntale a ella. Que te cuente de la enfermedad que tu hijo tiene. 

—Ryu... — Yoann perdió color. —¿Dónde está nuestro hijo? ¿Dón...?

—Murió Atako. Neus estará muerto para esta familia hasta que logre recuperarse. 

—¡Vete! —Yoann se apartó de la puerta. —¡Lárgate ahora!

Sin esconder su sonrisa de triunfo, el abuelo salió de la habitación, dejando atrás una fragancia a gardenias muertas y hojas  secas.

—Yoann.

—Arreglaremos esto Diane. —Yoann abrazó con mayor fuerza a su hermana. —Lo arreglaremos como siempre. 

—Nuestro Ryu... ¿Por qué a él? Nuestro hijo no tiene la culpa, creí que se detendría si nos casábamos, creí que estaría a salvo si nosotros lo obedecíamos. ¿Por qué él? ¿Por qué nuestro niño?

Yoann la besó en la frente.

—Porque no tiene frenos. —Yoann separó un poco a Diane, apenas lo suficiente para verla a la cara, para encontrarse frente a frente con la heterocromía de un negro y un azul. — Hay que decirle algo a Daniel.

Ante la mención de la pareja de su hijo, Diane se encogió, volviéndose un capullo, dejando atrás aquella forma de mariposa con grandes alas, con grandes sueños.

—Su abuelo lo mandó al extranjero, estudiará en un instituto alejado. Dile eso y comprenderá, si se trata de Ryu, Daniel siempre comprende.

—Es un buen chico.

—Ambos lo son. ¿Por qué padre no entiende eso? Ryu, él... Solo quiere ser feliz.

—Y Hiroshi desea que sea perfecto. —terminó Yoann, y se odió por no haber sido suficiente para saciar a su padre, se odió ese día, y todos lo que siguieron a la desaparición de su hijo.

Ryu Leprince pasó de ser una presencia constante, a un recuerdo lejano, cada vez menos seguro, cada vez más perdido.

El tiempo dejó de tener sentido cuando no quedó nada en qué invertirlo, los colores dejaron de ser importantes cuando solo el negro y el rojo lo acompañaban, la soledad dejó de ser abominable, y pasó a convertirse en su única compañera, su única amiga.

Ryu se retrajo en el suelo, trazando figuras con la sangre fresca.

Su sangre.

Desconocía el dolor y su significado para ese punto. 

¿Era acaso la sensación que debía sentir con esos clavos que lo ataban a la pared?

¿O su definición se basaba en las arcadas causadas por la incisión de alfileres?

Sonrió, no por el recuerdo, sino por el rostro delicado que le devolvía la mirada desde el suelo. 

¿Cómo estaría Daniel?

Podía jurar que su cumpleaños no pasaba todavía. ¿Seguían en verano? ¿O las estaciones pasaban más rápido arriba? ¿Él seguiría siendo más pequeño? ¿Aún le gustaría comer chocolate y dulces? ¿Y sus dibujos?

Ryu terminó el suyo y lo borró al instante, asqueado por no tener más que rojo para colorear. Daniel no merecía ser plasmado con sangre.

Cerró los ojos, rememorando los colores que lo seguían, los sonidos, los sabores. Ojalá pudiera probar de nuevo la sopa de su madre, cocinaba fatal, pero su sopa era buena, era única; le gustaría degustar las galletas de la abuela, y la tarta de su padre. 

Cuando saliera... 

Se detuvo en ese pensamiento, observó el lugar, cuatro paredes y manchas por doquier, equipo nuevo de los Red River, equipo especial de torturas. ¡Ah, y una camilla!

¿Saldría algún día? 

Le gustaba soñar en grande si pensaba que la respuesta a esa pregunta era una afirmativa.

Pero, si las estrellas se alineaban en el cielo, y un milagro o un coincidencia ocurrían, si él salía; quería abrazar a sus padres, a su abuela, a Daniel, sentirlos de nuevo, comer junto a ellos. Le compraría una bajilla a su madre, y juegos de zafiros a su abuela, un bastón nuevo a su padre, y a Daniel...

¡A Daniel le daría un museo! ¡Un salón de arte! ¡Un estudio! 

Lo que quisiera. 

Y le diría que se pintase a sí mismo, se cumpliría el capricho de tener un cuadro del tamaño de una pared del salón de baile, un cuadro de Daniel, un cuadro de su sonrisa, de su belleza. Luego lo colgaría detrás de su escritorio, o en la sala de su casa, dónde pudiera verlo todos los días.

—Neus.

Su abuelo partió su fantasía.

—Tengo noticias. Te he comprometido, o más bien... ¡Te vendí! Hijo, ya tienes esposa, Lady Wang dio diez mil billones de dólares para que Lia Wang se case contigo. ¿No es fabuloso?

Ryu no respondió, viendo con ojos vacíos al viejo con cara de diablo.

Así que, ese era su valor, el suyo y el de su felicidad.

Diez billones de dólares. 

Ladeó la cabeza, escondiéndose, escondiendo las lágrimas, y la esperanza de salir.

"Algún día." Pensó.

"Algún día." Se repitió.

La eternidad recayó sobre él, cambiando el "algún día" por un "nunca."

Si se permitía gritar con fuerza... ¿Alguien oiría sus ruegos?

Si alzaba la voz y lloraba... ¿Alguien llegaría a consolarlo?

Si se hería, si se rompía... ¿Habría alguien que se atreviera a reunir las piezas deshechas?

No.

Su abuelo le escupió esa respuesta infinidad de veces, muchas más de las que lo torturó, usándolo cómo algo peor que un animal en cautiverio.

¡SÍ!

Gritó su mente, gritó su esperanza, gritó su fuerza.

Y ese grito por fin tuvo un oído que lo escuchara, recibiéndolo igual a una melodía distante y vacía.

—Ryu... —Marie tropezó con los últimos escalones, cayendo y levantándose sin retenerse con el dolor. No, no había tiempo. Menos si su niño estaba a su alcance. Vivo. Las lágrimas se desbordaron, y la vida regresó a su cuerpo, al tiempo que el corazón se rompía en pedazos. Vivo... Su Ryu, su pequeño estaba vivo, pero... ¿A qué costo? —Ryu... Amore mio (Amor mío) 

—Nonna. —Ryu alzó la cabeza, visionando a través de los borrones el rostro inconfundible de su abuela. El agua en sus ojos deseaba salir, pero la curva en sus labios fue más rápida, volviéndose una mortal sonrisa que atrapaba el resplandor del sol, convirtiéndolo en fragmentos cálidos. —Nonna...

Marie lo sacó de la pared, arrancando con cuidado las agujas y clavos, culpables de aprisionarlo, de cortarle las alas y la libertad. El peso de Ryu cayó en sus hombros, incapaz de ser sostenido por unas piernas rotas y débiles. Marie lo atrapó y su gemido se ahogó en el llanto mezclado.

—¿Cuánto tiempo Nonna?

Tragando saliva y dolor, Marie respondió, cediendo su máscara de fuerza por la triste realidad de un reencuentro bañado en sangre y huesos rotos.

Due anni amore mio. Due lunghi anni. (Dos años amor mío. Dos largos años.) Perdóname Ryu, perdona a tu abuela por no haber llegado antes, perdona a esta vieja por su terrible incompetencia.

—Nonna... Non c'è niente da perdonare. (No hay nada que perdonar)

—Ryu... —Marie lo cargó con cuidado, llevándolo con soltura en sus brazos, cálidos y fragantes de un aroma a té y libros viejos.

—Nonna... ¿Cómo está él?

Los pasos de Marie vacilaron, rompiéndose en silencio, su agarre no se aflojó, firme alrededor del cuerpo destrozado de su nieto menor.

—Tiempo al tiempo Ryu, él está, desconozco su estado. Hace meses que desertó de los Jelavick, no sabemos nada desde entonces.

—Nonna.

—Primero vas a recuperarte, le diré a Serius que se encargue de localizar su paradero mientras tanto.

—¿Lo prometes?

Merie le besó la frente, regando su amor en Ryu, dispuesta a protegerlo, a no fallarle.

No de nuevo.

No esta vez.

Lo prometo. dijo, segura y concreta. Finalizaban las promesas vacías y las palabras sin peso, al menos para Ryu. Él no lo merecía. 

Y ocurrió, después de tanto tiempo teniendo pesadillas, Ryu pudo cerrar los ojos y soñar con un mundo sin monstruos, sin su abuelo.

—¡Déjalo en paz! 

—¡Tú no te metas!

—¡Suéltalo!

—Nonna basta. —Ryu tranquilizó a su abuela con un tono suave, apresando la muñeca de su abuelo, quien lo sometía contra la pared, rompiendo los retazos que apenas comenzaban a unirse.

Marie no se detuvo, muchas veces obedeció, bajando la cabeza y siguiendo órdenes. 

Pero ya no.

Ya estaba harta.

—¡Te dije que lo sueltes!

El abuelo ni siquiera le dirigió una mirada, pendiente en Ryu, en los vendajes que cubrían su cuerpo. Blanco y rojo combinado, mucho rojo, rojo que salía por su culpa, por sus golpes.

—Pasaste dos años en ese sótano, veamos si mi tratamiento tuvo efecto. —Ryu comenzó a quedarse sin aire, por reacción natural, sus puños golpearon el agarre de acero.

Necesitaba respirar.

Necesita oxígeno.

Su abuela derribó a su esposo, aplicando una llave que, en su momento, le hubiera bastado para partirle la columna al hombre. Ryu cayó al suelo, no volvió a levantarse.

Intentó llegar a Merie, intentó que su abuelo no le hiciera nada.

Lo intentó.

Marie no gritó cuando su esposo usó el impulso de ella para jalarle la pierna con brusquedad, dislocando el hueso desde la rodilla. 

Marie se mordió los labios y ahogó su dolor.

Marie no lloraba, hacía mucho que dejó de hacerlo.

Pero Ryu no era ella, Ryu todavía se liberaba, joven y sensible, joven y lleno de odio.

— Que desperdicio. — su abuelo se levantó, alejándose del cuerpo inmóvil de su abuela. — Retomando lo que te decía, Neus, creo que ya no importa en realidad si te compusiste o no, tú y ese inútil Jelavick ya no estarán juntos.

—¡¿Qué le hiciste?!

—Tal como lo sospechaba, tu enfermedad necesitaba más tiempo de tratamiento, bueno, ya no hay vuelta de página. Él te olvidó, y es mejor que sea así. A partir de hoy vas a comportarte, sabes que tengo en mis manos el poder de hacer que en cualquier momento lo maten. De ti depende el tiempo que su corazón lata. Lo comprendes, ¿Neus?

Ryu se tragó la bilis que subía a través de su garganta.

Ryu se tragó su odio.

Ryu se tragó su orgullo.

Bajó la cabeza y asintió, por primera y única vez.

—Sí. Comprendo.

"... Debo matarte."

Giró, topándose con los ojos vidriosos de su abuela.

"Debo hacerlo."

Porque sus manos ya estaban llenas de sangre, no importaría si el carmesí que le pertenecía, se unía a uno ajeno, no importaba, no si con ello la ganancia era mayor.

Muerte al traidor.

Muerte al rey.

Ryu


Recuerdos y memorias se frenan de golpe con el grito lleno de vida de un joven estudiante, su rostro me es familiar, también el del chico que viene a su lado.

—Ryu. —dice el más alto, sonriente.

—¿Kian,cierto?

El sol sale en sus ojos, de inmediato gira hacía Daniel, gritando cómo si nunca hubiera esperado que lo reconociera.

—Me recuerdas... ¡Daniel me recuerda!

Daniel bufa, tan hermoso como siempre, tan perfecto. Mis ganas de levantarme y abrazarlo se duplican, y aún así consigo contenerme,  no debo actuar con imprudencia.

—¿Y qué hago te aplaudo? Alto... ¿No dijiste que era tu compañero?

Sin duda sigue siendo Daniel. Un poco menos paciente, pero Daniel al final.

—Claro que somos compañeros. ¡Todos los estudiantes somos compañeros!

Daniel pone una cara  extraña y se gira, quiere escapar, irse de nuevo, mi instinto ruega que lo detenga, últimamente se ha vuelto mejor es escapar, y yo soy cada vez más malo jugando al que busca encuentra.

Aunque, tratándose de él siempre me quedaría hasta encontrarlo.

—Ryu... —Kian me hace reaccionar, consiguiendo que deje de mirar al dueño de mi corazón y mi vida. —¿Crees que puedas hacerle un favor a mi amigo?

¡Sí!

Quiero gritarle, pero antes de que alcance a abrir la boca, sus ojos, esos malditos orbes que contienen un mundo perdido, se alzan, reclamando todo de mí.

¿Cómo se detiene la carrera de un corazón que ya ha escogido su meta?

¿Cómo evito mis ganas de tenerte?

¿De besarte?

Daniel, solo porque eres tú. ¡Porque siempre has sido tú!

Reacciono justo a tiempo, eludiendo mi perdición transformada en una persona.

—¿Qué favor? —digo, luchando porque mis latidos no se escuchen tan fuertes, combatiendo contra el sonrojo de mi cuello, contra el deseo de mis manos.

Es difícil.

Eres tú.

—Bueno... Verás...—comienza Kian, lo interrumpes con un grito.

—¡No es nada!

Otra excusa para volver a recaer en ti. 

—¡¿Qué no es nada dices?! ¡¿Reprobar con Mateo y que te pida un proyecto de cien hojas no es nada?!

¿Mateo?

Tú...

Si no conociera el tipo de hombre que es tu profesor, estaría verdaderamente preocupado de tu desarrollo académico, sin embargo, lo que siento es un terrible miedo que saber la otra opción, que, seguro, te ha de haber ofrecido.

Daniel...

La campana llega, y ni Kian, ni yo evitamos que te marches, huyendo como alma que lleva el diablo, o peor.

—Lo siento, él es... —Kian se rasca la cabeza, y puedo ver la pena mezclada con preocupación.

Es sincero.

Me levanto, palmeando su hombro para brindarle algo de confort.

—Descuida, lo ayudaré.

—¡¿De verdad?!

—Sí, creo que, se lo debo. 

—¡Bien! ¡Bien! ¡Gracias en nombre de Daniel, de verdad! Puede ser algo pervertido, pero te juro que es un buen chico, es maravilloso, y dibuja increíble. ¡Gracias por aceptar! ¡Lo acabas de sacar de un buen aprieto! ¡Gracias, gracias!

Al contrario, gracias por llevarme de regreso a él.

Le sonrío, y creo que esa acción transmite suficiente, ya que vuelve a sostener mi mano, agitándola sin piedad.

Daniel, de nuevo, te encontré.

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