Reiniciando Windows


Daniel


Hay días en los que me levanto de un humor excepcional, con ganas de ir a la escuela y sonriendo de forma maravillosa al nuevo día que se asoma por delante. 

No se que piensen al respecto de esto, pero yo que ustedes comenzaría a rezar, solo digo, porque mi abuela decía que cuando despertaba de buenas, iba a ocurrir un milagro o una terrible desgracia. 

Ahora que lo pienso suena algo así como una profecía de apocalipsis, de ser así, bienvenidos al fin del mundo. 

Todo parece tan hermoso, afuera llueve, y no me sorprendería que para el medio día hubiera una fuerte tormenta, ya que la ciudad está, no muy lejos del mar, incluso puede desencadenarse inundaciones en las avenidas más cercanas al océano. 

Me siento bien, renovado, dormir toda una tarde sin duda es de mucha, mucha ayuda. 

Pero toda esta alegría que me llena, se desvanece por completo al recordar que mi primera clase, como siempre, es con Mateo, y no solo eso, sino que no he avanzado nada en el proyecto que me dejo una semana atrás. 

¡Ni siquiera he comprado la libreta!

A partir de que ese pensamiento, nada grato cabe mencionar, comenzó a atormentarme, no pude sacarlo de mi cabeza, ni siquiera cuando llegué al aula de dicho maestro y me senté a esperar que la clase diera comienzo.

—Buenos días jóvenes.

¡Por la Virgen  de la papaya! ¿Acaso hoy se cayó de la cama o lo tiraron? Porque eso de que llegue mucho antes de que el timbre suene es una completa novedad.

—Buenos días profesor. —respondemos todos a coro, como pequeños niños de prescolar que lo único que saben en repetir y ser un pelín educados.

Mateo sonríe y siento que algo anda mal, si está de buen humor es porque piensa hacer alguna cosa que pocas veces es de beneficio para nosotros los estudiantes, y ahí es cuando veo que es un momento perfecto para entrar en pánico.

Tranquilo, deja su café sobre su escritorio, toma asiento, comienza a revisar su lista y creo ver que esa sonrisa solo se ensancha más.

—Daniel Jelavick.

Quiero desaparecer ahí mismo.

¿Porqué? ¿Porqué de entre todos tengo que ser yo el elegido? ¿Qué hice para merecer esta responsabilidad?

Ah, ya recordé.

Tragándome la bilis que comienza a subir por mi garganta, y reprimiendo todo mi odio, fastidio y ganas de matarlo o matarme, respondo con la voz más angelical y pasiva que puedo poner. 

—¿Profesor?

Mi objetivo es fastidiarle, pero parece que logré lo opuesto. Aquellos orbes suyos me miran con morbo, eso desencadena un escalofrío en todo mi cuerpo, cada vez se está siendo más incómodo y difícil sobrellevar esa clase.

Cuando recién ingresé a la institución, recuerdo que algunos estudiantes que iban de salida, me advirtieron de aquel hombre que ahora me mira como si en vez de a una persona estuviese delante de un trozo de carne, apetitoso y jugoso. Me dijeron que tenía ciertas preferencias hacía las personas débiles, tarde recordarlo ahora. 

El tono sumiso ha escapado de mis labios envuelto en palabras, ya no puedo hacer más por  tragármelo de regreso.

Aunque debo de admitir que, a pesar de las advertencias jamás creí que su gran apetito sexual llegaría tan lejos como para querer estar con un chico. No me malentiendan, no soy quien para juzgar a la gente pero... Lo que alguien esperaría de ese hombre sería una heterosexualidad... ¡No todo lo contrario! ¡Y menos un sádico sexual que usa a estudiantes para satisfacerse!

Pero bueno, quizá pueda comprender un poco del porqué su atención hacía mí, a diferencia de mis demás compañeros varones, mi cuerpo es delgado, el poco músculo que tengo lo he ganado gracias a mis múltiples trabajos pero no es nada del otro mundo, en comparación con Kian yo soy un completo debilucho. 

A parte de eso tengo la desgracia, o fortuna, de haber sacado los rasgos delicados, casi femeninos de mi abuela materna, además de las delgadas extremidades y cintura de mi madre, es penoso admitirlo pero de pequeño, mi prima jugaba conmigo como si fuera niña, y sobra decir que en la actualidad los vestidos se me ven mejor que a ella.

—Ah, señor Jelavick. —Chasquea la lengua de manera provocativa y yo sufro para no poner los ojos en blanco.

—¿Ahora qué hice? ¿Mágicamente he vuelto a reprobar?

Se ríe ante mi comentario y niega con la cabeza.

—Reprobado ya está, solo que me gustaría ver como va su proyecto.

¡Por la vieja que me parió!

De mala gana abro mi mochila, le enseñaré algún boceto nuevo y luego veré como hacerle para salir del problema. Comienzo a buscar entre los materiales, demás cuadernos y hojas de dibujo, pero por más que busco y busco no encuentro "esa" libreta.

—Después de clase señor Jelavick. —dice y luego le hace señas al modelo que lleva esperando en la puerta desde hace un par de minutos. —Por el momento comencemos con la clase, al final venga a verme y hablemos a cerca de sus bocetos.

Quiero gritarle que no, que jamás en mi vida estaré en un lugar solo con él, pero en ese momento es más mi preocupación por la libreta perdida, así que asiento con rapidez.

El modelo entra, es un chico diferente al de siempre, apenas y le presto atención, mi mente divaga, intentando recordar en donde pude haber dejado o extraviado aquella pequeña libreta con grandes dibujos en sus páginas. 

La bata color carmín que cubre el cuerpo atlético cae al suelo y el joven se recuesta entre los  cojines y telas, Mateo ni siquiera lo mira antes de darnos la orden de comenzar. 

Con una mezcla de pánico y miedo, tomo la libreta correspondiente a su clase y comienzo a trazar la silueta. Es un bonito cuerpo, tez morena, pectorales firmes, pecas apenas visibles y cabello chino, rebelde.

Si fuera el Jelavick de hace una semana atrás, seguro ya estuviera malpensando o imaginando tantas fantasías, que, incluso Disney se quedaría corto ante mi gran imaginación. Pero ahora no hay nada de eso.

¡Maldito príncipe azul! ¡Te maldigo! ¡Ojalá vallas al baño y no haya papel!

Por culpa del joven Leprince ahora mi cabeza no puede funcionar con normalidad, no puede malpensar con normalidad.

A ver, no es como si su cuerpo fuera la décima maravilla o algo así pero... ¡Pero para mí sí lo es! 

Todo el tiempo, todos los días, pienso y pienso en la perfecta simetría de su rostro, en la firmeza reflejada en sus brazos, pienso que no hay cosa más suave que su cabello, me deleita imaginar la calidez de su piel o la profundidad de sus ojos. El sabor de sus labios, el sonido de su risa... Pienso en él y me odio por lo mismo.

En el momento en el que dejé la casa de mis padres, me prometí que jamás volvería a tener una relación con algún miembro adinerado... ¡Ahora que este demonio sexy aparece y turba mi juramento, quiero morirme!

No creo que lo que siento por él es amor, más bien es como un deseo anhelante de querer conocer su cuerpo al igual que conozco el mío. ¿Atracción física? Puede ser. Miren, mejor que sea eso a que sea tracción monetaria. 

—¿Te gusta lo que ves?

El modelo me hace un guiño coqueto y yo le hago una mueca.

—Me gustan los príncipes azules, gracias pero no eres mi tipo.

Hay risas ante mi comentario, incluso el modelo sonríe, pero sé que es como Mateo, no le gusta perder, y mucho menos le gusta ceder. 

—Yo puedo ser uno. —Me dice.

Dejo de dibujar y centro toda mi atención en él. 

—Entonces haz el intento. —respondo antes de proceder. —Pero yo soy difícil de conquistar y la competencia es dura.

No dice más y yo tampoco intento sacarle plática de nuevo. En un inicio creí que su coqueteo no era más que una broma, ahora que no deja de mirarme esa sensación amarga vuelve a mi garganta, es incómodo. 

Siempre he sentido empatía por las chicas que me comentan acerca de algún acosador, muchos hacen oídos sordos al asunto o lo dejan pasar como si no fuera nada, pero yo, yo que lo he vivido en repetidas ocasiones, puedo testificar que es terrible. Te sientes oprimido, indefenso, tu cuerpo parece estar desnudo y expuesto a tu agresor, y su mirada te hace sentir sucio. 

Quieres huir pero no hay donde, quieres que deje de mirar con morbo pero no lo hace, solo quieres llevar una buena vida pero el respeto es suplantado por nalgadas o apretones "accidentales" en áreas estratégicas del cuerpo.

En una sociedad donde los roles de género, los estereotipos y principios éticos y morales de cada persona son un completo caos, las mujeres son las que peor lo pasan, luego de un tiempo descubrí que hay hombres que no se quedan atrás. 

Me da rabia cada que siento una mano ajena sobre mi trasero, o un susurro demasiado sensual cerca de mi oído, lo odio, me repugna.

Pero como ahora, no puedo hacer nada.

Los que tienen poder solo se interesan en su bienestar propio, los que quieren justicia son callados y suprimidos, antes de que su voz se haga oír con mayor intensidad. 

Así es el mundo, así es la gente. 

Cuando la hoja inicialmente en blanco queda llenada con un dibujo, salto de mi lugar y corro hasta el escritorio del profesor, Mateo toma mi boceto cuando se lo tiendo, después de una revisada asiente regresándomelo. 

—Puede irse, espero verlo más tarde con sus bocetos.

 Ni bien dijo aquello cuando el timbre sonó, concluyendo así la clase. 

Esa fue mi señal de escape, solo que en esta ocasión tuve mayor cuidado de revisar que todo estuviera en orden dentro de mi mochila, suficiente ya tengo con el hecho de que perdí la libreta más preciada y comprometida de mi cochina vida.


Daniel


Para el final de las clases regreso sobre mis pasos hasta el aula de dibujo al desnudo, mis pies se detienen cada pocos pasos y mis ojos se llenan de lágrimas, quiero llorar de rabia e indignación. 

Ahora que me encuentro en mis cinco sentidos lamento haber aceptado volver.

¡Tonto, tonto tonto!

Me recrimino mentalmente.

¿Dónde están las ventanas o las sogas para ahorcar cuando se les necesita?

Con un humor de perros me detengo frente a las puertas cerradas del aula, casi estoy dispuesto a rezarle a los santos para que bendigan a este pobre ser en completa desgracia, virgen entro, virgen quiero salir.

Mi mano se cierra en un puño demasiado apretado, quiero pegarle a esa puerta con todo, destruirla y luego huir, no lo hago, toco con suavidad,  con educación. 

La voz ronca del otro lado responde casi de inmediato, y es entonces que siento esa sensación de estar a punto de cometer el peor error de mi vida, o al menos uno de ellos.

—Adelante.

¿Aún es buen momento para huir? 

Cierro mis ojos, aprieto los dientes, me armo de valor y giro la perilla. 

Él es lo primero que veo,  si al comienzo de las clases entra luciendo sexy, ahora parece salidito de una película erótica, no apta para menores e inocentes almas como yo. 

La camisa blanca está desabotonada hasta la mitad del pecho, debajo de la tela muestra pectorales casi imposibles, sus mangas están arremangadas hasta sus codos y ese cabello ha dejado de estar peinado y luce rebelde, indomable, pero lo que más me aterra es la cinta de seda negra que se enreda en su muñeca. 

Puedo ser un alma pura pero mi mente es bastante conocedora de cosas adultas y placeres mortales, esa cinta no es solo un adorno, no, no lo es.

—Mi Daniel, viniste.

 ¿Suyo? ¿Excuse me?

No le respondo, él recorre mi cuerpo con sus ojos y su sonrisa solo se ensancha más y más. Da un paso al frente y yo retrocedo.

—¿Has encontrado ya un modelo? —Esa pregunta suya es una burla, esta tarea de cien bocetos es imposible de hacer porque él prohíbe a los modelos ayudarnos, y sabe que nadie más estaría dispuesto a dejar que un extraño le dibuje sin prenda alguna. 

Las ganas de gritarle en su cara que sí tengo uno son terribles, me gustaría ver su expresión en blanco al saber que he conseguido lo que él creía imposible, como disfrutaría verlo así... Expuesto. 

Pero no tengo a nadie. ¿Quién querría ayudar a un marginado solo porque reprobó al ser del gusto de su profesor?

¡Nadie! ¡Absolutamente nadie correrá a auxiliarme! 

Envidio a Cenicienta por su hada madrina, o a Aladino con su genio y sus tres deseos, no me vendría nada mal que alguno se apareciera ahora de puro milagro.

Hola Dios, soy yo de nuevo... ¿Estás ahí?

¡Mierda que yo alabo a Lucifer!

Vuelvo a retroceder y él se acerca más. 

—Oh Daniel, Daniel... ¿No tienes? ¿Quieres una ayuda?

¡Quiero pegarle en los huevos viejo degenerado!

—No tienes modelo...

—¿Y qué lo hace creer eso?

Mateo se aleja de mí y yo giro sorprendido. 

Ambos estábamos tan distraídos, yo intentando escapar de él, y él intentando llegar a mí, que no nos percatamos de una tercera presencia hasta que habló haciéndose notar.

—Leprince. —Escupe Mateo con ira, es muy obvio que la presencia del príncipe azul no le gusta nada.

Santos demonios infernales. ¡Gracias! ¡Gracias por mandarle a esta pobre alma una ayudadita! ¡Pero... ¿Porqué él?! ¡¿No tenían alguien que no desencadene reacciones extrañas en mi cuerpo?! 

—Van del Bane. 

¡Jelavick!

Okey no, concentración Daniel, no es momento para jugar y distraerse.

—¿Eres tú el modelo de  Daniel?

Ryu ni siquiera me mira al contestar, seguro, tranquilo, confiado; aunque en sus mejillas puedo apreciar ese sutil, casi imperceptible, tono rosado.

—Mmn.

Mateo es todo lo contrario al joven estoico de pie a un lado mío, él si me mira, hay odio y amenaza en esos ojos, me estremezco al verlo, mi resistencia al terror es nula, ahora que el profesor parce niña del exorcista va a darme un ataque cardiaco.

 —¿Es eso cierto Daniel?

Abro la boca para hablar, no tengo que decir y la vuelvo a cerrar. ¿Debería de mentirle? ¿Acaso Ryu de verdad sabe lo que significa ser un modelo? ¿Puedo usarlo como uno?

Ni siquiera puedo ordenar mis pensamientos cuando ocurre un suceso que quedará guardado como una mancha oscura durante el resto de mi vida.

Ryu alza su mano izquierda y me paralizo al ver lo que sostiene. Una libreta de dibujo, con la portada llena de estampillas  y mi nombre garabateado furiosamente con marcador negro, esa misma libreta que creía perdida, y que además guarda en su interior los dibujos más vergonzosos, bellos y sinceros de mi carrera artística.

Lucifer... ¿Hay lugar para mí allá abajo?

Porque estoy seguro de que luego de esto yo estaré muerto.

¡Alto!

Giro para ver a Ryu pero él sigue con la mirada fija en Mateo.

¡Ryu vio los dibujos!

—¿Qué es esto? —Mateo está dudando entre si tomar o no la libreta.

La facilidad con la que Ryu miente me sorprende, y más aún cuando su voz sigue siendo calma al decir:

 —La prueba de que soy su modelo. 

Aguarda... ¡¿Qué?!

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