¡Que arda Troya!


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https://youtu.be/-aCKw8wXTA4

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Ryu


Por enésima vez veo a Daniel jugar con las manitas enguantadas de nuestra hija, besando su cabeza y rozando con timidez su naricita sonrojada, indeciso entre dejarla o no.

—¿Y si llora?

—Me haré cargo. Daniel, de verdad, no hay nada de lo que debas preocuparte. —sonrío ante su preocupación, sostengo con más firmeza a la pequeña con un brazo, para poder ocupar el que queda libre para rodearlo a él. —Tu deber ahora, es estar pendiente solo de tu educación. 

—¿Y si no te deja dar tu clase? Quizá si debimos dejarla con la nodriza, pero ella llora si no estamos, aún es demasiado pequeña, tiene un día y...

—¡Daniel! —lo vuelve a llamar Zaegan desde la entrada de su facultad, agitando en alto una bolsa café de galletas y un bote de matcha. —¡¿Ya vienes?!

Daniel se gira suplicante hacía él, luego hacía mí. Suspiro, lo recargo contra mi hombro y me acerco a su oído, calmando lentamente su agitado ritmo cardiaco, que iguala al de las personas que corren maratones.

—Amore mio... —digo. Pasando de arriba a abajo, mi mano sobre su cabello, todavía húmedo por su baño antes de venir. 

—Je sais, je sais. (Lo sé, lo sé.) —murmura, usando un francés apagado, que suena exquisito viniendo de sus labios. 

Lo amo tanto.

Nuestro pequeño regalo de luna se remueve molesta, haciendo soniditos ahogados para que el sol deje de atormentar su placentero sueño. Daniel se separa de mí y vuelve a ella, disculpándose una y mil veces más por ser tan descuidado, dejándola recibir los primeros vestigios de la luz. La pequeña parece satisfecha con su voz, deja de pujar y retorna a su estado de descanso absoluto, acurrucándose contra las paredes suaves de la tela.

Daniel suelta el aire al ver que ha logrado evitar otra racha de llanto, y la angustia regresa a sus ojos. 

—Está bien. —besa por último la cabecita por encima del gorrito blanco, tira de mi corbata con fuerza y deja un cálido brote en mi mejilla. —Los veré en el receso. Si tiene hambre...

—Le daré el biberón, traigo suficientes para saciar su apetito. —respondo, tocando la pañalera que va a juego con la vestimenta de nuestra bebé.

—Sí. Y si llora...

—Una nana o dos, no tarda en dormirse. Es caprichosa pero no por ello desobediente, si le digo que esté quieta se calma.

—Y si se trata del pañal...

—Todos los profesores tenemos un despacho privado, serán, no más de cinco minutos. El tiempo que tardo en cambiarla no es mucho. Ve ahora, Zaegan te está esperando, y Rosse valora la puntualidad.

Asiente y corre en dirección a la figura masculina que le espera recargado en la puerta transparente, gira al llegar y alza la mano, le despido con un gesto similar y espero a que se pierda en el corredor para avanzar e ir a mi propia aula.

Siento sobre nosotros una gran cantidad de miradas al entrar en el edificio de música; los alumnos que pasan de largo se detienen en mí, mucho más que antes, y sus miradas curiosas viajan a la princesa que duerme, más que cómoda, en su transporte personalizado.

Escucho un "buenos días", susurrado con prisa. Después de un rato ese "buenos días" se ha duplicado, triplicado... 

Para cuando alcanzo la perilla de mi aula, mis oídos zumban por la intensa oleada de saludos dulces, algo melosos, acompañados de cerca por miradas atrevidas y un tanto coquetas. Respondí a los que pude con amabilidad, pero, en su mayoría, me limité a mover la cabeza y avanzar más de prisa.

Extrañamente, todo parece estar en un panorama de ensueño con una bebé presente. Desconozco que piensan las personas y estudiantes, parte de mi código me impide desviarme con malas suposiciones hacía  ellos, más, me queda muy en claro que ocurre un pequeño malentendido.

 La primera persona entra al aula, y en lugar de saludar, igual que haría siempre, un rubor exagerado cubre su rostro, que agacha con nerviosismo, soltando una frase en tono bajo, para luego huir al final del salón, en busca de algún asiento distante del frente. El patrón se repite hasta que el timbre toca y la última persona aparece.

—Buenos días chicos. —me siento en una esquina del escritorio, meciendo son suavidad a mí niña, que parece querer despertar. —Hoy retomaremos un poco de lo que vimos ayer, empezando con la lectura de las notas en el pentagrama para instrumentos de cuerda. Más tarde, y si el tiempo nos favorece, indagaremos en la historia de la música que se relaciona con estos instrumentos. Antes de seguir. ¿Alguien tiene alguna duda respecto al tema? ¿O duda general? No es por nada pero siento que sus miradas me quieren decir algo, y si no me dicen qué, yo no puedo saberlo. Soy profesor, no adivino.

Hay duda entre ellos, y poco valor para alzar la mano, pero tengo la necesidad urgente de terminar con la incomodidad antes de que estalle en una bomba muchísimo peor y más compleja.

La jovencita del comienzo se levanta apenada, jugando con las mangas de su sudadera holgada, dicho modelo me recuerda a los gustos de Daniel, coloridos en pasteles suaves y con adornos tiernos que trata de ocultar.

Involuntariamente sonrío.

—¿Sí? No tengas miedo, dime tu duda.

—Bueno, yo... Este, yo... Esto es muy personal, y no creo que necesite dar explicaciones, pero, escuché a una alumna de grado superior decir que era su hija, y yo no puedo dejar de preguntarme si usted... Bueno, no habría problema que la tuviera de pareja, es obvio que puede estar con quién guste, sin embargo...

—Tranquila. Sí es mi hija, pero no es de ella. Sea quién sea, miente. —digo con calma. Consciente del poder que pueden tomar algunos rumores no desmentidos, y de lo mal que la pasaría Daniel si llegara a escucharlos. 

—Ya veo. —la chica regresa a su asiento. —¡Su esposa debe ser muy afortunada entonces! 

—No estoy casado aún. —agrego.

—Ah. Su pareja en ese caso. Ella debe estar muy feliz de tener a alguien como usted, tan atento y cariñoso.

—Él. —le corrijo de nuevo. —Mi pareja, y el otro padre mi niña, es un él. 

—Y uno muy increíble por cierto. —Tivye entra como si fuera su casa, sonriéndoles a todos, a la par que avanza con las manos metidas en los bolsillos holgados de su pantalón oscuro y lleno de cadenas metálicas. 

Se detiene delante de mí y estira los brazos, sus manos se extienden y se cierran. Demanda, y no deja opciones.

—Va a llorar. —le advierto.

—¿Me ves cara de no saber cuidar a niños Leprince? Tengo hermanas menores por si no lo sabías. Les cambié el pañal, las llevé en mi espalda y las tiré de esta. Okey, ignoremos eso último. Vamos, dámela. También quiero cargarla, es injusto que Zaegan esté presumiendo en el grupo que él ya lo hizo y yo todavía no.

Con cuidado le dejo el cuidado de mi hija, consciente de que la clase debe proseguir, ya ha habido suficientes interrupciones. 

Espero el llanto terrible de la nena al ser cambiada, pero, ya sea porque está en un sueño demasiado profundo, o porque los brazos de Tivye de verdad son cómodos, sigue quietecita, sin gritar, sin llorar. 

Tivye sonríe con superioridad, retirándose a un lado para dejarme seguir. 

Me tranquiliza ver que, de verdad, su trato no es brusco y precipitado como el de Serius. Le canta, y la melodía que entona sin temor a ser escuchada, nos acompaña a todos por un largo rato.

Mi pequeña se está en paz en sus brazos, hasta que, inevitablemente, llega la hora de su primera comida.

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https://youtu.be/koI7nn40NmM

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Daniel


—¿Es natural que coma tanto? —pregunto, dejando sobre la mesa el biberón vacío, todavía tibio por el contenido que resguardaba. 

Ryu toma el recipiente y lo regresa a su lugar, asintiendo despacio.

—Es natural que tenga hambre. 

—Ahora, después de que coma, hagan esto. —Tivye toma a nuestra hija y se la acomoda con cuidado en el hombro, soltando las cobijas, para luego golpear con suavidad su espaldita. —Los bebés necesitan sacar aire o pueden inflarse y estar de muy mal humor. 

Respaldando sus palabras, ella deja escapar un pequeño eructo, y luego otro más. Tivye me la regresa cuando sus pataditas le indican que ya es suficiente. La recuesto de nuevo, sintiéndola agarrar la tela de mi camisa a través de sus guantecitos de muñeco de nieve. 

—Nunca pensé que un bebé fuera tan interesante. —comenta Zaegan, peleando con Kian un trozo de pastel de zanahoria. 

—¿No tienes hermanos? —le pregunto. 

—No. Soy, lamentablemente, hijo único. Y en parte, es como si tampoco tuviera padres, se la pasan de viaje todo el mes, a excepción del primer día. Supongo que forma parte de la vida de un millonario empresario de ventas. —consigue hacerse con el postre y clama victorioso, da un primer bocado y luego apunta en dirección a Ryu con su cuchara. —A ti ni se te ocurra hacerles eso. ¿Bien? Es horrible cuando creces comiendo solo en un comedor para trece. Sé que tienes encima toda esa mierda de ser el heredero, el favorito, y no sé que más de la alianza, pero recuerda que tú solito quisiste ser parte de la familia de Daniel. Y esa niña es un ser humano, si se te ocurre anteponer tu trabajo a ella, voy a partirte la cara.

—No lo haría. Mi familia es primero. —dice Ryu, acariciando la cabecita del pequeño ángel que ya vuelve a dormir, ignorante y despreocupada de todo lo demás.

Zaegan le guiñe un ojo y regresa a su platillo.

Lo miro incrédulo, al parecer, ver una vez a Serius le ha hecho olvidar la existencia de otras personas en este mundo, aunque, no le culpo, Serius es hermosa, es maravillosa. Aunque dudo que la tenga fácil si uno de sus deseos es conquistarla.

—A todo esto, —Kian roba del plato de Tivye una dona, recibiendo una mirada hostil y un gruñido. —¿cuál es su nombre?

Dejo el panqué que estaba a punto de morder y parpadeo, busco a Ryu, pero él sigue encantado con su hija, prestándole más atención a su sueño que a la pregunta importante de Kian.

Le doy un codazo, y por fin reacciona.

—No tiene un nombre. —responde sin peso. —Todavía nos falta decidir uno.

—Pues no se olviden de ello. —dice Kian, luciendo una sonrisa de oreja a oreja. —Es vital. ¡O podemos llamarla Capitana Marvel mientras tanto!

—Si vamos a proponer nombres, —Tivye baja las piernas de la mesa. —voto por Carmilla.

—Catleen. —agrega Zaegan.

—Priest. —menciona Ryu, sorbiendo un traguito de su té. 

—¡Lucifer! 

Ocho pares de ojos se giran hacía mí, unos más horrorizados que otros. Me encojo de hombros, sintiendo el respingo de mi hija al ser ligeramente movida.

—¿Qué? Es un nombre de ángel. Caído, pero ángel.

—Me gusta. —aprueba Tivye con los pulgares en alto. —¡Y la apodamos Lucy! 

—A mí no. —Zaegan frunce la nariz. —Voy a tenerle miedo.

—Vas a rezarle. —exclama Tivye feliz y más que complacida con el resultado.

—Ryuna Priest Lucifer D'Angello Leprince Jelavick. —digo. Volteo a ver a Ryu y lo interrogo en silencio. —¿Qué dices?

—Que no. —Ryu termina su té y deja el vacío de porcelana a un lado de la comida, casi completa. —Me molesta que tu apellido vaya al final, me gusta más Ryuna Priest Lucifer Jelavick D'Angello Leprince. 

Zaegan se atraganta al escucharlo, teniendo que ser socorrido por las palmaditas de la pareja que lo acompañan en el asiento de enfrente para evitar su muerte. Al recomponerse abre los ojos con horror y se gira hacía Ryu.

—¿De verdad vas a ponerle ese nombre a tu hija? Parece trabalenguas.

—¿Por qué no? La gente usa los nombres de ángeles muy a menudo, Miguel, Rafael. Si Daniel quiere que Lucifer sea su nombre, será así. Al final, creo que es un nombre unisex.

—Están locos hermanos. —Zaegan se parte de risa. —¡Genial! Tenemos bautizada y con nombres de sobra a nuestra pequeña Lucy. Tremenda vida la que le espera a este ángel. Hermano, —continúa, pegándose más a Ryu. —¿cómo te atreviste a aceptar tan alocado nombre?

—Lo hice por dos motivos. —responde Ryu, y me sorprende que le siga la corriente a Zaegan. —Porque le gusta a Daniel, y porque espero también recibir una afirmativa a mi propia pregunta.

Mi corazón late con fuerza, en especial cuando algo en el ambiente se endulza con su sonrisa.

—¿Tienes una pregunta? —interrogo.

Asiente. 

—¿Para mí?

Vuelve a asentir. 

—Woah. —Tivye se abraza a Kian, pegándose tanto que mi pobre amigo se pone rojo. —Tú dices que sí Daniel. ¡Woah! ¡Woah! De verdad, que no me la creo. ¡Mi celular! ¡Necesito mi jodido celular!

Ryu se levanta de la mesa, y me alegra estar lejos del tumulto habitual que hay en la cafetería principal, de lo contrario, hubiera huido apenas descubriera por dónde va el asunto.

No es de otro mundo, pero es él...

Y es suficiente.

Mis piernas tiemblan y mis brazos se endurecen al verlo retroceder varios pasos, buscando algo en su bolsillo. 

Hay una cajita. ¡Sí que la hay! 

¡Mierda, mierda, mierda, mierda! ¿Esta es la parte dónde comienzo a hiperventilar? ¿O es dónde me lleno de ansiedad?

¿911? ¿Hay alguien ahí?

Necesito... Necesito aire.

—Daniel Jelavick. —dice, disfrutando de verme hacer un verdadero espectáculo.

—Presente.

—El dibujante más despistado del mundo.

—Oye. —me rio de su comentario. —Solo un poco.

—La persona más fuerte que he conocido, la más tierna, la más linda. ¿Sabes lo mucho que me gusta verte arrugar la nariz? De verdad es un gesto que amo. Cada una de tus manías las amo; como olvidas limpiar a tiempo los pinceles o tapar las acuarelas, adoro el brillo de tus ojos al ver algo que te apasiona. La firmeza de tus dedos al dibujar... Todo. ¡Diablos! Me gusta todo de ti. Te amo a ti.

—Yo también te amo.

—Y me vuelves una persona extremadamente feliz con eso. —se arrodilla y juro que hay ángeles cantando de fondo, o se trata de mi falso dramatismo de exagerar momentos importantes. —Así que, Daniel. Mon coeur, ma belle... No es mucho, y tal vez este momento es algo precipitado e inoportuno, pero siento que debo hacerlo. No. Corrección. Quiero hacerlo. 

—Y yo quiero que lo hagas. —digo, incapaz de frenarme.

¡Madre santa! ¡Lucifer bendito!

Este hombre... Este sueño, se está realizando, está... 

Le entrego mi hija a Tivye y antes de que Ryu abra la boca, me tiene encima, arrodillado enfrente de él, con mis brazos envolviendo su cuello y mis lágrimas humedeciendo la parte alta de su traje.

—Daniel. —acaricia mi espalda y besa mis párpados. —¿Me concederías el honor y el permiso de amanecer cada día a tu lado, acompañándote con una mar de mimos, y esperando la llegada de interminables noches para contemplar cada estrella a tu lado? ¿Podrías dejar a este pobre enamorado vivir una vida del néctar de tus labios y el pecado ardiente de tu cuerpo? ¿Me dejarías llevarte al cielo y regalarte un paraíso en la tierra? ¿Puedo pecar contigo y ser codicioso con tu amor, deseando llevarte eterno dentro de un corazón que ahora late, anhelante por una respuesta que nazca de tu alma? ¿Serías piadoso de dejarme ser tu esposo?

—¿Quieres una respuesta práctica o con palabras?

—La que desees darme está b...

Lo callo. Lo callo, porque... ¡Idiota romántico! Si sigues hablando mi corazón alcanzará un ritmo alto, tentando a una muerte que aún no deseo recibir.

Habla de pecado, y, ¿qué mejor manera de demostrarle que puede hacerlo que dejándonos en la perdición con un beso? 

Ese es nuestro pecado. 

Amar.

¡Y por las barbas del sacerdote que lo amo!

Su boca está bañada de gloria, entintada con un sabor ligero de la manzanilla y el azúcar de los panecillos. Me deleito con esa combinación, dejando en nuestros labios la libertad de encontrarse y sellar una promesa deleitable.

Busca mi cintura con sus manos, rodeándola en una joya de protección. Noto la falta de aire hacerse grave, y le muerdo con reclamo al sentir que se avecina el final inminente del contacto. Gruñe y mierda que es sexy... Porque es por mí, ese gruñido, esa temperatura, ese loco deseo de estar en cualquier lugar menos ahí, es por lo que soy para él, y es lo mismo conmigo. 

—Te amo idiota romántico. —le digo, sin separar nuestras frentes. 

—Yo también te amo, masoquista despistado.

—Y antes de que vuelvan a besarse. —Tivye habla desde atrás. —Dinos Daniel, la prensa quiere escuchar tu respuesta. ¿Le dices que sí a Ryu?

Me alejo unos centímetros, permitiéndome ver su rostro, cubierto en las esquinas por un ligero rubor que nace de sus orejas. 

—¿Daniel? ¿Hola? Tierra llamando a Daniel.

C'est mon cœur, et maintenant le vôtre aussi. (Es mi corazón, y ahora el tuyo también.) —digo, tocando el corazón de oro sobre mi pecho. Ryu brilla, aún más que el sol y las estrellas. 

—¿Traducción? —interviene Zaegan.

—¡SÍ! ¡Maldita sea, sí! ¡Sí, sí, sí y de nuevo sí! —exclamo. Lanzándome otra vez a los brazos de Ryu. —¡Sí me casaré contigo! ¡Me casaré, siempre y cuando tú te cases conmigo también!

—Lo haré. —afirma seguro. —Voy a casarme contigo. —abre la cajita azul, dejando ver un juego de alianzas doradas con las palabras "Blue prince " y "Mon coeur" grabadas en el interior.

Me parto de la risa. Al menos no puso "masoquista" en mi anillo, e "idiota romántico" en el suyo. Da la señal y tomo la que le corresponde, deslizándola con cuidado en su dedo anular, él hace lo mismo, dejando un beso en mi mano al sostenerla. 

¡Estrellas! Tal vez quiera matarme antes de que enorgullezca a mi madre, llegando de blanco a un altar.

—¿Esto es parte del romanticismo natural de los Leprince o viene siendo invención tuya? —pregunto, perdido en los detalles de notas musicales alrededor del oro.

Se levanta y me tiende una mano para que haga lo mismo. Acepto su ayuda, sin desprenderme de su agarre al estar hecho y derecho.

—¿Qué crees?

—Que tendré al mejor esposo del mundo. —digo y vuelvo a besarlo.

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