Miedos y realidades


Daniel


La luz molesta del amanecer tardío, que comenzaba a mezclarse con el calor abrazador de un medio día, me despierta de lleno. Afuera, el ruido citadino es exorbitante, pitando fuerte en mis oídos a pesar de la distancia, un aire cálido entra a través de las ventanas abiertas del cuarto, donde las cortinas se mecen, suaves, arrulladas por la dulzura de una ráfaga poco realista.

Y nada de eso importa en mi cabeza, mucho menos cuando me doy cuenta de que el sitio a mi lado se encuentra vacío.

Toco el colchón y la sábana. Frío. Hace rato que Ryu debe de haberse ido.

Abrazo mi cuerpo.

¿Porqué de repente el mundo da vueltas? ¿Porqué este cuarto se siente tan sofocante?

Mi pecho duele al inhalar y exhalar aire, con toscos intentos de no perder la compostura, la capacidad de pensar claramente.

Estaba bien, ahora tengo... Tengo miedo.

¿Se fue?

¿Me dejó?

Entre el mareo, la falta de aire y la confusión, no alcanzo a percatarme del momento en el que la puerta que conecta ambos pisos se abre, él entra, y es todo lo que puedo entender.

Sigue aquí.

Sigue conmigo.

Me levanto de la cama, cayendo al suelo, con los pies enredados entre las sábanas y las prendas mayores que me pertenecen, tropiezo y vuelvo a estar de pie en un parpadeo. Ryu intenta alcanzarme, pero soy más rápido, enterrando la cara en su pecho, rodeándolo con mis brazos.

Real.

Es... Real.

Deja la bandeja de comida a un lado, liberando sus manos, que emplea para pegarme más a su cuerpo, rodeándome con una barrera de seguridad y protección.

—Bajé a preparar tu desayuno, no iba a irme. —dice contra mi cabello, rozando los mechones rebeldes con la punta de la nariz, mientras sus labios reparten besos acaramelados sobre el pastizal enredado por culpa de unas ajetreadas horas de sueño.

—Tuve miedo. 

—Perdona por el susto, procuraré ser más cuidadoso. —toma mi rostro entre sus manos, amasando la piel y las lágrimas que escurren en silencio. —No volveré a hacerlo.

—Está bien. —murmuro, bajando la vista a la comida, que desprende un aroma delicioso, mezclando la suavidad y dulzura de los postres, y el olor atrayente de una pasta italiana. — ¿De verdad lo preparaste tú?

Asiente, hay un pequeño aleteo en mi corazón. 

—No soy mentiroso Jelavick. —dice, regresando a los platillos de ensueño, causando un gruñido de alerta en mi estómago.

—Tampoco dije que lo fueras, pero no creí que pudieras cocinar.

Su mirada refleja una ofensa falsa y real, sonrío y él revuelve mi cabello, indicándome con un ademán el suelo, obedezco sin reprochar, sentándome sobre un cojín, que tras caer en la noche no encontró retorno de vuelta a la cama. Ryu se sienta a mi lado, colocando los platillos delante de ambos, a un alcance perfecto para que podamos comer sin estirarnos demasiado, sin separarnos.

Lo interrogo con una mirada, el alza los cubiertos, entregándome un par, lo uso de inmediato, tomando la pasta sin considerar la cantidad, tengo hambre, no ganas de jugar a ser educado.

Sacude la cabeza al verme devorar dos bocados del plato principal, pero, ¿cómo evitarlo? El sabor es excelente, y la combinación con la salsa de tomate lo vuelve un guiso exquisito.

—De hecho tienes derecho a dudar. —Ryu saca un pañuelo de su bolsillo, limpiando las comisuras de mis labios sin dejar de sonreír. —Es la primera vez que hago algo como esto.

Trago la comida, siento los ojos llenarse de lágrimas y mi pecho de aire que desea salir expulsado, obligo a mi boca a permanecer cerrada, sus manos palmean el largo de mi espalda, y solo después de varios segundos puedo respirar tranquilo. 

—¿La primera vez? No, alto, no respondas. —Agarro el vaso de jugo y lo bebo de jalón, no es hasta que termino que le doy permiso de seguir. Daniel Jelavick sabe que va a morir, pero desearía no perecer por un ahogamiento con comida. ¡En especial cuando es la mejor comida en mucho tiempo! —Ya, habla.

—Antes de hoy no intenté cocinar nada. —admite, sincero.

—¿Y...? ¡¿Y cómo rayos se supone que me crea eso cuándo esto sabe jodidamente bien?!

—¿Tutoriales? 

—¿Viste tutoriales para hacer una pasta italiana?

Baja la mirada, poniendo un puchero en sus labios y en sus ojos. 

Tan tierno.

—Serius es una excelente cocinera, de hecho tiene un canal y... 

—¿Te salió a la primera?

—Sí. 

—¿Viste un video nada más?

—Sí.

Entre mi incredulidad y mi silencio, vuelve a verme con algo de preocupación, hay una capa fina de rubor cubriendo las dos mejillas niveas; no queda nada del caballero seguro de la noche anterior, tan solo un chiquillo avergonzado por nada en concreto.

—¿Estuvo mal? —pregunta, cortando las palabras que estaba a punto de decir.

—No. Me sorprende, es todo.

—Tampoco es tan difícil. —Toma sus propios cubiertos, recogiendo algo de fruta, que posteriormente ingiere lentamente, dedicándose a masticar sin hacer ruido. Si nos comparamos, somos un disparate opuesto, él tan... ¡ÉL! y yo tan, bueno, tan yo. —Si quieres hacer algo, solo sigue los pasos. —finaliza al tragar el bocado, hablando con limpieza y pulcritud. 

No digo más, guardando un espacio enorme de asimilación, el cual dura tanto como para permitirme comer la mayoría de los platos, quedando satisfecho y saciado. 

—Delicioso. —Apilo la bajilla, cuidando de que la porcelana no haga sonidos estrepitosos al entrar en contacto. —Gracias, de nuevo.

—Las gracias son innecesarias. Y, Daniel, hay algo más que quiero hablar contigo. ¿Puedo..?

—Dime. —Abrazo otro cojín, enterrando la barbilla en la suavidad, acompañada del aroma a Ryu. 

—Yo... —respira hondo, pasando una mano por su cabello, desordenado e imperfecto. —Trabajo en el área que se especializa más en el sentido policial, búsqueda, rescate, rastreo, protección; es verdad que tengo la obligación de atender y ayudar a las víctimas de diversos incidentes y casos, pero no puedo tratarlos personalmente. Soy agente, no psicólogo. Quiero apoyarte, quiero que estés bien, sin embargo, únicamente conmigo no basta.

—Me basta a mí. —digo precipitadamente, consciente de a dónde quiere llevar la plática.

No quiero.

No.

Otra vez con más gente a mi alrededor, otra vez estando en contacto con ellos... 

—Comprendo que debe de resultarte difícil, voy a estar a tu lado por eso, voy a seguir contigo Daniel, pero necesito que puedas abrirte con alguien más, no por mí, sino por ti. Ram es una psicóloga que ha trabajado con la agencia de la alianza desde hace años, la conozco, Tivye igual, ella...

—No.

—Puede ayudarnos.

—¡No! —abrazo mi cuerpo, sintiéndome desnudo a pesar de que una considerable cantidad de ropa me cubre completo.

—Tomaré la terapia contigo, la mayoría de consultas me tendrás a tu lado, algunas otras serán en solitario, tú y ella, yo esperaré afuera. Así podrás tener otro apoyo, y yo sabré mejores maneras para ayudarte, para estar contigo.

—No Ryu. —Me levanto, tiritando, y no exactamente porque haga frío. La suplica que me lanza queda perdida al darle la espalda, huyo al refugio seguro que es mi cama, dónde puedo hacerme un ovillo, dónde puedo quedar libre de la sensación manchada, sucia. —No puedo hacerlo. —agrego al estar enterrado entre sábanas, ropa y almohadas. 

Lo escucho levantarse suspirando, una secuencia de pasos suaves y está delante de mí, inclinándose, consiguiendo quedar a centímetros de mi rostro, nuestras narices chocan, nuestros ojos conectan, nuestra respiración se sincroniza, y, por un instante, me parece que el latido de ambos corazones igual.

—Dime al menos que lo vas a pensar. 

—Ryu...

—Daniel.

Él no piensa ceder, y para su mala suerte yo tampoco.

—Está bien. —termino mintiendo, enterrándome más en la guarida improvisada.

—Bien entonces. —besa mi cien, dejando un rastro cálido que arde cuando se separa. —Iré a lavar los trastes. Espera aquí, no tardaré.

—Lo siento.

Frena al llegar a la puerta, sus dedos sobre la perilla se congelan.

—¿Por qué?

—Mentí.

—Lo sé, no importa, vas a pensarlo de todos modos.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque eres tú Daniel, no te darías por vencido tan rápido, y aún si lo hicieras, estoy aquí para cargarte y ayudarte a llegar a la meta. No estás solo. ¿Recuerdas?

Recuerdo.

Salgo del escondite y camino hacía él, teniendo un poco más de consideración, rodeando su cintura en lugar de lanzarme a sus brazos, tentando a la bajilla a caer y hacerse añicos. 

—Te acompaño, tú tampoco estás solo en esto.

Y la sonrisa que curvea sus labios no podría ser más hermosa.

De repente, no solo me siento bien, sino que tengo una cálida sensación en el pecho, un cosquilleo en los dedos, una luz en la mente. 

De repente, después de días en la oscuridad, la musa errante regresa, y con ella, las ganas de dibujar. 

Ryu lo nota, desde luego que lo hace, besa mi mejilla y señala con el mentón en dirección a los materiales regados al final del cuarto.

—Hazlo, me haré cargo por esta vez, ya me ayudarás luego. ¿Vale?

Me paro de puntitas, alcanzando sus labios, atreviéndome a dejar en ellos un cálido pétalo de ternura. Corresponde sin dudar, sosteniéndome con el cuidado que se le tendría a un cristal, a una pieza de arte valiosa. 

—Te amo. —dice. Su cabello cosquillea en mi rostro, se siente bien. 

—Te voy a dibujar sin camisa. —respondo.

Suelta una carcajada, separándose apenas un poco, consciente de que ni él, ni yo, queremos que termine.

Caprichosos, chocantes, codiciosos. Más y más, cada vez necesitamos mucho, mucho más. Y lo vuelvo a confirmar, en el momento que sus labios atrapan de vuelta a los míos, seduciéndolos en un baile, cuya música va subiendo en intensidad, en pasión... En amor.


Daniel


—Daniel.

Ryu es el primero en entrar, detrás de él, tres personas se asoman, una más taciturna que las otras, me pongo de pie enseguida al reconocerlos; Kian es el primero en reaccionar, saliendo de su mundo oscuro para abrazarme con fuerza, toco su cabello, hay humedad en sus ojos, humedad que se filtra a través de la tela oscura de mi sudadera.

Llora de ira, puedo verlo en sus ojos, en la forma que sus manos se cierran con fuerza, volviéndose puños apretados, que, sin duda, irían a estamparse directamente contra el rostro de...

—Kian. —Tivye acaricia su hombro, usando un tono más suave y tranquilo del habitual, cosa que me resulta extraña. —Kian, hablamos de esto, antes de tocarlo debes...

—No hay problema. —Le doy unas palmaditas en la espalda, respinga y se aferra más a mí, es fuerte pero no llega a lastimarme, mucho menos a molestarme. Es Kian, y eso lo dice todo. —Es mi amigo.

—Daniel... —Zaegan alza la cabeza, parpadeando con rapidez, insistente con sus lágrimas para que estas no salgan. Le resulta una tarea difícil y sin resultados, al final los hilos salados caen, empapando su bufanda de brillos y colores llameantes. —¡Lo siento mucho Daniel! ¡Fui un idiota todo este tiempo! ¡No volveré a ser propasado contigo! ¡Perdóname! ¿Puedo...? ¿Puedo darte también un abrazo?

—Ven aquí hombre. —Lo sostengo con mi brazo libre, sin quitarle tanta atención a Kian. —Si lloras de más se va a correr ese delineado que traes. —Le advierto a Zaegan, luego de ver de reojo las líneas lilas que bordean sus ojos, trazando afiladas plumas de fénix. 

—Es aprueba de agua. —Suelta entre jadeos. —Tivye dijo que puedo chillar a gusto con esto. 

—¿Los mataron? —Kian se separa, volteando con un aura sombría en dirección a Ryu. —¿Mataste a esos malditos?

Ryu me mira, luego lo mira a él y niega. Los puños de Kian se vuelven pedazos de hierro, cerrándose con tanta fuerza que las venas resaltan sin esfuerzo. 

—¿Por qué?

—Kill está encerrado en la mansión de la alianza, recibe tortura a manos de Serius, lady Wang... Tengo planes para ella, sigue libre, por desgracia. Y, en cuanto a la chica, tenemos que esperar las pruebas de los estudios de Daniel, además de ver si de verdad quedó... Quedó embarazada, de ser así esperaremos a que el bebé nazca o se practique un aborto. La madre es culpable, el feto no.

—¿Bebé? —Mis manos caen a los costados, carentes de fuerza para seguir mimando a Zaegan. —¿Si hay un bebé va a nacer? 

—Si ella desea tener al niño, la ley nos impide forzarla a someterse a un aborto. Aunque, desde luego, perderá la custodia total, y tendrá una orden de alejamiento, tiene el derecho de dar a luz al niño, pero conseguiremos que no pueda verlo nunca más.

—No quiero ser padre. ¡No quiero tener al niño!

—Dan...

—Salgan. —Tivye los fulmina a todos, no les está dando opciones, es una orden directa. —Hablaré con Daniel. A solas Leprince, su trasero estará a salvo conmigo, deja de verme como si yo fuera el peligro.

—¿Daniel? —Ryu pide mi aprobación, se la otorgo con un movimiento vago. 

El primero en salir es Kian, llevándose a rastras a un Zaegan que no para de imitar a María Magdalena mejor que yo, Ryu va al final, regalándome una sonrisa de ánimo antes de cerrar la puerta, dejándome en compañía de una fiera con rostro de ángel.

—Puedes abrazarme. —digo, viendo las grietas romperse en sus ojos, derramando cristalinas gotas que no quiebran la seguridad reflejada en su expresión. —Si quieres hacerlo.

Y lo hace.

Me presiona con fuerza, consiguiendo tronar la mitad de mis huesos, reacomodando el resto. Nos quedamos así por un par de minutos, escuchando el ritmo pausado de las manecillas, y los gemidos ahogados de Zaegan al otro lado de la puerta. 

Reacciona antes que yo, volviendo a su posición anterior, sin reparar en la tristeza que se acumula en aquellos orbes de belleza lunar.

—Es malo guardarnos las cosas Daniel. Necesitas hablar esto con alguien más que esté capacitado para ayudarte. Ryu me pidió que le apoyara, y yo le sugerí que fueras a un psicólogo, él ya lo había pensado, pero es muy blando contigo, no quiere presionarte, sin embargo, debe entender que hay cosas en las que ser firme es mejor que ceder. Es verdad que hay psicólogos que son una mierda, Kian me contó de algunas experiencias que tuviste en ese aspecto, más debo defender a la señorita Ram, ella fue quien me ayudó cuando estuve en la cárcel, y es quién lleva mi expediente hasta el día de hoy, sus sesiones ayudan, me integró de nuevo al mundo, y me sigue apoyando cada día. No es malo intentarlo Daniel. 

—Tivye... Es una mujer que no conozco.  

—No creo que Ryu se aparte de tu lado, ya es algo así como tu sombra, un chicle de moras pegado al zapato de Daniel Jelavick. Además, ella no es ese tipo de persona, no va... No va a hacerte eso. Eres valiente Daniel, muy valiente, fuerte, te admiro mucho, pero quiero que entiendas que no está mal pedir ayuda cuando comenzamos a hundirnos.

—Tengo miedo, siento tanto Tivye, aquí. —Toco mi pecho, apretando con fuerza el corazón latiente, enterrado dentro de la carne y el hueso. —Lo recuerdo y me duele, creo olvidarlo por ratos, y, luego... Está de nuevo. La suciedad, su rostro, su figura, su boca... No puedo ni verme a mí mismo al espejo, no puedo contarle esto a Ryu. ¿Cómo podría contárselo a una completa extraña? ¿Cómo podría decirle que fue lo que viví? ¿Cómo Tivye?

—Si no hay palabras, Daniel, píntalo. ¡Saca lo que tienes en esos lienzos! —Apunta al desastre de tela y pinturas, tonos oscuros y manchas nuevas. —Usa al arte para transmitirle lo que sientes, ella va a entenderte. Yo tampoco pude hablarle la primera vez. ¿Sabes que hizo? Me entregó un par de baquetas, una maldita batería y una única palabra; "toca". Toca lo que sientes y te escucho, desahógate y estaré aquí, cuando llores, cuando quieras hablar, cuando quieras contarme. Cuando estés lista, yo estaré aquí, siempre estaré aquí. 

Con tantas lágrimas bañando su rostro, siento la necesidad de ofrecerle algo más que un abrazo. 

Me comprende, y hasta cierto punto puedo decir lo mismo con ella, somos iguales, y diferentes a la vez.

Ella es música, yo soy pintura.

Ella vive en las partituras, en las notas, yo lo hago en los pinceles, en los trazos coloridos que estos dejan sobre los senderos blancos de tela, del papel.

—Hay muchas formas de contar una historia Daniel, encuentra la tuya. Palabras o dibujos, música o canto, deporte... ¡Grítala al mundo! Vacía ese dolor, si no, aparte de consumirte, va a terminar por destruirte también. Y sí, es jodidamente difícil. Lloramos, y lloramos una vez más, vamos a tener miedo del mundo, de lo que hay afuera, e incluso de lo que llevamos dentro, temeremos de las personas, y de nuestra sombra, del silencio y la compañía. Pero vida solo una, y es corta, no podemos desperdiciarla en lamentos, no podemos quedarnos atascados, salgamos adelante Dan, tú y yo. ¡Y todos los que pasan o pasaron por algo igual! Ayudemos a los que podamos, y caminemos, aunque sea despacio, aunque sea difícil. Porque, Daniel, no fue tu culpa, nada de esto fue tu culpa. No estás sucio, ni tienes que perdonarte nada, tú no eres el culpable, eres la víctima, y vamos a encargarnos de obtener justicia por eso.

—Es difícil Tivye.

—Lo sé.

—Complicado.

—Sí, no es como si te hubieras caído y obtenido un raspón en la rodilla, que sana aplicando una curita mágica y un besito.

—Voy a intentarlo. —finalicé, roto y decidido.

Su sonrisa fue genuina.

—Y nosotros nos encargaremos de apoyarte, cualquier decisión que tomes vamos a respetarla, cualquier camino que elijas, vamos a seguirlo a tu lado.

Su abrazo, también lo fue.

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