La voz de la traición
—¿Escuchaste eso?
Daniel se separó un poco del abrazo de Ryu, observando las sombras oscuras y el movimiento de los árboles varios metros más abajo. Alzo una ceja al notar que la silueta que creyó ver se había esfumado por completo.
¿Alucinó acaso?
Sacudió la cabeza y talló sus ojos con suavidad.
—Tal vez tengo demasiado sueño, no le des mucha importancia. —Finalizó, levemente avergonzado por ser histérico con los encuentros entre ambos.
—No. No fue producto del cansancio. —Ryu se pegó a él con mayor fuerza, consiguiendo esconder el rostro sonrojado de Daniel en su pecho, usando sus brazos y la frazada que los envolvía a ambos como una barrera contra el frío y el exterior. —Lo vi también, y lo escuché. Había alguien abajo.
Daniel se sacudió, acomodándose mejor en el pequeño espacio cálido que se formaba entre ambos.
—¿Había?
Ryu siguió perdido en la nada, buscando rastros humanos en las figuras irregulares y monstruosas de las sombras, se rindió al no alcanzar nada desde su posición.
—Se ha ido. Descuida, mon coeur. —besó la frente, las mejillas y las comisuras de su compañero, de su pareja, de su todo. —Reconozco esos pasos, no será difícil encargarse.
—¿Estás seguro?
Ryu se detuvo a centímetros del rostro ajeno, sintiendo la tibieza de Daniel combinarse con el gélido frío que él portaba, una mezcla fascinante, imperfecta.
—¿Tu doutes de moi mon coeur? (¿Dudas de mí, mi corazón?)
—Jamais (Nunca)
Ante su respuesta, cargada de un anhelante tono seguro, el corazón de Ryu experimentó una sacudida que lo impulsaba en una subida recta, y, posteriormente, lo soltaba, haciéndolo pasar por un descenso en picada, directo a la perdición, a los labios que tantos pecados lo hacían cometer.
Los besó de nuevo.
Y se perdió en ellos, dejando la brújula de su barco en manos del mar, en manos del chico que no dudó en corresponder con euforia, remarcando un camino que tantas veces recorrieron, juntos.
El sabor de Daniel era una explosión dulce, nada empalagosa como los bocadillos que Serius disfrutaba hurtar del plato principal del abuelo, no se parecía en nada, tenía un gusto acaramelado y frutal, transportando también, el balance perfecto que no lo propasaba más allá, dejando un punto exacto que Ryu disfrutaba.
Daniel tiró con fuerza, Ryu se apoyó sobre él, con las manos a los costados, evitando que su peso lo sofocara por completo.
Sonrió contra los labios juguetones.
Sonrió por el atrevimiento del chico que no tenía un control cuando deseaba algo.
Sonrió porque era él.
Daniel.
Y podían maldecirlo todo lo que quisieran, podían negarle la entrada al cielo y enviarlo directo al infierno, sin embargo, nada lo haría cambiar de parecer con respecto a qué, aquel chico, sería el único que rompería su orgullo, manipulando a su antojo los latidos rebeldes de su corazón.
Los Leprince jamás de arrodillan.
La tercer regla se fue a la basura noches atrás.
Ryu lo sabía.
Los Leprince jamás se arrodillaban, pero él aceptaría el castigo, porque tocó el suelo, postrándose ante la persona que amaba.
Una vez.
Y lo haría de nuevo con gusto.
Por Daniel.
—Hay algo... —Daniel se detuvo, jadeando, sin despegarse demasiado de los labios rojos por sus mordidas. —Quiero decirte algo.
Ryu asintió y Daniel vaciló.
—Creo que... ¡Creo que estudiar negocios no es lo mío! ¡Pienso meterme a la escuela de artes apenas tenga la mayoría de edad! —exclamó con fuerza, cerrando los ojos sin atreverse a abrirlos hasta que su boca fue ocupada de nuevo.
Contuvo la sorpresa, o tal vez se la tragó.
Bastante confundido se dejó guiar, y no interrumpió en absoluto las demandas de Ryu, dejándolo quedar satisfecho.
—Tú... ¿No estás molesto? —preguntó al cortar el beso, hablando de prisa, antes de tomar una buena bocanada de aire.
Necesitaba respuestas, o iba a volverse loco, mucho más de lo que ya estaba.
Ryu le sonrió, frotando ambas narices, imitando a un pequeño infante.
—¿Por qué iba a estar molesto?
—No voy a tener empresas, y tal vez mi familia me odie por mi decisión. Incluso ahora como Jelavick no soy suficientemente bueno para estar contigo y...
—Daniel.
—Si no tengo nada. ¿Cómo voy a poder mirarte a los ojos? Tú mereces más que esto.
—Daniel. —Ryu lo sujetó por las muñecas, estirando los dedos dentro de su palma, entrelazando paulatinamente los cinco pares en un cierre irrompible. Su mirada era severa, y Daniel huyó de ella, perdiéndose en la negra noche que apenas abría paso a la madrugada. —Ya hablamos de esto Jelavick. No me importa el dinero que tengas, tampoco tu familia, y mucho menos si cuentas con muchas o pocas empresas. ¿Acaso me enamoré de papeles verdes?
Daniel hizo un puchero, regresando a los ojos imposibles de Ryu.
—No.
—¿Me enamoré de tu familia? ¿De las empresas que tienen?
—¡No! Ya lo dije, déjame en paz. ¿Okey?
Pero no.
Ryu no lo dejó en paz.
—¿Lo ves? Me enamoré de ti Daniel, de ti, no de tus cosas, no de lo que te rodea. No me importa si te quedas sin un centavo, cosa que no voy a dejar que ocurra, vas a seguir siendo tú, y yo voy a amarte por ese simple hecho. Ahora, dices que no eres suficiente. ¡Estrellas y soles contigo! Tengo ganas de matar a tus padres por ser los culpables de fomentar tantas inseguridades en ti. Daniel, eres asombroso, y yo no tengo que molestarme porque quieras hacer algo distinto a lo que se te impone. Perdóname por hacerte pensar lo contrario. Si quieres estudiar arte. ¡Ve y estudia arte! Si nadie te apoya yo sí lo haré, porque te gusta, porque es lo que te hace feliz.
—¿Qué te haría feliz a ti?
—Que me dejes estar a tu lado, justo como ahora. Me haría muy feliz que me permitieras cuidarte, gritar con pompones desde las gradas, alabando tus logros, me gustaría cocinarte todas las comidas, todos los días, ir a dónde más te guste, siempre, siempre, desde ahora.
—Ryu...
—Dan... ¿Estás llorando?
—¡Cállate y bésame romántico anticuado! ¡Si es lo que te hace feliz adelante! Quédate a mi lado, pero a cambio, déjame estar también junto a ti.
Ryu secó con sus labios las gotitas de llovizna que empapaban la piel suave de Daniel.
—Te lo prometo. —dijo, jurando bajo la luna, jurando a la persona que amaba.
Daniel ya no huyó de lo inevitable, ya no huyó de sus ojos.
—¿Promesa de príncipe azul? —soltó entre lágrimas. Ryu sonrió por su comentario, y lo aceptó sacudiendo la cabeza.
—Promesa de príncipe azul.
E in capaz de entrecruzar meñiques con Ryu, Daniel hizo lo único que quedaba a su alcance, se estiró con cuidado, cortando el espacio restante entre los dos, atrapando el néctar prohibido de la flor más hermosa de su jardín.
Esa noche Daniel descubrió dos cosas. La primera; Ryu jamás iba a darle la espalda. La segunda, aunque estaba destinado a ser el primer heredero de mayor prestigio a nivel mundial, lo único que Ryu anhelaba era un hogar.
Una familia.
Una que estuviera lejos de la monarquía casi absoluta de reglas y etiqueta, una dónde pudiera ser él sin miedo a los castigos. Con eso en mente, Daniel se prometió cumplir su sueño, ahora de ambos.
El beso se extendió, siendo el comienzo, y al mismo tiempo, el final.
El sol ya iluminaba los cielos en su punto más alto cuando Ryu entró a la mansión de los Red River, Serius lo miró extrañada, pero aparte de pegársele no hizo ningún comentario.
Avanzaron atravesando pasillos llenos de cuadros, rostros perfilados y finamente dibujados. Las palabras sobraban cuando su comprensión de los sucesos era por medio del silencio, pesado o incómodo.
Serius no se separaba de su igual, gemelos en apariencia y distintos en genes. Algo no andaba bien, ni con su primo, ni con la casa, lo supo desde que despertó, y ver a Ryu ahí terminó de confirmárselo, de otro modo no perdería el tiempo siguiendo inútilmente a un Leprince solo por su cara bonita.
Ryu encontró lo que buscaba en un largo corredor con ventanales polarizados, capaces de recibir altos impactos de balas y bombas, y no quebrarse ni siquiera con eso. Incluso si aplastaba el cráneo de una persona, lo más seguro era que el hueso se partiera en pedazos, y el cristal, aparte de salpicarse con sangre, no recibiera ningún otro daño.
—Ying.
El chico más pequeño se detuvo ante el llamado de Ryu, temblando como una hoja libre en pleno otoño.
—¿Qué quieres? —respondió con rudeza, usando su máscara favorita de hostilidad, enfrentando dos versiones sacadas de una misma gota de agua.
—Ayer en la noche estabas en un lugar y hora inadecuados. Procura guardarte lo que viste, y escuchaste, o tendremos problemas. ¿Entendido?
Ying sonrió, mostrando una curva que a Ryu le causó escalofríos.
Todos los Red River tenían esa peculiaridad a la hora de sonreír. Daban miedo, daban la impresión de ser pesadillas, o algo mucho peor que eso.
—¿Te crees tan imparable Ryu? ¿Crees que tener los apellidos D'Angello Leprince te hace estar en un trono dorado inalcanzable? ¿Crees que eres mejor que yo? ¿Tienes tanta seguridad de tener asegurado tu puesto de heredero basura? Ja. ¡No sueñes tanto o cuando despiertes la realidad puede ser dura!
—Guarda le tue parole. (Cuida tus palabras) —ordenó Serius, perdiendo la humanidad de sus facciones por un reemplazo de seriedad mortal. —È mio cugino con cui stai parlando. (Es mi primo con el que estás hablando)
—Quédate fuera de esto Serius. —Ying se paró derecho. —Si dejas de meter la cabezota donde no te llaman, tal vez pueda darte el cargo de mi mano derecha cuando lo reemplace.
—¿Reemplazarlo?
El corazón de Ryu se cayó al suelo, su color se perdió en la nada, absorbido por el miedo y la mezcla de repugnancia, que se agitaba en su estómago al escuchar aquella voz serena y osca.
Horrible.
Serius no era una pintura mejor, y ni hablar de la consternación en Ying.
—Nonno. (Abuelo) —dijo Ying, arrodillándose de inmediato, con la cabeza gacha y las manos sostenidas por nada más que el suelo reluciente.
—Patético tu discurso Ying, incluso si Neus es un enfermo, no es inválido, la jerarquía en casa de los Leprince sigue igual, él aún compite por el cargo de líder. Aunque bueno, no niego que debo hacer unas correcciones. —Ryu se enfrentó al azul celeste atrapado en los ojos de su abuelo.
Un azul que odiaba con el alma.
Podría criticarlo si quisiera, si tan solo ese mismo color no bañara uno de los orbes de su madre, tan hermosa. Apretó la mandíbula, tragando la ira y el sabor a hierro. Ella si era hermosa, por dentro y por fuera, su abuelo, tenía la suerte de poseer una cara agradable, y joven, ya que su edad equivalía a la mitad de la que tenía Marie, sin embargo eso era todo.
Bonito por fuera, y un asco por dentro.
—Pero Nonno...
—Ying, tú eres un Red River, pelea por el asiento de tu abuela, mi hermana no debe tener el poder, las mujeres son un asco manejando temas importantes. —Tanto Ryu, como Serius apretaron las manos en puños, meteoros que no tardarían en incrustarse en esa enorme bocota, que soltaba más veneno del que ingería, para mal gusto de ambos. —PeiPei ya debería estar suplantada. Cerrado esto, Neus, ven aquí.
—No. —dijo Ryu, manteniéndose firme, anclado a la tierra, a pesar que su corazón había dejado de latir hacía mucho.
El abuelo cruzó los brazos.
—¿No? ¿Qué cosa estás vistiendo? ¿Blanco? Sabes que la etiqueta prohíbe que lleves trajes de otro color que no sea el negro.
—La abuela me lo obsequió. ¿Esperabas que lo dejara pudrirse en el armario? ¿Esperabas que le diera el mismo trato que obtienen tus obsequios?
—No, pero, ¿sabes qué si me gustaría que se quedara en el armario, pudriéndose para siempre? ¡Tu maldita enfermedad! ¡¿Cómo diablos un Leprince puede ser tan desgraciado cómo para besar a un Jelavick?! ¡Y en especial a un hombre! Deberías de sentirte avergonzado Neus, has deshonrado a esta familia.
—Me siento avergonzado sí, por tener un abuelo como tú. Machista, clasista, homofóbico, e idiota por sobre todo. ¡Me siento avergonzado de decirle al mundo que un abusador vive compartiendo techo conmigo, no que amo a la persona más hermosa del mundo!
Hubo pasos acelerados, gritos, y sangre manchando las paredes. El cuerpo de Ryu se estrelló contra las paredes, manchándolas con la sustancia carmesí que escapó de su boca.
—¡Ryu! —Serius llegó a él. Su primo no era un tonto, bloqueó a tiempo el impacto, pero su abuelo era más grande, y también fuerte, un adolescente no le hacía de rival, ni siquiera porque se trataba de Ryu. —¡Déjalo en paz! —le rugió al hombre sin expresión, que los contemplaba limpiándose las manos. —¡No ha hecho nada para que lo golpees!
—Estar con un hombre es una enfermedad, tu primo se infectó de ella, debo curarlo Serius, o solo le quedará la muerte de consuelo.
—¡Maldito! ¡Ryu no está enfermo! ¡Amar no es sinónimo de enfermedad! ¡Tú eres el enfermo! ¡Tú eres el que merece la muerte!
—Claro, como mujer no lo entiendes. Tan ton... —perdió el equilibrio al momento en el que un puño se estrelló contra su mentón, desviándole la mandíbula.
Serius bajó la mano, dejando de la sangre combinada escurriera al piso.
—Vuelve a hablar así de una mujer y te mataré. ¿Piensas que los hombres son mejores por el simple hecho de nacer con un pene entre las piernas? Un aparato reproductor no delimita, ni determina tu valor como persona, métete eso en tu pútrido cerebro de mierda. No solo los hombres saben patear traseros, nosotras los destrozamos. —Volvió al lugar con Ryu y lo ayudó a levantarse, su primo gimió al recibir el tirón, pero hizo lo mejor que pudo por mantenerse en pie y avanzar junto a ella.
Tres pasos.
Diez.
Llegaron al final de las escaleras y Ryu lo sintió, el tiempo se quebró, permitiéndole apenas empujar a Serius, librándola del impacto preciso de la bala. Ella cayó a un lado, sosteniéndose del barandal mientras su brazo roto colgaba sin vida, Ryu por su parte no tenía apoyo, su tobillo de dobló en el primer escalón y cayó.
Treinta escalones rectos, con filo en el borde, se llenaron de sangre.
La mansión se saturó de gritos desesperados, Serius bajó del barandal, arrastrándose hacía abajo, hacía el cuerpo inerte, muerto.
No.
Serius sacudió la cabeza.
No estaba muerto.
No podía...
—¡Mi niño! —PeiPei apareció al otro lado de la sala, arremetiendo contra los brazos y manos que le impedían avanzar. —¡Todos ustedes, traidores! ¡Suéltenme! ¡Hijo! ¡Mi bebé! ¡Mi niño! ¡Ryu!
El charco rojo pasó a ser un mar, los tapices carmines se avivaron, comiendo la vitalidad que se escapaba de la cabeza de Ryu, de sus manos, de su cuerpo.
—¡No lo toques! —PeiPei fue arrastrada de regreso a su alcoba, clamando a gritos para detener a su hermano menor, quien caminó confiado a un lado de Serius, ignorando las lágrimas y el terror que se encerraban en el rostro de la menor.
Bajó con calma, llegando al cuerpo que comenzaba a ponerse frío, lo cargó sin cuidado, llevándolo entre brazos, regando a su paso, pétalos que goteaban, floreciendo en el piso.
—Abuelo. —Serius alcanzó el final, y aunque habló, la figura mayor no se giró a darle la cara. — ¡Abuelo!
El hombre paró.
—¿Es...? ¿Está vivo?
Una sonrisa ladina, oculta a la vista de Serius, asomó en las comisuras del mayor.
—No. —El mundo de Serius se derrumbó. —Murió. ¿Contenta Serius? Por tu culpa Neus ya no tiene un corazón que late. Hazme caso, a partir de ahora, como mujer, aprende tu lugar, deja de asesinar gente por tu incompetencia. ¿Entendiste?
Serius no lo entendía.
Muerto.
¿Su primo estaba muerto?
Su...
Su culpa.
Bajó la cabeza, reteniendo las lágrimas hasta alcanzar un punto que resultaba doloroso.
—Sí, abuelo. —dijo, y supo que no hablaba enserio.
Ryu era un terco, unas escaleras eran poca cosa para matarlo.
Incluso si solo fue un sutil movimiento, Serius logró entenderlo.
El único muerto en esa sala debía de ser su abuelo, después de todo, nadie podía vivir sin un corazón, y su abuelo, hacía mucho que había perdido el suyo.
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