Dance with me


Ryu


Priest se duerme en el transcurso lento que sigue el auto de regreso a casa, al llegar es un bultito calmado, un cachorro de dragón estable entre los brazos cómodos y delicados de Daniel.

 —Es muy pequeña. —dice de repente. Acomodando los escasos mechones de nuestra hija, de tal manera que su rostro se parece mucho más al de él. —Y gordita. Me recuerda a un panda.

—¿No eras así de pequeño? —cuestiono, extrañado por el deje de añoranza y tristeza que contamina su voz.

Niega despacio, la parte superior de su cabello me hace cosquillas en el mentón con el movimiento. 

—Mamá se esforzó demasiado en mi dieta, desde siempre he tenido un peso más bajo del saludable. —se acomoda mejor en mi hombro y cambia el apoyo en sus brazos. —Estaba muy obsesionada con la apariencia, tal vez por ello me ha costado mucho desprenderme de ese mal hábito de revisar constantemente mi peso. Es terrible. 

—Yo sí fui robusto de pequeño. —me mira con sorpresa, y es esa ingenuidad que habita en sus ojos la que me arranca una ligera carcajada. —Me gusta demasiado la comida. Adelgacé cuando el abuelo introdujo pastillas de vómito en mis alimentos, y más adelante adelgacé por sus restricciones, al parecer él y tu madre tenían ese mal complejo de ver a la gente delgada como saludable, cuando la gente llenita tampoco está siempre con problemas de salud.

—O fea. A mamá no le gustaba la gente así porque la consideraba fea. Todavía puedo escucharla en mi cabeza, gritando insultos. 

—Priest no crecerá así.

—No. No debe importarle cosas estúpidas y superficiales como estas, ella es bella. Es nuestra hija.

—Tú lo has dicho mon coeur. Con ella será diferente.

Un segundo de espera se convierte en dos, tal vez tres... 

El tiempo se alarga, se eterniza en un momento que va pasando y desvaneciéndose conforme el carro atraviesa las calzadas y las calles, rebosantes de autos y gente. Entonces se escucha un leve suspiro y lo sé, se ha quedado dormido.

Recojo a nuestra pequeña, acomodando en el proceso a su padre, para que no sufra de dolor por su mala postura. Daniel gime molesto al separarse, y se remueve en los asientos, cual cachorro somnoliento. 

No despierta, ella tampoco; y el sueño en el que vivimos atrapados se extiende cada vez más, hasta rozar los confines indefinidos del horizonte onírico y las aguas turbulentas de un mar real.

Real.

Cada vez más real.

Más vivo.

Me consume entero, y la única alegría que siento, reconforta mi alma y corazón, cuando, al despertar, el bello paisaje fantasioso sigue existiendo, al menos aquí.

Limpio mis lágrimas y beso las cienes de ambos.

Al menos en esta realidad, podemos estar juntos...

***

https://youtu.be/PVNGvsdtYI4

***

Ryu


Hace mucho tiempo que no hemos estado así, solos, unidos por un silencio conmovedor y un balanceo dulce que no sigue pista musical alguna, más que la que llevamos dentro, en el corazón y en el alma.

Daniel gira, se enreda al final de la vuelta y sus pies vuelven a estar sobre los míos.

—Tres. —digo, rozando el lóbulo de su oreja con mis labios. 

—Tres. —concuerda sonriendo. Las puntas altas de sus orejas rebozan de rojo, al igual que la punta de su nariz, y la redondez suave de sus pómulos. 

Verlo me hace mal.

Verlo me hace tropezar.

No reacciona a tiempo, y yo tampoco; caemos uno sobre otro, aplastando el tapete lleno de manchas de pintura que cubre el suelo de su apartamento. 

—¿Tropezaste? —cuestiona, absorto en la unión desastrosa de nuestros cuerpos. —Tropezaste. —digiere al fin. Sonríe, y su sonrisa no tarda en convertirse en una estridente risotada, cargada de amena alegría y dulce incredulidad. —Y lo peor es que te ves malditamente bien así.

Alzo una ceja y él continúa.

—Debajo de mí, quiero decir. —finaliza, desafiándome con la mirada.

Levanto la parte superior de mi cuerpo, arrastrándolo conmigo. Logro sentarme, él no pone de su parte para hacer lo mismo, dejando su peso en mi pecho, pasando sus manos sin intenciones puras a lo largo de mis muslos. No deja de sonreír.

No deja de jugar con el control.

Toca el primer lunar, el que está a su alcance. Lento, sube por mi garganta, repasando los patrones salientes y deteniéndose apenas en mi mentón, rodea mis labios y hace círculos aburridos en mis mejillas. 

—Daniel... —imploro. —Jelavick...

—Leprince. —suelta mi piel y baja a la tela de la corbata, envolviéndola entre sus dedos. —Pídemelo.

—Por favor... 

—¿Es todo?

—Estoy conteniéndome para no hacer una locura. 

—Déjame verlo.

Parpadeo.

—¿El qué?

—Tu lo cura. ¡Mal pensado! —busca bajarse de mi regazo, lo sostengo antes de que ocurra, envolviendo sus muñecas en las esposas que él mismo hizo sin querer con la corbata. —Ryu...

—Jelavick.

—Si vas a besarme, hazlo ahora. —cierra los ojos con fuerza y hace un puchero en exceso adorable, en exceso tentador.

—Como ordenes, mon coeur.

Siento la presión de su agarre fortalecerse alrededor de mi cintura, siento su aliento susurrar secretos en el espacio corto entre nuestros labios, escucho su corazón... Lo escucho a él.

Y, al besarlo, esa escucha sigue a nuestro alrededor, cambiando la melodía del baile por una acelerada y feroz.

De Ágape cambia a Eros. 

De un dibujo, pasa a cobrar vida. 

De un "él", evoluciona hasta que se vuelve lo que somos... Un nosotros.

Una familia.

Daniel


El blanco, supuestamente un reflejo burdo de la pureza, es sustituido, sin precedentes, por el plateado galante que, jamás creí, encantara a los Leprince.

Vaya que son una familia rara. 

Vaya que encajo bastante bien entre ellos. 

Vuelvo a perderme en el reflejo extravagante que se pavonea como un idiota delante de mí, encerrado en los espejos pegados a las paredes del vestidor. Ese Daniel va girando y girando sobre sus talones hasta que... 

No, ya basta. Ya me mareé.

Me detengo con brusquedad, apoyándome de la parte de la que no debía sostenerme, o sucedería justo lo que está pasando. Caigo al suelo de lado, golpeando mi codo contra el estampado sedoso de la alfombra. 

Auch.

Que gran entrada.

—¡Mon coeur! —escucho el grito preocupado de Ryu, y sé que ese pavorreal lo vio todo.

¡Maldición!

—Estoy bien, bien. Falsa alarma, todo estaba fríamente calculado. —digo, levantándome con una hipócrita expresión de "aquí no hay dolor".

—¿Te duele? ¿No te golpeaste con fuerza? —Ryu toma mi brazo y lo analiza con detenimiento, reparando en la piel roja. —Ten más cuidado. ¿Qué estabas pensando hacer ahí adentro?

—Nada... —acomodo las cadenas plateadas que se atan a la gargantilla de plata en el nacimiento de mi cuello; las mariposas que cuelgan adornando el largo hilo, tintinean con el movimiento, atrayendo la atención de Ryuna, quién deja de lado su sonaja para estirar las manitas hacía los brillantes objetos que causan ruiditos.

—Pa... —tira de la corbata de Ryu, queriendo lograr que se acerque más a mí. —Ezho... Pa... ¡Pa!

—Ma belle, ma belle. —Ryu suspira, quita su corbata de las manitas regordetas y sacude la cabeza. —Non che mia figlia. È fragile e può rompersi. Se vuoi una farfalla te la regalo, ma lascia stare gli accessori di papà. (Eso no hija mía. Es frágil y puede romperse. Si quieres una mariposa, te la daré una mariposa, pero deja los accesorios de papá en paz.) ¿Sí? ¿Priest?

—Ti. Peo pa...

—Dime. 

—Nara... —baja su cabecita y Ryu sonríe, le deja un besito en la cien y ella se pega más a su pecho, jugando de nuevo con la corbata plata, bordada con blanco perla. 

—Se parece cada vez más a ti. —dice Ryu.

Lo miro y luego a Lucy.

—¿No ya es obvio?

—Sí, pero... 

—¿Pero qué?

Ryu se encoge y también me besa en la cien.

—Nada... ¿Te suena? 

El tiempo no me alcanza para que pueda responderle, la modista regresa con los últimos detalles del atuendo y tira de mí, llevándome de regreso al vestidor, bautizado ahora como el endemoniado vestidor de la muerte.

Cuando anuncia que estoy listo, tengo la mitad inferior entumida, y no exactamente por actos ilícitos a media noche. Ella abre la cortina, palmeando orgullosa por su trabajo, Ryu también parece satisfecho, ya que olvida que Ryuna está batallando para obtener de nuevo su sonaja, debido a que su padre la dejó suspendida en el aire. 

—Joven maestro. —la modista se  dirige a Ryu. —Nuestro joven amo está listo. 

—Sí... Yo, —traga saliva y baja a Ryuna, acomodándola en el sofá. —necesito un momento. 

—Me llevaré a la joven ama entonces. —la modista recoge a Ryuna, y, aunque de mala gana, ella se deja cargar. —La entregaré a la segunda dama, estoy segura que ella ya los espera abajo en la recepción. 

Ryu asiente mecánicamente, más preocupado en observar la piel a través de la tela que cubre mi pecho, que en las palabras de la modista.

Me acomodo el traje y cierro bien la pequeña abertura con encaje, eso llama más su atención, y la chispa controlada, estalla.

—Lo he decidido. —dice por fin. Una de sus manos pasa por su mentón, la otra revuelve su cabello, despeinando el costoso y laborioso trabajo que le tomó media mañana. —Quiero una galería llena de cuadros tuyos, empezando desde ahora. 

—No.

—Sí.

—Ryu, no harás eso. Es... Excesivo. 

—Es lo que quiero. —pega su frente a la mía. —Tendré el más grande en mi oficina.

—¡Diablos! ¡No! ¿Qué dirán los que entren ahí?

—Que tuve mucha suerte de casarme con alguien tan hermoso. Aunque no todos tendrán ese privilegio, sabes que solo entra mi familia.

—Ay, Lucifer... No puede ser. Ryu, —me separo e intento poner una expresión seria y amenazadora. Sé que no lo he logrado cuando la chisma se incrementa. —vas a hacerme quedar en mal delante de mis suegros.

—Saben que no somos santos, Jelavick. Además dejaré reservadas las pinturas de "esos" momentos para nosotros. Tal vez coloque una en la habitación.

—¡Dios, perdona a este hijo tuyo! —exclamo. 

—¿No eras satánico?

—¿No nos íbamos a casar? —lo tomo de la mano y empiezo a guiarlo hacía afuera. —Vamos ya, uno no puede llegar tarde a su propia boda. 

"¡Genial! Genial, gran forma de escapar de los problemas Jekavick, ahora nada más camina y..."

Su agarre se fortalece, y es lo que evita que caiga cuando frena de golpe, atrayéndome de regreso a su pecho, de regreso a él.

Quedamos unidos de nuevo, sus ojos sobre los míos y sus labios jugando tentativamente con el fuego del deseo.

—Me gusta esa frase. —comienza. —"Uno no puede llegar tarde a su propia boda". Tienes razón mon coeur. Así que, mientras no lleguemos no hay boda, no podrán culparnos.

—Ryu. —advierto. Consciente de sus emociones, de lo que su mano en mi cintura significa. —Pecador.

Ríe entre dientes, al momento siguiente tengo su voz pegada a mi oído, su respiración va a juego con la mía, sincronizadas, agitadas.

Per te, fino alla morte. All'inferno. —dice.

Acaricio sus mejillas, deteniéndome al final de su frase.

—¿Qué significa?

Deja un beso suave sobre mis labios y sonríe. Una sonrisa genuina y llena de sinceridad.

Por ti, hasta la muerte. Hasta el infierno.

Lo logra de nuevo.

Caen mis defensas, caen mis emociones, cae mi corazón.

Y, así parezca imposible, él los atrapa, los envuelve, los cuida.

—Te amo. —digo. Porque no hay más, porque es todo.

—Y yo a ti. Por eso, Daniel Aquiles Jelavick... ¿Le concederías a este humilde pecador el placer tentador de bailar la pieza llamada vida a tu lado? —toma una de mis manos y se la lleva a los labios, depositando su confianza, devoción y calor en ese soplo que se impregna como una mariposa sobre los pétalos de la flor más sencilla en la pradera. —¿Qué dices mon coeur? ¿Bailarías conmigo?

Imito su gesto, regalándole una mariposa efímera, guiada por mis labios sobre su piel. Luego, entrelazo nuestras manos, una unión fuerte, una unión absoluta.

Fino alla morte. All'inferno. —respondo, y sus ojos se llenan de vida.

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