Avance
Daniel
—Ram Monique Lavie D'Teur.
Trago saliva, y, temblando, estrecho la mano de la mujer que tengo delante, una joven que alcanza una edad madura. A simple vista tiene una presentación interesante, la mitad de su rostro desvela dos cicatrices paralelas, naciendo de su cuello, terminando secamente arriba del párpado izquierdo.
Podría considerarla bonita, pero más que bonita es amenazante, segura; todo en ella lo deja claro, desde su postura, recta y relajada a la vez, hasta su manera de vestir, nada atrevida, pero sí, bastante formal.
—Daniel Jelavick. —digo. —Aunque agradecería que solo me dijera Daniel, el Jelavick es innecesario.
Sonríe y asiente.
—Por supuesto.
—Siéntese por favor. —Ryu indica el tapete nuevo que cubre el suelo, rodeado de almohadas y delimitado al final con una mesita baja con té y galletas. —Ambos. Vengan.
Corriendo, ocupo un a a su lado, pegándome lo más que puedo a él. La psicóloga parece no tener malas intenciones en absoluto, pero su mera presencia hace que me sofoque, me pone mal.
Siento la mano de Ryu envolver la mía, trazando círculos o caminos rectos sobre mi piel fría. Es reconfortante tenerlo, y aun así siento que no es suficiente.
Un revuelo crece en mi interior, la ansiedad se propaga a través de todo mi cuerpo sin ninguna muestra de consideración.
Miedo.
Trago saliva, buscando humedecer la sequedad en mi garganta. Es inútil, por dentro soy un desierto, del mismo modo que por fuera parezco un tímpano de hielo.
Tengo miedo.
—Daniel. ¿Te molestaría compartir conmigo tus pronombres? ¡Ah! Y también, ¿Tienes algún vocabulario con el que no debo dirigirme a ti? Palabras que te incomoden, términos, apodos, cualquier cosa. —Ram baja la taza de té que Ryu lo ofreció, dejándola en una orilla cercana, a su alcance.
Su voz es bonita, con un timbre grave que no pierde suavidad y gentileza.
Cierro los ojos y repito varias inhalaciones y exhalaciones.
No es Becky.
Ella no es Becky.
No...
—Pronombres masculinos, por favor. —hago una pausa y nadie me presiona para que continúe, esa espera, que parece eterna, me da seguridad, hallo en aquel silencio mi valor, o un poco al menos. —No quiero que, bueno, use apodos cariñosos, no me gusta. Tampoco quiero que mencione sus nombres, por ahora.
—Está bien, tendré todo esto en cuenta Daniel. ¿Algo más qué te gustaría compartir conmigo?
Sacudo la cabeza. Nada más.
—Bueno, háblame un poco más de ti. Un pajarito me dijo un día que te apasionan las artes, en especial el dibujo. ¿Puedes platicarme de esta actividad? Los cuadros que nos rodean. —dice, siguiendo con la mirada el panorama colorido y lleno de formas que hay al rededor. —Quiero suponer que los pintaste tú. ¿Es así?
—Sí.
—¿Qué representan? Tienes un manejo de colores distinto para cada cuadro, pero en la mayoría destacan los tonos azules, negros, rosas y morados. ¿Algún significado que alberguen tales tonalidades?
Abro la boca y vuelvo a cerrarla. Miró a Ryu de reojo y él me recibe con una sonrisa y un asentimiento de cabeza.
¿Es esta la psicóloga que va a ayudarme?
Porque parece que su interés remota más al arte que a los problemas. ¿O es una trampa?
—Los colores, —digo, todavía dudando si es parte de su trabajo desviarse del tema central. —en su mayoría son porque me gustan las combinaciones que se forman, nada muy complejo en el significado, me temo. Y lo que es el dibujo, nace sin planear la mayoría de las veces. Me gusta trabajar en los detalles, y los cuerpos humanos al desnudo. —admito. Con las mejillas ardiendo en un poderoso tono carmín. Seguro que en su interior ella me ve con otros ojos ahora, seguro que pasé de ser la víctima de una violación a un cualquiera que solo quiso coger y se lo buscó por cuenta propia.
Estos y más pensamientos similares, invaden mi mente, barriéndose en un parpadeo con las nuevas palabras de Ram, libres de reproche, libres de hostilidad, de culpa.
—Este concepto que llevas de arte al desnudo, nubes y listones, me recuerda a las pinturas de dioses o deidades. ¿Tiene algo relacionado a ello Daniel?
El mundo se detiene. Mi mente deja de funcionar.
¿Escuché bien?
Ella... Ella... ¿No me recriminó?
—No y sí, —respondo, atarantado de que siga hablando conmigo como si nada pasara, como si no tuviera la culpa. —trabajar con el cielo diurno, nocturno y el ocaso, resulta gustoso para mí. Y parte de mi mensaje al rodear los cuerpos de esa aura de un dios, es mostrar que, independientemente de las diferencias entre cuerpos, todos son divinos.
Escucha atenta cada palabra, encarándome sin agresividad, asintiendo cuando es oportuno y bebiendo sorbitos moderados de té en intervalos de uno o dos minutos.
—¿Quisieras pintar ahora, Daniel? —pregunta, una vez he terminado de hablar.
—¿Quiere que pinte para usted?
—No. —dice, desenvolviendo el cuadro de un tamaño considerable que lleva consigo. —Quiero que pintes para ti. ¿Deseas hacerlo?
Sí, quiero decir, pero muerdo mis labios y contengo el consentimiento, cambiando la respuesta corta por una más larga.
—¿Qué debo pintar?
—Lo que quieras. —deja el bastidor recargado en una pared, perfectamente visible a sus ojos. —Si no quieres hacerlo no hay problema. Siempre podemos seguir conversando.
—No. —agrego con prisa. —Quiero.
Me levanto y voy al cajón de pinturas, escogiendo diferentes tonalidades en la amplia gama de opciones que se me presentan, agarro los estuches de pinceles, lápices, borrador, y una vez armado quedo cara a cara con aquel enemigo blanco.
Inhaló profundo y hago el primer trazo.
Líneas paralelas, círculos, figuras, alejadas las unas de las otras, o superpuestas, le dan vida a un borrador caótico, descontrolado.
Tengo fuego en el interior, llamas quemando mis venas, calcinando la piel de mi cuerpo desde el interior mientras trabajo.
En quince minutos del blanco ya no queda nada, vencido irremediablemente por garabatos oscuros y manchones que, incluso con ayuda de la goma, se vuelven complicados de quitar.
¡Rayos! Tal vez debí seguir bocetando con colores.
Pero como ya es tarde para lamentos, y solo queda afrontar el desastre, volviéndolo más desastroso, dejó el lápiz de lado, cambiando de arma a un pincel y un bote de pintura crema. Las pinceladas que trazo son lentas, tal vez demasiado para una mano hábil con un expediente de años y años de práctica, sin embargo, por muchos intentos que hago para ir más de prisa, el resultado avienta negativo.
Nunca había hecho esto.
Nunca me había dibujado a mí.
Los colores cobran vida dentro del lienzo, resaltando la carne con flores sobre las heridas de una batalla sin armas afiladas, más allá de uñas y dientes. Hay flores, lirios, debajo del cuerpo que conozco tan bien como para odiarlo, lirios blancos, aplastados por un peso que los obliga a reverenciarse. Detesto el color puro e inmaculado, y aun así las flores, las vendas, las telas que envuelven el cuerpo, mi cuerpo, son de dicho color, iguales a pálidos fantasmas en reposo.
Hay más, un corazón dorado aferrado con fuerza en una de mis manos, manchado con sangre, gotas escapan del metal, fluyendo en ríos débiles a los pétalos más cercanos de los lirios, tiñéndolos también de aquella sustancia.
Termino y no siento que haya sido el fin.
La obra se siente distinta, se siente irreal. Se siente viva.
Toco mi pecho, debajo de la camisa hay un ritmo constante de latidos, tranquilos, calmados. Dejo mi mano ahí por un rato, notando que el peso que oprimía esa zona se ha esfumado, pasando al cuadro, pasando a la vida que ahora habita ahí.
— Daniel...
—Tuve miedo. —digo, interrumpiendo secamente a Ram. Me duele faltarle al respeto de esa manera, pero, si no hablo ahora, tal vez la valentía y momentánea paz se esfumen, y no sea capaz de volver a tocar el tema más tarde.
Ella cruza las manos y espera, tranquila, sin estar molesta, sin presionar.
—En el momento que... Que... Que Kill se fue, tuve mucho miedo. —toco los bordes del lienzo, limpiando las gotas de pintura que se deslizaron, deteniéndolas antes de que caigan al suelo. —Antes de que ocurriera, antes de que me capturaran, Ryu me dijo muchas cosas, entonces sentía confusión, sentía que, si me lo proponía, tal vez podría odiarlo por mentirme, por esconderme cosas que tenía derecho a saber. Y, cuando estuve atado, sin salida, me aferré a la única esperanza que tenía, no a la libertad, ni a un dios o a un diablo, sino a él.
» Y ocurrió, y yo seguía llamándolo, cada vez, cada instante. Por ello, cuando lo vi aparecer, fui feliz, por encima de todas las cosas, de todas las emociones, sentí alegría.
—¿Quieres qué él te dé un abrazo? —pregunta Ram.
—Sí. Por favor.
—Ryu, ve.
Me pongo de pie y él hace lo mismo, no sé quién corre primero, quién corre más. Un segundo estamos lejos, y al siguiente, ya me tiene entre sus brazos, rodeado, seguro, amado. Besa mi cabeza, siento sus labios dejar piquitos delicados en mi cien, arriba de mis párpados y en la punta de mi nariz manchada de rojo.
—Te amo. —dice. Y lo rodeo con fuerza, temiendo porque desaparezca de golpe, yéndose igual que la arena entre los dedos, o el agua pasando por un colador. —Te amo. —repite.
Y por un momento, esos "te amo" son todo mi mundo, son todo para mí.
—Daniel. —miro a Ram por encima del hombro de Ryu. —Caminaremos juntos este sendero, pero antes de ir más adelante, hay dos cosas que quiero que tengas en cuenta; la primera, tú no eres el culpable, y segunda, tus gustos no tienen absolutamente nada que ver con lo que sucedió. El hecho de que trabajes el tema del erotismo o arte al desnudo no implica que buscaras ese accidente, eres la víctima, y cualquiera que te haga creer lo contrario está mal.
—¿Lo dice enserio?
—Lo digo enserio. Ahora, bien, hay una pregunta que he de hacerte. ¿Puedes sentarte aquí conmigo y dejarme saber más? A tu tiempo, a tu ritmo, si crees que no estás listo hoy, mañana entonces. Yo permaneceré aquí.
—Sí, yo... —me separo de Ryu, lo tomo de la mano, guiándolo de regreso al tapete. —Yo creo que quiero hablar un poco más. Es difícil, pero quiero hacerlo.
—Te escucho entonces.
Se lo cuento, cada palabra, cada sentimiento, el dolor que albergan los moretones, las marcas en mi piel y en la del lienzo. Le hablo de cautiverio y de impotencia, le describo el miedo, le desvelo mi alma.
Ella calla, atenta a mi relato, sin interrumpir, sin precipitarse. Me deja tomar aire y tiempo, es considerada al ofrecerme pañuelos para secar las lágrimas y los hilos de sudor frío.
Hablo por horas, terminando cuando un atardecer cálido baña al cielo con su ternura y armonía.
Ella apenas y habla, se despide prometiendo volver. La veo marchar después de la comida, llevándose una parte más grande de mi presión, equivalente al triple que desahogué con la pintura.
Luego de este día, siempre.
Viene y va, escucha y habla también. Hay días grises que no tengo ganas de charlar, entonces levanta mi estuche de pinceles y me deja un lienzo en blanco.
Es maravilloso.
Es maravillosa.
Porque sanar no es fácil, y sin embargo, después de una semana, creo que no resultó tan malo intentarlo.
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