Amigos que son malas influencias
En la estancia, una mezcla fragante de inciensos y perfumes de flores rondaba, cubriéndolo todo.
Atrapada en una jaula de vidrio y márgenes de oro, la dama Wang observa los paisajes verdes de sus jardines en el exterior, el té en la porcelana que sostenía se enfrió por completo, y aun así no se mostraba interesada en dejarlo de lado.
Al otro lado de la habitación, de pie en el umbral dorado de la puerta, su hija dudaba entre avanzar o retroceder.
—¿Qué haces aquí? —La mujer por fin bajó la taza y conectó con los ojos de su hija a través del pulido cristal de los ventanales que hacían de paredes.
Lia se estremeció, volviéndose pequeña.
—¿No deberías de estar con él?
—Madre, él está ocupado.
—O tú eres inútil. —Soltó lady Wang sin más, preocupándose poco de lo que su hija pudiera sentir con sus palabras tan directas como flechas.
—Madre, él... —Lia mordió con fuerza su labio inferior, soltándolo apenas sintió el sabor de la sangre colarse dentro de su boca. —Tiene a alguien más.
La porcelana se estrelló en contra las baldosas blancas del suelo, haciéndose pedazos y regando el té de rosas.
—¡¿Qué tonterías dices?! —Lady Wang giró, encontrándose directamente con el rostro pálido y tembloroso de su hija. —¿Cómo puede tener a alguien más? Y aún si lo tuviera, es tu prometido. ¿Qué importa una amante cuándo eres la esposa? ¿Quién es esa mujer para competir contigo? ¿Puede siquiera compararse con Lia Wang?
—Él, él es...
—¿Acaso importa quién sea? Nadie supera a una Wang, Lia. Nadie.
—Es un Jelavick madre.
En los apoyabrazos del sofá, aquellos dedos enjoyados, pertenecientes a lady Wang, se aferraron con demasiada fuerza, sus uñas se clavaron en el forro y comenzaron a rasgarlo.
—¿Un Jelavick? Tú eres una Wang. ¿Lo olvidaste? —Se puso de pie, caminando lentamente para llegar a su hija.
Quedaron demasiado cerca, Lia jadeaba despacio, tenía dificultad para respirar con su madre tan cerca.
Lady Wang tomó a su hija por el mentón, dejando marcas rojas en la piel maquillada con sutileza. Lia gimió al entrar en contacto con los dedos gélidos de su madre, volvió a encogerse, sintiéndose tan diminuta como insignificante.
—¿Quién está en la cima? Dilo, quiero escucharte.
—La... —Lia cerró los ojos, apretando la mandíbula, conteniendo el dolor del apretón que cada vez se intensificaba. —La alianza.
—Bien, vamos bien. ¿Quiénes siguen? —Un hilo rojo descendió de la mejilla de Lia, allí donde su madre puso demasiada presión al clavarle una uña.
—Los Red River, nosotros, y los Meyer.
—¿Están los Jelavick?
—N... No.
Aquella mano que la estuvo sometiendo la soltó.
—¿Entonces? ¿Cuál es el problema? —Lady Wang sonrió, un gesto demasiado amoroso, demasiado gentil.
Hipócrita. Pensó Lia.
—A Ryu no le importa su estatus, madre, él... —Lia limpió la sangre con el dorso de la mano. —Sé que le gusta.
—¿Es un hombre?
—Sí.
—No podrá darle hijos, tú sí.
—Pero le gusta.
—En ese caso, nos desharemos de él. —La mujer regresó a su asiento, jugueteando perezosamente con uno de sus anillos, el rubí que lo adornaba parecía estar brillando con más intensidad, sintiendo el deseo oscuro de su ama. —Si tienes poder, elimina a la persona correcta.
—Madre...
—Cállate. —Lady Wang ladeó la cabeza, un nuevo resplandor apareció en sus ojos. —Cállate Lia, madre va a encargarse de todo.
Sin atreverse a hacer más preguntas, Lia bajó la cabeza, y al hacerlo pudo sentir una punzada amarga en su corazón.
Daniel
—¿No irás?
Cierro de golpe el casillero lleno de estampillas y rayones de marcador. Kian salta por el estrepitoso ruido que hace el metal al golpearse entre sí.
—No iré. —Saco la llave con un colgante de pieza de ajedrez, agarro el material que necesito y comienzo a caminar para alejarme de la multitud, y de Kian.
¡Imposible!
Él me sigue sin esfuerzo. Acelero el paso y no le toma demasiado volver a estar a mi ritmo.
¡Malditos atletas!
¡Maldita resistencia!
¡Maldita flojera para no hacer ejercicio!
—Yo tampoco iré. —afirma despreocupado.
Lo miro de reojo sin detenerme.
—La alianza mandó esa invitación a tu familia, si no vas...
—No habrá problema. —Me guiñe un ojo. De verdad no hay problema. —Iría si tú quieres ir, de lo contrario no tengo nada que hacer.
Entre las libretas que llevo conmigo se asoma el borde del sobre dorado que la abuela de Ryu mandó para mí. Lo escondo de regreso y continúo mi camino, observando solo el frente.
Sé que no lo hace con mala intención, pero es difícil llegar a una fiesta que festeja un compromiso que no es el mío.
El cielo que se deja ver a través de las ventanas es hermoso, me conquistan los tonos, los movimientos que el viento crea con las nubes.
Tan bonito.
Tan mágico.
Nos detenemos.
—Kian. —hablo, después de quedarnos en silencio por varios minutos.
—Dime.
—¿Por qué la gente se enamora?
Kian parpadea.
—¿Eh? ¿Porqué quieren? —Su expresión se vuelve pálida. —No espera, déjame pensarlo. Esto... Bueno. ¿No lo sé?
Me rio y el ríe conmigo.
Detrás de nosotros los estudiantes continúan pasando, en los relojes las manecillas no detienen su curso.
Segundos perdidos.
Minutos.
El timbre suena y el pasillo se vacía.
Y nosotros seguimos de pie, sin movernos, sin irnos.
—Daniel.
—¿Sí?
—¿Amas a Ryu?
No.
—No. —Aprieto las libretas contra mi pecho, las aprieto con la fuerza que me hace falta, las aprieto como si ellas fueran yo, y mis brazos los de alguien más. —Pero, creo que me gusta. Es estúpido, ya sé, ya sé. Y duele, ¿sabes? No del mismo modo que me dolió perderlo a él en un pasado, porque no es amor, pero el cariño también lastima... También duele.
—¿Sigues sin recordarlo? Al chico quiero decir.
Sacudo la cabeza y Kian suspira.
—Dijiste que lo conociste en el prescolar y allí te dio eso. —Señala mi cuello, no se ve nada, pero sé a qué se refiere. La cadena, el corazón, su corazón. Continúa. —Te reencontraste con él en tu adolescencia.
—Si lo dices así me haces parecer viejo. —bromeo, aunque en el fondo me preocupa lo que dice.
Amigo, ¿seguro de que seguimos hablando de mí? ¿O ya te pusiste a divagar de nuevo?
En contra de todo pronóstico avanza con su historia fantástica, y el hilo en el que caminábamos se rompe.
—Pasó el accidente y... —calla de inmediato, calla al escucharse y comprender el significado de sus palabras.
Siento un frío anormal recorrer mi cuerpo, Kian luce enfermo, nos miramos y por la forma en la que se muerde el labio sé que acaba de decir algo que no debió.
¿Accidente?
—¿Qué accidente?
—Daniel.
Avanzó un paso, él no se mueve, le tiemblan las piernas. Detengo mi acercamiento, no había visto a Kian tan asustado, tan gris.
Retrocede a tropezones al momento siguiente.
—Kian. ¿De qué accidente hablas? —insisto, sin saber qué debería de sentir.
¿Ira? ¿Miedo? ¿Ansiedad? ¿Preocupación?
—Deberías de volver a clase. —El tono que usa es frágil. Gira para irse, lo capturo por la manga, tirando con demasiada fuerza.
—¡Kian! ¿Qué accidente? —Insisto. Mi agarre es débil, tiemblo igual o más que Kian, el aire no llega con normalidad a mis pulmones, siento el mundo girar, mi cabeza punza.
Hay dolor.
Hay algo.
—Dime. ¿Por qué mencionaste un accidente? —Paso a sujetarlo por el cuello de su sudadera, enredando los cordones de colores entre mis dedos, evitando que haga algún movimiento que garantice su escape.
—No es nada Daniel, de verdad.
Miente.
Y me molesta que me mienta.
No tú.
No mi amigo.
Exploto.
—¡Kian!
—¿Daniel?
La voz de Ryu está cerca de nosotros, de mí, pero no me interesa, lo único que ahora está en mi cabeza es Kian, es ese accidente.
—Jelavick, ¿qué...?
—Lo sabe. —Kian deja de forcejear y su cabeza cuelga de lado, parece un cadáver. —Ryu, Daniel ya sabe del accidente.
El mundo deja de girar, se congela, y vuelve a seguir adelante en el momento que una mano se posa en mi hombro. Ryu siempre fue cálido, pero esta vez siento que su tacto quema.
Dejo ir a Kian y me centro en él.
—¿Tú estás involucrado con esto?
Asiente.
Aprieto mis manos, puños cerrados que se estamparían en su rostro si tuviera las fuerzas suficientes para hacerlo.
Latido tras latido, la melodía ansiosa se entona sola, tan fuerte que resulta audible para todos.
Necesito golpear algo. Necesito...
—La verdad, dime la verdad. —exijo, pedirlo es un desperdicio de tiempo.
Ryu no huye de mis ojos, pero los suyos ya no me parecen un agujero eterno, tienen un fin, un charco húmedo que se consume con los rayos del sol.
Intenta tomar mi mano. Lo esquivo.
—Vamos. —indica al ser rechazado, da una sonrisa cansada a Kian y cuando camina, nosotros seguimos.
La oficina a la que ingresamos está casi vacía, no es la que él ocupa, y me alegra, a veces es más fácil escapar de lugares que no conoces.
De los sillones que están dispuestos en la parte más amplia, escojo el más cercano a la puerta, quiero espacio, ellos parecen entender mi mensaje y se sientan en el lado opuesto.
—Daniel...
—Si no vas a decirme lo que pasa, entonces no hables.
No espero que me comprendan, tampoco que sientan compasión, lo único que espero es que hablen.
Que me digan.
¿Qué pasó?
¿Qué accidente?
¡¿Qué mierda sucede?!
Lucifer, ¿ahora qué desgracia tienes planeada para este humilde devoto?
—Hay recuerdos que perdiste, y no vas a recuperar nunca más. —Ryu juega con el anillo de oro que lo ata a una bella mujer oriental. —No es tu culpa. Nada de esto es, o fue tu culpa. —Una de sus manos pasa por su cabello, y estoy a nada de ir y atarlo, nada más para que no tenga nada con que distraerme.
¡Idiota!
—Los Red River son famoso por su tecnología, mucha de ella cancelada por el gobierno. Entre sus inventos que no van a rebelarse al público está Olvem, un aparato que es capaz de borrar una selección precisa de memorias en el cerebro de una persona.
Quiero reírme, y en parte quiero llorar. ¿En qué clase de líos te metes Daniel Jelavick?
Jelavick, D'Angello Leprince, y ahora también con los Red River.
¿Qué más me espera?
¿Qué los Wang me maten?
¿Qué los Meyer me inviten a tomar el té?
Tengo una sensación amarga en la boca, la bilis trepa por mi garganta y las ganas de vomitar son más fuertes conforme lo pienso.
Es ilógico.
Máquinas del tiempo, borrado de memoria, chips rastreadores, lentes de rayos X. Pasa únicamente en las películas. ¿No es así?
¿No es así?
—¿Eso es real? —La pregunta suena estúpida, pero necesito que Ryu lo confirme.
¿Existe? ¿Puede que la ciencia de verdad llegue a tener ese alcance?
—Tanto cómo el hecho de que ahora respiras.
Vuelvo a quedarme helado, hielo y escarcha por todos lados.
Así que... Este es el poder de la segunda familia más poderosa.
Trago saliva.
—¿Y qué relación tiene conmigo? ¿Fui un sujeto de pruebas o algo así?
Ryu se contiene, por minutos no dice nada, y al volver a hablar lo único que deseo es callarlo.
—Sí, y no solo uno, sino el único.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top