«3»
— Entonces pones un cero debajo y empiezas a multiplicar. ¿Dos por nueve?
— Dieciocho.
— Bien, Clare, ¿ocho por nueve?
— Eh...
— Vamos, ¿ocho por nueve? —preguntó Roger pacientemente.
— No me acuerdo, Roggie...
— Piensa en la tabla del ocho. ¿Ocho por una?
— Ocho.
— ¿Por dos?
— Dieciséis.
— ¿Por nueve?
— ¡Roger! —lo reprochó por el injusto adelanto de los números.
— Vamos, Clare, tengo que terminar mi tarea, yo sé que te sabes la respuesta, el año pasado me decías todas las tablas de multiplicar hasta el doce.
— Pero ya no me acuerdo.
— En alguna parte de tu cabeza debe estar —dijo y le puso las manos en la cabeza—. ¡Eh, cabeza de Clare! ¿Puedes soltar las tablas de multiplicar del ocho para que la niña pueda recordarlo?
La niña lanzó una animada risa al oír lo que decía su hermano mayor y movió los pies mientras seguía riendo con fuerza.
— ¡Roggie, mi cabeza! —reía.
— Vamos, cabeza de Clare, no seas tacaña —le revolvió el cabello.
— ¡Roggie!
— Qué pesada eres, cabeza de Clare. Mi hermana tiene que hacer multiplicaciones y tú reteniendo los cálculos —dijo.
— Bien, bien, creo que era setenta y dos —dijo la pequeña entre risas.
— ¡Sí, bien, Clare! —exclamó y le sonrió. Clare se sentía afortunada, las pocas sonrisas que daba su hermano, eran generalmente para ella—. Muchas gracias por soltar la respuesta, cabeza de Clare —aún tomando su cabeza le plantó un beso en su coronilla mientras ella aún soltaba risitas—. Bien, sigamos. ¿Seis por nueve?
— Eh... ¿cincuenta y cuatro?
— ¡Síp! Bien, entonces tienes las reservas, entonces tienes que sumarle lo que está en la decena a la unidad del otro número. Entonces primero tienes el ocho, ¿no? Al lado del cero que está de antes. Como aún tienes el uno, se le suma al dos del setenta y dos, y el siete de ese número se le suma al cuatro del cincuenta y cuatro. ¿Eso da?
— Once.
— Entonces también le sumas el uno restante al cinco de la decena —le explicó. Ahora sumas los números. Hazlo tú.
Ella asintió y lo sumó. Roger revisó el resultado y lo comprobó con la calculadora de su celular.
— Bien, Clare. Eres muy lista, ¿sabes? —le sonrió—. Bien, intenta con el segundo tú sola.
— Claro —dijo tomando el lápiz y comenzando a hacer los cálculos. Roger tomó su celular mientras, para ver sus redes sociales.
Estuvieron un rato en silencio, mientras la pequeña rubia calculaba y murmuraba los resultados que le daban.
— ¿Segura que cuatro por cuatro es veintiocho? —le preguntó Roger con la vista en su celular.
— ¡No, es dieciséis! —se corrigió ella rápidamente y tomó la goma de borrar, corrigiendo su erróneo resultado. Luego de un rato, sopló los restos de goma y aún calculando le habló—. ¿Ya hiciste amigos en tu nueva escuela?
— No —respondió mirando el celular.
— Pero llevamos casi un mes en clases —dijo.
— Y pese a llegar hace un mes aquí seguimos con cajas en toda la casa —se encogió de hombros—. El tiempo no significa nada.
— Nunca haces amigos —observó la niña.
— Tú sigue estudiando.
— Pero es cierto. Solo fuiste amigo de Dominique y de Phil. Pero después él se hizo tu novio, y como Phil te terminó...
— Ese idiota no valía ni la pena, ¿bien? —murmuró—. Y por lo mismo, es mejor no relacionarse. Mientras menos personas conoces, es menos la cantidad de veces que te pueden decepcionar.
— Uhm... creo que... creo que ese pensamiento es muy triste y solitario...
— Es lo más seguro para tus sentimientos —se encogió de hombros.
— A mí me gusta hacer amigos. Ya tengo dos amigos... son muy amables. Quiero invitarlos a casa...
— Hazlo, papá nunca está, y si pasa algo solo dile que fui yo quien te dio permiso —le dijo.
— Pero no quiero meterte en problemas...
— Clare, a este punto ni siquiera me importa —le dijo—. Solo hazlo, tranquila. Yo le avisaré a papá que vienen. Así no nos regaña a ninguno de los dos.
— Está bien, gracias Roggie —dijo sonriente.
— De nada, Clare, ahora sigue estudiando.
— Está bien —dijo feliz y tomó su lápiz—. ¿Y si tú también invitas a alguien?
— No tengo a quién invitar, Clare —dijo riendo un poco.
— ¡Invita a Dom! —exclamó ella en referencia a la única amiga del rubio.
— Clare, Dom vive a dos horas de aquí —rió un poco.
— ¿Y?
— Ya lo intenté y sus padres no le dieron permiso —dijo con sinceridad—. No importa.
— ¿Pero no hay nadie que te caiga bien?
— Clare, basta.
— Vamos, ¿nadie en lo absoluto?
— N-No —desvió la mirada sonrojándose de la vergüenza.
— ¿Y por qué estás tan rojo?
— No lo estoy, tú estás daltónica —dijo mirando el celular.
— ¿Te gustó alguien?
— No —dijo con honestidad—. Solamente me avergüenza.
— ¿Por qué?
— No lo sé, porque no los conozco lo suficiente —explicó.
— Oh... ¡pero deberías intentar conocerlos más!
— Ya te lo dije, Clare, no quiero hacer amigos.
— Hazlos por mí —apoyó el mentón en su pierna.
— ¿Por qué por ti? —rió un poco.
— Porque no me gusta verte triste, y si tienes amigos serás un Roggie feliz —explicó.
— Nunca se sabe, Clare...
— Aún así. ¡Piensa positivo!
— Tú termina tus multiplicaciones —le revolvió nuevamente el cabello—. Yo tengo que escribir un informe de la revolución francesa.
— ¡Amo Francia! —exclamó Clare.
— Pues no dirías lo mismo si vivieras en el año mil setecientos setenta y nueve, estuvieras muriendo de hambre y los reyes se gastaran todo en pasteles —se encogió de hombros sacando sus cuadernos y comenzando a anotar lo necesario.
— Me gustan los pasteles... —dijo—. Pero no importa. Invita a tus amigos —insistió.
— No tengo amigos —respondió mientras comenzaba a escribir.
— ¿Y Dom?
— Sí, es mi amiga, pero está a dos horas de aquí —respondió—. Mira, Clare... a veces todo es más simple cuando no te relacionas con nadie. ¿De qué sirve hacerlo? Todos son vacíos, todos usan máscaras. Y cuando uno se quita la máscara, te dan la espalda.
— ¿A qué te refieres?
— No importa, te estoy distrayendo, sigue con tus multiplicaciones —dijo y le dio un beso en la cabeza a tiempo que le revolvía el cabello, para posteriormente seguir en lo suyo.
— ¿Es porque quieres otro novio?
— ¡No! Estoy bien solo —dijo—. ¿Sabes qué? No importa, es lo de menos mi vida social o amorosa ahora —dijo. La niña asintió encogiéndose de hombros y siguió su tarea, al igual que Roger, quien empezaba la suya.
(...)
— Por favor pasen a leer sus informes al frente de la clase —pidió la maestra. Roger sacó el suyo y esperó con calma.
— Rog —le susurró John—. Rog.
— ¿Hm? —lo miró.
— Olvidé el informe —le dijo—. Ayúdame.
— No presto tareas —respondió, en su pasado muchas veces se habían aprovechado de su bondad al prestar tareas, y siempre era él quien terminaba perjudicado.
— ¡Por favor! —pidió—. Mis padres me van a regañar.
— Mejor te resumo todo —le susurró—. O toma notas de lo que dicen los otros.
— Ay... bueno... —dijo nervioso. Roger empezó a resumirle todo mediante una nota y se lo entregó rápidamente—. Copia eso, es el resumen de mi informe.
— Gracias —dijo John tomándola y comenzando a anotar—. Gracias, gracias, gracias.
— No es nada —le susurró también.
Tras un rato, John tuvo que pasar a decir lo que había copiado y por suerte la profesora le dijo que había hecho un buen trabajo. Roger fue al rato después, poniéndose con vergüenza al frente de la clase.
— Señor Taylor, puede comenzar —dijo la maestra.
Roger miraba a sus compañeros con cierto pánico, pero suspiró y miró la hoja de su cuaderno donde todo estaba escrito. Comenzó a leer en voz baja, quizás demasiado.
— La revolución francesa fue un evento que comenzó en el año 1789, basándose en las ideas de la ilustración, la cual es un movimiento que se basa en el uso de la razón y las ideas de los pensadores ilustrados, como Montesquieu, Voltaire o Rousseau. Tuvo muchas causas, co-
— Señor Taylor, casi no le escucho nada —dijo la maestra—. ¿Podría hablar más alto?
Roger tomó aire y obedeció, repitiendo su discurso. Sin embargo, la profesora nuevamente le pidió que hablara más alto, y tras tres intentos, la mujer estuvo satisfecha con su tono de voz. Cuando por fin terminó, se sentó demasiado avergonzado.
— Maldita sea —masculló.
Se sentía demasiado avergonzado. Sus mejillas estaban más rojas de lo usual y solo suspiró, procurando que los demás no lo notasen más de lo que lo habían hecho ya, y encogiéndose en su puesto.
— Bueno, como segunda tarea... —comenzó la profesora, los alumnos soltaron un bufido de hastío—. Tendrán que hacer una exposición de la revolución francesa presentando una forma creativa. Pueden disfrazarse, hacer una maqueta, una representación, o lo que quieran. Pero recuerden mantener la creatividad —dijo.
— Señora, me sé la puta revolución al revés y al derecho, si quiere le doy el discurso de Marat en el periódico —masculló Roger.
— ¿Dijo algo, señor Taylor? —preguntó la maestra.
— No, nada —dijo nervioso.
— Bien, será en parejas —anunció—. Las tengo anotadas aquí.
Comenzó a decir un listado que a Roger se le hizo eterno. Le interesaba con quién debía trabajar y punto, nada más. La maestra seguía diciendo la lista de gente que no le importaba, hasta que finalmente lo nombró.
— Deacon con Taylor —dijo.
Al menos le tocaba con alguien que, entre comillas, "conocía", y no con cualquier pelafustán. Aquello era relativamente bueno, quiso pensar.
La maestra luego de dar todas las indicaciones, de las cuales Roger tomó varios apuntes, fue pasando un fotocopia donde estaba la rúbrica con los estándares que esperaba para que obtuvieran la mayor calificación.
— Deberíamos juntarnos para ver esto después de clase —propuso John—. Mis padres no me dejan invitar gente a la casa... ¿podemos ir a la tuya?
— Está bien, aunque está algo desordenada —se encogió de hombros—. De todas formas supongo que sí... ¿mañana?
— Claro, mañana después de clases.
— Genial —se encogió de hombros.
— ¿Vienes con nosotros? Normalmente hacemos cualquier cosa en los recreos —le propuso.
— Oh... claro —se encogió de hombros mientras guardaba sus cosas en su mochila.
— Genial, vamos —sonrió el chico con mayor tranquilidad.
(...)
— ¿El chico es simpático? —le preguntó Tim mientras le hacía un pase de pecho a Brian.
— Sip, es reservado, pero agradable —respondió este mientras boteaba el balón y lo direcciones a al aro.
— ¡Eh, se suponía que sin encestar! —se quejó Tim, Brian soltó una risa y saltó un poco y encestó.
— Lo siento —rió nuevamente dando botes—. ¿Por qué lo preguntas?
— Curiosidad —respondió—. A todos les llama la atención que no hable con nadie y sea tan solo. Literalmente con ustedes ha sido con los únicos que ha hablado.
— No sé, a mí me cayó bien. Planeo invitarlo a juntarse con nosotros o algo así —volvió a encestar.
— Déjame jugar a mí también, Brian —le quitó el balón y encestó nuevamente—. ¿Con Freddie, John y tú?
— Claro. John lo invitó hoy y pues mañana iban a juntarse para hacer un trabajo —explicó—. John me pidió que lo fuera a buscar porque no se ubica en donde vive Roger.
— Oh, entiendo —se encogió de hombros mientras jugaban—. Entonces tú también irás.
— Sí, pero después de comer. Ellos comerán allá.
— Oh, ya veo —dijo—. Ya estoy exhausto, llevamos jugando una hora y media. ¿Le hacemos un descanso?
— Sí, por favor. No creo que el entrenador se moleste —dijo con tranquilidad y tomó el balón poniéndoselo bajo el brazo para llevarlo—. Maldita sea estoy todo sudado.
— Entonces anda a ducharte, hediondo —le dijo Tim riendo.
— Tú también, hueles a basurero con caca de perro —lo molestó también.
— Tú hueles a mierda de caballo —dijo Tim.
— Mentira, huelo a rosas. El olor a mierda de caballo es tuyo.
— ¿Rosas? Ni las rosas podridas huelen así —dijo Tim.
— Reitero, el olor es tuyo —dijo Brian.
— ¡May, Staffel! —intervino su entrenador entrando con un buzo deportivo—. A las duchas, están dejando este lugar infestado de mal olor.
Ambos lanzaron una risa al oír al hombre y Brian negó con la cabeza.
— Ya vamos, entrenador —dijo entre risas.
— ¡Suerte entrenando a los de cuarto, nos vemos señor! —le dijo Tim mientras se iban corriendo.
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