07. ━ The duty.

07 | EL DEBER.




King's landing, 277 d.C.



Los cálidos rayos solares caían sobre la ciudad, acompañando el espíritu festivo de los pobladores. Aquel era un día de gozo, pues finalmente, se celebraría la boda del príncipe Rhaegar y la princesa Vaelys. Pese a que nadie se atrevía a decirlo en voz alta, desde que el estado mental del rey Aerys decayó todavía más, el anhelo por el ascenso del príncipe heredero al Trono de Hierro sólo había crecido y todos estaban de acuerdo en que convertir a su bondadosa hermana en su consorte era el primer paso hacia una mejoría, ambos eran la promesa de un futuro mejor para el reino. Ellos dos eran la única razón por la cual el pueblo seguía creyendo en el gobierno de los dragones.

Padre e hija se hallaban de pie fuera del Septo de Baelor, esperando para hacer su entrada. Los guardias se encargaban de detener a los plebeyos curiosos, algunos eran lo suficientemente arriesgados como para intentar escabullirse y presenciar la ceremonia. La princesa inhaló profundamente cuando las puertas dobles se abrieron, aferró su agarre en el brazo del rey y asintió para sí misma. Intentó avanzar y falló al ser detenida por Aerys que no se movió. Confundida, lo miró.

—Sonríe.— le ordenó el aludido, sin mirarla—. El sufrimiento debe ser evidente en el rostro de ese niño Stark.— Vaelys dejó de respirar por un momento al oírlo. ‹Oh, Dioses. Lo sabe. Sabe de Brandon.›—. Él rompió tu corazón. Hoy destrozarás el suyo.— por fin se giró a mirarla, como era usual, había malicia brillando en sus ojos violetas—. Sonríe, hija mía.— repitió. La luna de Plata acató la orden.

Vaelys se preguntó cómo sabía él toda esa información, pero lo dejó pasar. Ese no era el momento de prestar atención a otros. Era el día de «Rhaegar y Vaelys». Nadie mas. Sólo ellos dos. Luego tendría tiempo para encargarse de ese asunto, no ahora, no ahí. No podía mostrar emoción alguna frente a su padre, si éste llegaba a ver el más mínimo indicio de que todavía se preocupaba por el Stark entonces la vida del susodicho podría peligrar. Y eso era algo que no podía darse el lujo de permitir.

Vaelys no soportaría que su padre matara a Brandon.

—Ofendió a un dragón y responderá por ello.— finalizó Aerys con sequedad.

La joven rió falsamente—. Estás en un error, lord padre. Se necesita más que un perro norteño— tener que denigrar con su propia boca al lobo huargo de los Stark y compararlo con aquel animal la hizo querer arrancarse la lengua. Eso era una falta de respeto para el chico y su familia, no se sentía bien— para acabar con un dragón.

Aerys torció una sonrisa arrogante, complacido con las palabras.

Todos los pares oculares se volvieron al final del pasillo cuando el rey y su hija comenzaron el recorrido para llegar donde el príncipe esperaba a su prometida. Rhaelyne Baratheon quitó la mirada de su hermano mayor y observó al monarca, Aerys Targaryen iba completamente de negro y portaba orgulloso la corona sobre su cabeza. A ella, como a muchos de los presentes, le sorprendió su imagen porque pese a vestir elegante, las bolsas bajo sus ojos eran notables, dándole una imagen deplorable. Ya no quedaba nada del apuesto rey que fue una vez. La princesa, comparada con él, se veía pequeña físicamente pero más vivaz. Fue quien capturó las miradas –masculinas en su mayoría–, su cuerpo había sido enfundado con un hermoso vestido del color de una perla: en la falda, sustituyendo al famoso dragón tricéfalo de su Casa, fueron bordados en hilo dorado pequeños dragones que parecían emprender vuelo, la parte del superior tenía unos cuantos detalles dorados y el corte del escote dejaba al descubierto los hombros al igual que el inicio del valle de sus pechos. Oyó a Robert susurrarle al oído respecto a esto, lo que la hizo girar los ojos, disimuladamente.

No estaba de acuerdo con su comentario, el detalle del collar de oro con un medallón con forma de la cabeza de un dragón disimulaba el escote revelador, además el vestido tenía mangas largas. Con un suspiro, notó que una sencilla y delgada tiara de oro coronaba su cabeza mientras el cabello plateado le fue trenzado en la parte de arriba y el resto caía en suaves caireles. A pesar de que Vaelys se había negado a usar la capa de doncella al principio con la excusa «No hay motivo para usarla si luego será reemplazada por una idéntica», no pudo hacer nada contra las órdenes de su padre. Las tradiciones debían respetarse, había dicho él.

—Tu pequeña amiga tiene tetas impresionantes.— Robert le habló nuevamente, sin moverse de su lugar para evitar atraer la atención—. Es una pena que ya no esté en el mércado matrimonial.

Rhaelyne lo miró, disgustada por la lujuria que encontró en los ojos azules iguales a los suyos. Había escuchado rumores sobre su hermano y su gran apetito sexual, se decía que él se follaría a cualquier mujer sin importar su aspecto mientras tuviera un coño. Incluso ya había engendrado bastardos.

—Por los Dioses, cállate.— espetó. Una cosa era saber que su hermano era un depravado que siempre pensaba más con lo que tenía entre las piernas que con su cabeza y otra muy distinta presenciarlo de primera manera. Su padre, lord Steffon Baratheon, los miró severamente por unos segundos antes de regresar la atención hacia el frente—. Y ten un poco de respeto, es la princesa y tu prima.

—Prima segunda.— corrigió el heredero de Storm's End—. Además, ¿qué respeto debo darle a alguien que se viste como una ramera incluso en su propia boda?

—Entonces respeta al príncipe Rhaegar, hermano.— decidió no discutir y simplemente advertirle—. Estás hablando de su esposa. No puedes codiciar lo que le pertenece al príncipe.

—Lo que digas, niña.— respondió, descartando su advertencia—. Da igual. No es como si fuera difícil ir a la Calle de la Seda y conseguir una puta lyseni que se parezca a ella.

Las mejillas de la cervatillo se encendieron por la vergüenza al oír aquello. La Septa decía que era en ese lugar donde se encontraban reunidas las almas más viles, pérdidas y corruptas. Damas castas como ella no debían conocer jamás nada al respecto.

—¿Qué?— chilló un poco más alto que un susurro, causando que su padre y también Stannis le dieran miradas de advertencia, se disculpó rápidamente y bajó los ojos al suelo para disimular que seguiría hablándole a Robert—. ¿Qué quieres decir con eso?

—Exactamente lo que dije.— sonó hastiado, como si ella hubiese hecho una pregunta estúpida—. Escuché en el Burdel de Chataya que las putas que provienen de Lys son las favoritas de los hombres. Sobre todo si tienen ojos violetas.

La pelinegra entendió la implicación en la frase, pero estaba cansada de escuchar palabras tan desagradables, así que optó por dejar de hablarle e ignoró la risa del adolescente que se burlaba de ella. Sonrió un poco cuando ese sonido le valió a Robert una reprimenda de su padre.

De regreso a la ceremonia, los lores quedaron embelesados al ver a Vaelys Targaryen, era tan hermosa como contaban los bardos en sus canciones. Lo atrayente fue que su belleza no era extravagante como la de Cersei Lannister, tampoco salvaje como la que decían poseía la pequeña lady Lyanna Stark de Winterfell y mucho menos misteriosa como la de Rhaelyne Baratheon, sino una más pura y delicada. Una belleza etérea que hacía que cualquiera se sintiera con la necesidad de protegerla, de admirarla como si la misma doncella se hubiera hecho carne.

‹Este es el efecto que tienen las Targaryen› pensó Rhaelyne, encontrando interesante aquello. A lo largo de la historia, los hombres siempre estuvieron dispuestos a admirar a las princesas dragón y tratarlas como Diosas valyrias renacidas sólo porque eran hermosas. Sin importar lo cruel, malvadas o desleales que fueran algunas.

Una sonrisa algo forzada ocupaba los rosados labios de la novia, hasta que todo cambió cuando su mirada encontró la del príncipe heredero, el gesto se suavizó cuando él le tomó la mano una vez que la distancia entre ambos se acortó. Vaelys le sonrió, dejando su mirada en su hermano, quien estaba ataviado orgullosamente con los colores de su Casa, usaba pantalones negros, un jubón del mismo color con el dragón tricéfalo bordado en hilo dorado y tenía la capa prendada al hombro con un alfiler cuya forma era la cabeza de aquella bestia alada.

Para Vaelys, él lucía como uno de los Dioses valyrios que aparecían en los tapices de la Fortaleza Roja.

Su progenitor le dio un apretón en el hombro a Rhaegar y una significativa mirada a Vaelys, para seguidamente ocupar su lugar junto a la reina Rhaella, que usaba su delicada corona dorada y vestía de rojo y negro igual que el príncipe Viserys, que estaba en sus brazos.

El Septón Supremo comenzó con la ceremonia en el altar ubicado entre las imponentes estatuas doradas del Padre y la Madre. Pronto se hicieron los siete votos, se invocaron las siete bendiciones y se intercambiaron las siete promesas. Al terminar de ser cantada la canción de boda, se hizo el desafío para que alguien hablara en contra del matrimonio y cuando, por supuesto, tal quedó sin respuesta entonces se continuó con la celebración.

—Puede traer a la novia bajo su protección.

Después de que el Septón Supremo dirigió esas palabras al Príncipe de Dragonstone, el rey Aerys quitó la capa de doncella de su hija y se regresó a su lugar tras darle un beso en la frente. El novio se deshizo de su propia capa con un rápido pero elegante movimiento y la colocó sobre los hombros femeninos, el manto negro con el dragón de los Targaryen bordado en rojo cubrió a la princesa. El hombre mayor enlazó una cinta alrededor de las manos unidas de ambos.

—Mírense el uno al otro y digan las palabras.— ordenó.

Los jóvenes obedecieron, conectando sus miradas. No necesitaban dialogar para prometer que todo estaría bien. Vaelys le sonrió suavemente, segura de que él era capaz de sentir los nervios que emanaba. Cualquier pensamiento que pudo haber rondado en su cabeza referente a otros asuntos quedó enterrado.

—Padre, Herrero, Guerrero, Madre, Doncella, Anciana, Desconocido.— pronunciaron los votos con voz fuerte y clara.

A la vista saltaba lo orgullosos que estaban por dicha unión, desmintiendo el absurdo rumor que había corrido hacía tiempo, el cual afirmaba que el rey estaba forzando a sus hijos a contraer nupcias.

La reina Rhaella sonrió en grande, estaba feliz por sus hijos. Ahora que podía verlos juntos, se daba cuenta que su preocupación se alivió. Apretó a Viserys suavemente contra sí, dejando un beso en su coronilla. El niño se removía inquieto, todavía no comprendía los sucesos, pero sonreía al ver a sus hermanos mayores. Forcejeó contra el agarre de su madre, pues parecía querer ir a jugar con su hermana mayor.

—Soy suyo y ella es mía, desde este día hasta el fin de mis días.

—Soy suya y él es mío, desde este día hasta el fin de mis días.

—Ahora pueden compartir su primer beso.— como era costumbre, se tenía que sellar la unión con aquella acción, por lo que dio indicación para que lo hicieran.

Por supuesto, antes de hacerlo se tenían que pronunciar un par de palabras. Otro voto más.

—Con este beso prometo mi amor y te tomo por mi señora y esposa.

—Con este beso prometo mi amor y te tomo por mi señor y esposo.

Sus voces combinadas fueron lo suficiente altas para ser escuchadas por todas las personas presentes dentro del Septo. El príncipe redujo el espacio entre sus cuerpos, su mano libre alcanzó el pequeño rostro de femenino con sus manos y le levantó un poco la cabeza para hacerla mirarlo directamente, sus ojos añiles hicieron contacto visual con los violetas de Vaelys, su pulgar acarició el suave labio inferior con delicadeza, un gesto silencioso para pedirle permiso para besarla.

Su nueva esposa entreabrió tentativamente los labios y esa fue su respuesta. Rhaegar se inclinó, probando una vez más la sensación de estos, Vaelys no tardó en corresponderle. A diferencia del beso de anoche, aquel ya no era tan torpe. Todavía había cierta inexperiencia, pero no era nada que no se resolviera con práctica.

El corazón de la princesa se calentó, Rhaegar estaba besándola sin apuro, como si sólo existieran ambos ahí. Y en efecto, a pesar de que la unión fue para procrear otra generación de niños dragón con sangre pura en sus venas, lo importante era que ellos darían todo de sí para tener un buen matrimonio.

El beso culminó, permitiendo que el hombre mayor retomara la palabra.

—Sus majestades, su alteza— el hombre de Fe, se dirigió primero al rey, la reina y el pequeño príncipe—, mis lores y ladies, ante los ojos de los Dioses y los hombres como testigos, declaro a Rhaegar de la Casa Targaryen y a Vaelys de la Casa Targaryen un solo corazón, una sola carne y una sola alma. Y maldito sea aquel que ose a interponerse entre ellos.— finalizó, desatando la cinta.

Cuando los aplausos resonaron, Aerys tenía una sonrisa satisfecha en en su rostro.

Los nobles también estaban complacidos, los jovenes Targaryen por fin estaban unidos en sagrado matrimonio y en unos años gobernarían con sabiduría.

Rhaelyne sonrió emocionada al escuchar las palabras del hombre religioso, los príncipes formaban una pareja perfecta. Se tentó a buscar al hijo mayor de lord Rickard Stark con la mirada, pues a pesar de no conocerlo sentía algo de lástima por él y por ese motivo esperaba que ese chico no asistiera. ‹¿Qué se sentirá ver a la persona que amas casarse con alguien más?›, ella podía suponer que tal cosa no sería algo agradable, ‹Debe ser realmente triste›.

Rhaegar tomó la mano de su esposa y giró hacia la multitud. Peldaños abajo, se ubicaba el resto de la familia real: Rhaella sonreía con sincera felicidad, Viserys se había rendido en su intento por ir con su hermana y ahora estaba imitando a las demás personas al aplaudir efusivamente, por último estaba Aerys que copiaba el gesto de su hijo menor, pero había algo diferente en su rostro. Estaba orgulloso.

Probablemente sería la última vez que tendría esa expresión a causa de la pareja recién casada.

Pronto el Septo comenzó a vaciarse, siendo el príncipe Rhaegar y la princesa Vaelys los primeros en salir, el rey Aerys y la reina Rhaella los siguieron con el príncipe Viserys, los guardias reales siguiéndolos de cerca. La plaza fue ocupada por hombres y damas de alta cuna para esperar que las literas llegaran para transportarlos de regreso a la fortaleza roja.

Vaelys vio como su padre, madre y hermano menor subieron al carruaje en el que llegaron y partieron por el camino real, ya que aunque era la boda de sus hijos, ellos seguían siendo los reyes y debían marcharse antes que todos. No le tomó importancia a la acción, saludó con la mano y una amplia sonrisa al pueblo unos momentos hasta que el semental azabache de su nuevo marido y su yegua blanca llegaron.

—Si lo deseas, puedo pedir que traigan otro carruaje, esposa.— le ofreció Rhaegar una segunda opción cuando la platinada miró resignada al animal.

—Aprecio y agradezco tu consideración, sin embargo, no hay necesidad.— dijo Vaelys con una sonrisa pequeña. No le disgustaba montar, los dos últimos años lo mucho lo había hecho por voluntad propia a lo mucho diez veces—. Si estás de acuerdo, prefiero ir contigo.

Rhaegar no respondió en palabras, atrapó la cintura de la chica, quien no emitió sonido alguno de queja y sólo ensanchó los ojos por la sorpresa, la elevó en el aire para ayudarla a subir y la depositó sobre la montura. Vaelys esperó paciente a que él con ágiles movimientos hiciera lo mismo. Una vez que ambos estuvieron sentados, Rhaegar espoleó al córcel.

Los guardias reales les abrieron paso a través de la multitud, no necesitaron usar la fuerza física, las personas se apartaron a voluntad, manteniéndose cerca a cierta distancia de sus amados príncipes dragón.









El banquete nupcial se estaba llevando a cabo en el Salón del Trono, los músicos alegraban la celebración y diversos platillos estaban siendo servidos por los sirvientes que iban y venían atendiendo a los invitados que ocupaban las mesas dispersas alrededor de la estancia. La mesa principal, destinada por obviedad a la Casa Targaryen, se ubicaba frente al Trono de Hierro.

Por supuesto, Rhaegar y Vaelys se sentaron juntos, el rey Aerys estaba junto a su hijo y la reina Rhaella se sentó junto a su hija. La mesa más cercana a la familia real, por órdenes del monarca Targaryen, fue ocupada por lord Steffon Baratheon, su heredero, su segundo hijo y su única hija. Los recién casados no discutieron por la decisión de su padre, sabían el aprecio que éste le tenía al lord de Storm's End desde la infancia. Además, la Targaryen estaba de acuerdo por dos razones: la primera fue que si su progenitor era feliz teniendo a su amigo ahí significaba que su humor estaría tolerable; la segunda fue porque era consciente que los venados compartían algo de la misma sangre de dragón, por lo que veía natural darle un lugar de honor a sus parientes.

Por supuesto no todos estaban complacidos. Tywin Lannister se había sentido insultado por el rey, su familia debió ocupar un lugar acorde con su cargo como lord Mano del Rey, no esos casi al final del salón. Sin embargo, no era un hombre que hiciera rabietas, ya llegaría más tarde el momento de hacer pagar a Aerys II por todas las humillaciones.

La luz del Occidente usaba en su hermoso rostro en una expresión aburrida que camuflaba el desagrado que sentía. Sus ojos esmeralda no abandonaron al príncipe Rhaegar en ningún momento, él y su nueva esposa habían bebido de la misma copa, la princesa incluso se tomó la libertad de darle de comer en la boca el trozo del pastel de boda que le fue servido. El platinado en aquel momento se concentraba en la conversación que mantenía con Vaelys, quien había arrebatado al principito Viserys de los brazos de la reina Rhaella y ahora lo alimentaba a él con un pastelillo.

Cersei pensó que al parecer la princesa tenía un gusto extraño por tratar a sus dos hermanos como si no pudieran hacer nada por sí solos.

Dejó de concentrarse en ella para ver a Rhaegar llevar los nudillos de la doncella dragón a sus labios, ésta le sonrió y con la misma mano le palmeó suavemente la mejilla. Le pareció indignante la reacción de la maldita Targaryen, sentía que trataba a su apuesto esposo como un hombre del montón, un gesto como aquel viniendo del hermoso príncipe era digno de admirar. Cersei, en su lugar, se hubiera sonrojado al menos. Pero esa chiquilla mimada sólo sonrió.

Se prometió que sin importar cuánto tiempo pasara, siempre sería mejor opción que Vaelys Targaryen. Iba a maldecirla por robar el destino que le pertenecía hasta que los Dioses le dieran vida. Su mayor motivo para odiarla todavía más –si se podía- es que la niña dragón no era poco agraciada; cabello plateado y ojos violetas, típicos rasgos valyrios. Cersei no era ciega –aunque jamás lo admitiría sus pensamientos en voz alta–, podía ver que a sus trece años el cuerpo de Vaelys ya había adoptado las curvas de una mujer aunque seguramente seguiría desarrollándose por un buen tiempo. Además, hacía tiempo que floreció, por lo tanto era más que apta para darle un heredero a Rhaegar Targaryen.

Ese hecho detonaba su ira nuevamente cada que lo pensaba.

Su enojo no se comparaba en intensidad a la maldita noche del compromiso de los hermanos dragón. Antes lo suyo con él tenía probabilidades un poco bajas, sí, pero las había. El saber que ahora en adelante Rhaegar era un hombre casado, inalcanzable para ella, que engendraría hijos con otra mujer, le dolía y enfurecía demasiado.

Él estaba destinado a ser suyo. Los Dioses así lo pretendían, pero Vaelys Targaryen se interpuso. Ella lo arrebató de su lado, del lugar al que Rhaegar debió pertenecer.

Él era suyo hasta que la zorra dragón se lo robó.

Los bardos comenzaron a interpretar diversas canciones como «El Oso y La Doncella» que hizo sonreír a varias damas, «La mujer del hombre dorniense» fue considerada inapropiada hasta que el rey rió a carcajadas y todos lo imitaron rápidamente. Uno de los bardos, quizá para halagar a la familia real en una manera extraña, cantó sobre la Conquista, recalcando en sus alabanzas la victoria de Aegon I y la grandeza que lo siguió. También vocalizó una melodía de la Danza de los Dragones, la guerra civil de los Targaryen que casi acabó con la dinastía porque una princesa, Rhaenyra Targaryen, intentó ir en contra del orden natural y hacerse con la corona de su hermano, Aegon II. 

La última canción de aquel bardo fue una balada escrita en honor a Daeron I, a petición de la princesa. Era bien sabido que ella lo consideraba un rey digno de admirar por su valentía y coraje.

Vaelys acarició la mejilla de su hermano mayor cuando le pidió a otro bardo que cantara sobre la reina Naerys y el Caballero Dragón, éste obedeció y cuando finalizó el salón estalló en aplausos.

—Es una canción muy hermosa.— comentó Vaelys hacia el príncipe dragón. A su lado izquierdo estaba él con su característico porte elegante, un mechón de su cabello había sido trenzado hacia atrás con el objetivo de despejar su precioso rostro varonil. Sólo estaban conversando ellos dos, Viserys cayó dormido anteriormente y tuvo que regresar a los brazos de su madre—. ¿No lo crees, señor esposo?

Rhaegar sonrió. Su mano tomó la de Vaelys encima de la mesa, apretando suavemente con cariño.

—Por supuesto, querida. Una composición igual de bella que su historia.— los músicos volvieron a tocar, esta vez una suave sinfonía—. ¿La celebración no es de tu agrado? No mencionaste alguna palabra durante la entrega de los obsequios.

—¿Cómo podría desagradarme? Me siento honrada de haber sido desposada por el valiente príncipe dragón de la noble Casa Targaryen. — bromeó, ganándose una pequeña sonrisa de Rhaegar—. Simplemente no disfruto pasar por tanta formalidad innecesaria, por lo mismo, he pedido que el resto de los regalos sean enviados a mi habitación, mañana me encargaré de ellos.— recordó comentarle sobre la pequeña libertad que se tomó, aunque para evitar parecer que ignoró su voluntad agregó—: Mis disculpas si te he molestado, mi amor. Espero que no haya algún problema con mi decisión.

—En absoluto.— por supuesto, no estaba ofendido—. Si mi señora esposa ve conveniente que los regalos se reciban en privado, que así sea.— habló con firmeza, la sinceridad en sus ojos indigos le confirmó a Vaelys que sus palabras eran en serio—. De todas formas, es probable que la mayoría sean joyas para resaltar tu belleza.— comentó, seguro de que la mayor parte de las Casas nobles habría enviado joyería para la princesa—. Pero en caso que ninguna sea de tu agrado, mandaré por el mejor joyero de Westeros para hacerte feliz.

—Tonterías. Ya tengo muchas joyas y me basta con estar a tu lado, Rhaegar.—descartó su oferta con una pequeña risa—. La pregunta debería ser si tú disfrutas de este día.

El príncipe se sintió un poco divertido, la voz de la joven delató lo insegura que estaba por la posible respuesta. ¿En serio estaba preguntándole aquello? ¿No era acaso evidente lo dichoso y conforme que estaba con ella siendo su señora esposa? Para los príncipes Targaryen era un gran honor poder desposar a sus hermanas.

Con un sutil movimiento de cabeza, él le indicó a la menor que mirara en una dirección específica. Ella lo hizo

—Mira a tu alrededor, hāedar. Padre está orgulloso, madre sonríe por primera vez en mucho tiempo y Viserys es un pequeño glotón que ha devorado los pastelillos hasta caer felizmente dormido.— tomó con delicadeza el mentón de Vaelys, consiguiendo que volviera a mirarlo—. Y estás aquí conmigo. Mientras sea así, todo estará bien.— la princesa sonrió enternecida en respuesta.

A petición de su hija, el rey Aerys ordenó a los bardos nuevamente interpretar alguna canción en honor a los Targaryen. Un hombre de cabello castaño y aspecto extranjero pasó al frente, presentó sus respetos a los recién casados y tras unas palabras de cortesía obtuvo el permiso del príncipe Rhaegar para dedicarle algo a la preciosa princesa. Vaelys sonrió amablemente cuando «Alyssane» finalizó y agradeció. Seguidamente, una mujer con un violín acaparó la atención.

—Que los Dioses les brinden protección, majestades.— deseó con una reverencia. Rhaegar fue quien agradeció por ambos.

La Targaryen reconoció la melodía incluso antes de que la mujer comenzara a cantar. Sintió que la unión de sus manos se apretó, giró el rostro para visualizar el perfil masculino y vaciló la sonrisa. Muchos decían que la forma melancólica de ser de Rhaegar, se debía a la llamada sombra de Summerhall porque él nació entre cenizas el día de la tragedia que acabó en la muerte del rey Aegon V, su hijo mayor y Ser Duncan, así como los miembros de la corte de aquel tiempo.

Regresó la vista a la mujer escuchando su angelical voz, la manera en que interpretaba «Jenny de Oldstones» transmitía sentimiento. La canción se basaba en la historia del príncipe Duncan Targaryen y Jenny de Oldstones. Decían que él estuvo tan enamorado de ella que incluso rechazó su derecho al trono de hierro y abdicó a su título de Príncipe de Dragonstone en favor a su hermano menor, Jaehaerys.

‹El príncipe que lo dejó todo por amor› recordó Vaelys de las historias que se contaban.

Cuando la interpretación concluyó, la estancia estalló en aplausos. El Príncipe de Plata viró el rostro hacia Vaelys, las mejillas de ésta se habían mojado por las lágrimas que derramó, dejando un rastro húmedo. Él recordó que en su infancia a su hermana le encantaba escucharlo cantar aquella canción acompañada del sonido del arpa. La historia de Duncan y Jenny era probablemente la favorita de amor de Vaelys, incluso por encima de la de Alyssane y Jaehaerys I. Suspirando, con los pulgares secó con delicadeza las mejillas de la princesa.

La celebración continuó y habían personas danzando en medio del salón mientras los músicos tocaban. Rhaegar se llevó la copa de plata a los labios y bebió el vino a la vez que tomó asiento nuevamente, recién terminaba de bailar con su madre. No era fanático de hacerlo, pero no se negaría nunca a compartir un baile con una mujer de su familia. Incluso había aceptado bailar con su prima, lady Rhaelyne, quien a pesar de no ser tan cercana seguía siendo una pariente suya.

Y regresando a su esposa, la buscó con la mirada, rápidamente hallándola –gracias a su distintivo cabello plateado– entre las personas que danzaban. Vaelys bailaba con Robert Baratheon y, a juzgar por cómo parecían entablar una conversación animada, congeniaban bastante bien. Cuando después de una canción más su hermana parecía cansada, con algo de diversión comentó para sus adentros que era bastante obvio que terminaría agotada por estar tanto tiempo danzando.

Hasta donde Rhaegar podía recapitular, Vaelys había danzado una canción con el hijo de lord Tywin y otras más por cada hijo de lord Steffon. Claro, antes de eso había bailado un rato con él, ya que debían compartir su primer baile como marido y mujer, y luego acompañó a su padre.

Cuando su esposa regresó, se sentó a su lado con una radiante sonrisa y empezó una conversación con él mientras ella degustaba felizmente otra rebanada del pastel. La escuchó parlotear sobre que el primo Robert hacía bromas graciosas a diferencia del primo Stannis que sólo la miraba sin expresión y le pisaba los pies durante todo el baile.

Fue durante la Hora de la Anguila que Aerys, luciendo ya bastante ebrio, se levantó de su asiento, dejando en un silencio absoluto el salón. Miró a su hijo mayor y a su única hija, deteniéndose en ella más tiempo del esperado. Estaba furioso, el estúpido chico Stark no se atrevió a presentarse en la boda y ni siquiera viajó con su padre y hermano menor a King's landing. Habría disfrutado ver su rostro cuando se diera cuenta que la princesa Targaryen que tuvo la audacia de codiciar lo había abandonado porque no era lo suficientemente bueno ni para pararse a su lado.

—¡Es hora del encamamiento!— resonó la carcajada que dio, secundada por el vitoreo de los lores y ladies. Su voz se escuchó de nuevo, esta vez como un murmullo dirigido a su primogénito—. ¿Qué estás esperando, muchacho? ¡Ve a engendrar a tu heredero! ¡Cumple tu deber y pon un hijo dentro de tu esposa!— su hija lo miró con ojos disgustados por el espectáculo que estaba montando pero se levantó de su silla. Rhaegar la secundó, excepto que él no lo miró ni de reojo. Al mirar a Vaelys ser rodeada por varios hombres, Aerys le indicó con un gesto de su mano al guardia real, Ser Gerold Hightower, que se acercara—. Córtale las manos a quién se atreva a tomarse libertades con mi hija.

—Como usted ordene, mi rey.

La princesa observó a su esposo ser rodeado por un grupo de damas, seguramente eran las esposas de esos hombres que la veían ahora mismo como a un trozo de carne para devorar. Esperaba que no se atrevieran a tocar de más a Rhaegar o sería capaz de pedir sus cabezas por tocar el cuerpo de un miembro de la familia real.

Conectó miradas con el par índigo melancólico y asintió suavemente, todo estaría bien. Con ese pensamiento, Vaelys intentó tranquilizar el corazón que le latía rápidamente por los nervios y el miedo a lo desconocido. Su Septa le había advertido que podría ser una experiencia un poco desagradable que los hombres la llevaran hasta los aposentos del príncipe, pero que debía soportar con dignidad los comentarios que escuchara y las acciones que hicieran. Claro, estas últimas siempre y cuando no le faltaran el respeto como esposa del príncipe heredero.

Por eso, se mordió la lengua para evitar gritarles que le quitaran las manos de encima.

A tropezones, avanzó hacia las habitaciones preparadas para la consumación, sin poder evitar jadear sorprendida cuando las manos de un lord le desgarraron la parte delantera de su vestimenta. Por instinto, rodeó su pecho con los brazos, aunque el delgado camisón que le pusieron las doncellas no era tan traslúcido todavía sintió que si los quitaba sus senos quedarían expuestos. Sintió al menos unos seis pares de manos tocarla y al final pudieron lograr que soltara su agarre, las mangas largas que habían quedado de su vestido de novia fueron arrancadas al igual que la falda del mismo, exponiendo un par de brazos y piernas pálidas, éstas últimas sólo cubiertas por el lino de la enagua que le llegaba por arriba de la rodilla.

Los escuchó murmurar sobre su cuerpo y cuando alguien hizo un comentario sobre lo que le esperaba a ella esa noche, se mordió con más fuerza.

Y en el momento en que comenzaba a pensar que ese tortuoso y largo camino jamás terminaría, divisó las puertas de las cámaras. Sintiéndose aliviada, dejó que el grupo de hombres la empujaran dentro entre risas. No dudó en cerrarles en sus caras. Suspiró aliviada al dejar de mirarlos, no obstante, no podía estar tranquila por completo al estar al tanto de que no habría privacidad alguna, unas cuantas personas seleccionadas por el rey se quedarían detrás de la madera escuchando lo que sucedía en el lecho conyugal, para ser testigos auditivos de que los príncipes cumplieron con sus obligaciones.

Algo incómodo, sí. Empero, eso era parte de lo que incluía la experiencia de cumplir su deber de la primera noche.

Y no podía quejarse ni rehuir de sus obligaciones como esposa, prometió un heredero para la dinastía y una esposa para su pequeño Viserys. No quería ni imaginar lo que su padre le haría en caso de no cumplir, le daría un merecido castigo de alguna forma cruel que sólo a él se le llegaría a ocurrir.

Y ella no quería decepcionar a su padre.

Sus manos tallaron con fuerza sus párpados cerrados para espantar las lágrimas. Era un dragón, una bestia que debía ser fuerte.

Sus ojos violetas observaron alrededor, notando rápidamente que esa era la habitación de Rhaegar.

La habitación de ambos a partir de esa noche.

Tuvo tiempo para quitarse los accesorios y deshacer el molesto peinado antes de que el ruido de la puerta la hiciera girar en esa dirección. Al poner sus ojos sobre su hermano mayor supo que la única prenda que las damas nobles le perdonaron fueron los pantalones. El cabello plateado de Rhaegar estaba despeinado, mechones salvajes le caían sobre el rostro dándole una apariencia más relajada.

El corazón le latió con frenesí.

Se sintió avergonzada al no poder apartar la mirada. La última vez que vio a su hermano sin camisa fue por error cuando eran niños y entró a su habitación sin tocar mientras él se terminaba de preparar para su banquete de cumpleaños. En aquel entonces, Rhaegar no era tan alto como ahora ni tampoco había tenido todos esos firmes músculos que consiguió por todos esos años de entrenamiento con la espada.

Ābrazȳrys.— la voz férrea se volvía incluso más imponente al hablar en alto valyrio, una pronunciación tan perfecta y marcada como la suya. La esposa a la que llamaba tragó saliva, repentinamente consciente de la cercanía entre ambos, creada por el príncipe que se le había acercado. Anteriormente estuvo cerca de su hermano en varias ocasiones, pero jamás en este contexto ni con tanta piel expuesta.

Con lentitud alzó la mirada, dejando que sus ojos comenzaran un recorrido que inició en el pecho lleno de marcas rojas que probaban cómo le habían quitado el jubón y la camisola a la fuerza, continuando en la clavícula y el cuello, después a la mandíbula definida y subió hasta llegar a sus ojos añiles.

Rhaegar le quitó un mechón que le caía descuidadamente en el rostro. Notó que la pulcra apariencia de la menor había sufrido daños durante su trayecto al lecho conyugal, su peinado logró deshacerse y el cabello plateado caía libremente sobre sus hombros, la luz de las antorchas y velas volvieron traslúcido el camisón que ella llevaba, permitiéndole mirar el contorno del cuerpo femenino.

Valzȳrys.— le devolvió el saludo, llamando a su esposo en alto valyrio. El hecho de que estuvieran hablando en su lengua materna le dio un poco más de tranquilidad y confianza—. Issi ao ready naejot obey kepa se gūrogon issa?«¿Estás listo para obedecer a padre y tomarme?» su pregunta erizó al hombre frente a ella.

Nyke ready naejot gūrogon skoros iksos ñuhon.— la corrigió. La seguridad con la que dijo «Estoy listo para tomar lo que es mío» hizo que su hermana sonriera divertida, no esperaba que él se volviera tan audaz repentinamente.

Zaldrīzoti ȳdra daor sytilībagon naejot anyone.— no dudó en recordarle que «Los dragones no pertenecen a nadie».

Su hermano mayor la tomó de la nuca de repente, dejándola callada antes de que siquiera se le ocurriera agregar alguna burla más. Aunque el firme agarre la obligó a acercar el rostro al suyo, se podía sentir que todavía estaba siendo amable con ella. Sin embargo, pese a que la mayoría del tiempo estaba tranquilo, Vaelys no debía olvidar que la bestia alada dentro de él seguía siendo feroz. Y un dragón siempre tomaba lo que se le debía.

Zaldrīzoti mērī sytilībagon naejot perzys.— Vaelys no pudo refutar el hecho de que «Los dragones sólo pertenecen al fuego», se quedó en silencio mientras permitía que él presionara su labio inferior con el pulgar—. Nyke vēttan hen perzys se syt bona drīve ao belonged naejot issa pār ao istan āzma.

Había una irritante tensión en la alcoba que creció con las palabras «Y yo estoy hecho de fuego. Por esa razón me perteneciste desde que naciste». Su hermano-esposo estaba en lo cierto al afirmar aquello, la razón por la que estaba destinada a ser suya fue porque él también nació del fuego, era capaz de soportar las calientes llamas de Vaelys.

La susodicha se encontró a sí misma cerrando los ojos cuando su marido se inclinó para capturar sus labios, sin demorarse en devolver la acción con todo el entusiasmo que era capaz de demostrar, disfrutando de la textura y la humedad de aquel beso. Ladeó la cabeza para encajar mejor con él y llevó las manos al pecho masculino para satisfacer la necesidad de aferrarse a algo. La temperatura corporal bajo sus palmas era tan elevada como el deseo en su interior.

El beso pronto se volvió más eufórico, la mano del mayor atrapó su cintura y el ápice de su lengua acarició su belfo inferior, pidiendo acceso a su cavidad bucal, ella no se resistió a abrir más la boca para permitírselo. Ambos se perdieron en la boca del otro, devorándose con vehemencia. Hasta que, después de un tiempo, los labios del príncipe abandonaron la abandonaron y ante la pérdida soltó un quejido, que no tardó en convertirse en sonidos vergonzosos en los siguientes segundos. La diestra que todavía sostenía su nuca la hizo ladear la cabeza un poco más, para darle a Rhaegar un mejor acceso a la piel de su cuello que no tardó en llenar con besos húmedos y succiones, sus dientes mordiéndola de vez en cuando.

Había una sensación incómoda entre sus piernas, desconocía que debía hacer para aliviar ese malestar. Intentó juntar los muslos pero la acción no ayudó mucho y el movimiento de su cuerpo sólo sirvió para distraer a su acompañante.

—Esposa.— Rhaegar se apartó de su cuello, la garganta de la menor se sintió irritantemente seca al observar sus labios hinchados brillar por la saliva y los ojos ardientes que hicieron contacto visual con los suyos.

Era imposible no reconocer la lujuria en estos, pues estaba acostumbrada a recibirla de otros hombres desde que se convirtió en una doncella, pero el hecho de que él la miró de esa manera era absolutamente satisfactorio. Se sentía como una esposa deseada y adorada por su marido.

—Ve sentarte a la cama.

La princesa salió de su trance y abrió los ojos con sorpresa al escuchar la orden. Se sintió pérdida, la Septa dijo que durante toda la consumación ella debía acostarse sobre el colchón mientras su marido estaba encima suyo o que podría estar boca abajo. Pero, ¿por qué él estaba indicándole que hiciera otra cosa?

—¿Hermano?

El mencionado no respondió, la miró con aparente tranquilidad, pero ella supo por la manera en la que su mano apretó su cintura y las venas se marcaron en su brazo que estaba impaciente. Nunca antes lo había visto así, él siempre supo cómo tener bajo control sus emociones y no dejarse llevar.

Los ojos añiles oscurecidos por la desesperación y la lujuria fueron suficientes para convencerla de cumplir lo que el Príncipe de Dragonstone pedía. Giró sobre su eje y caminó, consciente de que su mirada la seguía, hasta llegar a la cama. Tras sentarse —todavía dudosa– en la orilla de esta, su esposo no tardó en unirse a ella, abrió las piernas para permitirle pararse en el medio.

Rhaegar se relamió los labios, tragando saliva después de notar su acción. A pesar de que no lo parecía, estaba nervioso por lo que estaba haciendo, conocer la teoría y realizar la práctica eran dos cosas muy distintas. Sin embargo, la imagen de su pequeña esposa con las mejillas sonrojadas abriendo las piernas para él, sólo para él, hizo que su corazón latiera frenético. Sintió el deseo devastador de querer tomarla en ese mismo momento. Si la imagen de ella siendo una hermosa novia en el Septo de Baelor representaba la pureza, entonces esta imagen de una preciosa doncella esperando a ser desflorada representaba la tentación.

El calor que incrementaba en su cuerpo lo hizo pensar que por sus venas no corría sangre sino la lava del volcán más humeante de Valyria.

Sin poder soportar más, se inclinó sobre el cuerpo de la menor para volver a estampar sus bocas en un beso apasionado, su brazo derecho pasó por detrás de la cintura femenina para aprisionarla contra su cuerpo y su mano libre se hundió en el colchón para apoyarse, una de sus rodillas hizo lo mismo. Se sintió orgulloso cuando su esposa no dudó en aceptar su cercanía e incluso se aferró a él.

Una vez que el príncipe estuvo satisfecho, dejó de torturar su boca para atacar otra parte de su cuerpo. Plantó un corto beso en su mandíbula, haciéndola suspirar, y continuó con un recorrido hacia abajo. Sus labios húmedos hicieron contacto con la piel de su cuello, marcando y lamiendo a su antojo, consiguiendo que Vaelys soltara gemidos ante la sensación que obtuvo de aquello. La estimulación de aquellos sonidos lograron que su cuerpo reaccionara aún más, la erección en sus pantalones se volvió más evidente.

Pero la postura estaba volviéndose incómoda y tenía otros planes también, por lo que soltó su agarre alrededor de ella y se reincorporó, una mirada curiosa se instaló en los ojos violetas.

—¿Rhaegar?— lo llamó, pero él no le respondió, simplemente metió las manos debajo de su camisón, incitándola a alzar su cuerpo por un momento para quitárselo. Vaelys, con las mejillas rojas, obedeció.

Eso era muy vergonzoso, aunque no era la primera vez que alguien la veía como los Dioses la trajeron al mundo, las personas que antes lo hicieron fueron su madre y sus doncellas, todas ellas eran mujeres. Lo que significaba que ningún hombre la había visto desnuda antes.

Pero el que estaba frente a ella no era cualquier hombre, era su señor esposo, así que supuso que era correcto dejarlo mirarla tanto como quisiera.

Y ciertamente, el príncipe no dudó en hacer uso de sus privilegios como marido. Sus pupilas se dilataron por el panorama; siempre supo que su hermana menor era hermosa, pero no sabía que podía ser así de hermosa. La piel de Vaelys era blanca y sin imperfecciones, tenía un par de bonitas clavículas marcadas y hombros delgados, una cintura marcada y caderas anchas.

Pero lo que llamó su atención fueron el par de pechos redondos que rebotaron cuando la hizo acostarse.

Cualquier hombre sabría que sólo los bebés mamaban del pecho de las mujeres, sin embargo, a Rhaegar no le importó este hecho ahora que tenía los de su esposa justo frente a él. Siguiendo sus deseos, inclinó su cuerpo sobre el de ella, soportando la mayor parte de su peso en su antebrazo izquierdo ínterin con su mano derecha atrapaba uno de los pechos de la princesa y pasó su pulgar por el pezón endurecido, ganándose un suspiro de ella. Motivado por esto, se llevó el otro a la boca, comenzando a succionar.

Se suponía que estaban destinados a alimentar a su bebé, pero mientras su hijo no hubiera nacido, él podía ser quien le chupara las tetas a su esposa.

Vaelys se llevó el puño a la boca, intentando callar los vergonzosos sonidos que salían de ella en respuesta al estímulo. No obstante, sólo se volvieron más fuertes y difíciles de callar cuando la lengua de su hermano mayor acarició su pezón y su mano apretó el otro tanto como quiso. Pero no iba a pedirle que parara, pues no era una sensación desagradable sino placentera, por lo que enredó sus dedos en los mechones plateados que no le pertenecían y apretó el rostro del mayor contra su pecho, inclinando después su propia cabeza hacia atrás sobre el colchón.

—No me muerdas, lēkia.— se las arregló para decir entre gemidos cuando los dientes del hombre al que llamó hermano en alto valyrio mordieron la protuberancia, logrando que le doliera. Él no obedeció—. ¡Rhaegar!

No quería hacerle daño, por supuesto. Por eso no la mordió con fuerza, sin embargo, la forma en que exclamó su nombre sólo consiguió alentarlo. Un oscuro deseo apareció, quería hacerla lloriquear y gritar su nombre para que todos en la Fortaleza Roja supieran a quién pertenecía la princesa.

Porque, le gustara a los demás o no, Vaelys Targaryen era suya. Lo fue desde que ella llegó al mundo. Nació para ser de él.

Alejó su cuerpo del contrario para mirar el rostro más joven, pero cuando su hermana le devolvió la mirada se dio cuenta que hacerlo había sido un pequeño error. La escena de la que sus ojos fueron testigos era demasiado provocativa; los vidriosos ojos violetas, el cuello lleno de marcas que se tornarían violáceas más tarde, los pechos enrojecidos por culpa de su boca y manos, la humedad que brillaba entre las piernas femeninas... todo eso calentó su anatomía. Casi lo empujó a sus límites.

Nunca creyó que cumplir con su deber podía ser tan excitante. Era incluso mejor de lo que había leído en todos esos libros y escuchado de los escuderos.

Sintió que sus comisuras esbozaron una sonrisa, satisfecho consigo mismo por dejarla en ese estado.

Su preciosa hermana menor, que fue creada sólo para él y sería suya sin importar que otros hombres llegaran a desearla, era masilla entre sus manos.

Pero aún no había acabado con ella.

Al pensar aquello, un suspiro alargado lo abandonó, no tenía experiencia en usar sus dedos o su boca para ese tipo de cosas pero haría su mejor esfuerzo. Arthur le había dicho, –con vergüenza al no poder negarse a su orden de responderle–, que en Dorne escuchó que era más recomendable si la mujer estaba lo suficiente húmeda al momento de realizar el acto, de lo contrario podría lastimarla si sólo introducía su miembro viril dentro de ella. Él no quería herirla.

No sabía exactamente qué hacer con exactitud y antes de siquiera considerar algo, su corazón dio un vuelco en el instante que ella abrió los brazos hacia él, se sintió como una invitación a devorarla.

Valzȳrys.— la palabra lo hizo tragar saliva. Sí, así es, él era el señor esposo de Vaelys, no esos otros hombres que siempre la miraban de manera inapropiada. La voz agitada de su mujer era agradable—. Déjame tener a tu heredero.

¿Y cómo podía él negarle algo a su esposa cuando lo pedía tan amablemente?

Regresó a su posición anterior encima de ella, esta vez hundió la cabeza en el cuello femenino mientras sus manos inquietas delineaban la figura contraria. Sus dedos descendieron hasta el monte de venus pero antes de poder ir más allá del fino vello plateado, Vaelys chilló aprentando las piernas.

—¿¡Qué estás haciendo, lēkia!?— estaba bastante sorprendida. ¡La Septa y su madre jamás dijeron nada sobre esto! No era así cómo funcionaba. Se suponía que la polla de su hermano debía estar dentro de ella y derramar su semilla ahí. Rhaegar seguramente lo sabía y no era que él no estuviera duro ya, podía notar –y anteriormente sentir también– la protuberancia en sus pantalones, así que ¿por qué andaba haciendo cosas raras?

Mientras ella intentaba pensar en una respuesta rápida a eso, fue inevitable para el susodicho no sentir que lo privaban de algo cuando ella trató de cerrar las piernas, por lo que, con un gruñido, su mano libre tomó el pálido muslo izquierdo de la princesa para impedirlo.

Él podía apostar que si levantaba la vista, se encontraría con la ligera aprensión en sus ojos violetas. Dejó un beso con cariño debajo de su oreja para tranquilizarla. Por supuesto que estaría confundida, jamás les explicaron con detalles cómo realizar el acto; de hecho, si no fuera por la información brindada por su amigo, probablemente podría haberla herido esta noche.

—Dulce hermana.— la llamó con voz ronca, pasando las yemas de sus dedos derechos sobre la piel suave que ardía tanto como su lujuria—. ¿Confías en mí?

Sentir a Vaelys asentir sin dudar trajo una pequeña sonrisa a sus labios. Plantó un beso rápido en la mandíbula ajena y, antes de retomar sus acciones anteriores a ser detenido, susurró con voz ronca:

—Entonces abre más las piernas.

Vaelys sintió que esas palabras removieron algo en su interior. No entendía de dónde venía la actitud atrevida de Rhaegar o por qué quería tocarla en medio de las piernas, pero el deber de una esposa era obedecer a su esposo, especialmente en el lecho conyugal. Además, tal vez si él lo hacía, la incomodidad en su vagina desaparecería. Algo dubitativa aún, hizo lo que le pidió.

El príncipe deslizó su dedo hasta la abertura vaginal, percibiendo cuán húmeda estaba. El gemido femenino que sonó con fuerza en la habitación lo impulsó a introducirlo, maravillándose cuando pudo sentir lo caliente que era su interior.

Lēkia.— jadeó Vaelys ante la intrusión. Tener algo dentro de ella era una sensación extraña, además se suponía que sólo el miembro de su esposo podía estar en ese lugar, ni siquiera sus propios dedos la habían tocado antes en ese lugar tan íntimo. Pero el dedo de Rhaegar no se sentía desagradable, menos cuando comenzó a moverse.

Él soltó una risa corta contra la piel de su cuello cuando Vaelys balbuceó entre jadeos que no era de esa forma como se creaba un heredero. Por supuesto que él lo sabía, pero necesitaba prepararla para recibirlo o de lo contrario iba a lastimarla.

—Lo sé.— respondió, disfrutando de la manera en la que se retorcía debajo de él e intentaba hundir el rostro en el colchón sin saber qué hacer consigo misma.

Su hermana-esposa intentó hacer que le quitara las manos de encima en el momento que otro dedo más se introdujo, pero la detuvo con facilidad, gruñendo cuando notó como las paredes vaginales apretaban alrededor, deslizó sus dedos dentro y fuera de ella en un ritmo constante hasta que un momento los dejó quietos para mover su pulgar sobre el punto sensible que encontró entre los pliegues. Los gemidos estimulaban su polla ya erecta, el líquido pre-seminal humedecía la tela de sus pantalones.

Su paciencia finalmente se agotó cuando ella comenzó a mover las caderas. No podía soportarlo más, su anatomía le exigía estar en su interior. Apartando los dedos, se elevó en toda su altura.

—¡Rhaegar!— se quejó mirándolo con ojos nublados por el placer y mejillas casi tan rojas como las sábanas debajo de ella—. ¡Me gustaba eso! ¿Por qué te detuviste?

Kesrio syt nyke going naejot gūrogon ao.

Vaelys parpadeó, las palabras «Porque te voy a tomar» y los ojos oscurecidos del mayor la hicieron sentir como si una bestia estuviera por lanzarse hacia ella. Lo observó comenzar a desatar los cordones de su pantalón y deshacerse de él, permitiéndole mirarlo como los Dioses lo trajeron al mundo. Estaba mirando lo que podía notar en el espejo todos los días: piel pálida y vello plateado. La única diferencia era que él tenía obviamente el cuerpo de un hombre.

Tragó saliva al percatarse del miembro del príncipe, nunca antes había visto a un hombre desnudo por lo que no podía decir si todos eran del mismo tamaño. Lo único que sí podía decir es que dudaba seriamente que pudiera caber dentro de ella. Había escuchado que la primera vez de una mujer siempre dolía, pero Dioses, eso de verdad iba a dolerle.

Gūrogon issa.— dijo con voz temblorosa, ese era su deber y lo cumpliría. ¿Qué era algo de dolor comparado con ser la madre del futuro rey? Debía entregar su doncellez si quería dar a luz al heredero de Rhaegar—. Gūrogon issa.— repitió, más firme esta vez.

Manos grandes ahuecaron sus muslos con facilidad mientras su esposo la alzaba y se sentaba en la cama con ella sobre su regazo. Él aún no le había dicho que lo tomara en su interior, así que Vaelys soportó su peso clavando las rodillas a un lado de las caderas de Rhaegar, atrapándolo entre sus piernas. Desistió de decirle que así no es cómo deberían estar haciéndolo en el momento que su clítoris rozó con el glande erecto, dejó ir un gemido que acompañó el suave jadeo de Rhaegar.

Sin embargo, la polla goteante de su hermano sólo continuó rozando los pliegues de su coño de manera tortuosa, sin introducirse en ella. Molesta y avergonzada por los fuertes gemidos que dicho contacto le provocaba, clavó con fuerza las uñas en los hombros masculinos, arrancándole un siseo al dueño de estos.

Sus ojos violetas se clavaron en la punta de sus dedos manchados de sangre.

Sí, así es cómo debe ser. El apareamiento entre dragones está destinado a doler, a tener su sangre derramada y su fuego consumiéndolos.

Satisfecha por su reacción, intentó bajar las caderas, siendo detenida por las manos de Rhaegar tomando ambas para mantenerla quieta.

Hāedar.— había una una genuina preocupación goteando de su voz, lo que la hizo sentir menos irritada—. Es probable que esto te duela mucho, lo siento.

Vaelys tragó saliva una vez más. ¿Por qué se disculpaba? Él era su marido, podía tenerla las veces y de las formas que quisiera. Además, ¿quién más podría causarle dolor sino él? Sólo un dragón podía herir a otro dragón.

Gūrogon issa, valzȳrys.— repitió por tercera vez, inclinándose hacia adelante para besarlo.

La frase «Tómame, esposo» tuvo un gran efecto en Rhaegar, su nuez de Adán se movió y las manos que sostenían a su esposa se apretaron, estaba seguro que eso le dejaría las marcas de sus huellas dactilares en la piel. Pero pensó que estaba bien, esa era su mujer. Suya para marcar como su esposa y señora.

No tuvo tiempo para responder, los regordetes labios de Vaelys besaron los suyos, y de cualquier forma no creía poder decir algo coherente. Aprovechó la distracción de su hermana para ayudarla a bajar, dejó una mano en su cadera para guiarla y la otra tomó su virilidad para acercarse a su entrada, la sintió tensarse cuando la cabeza de su polla la rozó. Sin embargo, ella no lo detuvo.

Su valiente hermana, una esposa adecuada que su madre creó para él, estaba tan dispuesta.

El ceño fruncido en el bonito rostro de Vaelys era la prueba de que algo le dolía. Los dedos de su esposa se clavaron en la piel de sus hombros y, aunque soltó un siseo al sentir las uñas cortando de nuevo su carne, le permitió herirlo. Si eso lo hacía más soportable para ella, entonces era bienvenido.

—Relájate.— le susurró.

La platinada asintió, escondiendo la cabeza en su cuello y aferrando los brazos en sus hombros. Él continuó empujando de nuevo, la humedad goteante del coño de su hermana-esposa hacía que resbalarse fuera más sencillo, ella tomó su polla obendienteme hasta que estuvo enterrado hasta la base. Soltó un gemido por la satisfacción de finalmente estar dentro de sus paredes vaginales, que eran más estrechas y calientes de lo que imaginó.

—Rhaegar.—  Vaelys atinó a decir, sin saber exactamente por qué lo llamaba. El aludido no le mintió cuando dijo que dolería, se sentía como si estuvieran partiéndola desde el interior, no se comparaba al ardor de sus dedos estirándola. Había subestimado el dolor, quiso cerrar las piernas pero era imposible porque el agarre del mayor la mantuvo en esa posición.

Soltó un gemido por los dedos que se enredaron en sus desordenados mechones plateados para halarlo, el príncipe atacó sus labios, aprisionándola en un beso apasionado. Las caderas adversas se movieron lentamente, haciéndola jadear en su boca. Todavía sentía ardor en su coño, pero comenzaba a disminuir hasta volverse una sensación ligeramente incómoda. El movimiento se repitió, cada vez más frenético, obteniendo que su voz dijera el nombre ajeno.

El sonido obsceno de bofetadas sonando en la alcoba casi la hizo sonrojarse. Casi, porque la mano de su esposo atrapó una de sus tetas que rebotaban y su boca atrapó la otra, trayendo consigo un placer que permitió que la incomodidad pasara a ser una sensación agradable. Dejó de pensar en cosas irrelevantes, concentrándose en lo que estaba sintiendo. De vez en cuando, Rhaegar golpeaba un lugar específico que lograba que arqueara la espalda y tirara la cabeza hacia atrás.

Nadie le dijo que cumplir con sus deberes como esposa podría sentirse tan bien.

Los gruñidos y suave jadeos de su hermano vibraban contra la piel de su pecho, a Vaelys le gustó el sonido de su firme voz volviéndose temblorosa.

Se obligó a abrir los párpados y descendió los ojos para admirarlo. El largo cabello plateado le caía como una cortina en el rostro, por lo que alzó la mano para apartarlo pero al hacerlo un par de ojos índigos subieron la mirada mientras su boca todavía permanecía chupando su pecho. Ante la imagen, apretó el coño sin querer, sacándole un jadeo al hombre debajo de ella.

Había cierta perversión en estar arriba de Rhaegar mientras él la follaba con brusquedad. En ese momento no eran un hermano y una hermana cruzando la línea de lo fraterno, ni tampoco una esposa y un esposo cumpliendo su deber, sino dos bestias apareándose, siguiendo sus instintos más primitivos y permitiendo a las feroces criaturas dentro de ellos salir. No estaba montando a su hermano, estaba montando a un dragón.

—Hermano...

Sin dejar de penetrarla, Rhaegar levantó la cabeza al ser llamado, las esquinas de los ojos ajenos dejaron caer lágrimas, podía ver y sentir como la menor se estaba deshaciendo por el placer mientras lloriqueba encima de él. Por la forma en que sus cálidas paredes lo apretaban era fácil saber que estaba cerca de su liberación. Llevó sus hábiles dedos hacia la feminidad de la princesa, acariciando con movimientos circulares el clítoris. En respuesta, las piernas de Vaelys temblaron.

Su mano diestra continuó guiando las caderas de su hermana-esposa, soltando un gruñido de vez en cuando conforme los vaivenes se volvían más desordenados.

Finalmente, la euforia lo inundó cuando llegó a su punto máximo, incapaz de contenerse por más tiempo. Su liberación llenó el útero de su mujer, quien lloriqueó cuando la embistió por última vez antes de que ella se dejara caer a su lado sobre la cama matrimonial.

El Príncipe de Dragonstone la observó, con la mente todavía nublada tras alcanzar el orgasmo. Su hermana menor se redujo a ser un lío sudoroso como él, acostándose con las piernas abiertas y el coño resbaladizo goteando con su semen.

Por un momento, se sintió avergonzado por hacer un desastre, pero cuando pensó en ir a buscar un paño húmedo para limpiar, Vaelys lo detuvo.

—Madre dijo que tu semilla debe quedarse dentro y eso nos dará un bebé.— susurró somnolienta, sin molestarse en cerrar los muslos. Demasiado cansada para preservar su modestia.

Rhaegar susurró una corta afirmación. Cierto, se suponía que esta noche debió dejar embarazada a su esposa, pero si su vientre no se hinchaba con un niño, él siempre podría intentarlo otra vez más tarde.























AUTHOR'S NOTE.

(28/05/2023) Corregido.

9859 palabras. 💀

En fin, sólo diré que al menos este capítulo pasó de ser darme cringe por la versión anterior a estar... decente jajjj. Y antes de que me linchen por escribir que Rhaenyra intentó robar la corona de su hermano, lo puse así porque que la mayoría en Westeros piensa eso. Aunque tanto ella como él son recordados con poco cariño, si no recuerdo mal, Aegon II borró todo registró de ella como reina y por eso todos lo recuerdan a él como el rey y a ella como "princesa Rhaenyra".

Ahora, perdón si ven errores ortográficos, dejaré esto aquí y me iré lentamente. 🚶🏻‍♀️

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