Capítulo 5: Héroes.

—Maldito dragón, ven aquí, ¡Aquí estoy! - Gritó Aidan con todas sus fuerzas, al ver que el poderoso dragón negro se dirigía nuevamente a la casa donde estaba la niñita.
En vano intentó atraer de nuevo la atención del mismo hacia él, aunque había logrado ponerse en pie a la vista de este y con sus gestos y gritos, quería despistar a la bestia del objetivo que se había fijado la misma.

De pronto un gran dragón blanco surcó el cielo con gran rapidez, dando al mismo tiempo un potente bramido que al igual que un poderoso trueno parecía desgarrar el aire.
El dragón negro al oír ese fuerte sonido retrocedió unos pasos para ahora fijar la mirada hacia el cielo de donde provenía semejante estruendo.
El dragón blanco no tardó en aterrizar a solo unos metros de la otra bestia.

Ambas criaturas estuvieron intercambiando una serie de bramidos y gruñidos, cómo en una especie de conversación entre ellos.

Aidan estaba bien atento al giro de los acontecimientos que se había producido y a la reacción que pudieran tener los dragones.
De pronto observó como las criaturas rascaban con fuerza la tierra al tiempo que los ojos de cada dragón estaba fijo en los de su contrincante. Todo parecía indicar que la batalla entre ellos era inminente.

Y así fue. Las dos bestias se abalanzaron hacia la otra en una corta pero veloz carrera.
El choque de esos cuerpos produjo un gran estruendo. El primero en propinar un golpe certero fue el dragón blanco, que con sus potentes garras logró dar un profundo corte en el cuello del dragón enemigo del que empezó a brotar un chorro de sangre que iba cayendo al suelo.

Pero la lucha no había hecho más que comenzar. El otro dragón contraatacó lanzando una gran llamarada en dirección a su contrincante. Este esquivó con gran agilidad el fuego que salió por las fauces del primero.
Una serie de zarpazos, coletazos, y llamaradas se intercambiaron entre ambas fieras, en una serie de rápidos movimientos de ataque y defensa que parecían imposibles de realizar por seres tan grandes y pesados.

Gradualmente el dragón blanco fue quedando en desventaja. Se notaba que no estaba tan entrenado para la batalla. Su oponente le ganaba en fuerza y agresividad, haciendo que él empezara a dar muchos golpes fallidos, al contrario de su enemigo que con cada golpe le iba minando las energías. La respiración del dragón blanco se volvió somera y rápida, denotando su gran agotamiento,

Aidan que ya había recuperado su espada, intuía el fatal desenlace que se iba a producir entre los dragones y su inesperado aliado estaba a punto de ser derrotado.
En otro golpe certero del dragón negro de lomo rojo, logró derribar y acorralar a su contrincante. Mientras lo miraba fijamente para darle un golpe mortal final, Aidan logró acercarse con mucho sigilo muy cerca del gran dragón enemigo.

Este estaba tan absorto en su oponente que no se percató de la presencia del joven. El dragón estaba medio erguido preparando su último golpe, pero Aidan ya se había podido colocar justo debajo, a la altura de lo que creía que era el corazón de la bestia. Tenía que dar una estocada perfecta y certera si quería tener éxito. Un error de calculo sería fatal.
Sujetaba con fuerza la espada con sus manos, al mismo tiempo que le temblaban ligeramente por los nervios y la tensión. Haciendo acopio de todo su valor y fuerzas, le hincó con fuerza al dragón la espada penetrándole casi hasta llegar a la misma empuñadura de esta.
La bestia dio un potente bramido de dolor, al tiempo que empezaba a tambalearse. Aidan logró arrastrarse rápidamente fuera del alcance de la bestia, pues si se le desplomaba encima, sería su muerte segura, aplastado cómo una mosca.

El dragón se encaminó tambaleante en dirección a Aidan, igual que un borracho a punto de desvanecerse, pero este ya había podido alejarse bastantes metros del animal. La bestia lo miraba con fijeza, cuando de pronto cayó estrepitosamente dando un último gran bufido antes de expirar. La batalla había concluido.

El joven acto seguido también se desplomó agotado y sin energías.

En poco tiempo un numeroso grupo de dragones blancos empezó a llegar y a rodear al dragón blanco exhausto y herido. En poco tiempo este fue recuperando suficientes fuerzas y ánimo como para emprender el vuelo junto a sus compañeros, hasta perderse de vista junto a ellos tras el horizonte.

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La joven Arianne pudo escaparse a tiempo de la taberna, tras la marcha de los soldados a instancias de su superior en el mando. El retraso era notable, pero la joven tuvo que pasar primero a buscar algo más de leche en casa de su amiga, pues el asqueroso soldado la había echado a perder al introducir sus mugrientos dedos en el preciado liquido. A pesar de la poca cantidad que pudo conseguir sería suficiente para aliviar por el momento el hambre de la pequeña.

Corrió a toda prisa, y al irse acercando vio todos los destrozos y desperfectos en los árboles y la vegetación de la zona fruto de la feroz batalla que había tenido lugar entre los dragones. Su corazón se aceleró, y más aún cuando vio a Aidan que yacía en la tierra afuera de la casa. Se aproximo a él, con el corazón en un puño, pero quedó algo aliviada al ver que aún estando malherido todavía respiraba. Lo abandonó unos segundos levantándose deprisa con gran preocupación y dirigiéndose hacia la casa para ver cómo estaba su otro gran amor, su pequeña Rhiannon.

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