Libro XVII. Reconciliaciones

D R A G O N A R I

Autora: Clumsykitty

Fandom: Marvel/AU/Fantasía

Parejas: Winteriron (BuckyxTony), NovaQuill, Staron, entre otras.

Derechos: nada me pertenece más que mis ideas.

Advertencias: una historia en un mundo fantástico con muchas referencias. La pareja principal es Winteriron, por favor, es Winteriron. Osea, es Winteriron. Siempre será Winteriron. Creada en honor a los chorro mil likes del rincón playero de locura y perdición de esta minina mal habida, la ganadora del sorteo pidió un Winteriron de fantasía. Helo aquí.

Un Winteriron.

Gracias por leerme.


*****

LIBRO XVII. RECONCILIACIONES.



Esos años como sirviente fueron gratamente recompensados con solo ver la cara atónita del Hechicero Supremo al darse cuenta quién era el que le hablaba con tal tono de autoridad. Antonio se lo confirmó, quitándose su yelmo con el hocico de Vir Invernus tumbado en el suelo a su lado, mirando fijamente a los demás hechiceros que permanecieron tras Strange, esperando con miedo, porque se habían dado cuenta que ese Vir Dragonari les superaba a todos en poder. Era de los más antiguos, de los más fuertes con una reputación de siglos en su existencia.

—Tú...

—Mi paciencia es poca cuando se trata de ti, Hechicero Supremo. Comienza a hablar.

—¿Qué demandas como vil conquistador?

Un rugido de Vir Invernus, sus fosas soplando algo de aire helado y relámpagos bailando unos segundos en el patio de la escuela seguido de un ventarrón que sacudió los elegantes mantos de los hechiceros fue una muy clara advertencia para todos. Antonio arqueó una ceja, esperando.

—No sé qué buscas, Antonio —reclamó Strange— Si esta criatura...

—Cuida de cómo te expresas, hechicero. Este dragón es mío y un insulto te costará tu cabeza hueca separada de tu cuello.

—¿Cómo te...? —el Hechicero Supremo miró a Vir Invernus que azotó su cola y tomó aire un par de veces— Ignoro qué es lo que deseas escuchar.

—¿Quizá decirme dónde guardas el corazón de Cronos?

Strange se quedó de una pieza, boquiabierto a la revelación. Antonio tomó a Viernes y Jarvis en cada mano luego de ponerse su yelmo. Vir Invernus comenzó a rugir, sus crestas platinadas tornándose azules, arreciando la tormenta encima de la escuela.

—Yo no... —el Hechicero Supremo tartamudeó— ¿Cómo lo sabes?

El joven cazador se acercó a él, los demás hechiceros quisieron moverse para protegerlo, pero al instante fueron congelados por el aliento del dragón. Strange apretó sus puños, volviéndose al muchacho quien parecía realmente dueño de la situación.

—¿Vas a matarnos a todos para satisfacer la venganza de tu dragón?

—Dame el corazón.

—No sabes lo que pides —Strange frunció su ceño— Su poder...

—Ancestral asesinó a un dragón que le enseñó la magia más poderosa, lo asesinó solo por ambición. Porque ustedes solo ansían poder y gloria. ¿Y así me enseñaste que los dragones eran los avaros, los hipócritas? ¿Fue Ancestral quien te ordenó que me humillaras e impidieras ser un caza dragones bajo tu tutela? ¿Eh? ¿Eso querían ustedes dos? ¿Controlar al último hombre de Al-Ghila para su beneficio?

—Confundes las cosas, Antonio.

—Por favor, ilumíname, maldito Hechicero Supremo.

Levantando su mentón, Strange miró a sus hechiceros y luego echó a andar hacia el campo raso detrás de Vir Invernus al que rodeó, esperando que Antonio le siguiera, con el dragón dándose vuelta, acomodándose de nuevo mientras ellos quedaban frente a frente, la nieve cayendo lentamente sobre sus hombros y cabeza.

—Es verdad, Ancestral mató a Cronos. Sí, fue por ambición, una mal encausada. Porque le engañaron, buscaron que su ser se contagiara con la maldición del corazón y así no tuvo más remedio que aliarse a ellos para sobrellevar su existencia. Ancestral se arrepintió todos estos años, Antonio, aunque no lo creas. Vivió con ese remordimiento toda su vida hasta que pude darle lo que buscaba: la muerte.

—¿Tú mataste a Ancestral para obtener su poder? No me extraña en lo absoluto.

—¡No! —Strange gruñó muy ofendido— ¿Puedes dejar tu rencor a un lado y escuchar con cabeza fría?

—Ancestral no podía morir. ¿Cómo lo hiciste?

—Pude hacerlo de la misma forma en que hizo el poseedor del corazón de Kobik. Seguro sabes de qué hablo.

—Si cambia de dueño...

—La maldición se traslada al nuevo dueño. Sí, eso no es posible simplemente entregando el corazón. Hay que hacer un sacrificio para ello. Un corazón por otro.

Antonio le miró curioso, luego frunciendo su ceño.

—Entregaste... tu corazón. Llevas el corazón de Cronos en lugar del tuyo.

—Como Ancestral lo hizo. Es mi carga ahora. Y no, Antonio, si Ancestral te salvó no fue para domesticarte o esclavizarte, lo hizo porque sabía que uno de ustedes era suficiente para cambiar las cosas. Pero dime, ¿íbamos a decirlo a los cuatro vientos cuando Kamar-Taj estaba en la mira? ¿Ahora entiendes por qué no puedo entregarte el corazón de Cronos?

El caza dragones chasqueó su lengua, mirando a Vir Invernus que asintió apenas en un gesto que aprobaba la verdad en aquellas palabras. Antonio guardó sus lanzas tras su espalda, caminando para subir a su dragón con movimientos tranquilos.

—¿Por qué quiso morir justo ahora?

Strange se quedó callado, eso detuvo a Antonio, girándose para verlo.

—¿Strange?

—Yo iba a morir... cuando el ataque de Vir Octopus. Ancestral lo vio como muchas otras cosas. Nada iba a impedirlo... salvo tener el corazón. Me salvó con anticipación.

—¿Es decir que todo ese número del nombramiento fue siempre una farsa?

—Un poco. El rey quería verme.

—Para que le juraras lealtad, perro traidor.

—Estás vivo, ¿no es así? Mi traición te dio vida.

—¡Y me quitó a Jarvis! —gritó Antonio con furia— ¡Mató a Ho Yinsen! ¡A Souran! ¡A docenas de vidas inocentes! ignoro que han sacrificado ustedes, pero definitivamente eso no les enseñó nada. Voy a cambiar esto, Strange, y cuando termine, vendré por ti. Serás el último.

Antonio trepó sobre Vir Invernus y ambos desaparecieron en el cielo gris. Los hechiceros fueron liberados del hielo, cayendo al suelo temblando de frío con los labios morados. Strange jadeó pesadamente, tragando saliva antes de correr hacia ellos, buscando en especial a su ahora esposa, la Maestra Clea. Pediría encarecidamente que nadie hablara de aquella terrible visita.

Están tan sepultados en mentiras y traiciones que ya no se reconocen a sí mismos.

—Fue su decisión y ahora enfrentarán las consecuencias.

¿No tienes miedo?

—Claro, mi hermoso dragón. Temo por ti, por esos idiotas amigos míos. Por quienes no saben que están presos en esta falsa vida. Sin embargo, si dudo un solo momento, fallaré y es un lujo que no puedo darme.

También tengo miedo.

El caza dragones se inclinó para besar sus escamas. —No temas, Snezhinka, por Al-Ghila que no permitiré que te hagan daño.

Vir Ronan fue el siguiente en morir.

No lo buscaba adrede, Antonio quería darle un poco de madera a los Florentinos y encontró al Vir Dragonari merodeando a esas criaturas. Lo persiguió hasta que el dragón cayó herido en el océano, donde extrajo su corazón. Otro zafiro más que puso en el pecho de su armadura, llevándose el cuerpo de Vir Ronan a Manhattan para darle buen uso, en honor a los Florentinos muertos por su ataque. Su sangre endureció su armadura, afiló sus lanzas y curiosamente, le devolvió la fertilidad a la tierra. Ya no tuvieron que mantenerse de algas, pescados o raíces amargas.

—¿Jaymes?

—¿Qué sucede, Antoshka?

—He notado que las joyas no te atraen.

Jaymes se encogió de hombros, limpiando escamas. Antonio arqueó una ceja antes de tomar asiento a su lado, esperando a que levantara la vista.

—¿Snezhinka?

—Mi madre y herman... comieron unos rubíes y se envenenaron.

—¿Tú también?

El dragón asintió, el joven cazador cepilló con ternura sus cabellos. —¿Crees que te sucederá algo si vuelves a comer joyas?

—Sí.

—Bueno, si no te hace falta, está bien. Pero si es parte de tu dieta como dragón...

—Rumlow tampoco come. Dice que es mejor.

—¿Vir Rumlow? ¿Tú... hermano?

Jaymes apretó sus labios sin atreverse a mirarle, sabía que su hermano adoptivo era de los dragones que Antonio tenía en una lista especial. Los que había jurado matar.

—Mírame.

Así lo hizo el dragón, notando al caza dragones sonreírle.

—El ayudó a Vir Centinelis a matar a mis padres, es cierto, más te salvó muchas veces a costa de su propia vida. No diré que lo detesto o que lo he perdonado, el tiempo dirá que sucederá, ¿de acuerdo? ¿Eso te basta, mi hermoso dragón?

—Sí.

—Tu entrega es increíble, de leyenda. Eso sí lo deberán cantar los bardos. Jamás olvides ni dudes un solo instante que te amo, ¿sí?

—Tú tampoco, Antoshka.

El dragón era un poco tramposo, como lo comprobó más tarde Antonio, viajando por el océano Oeste buscando otro traidor más. su pecho ahora ostentaba cinco zafiros formando una flor en círculo. Vir Kraven y Vir Vulture habían probado sus lanzas. Al ver un barco de velas muy conocido, Antonio golpeó el lomo de su dragón en reclamo haciendo un gran puchero. La Milano. Vir Invernus solo planeó alrededor, despejando el cielo nublado y descendiendo al océano que se enfrío, dejando solo un inmenso espejo azul donde quedó atrapado el barco con el Vir Dragonari abriéndose paso hasta llegar al barco.

—¿Qué es esto? ¿Uh?

Los extrañas y los necesitas.

—Ja. Mentira.

Habla con ellos, hazlo por mí.

—Chantajes —bufó Antonio, bajando de su dragón al océano congelado.

Caminó un tramo hacia la Milano con el casco ligeramente congelado. No pudo evitar sonreír al escuchar el rebuzno de Blanco y observar todas esas cabezas asomarse en la proba hacia él. Jaymes había leído su tristeza y nostalgia que inundaba su corazón, por eso lo había llevado a propósito donde los Devastadores. Antonio se quedó abajo en el océano helado, mirando al grupo con una media sonrisa.

—Hola, lamento el hielo. Mi dragón se descontrola a veces.

—Tony... —Quill le saludó.

—Hace tiempo que no escucho que alguien me llame así. Hola Gamora, Rocket, Groot... hey, ¿ustedes quiénes son?

Una chica pelirroja y un joven de cabellos cortos rubios los acompañaban. Lucían como mercenarios, pero tenían algo raro en sus esencias. Antonio parpadeó un poco, volviéndose al capitán de la Milano quien ya bajaba del barco, corriendo a abrazarlo.

—Idiota —Quill lo apretó con ojos llorosos— Nos has hecho muchísima falta.

Antonio suspiró, abrazándole. —A mí también, ¿quiénes son esos dos?

—Oh, ella es Natalia y él es Francis.

—¡Clint! —gritó el otro a lo lejos con tono de enfado.

—Da igual, son...

—Una Tejedora y una Quimera. ¿Dónde...? ¿Por qué tú...?

—Tony —el rubio rio divertido— Lo siento, fue una completa estupidez lo que dije antes, ¿vale? No fue en serio. Tu partida nos dejó muy solos, aunque asquerosamente ricos. Mira que esas perlas...

—Quill.

—A ellos los salvamos en un incendio de la isla Budapest.

—Creí que no irían al centro.

—Te buscábamos. Pensamos que serías tan imprudente como para ir tú solo a enfrentar al rey.

—¿Fueron a salvarme entonces?

—Sí, algo así —el capitán le dio un codazo— Perdónanos.

—Ustedes a mí, fui un arrebatado.

Rieron, aliviados por el momento, empujándose uno al otro como en los viejos tiempos. Quill miró al dragón que los observaba, haciendo una reverencia exagerada.

—Hola, Bucky.

Capitán.

—¡Whoa! ¡Whoa! Mi cabeza.

—¿Qué fue de Steven? —preguntó Antonio al recordarlo—¿Está bien?

—Uh, oh... Tony, ¿dónde has estado viviendo todo este tiempo? ¿Bajo el océano? Steven está con nosotros. Bueno no ahora ahora, pero sí. Abandonó el ejército y busca dragones como tú. Le apodaron Winghead por el yelmo que ahora usa. Él salvó a Nat y Francis del incendio. Justo en estos momentos se encuentra en el... ¡por Al-Ghila! ¡No lo sabes!

—¿Saber qué?

—Tienes que ir. Al Triskelion.

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