Libro XVI. Urman-Tau

D R A G O N A R I

Autora: Clumsykitty

Fandom: Marvel/AU/Fantasía

Parejas: Winteriron (BuckyxTony), NovaQuill, Staron, entre otras.

Derechos: nada me pertenece más que mis ideas.

Advertencias: una historia en un mundo fantástico con muchas referencias. La pareja principal es Winteriron, por favor, es Winteriron. Osea, es Winteriron. Siempre será Winteriron. Creada en honor a los chorro mil likes del rincón playero de locura y perdición de esta minina mal habida, la ganadora del sorteo pidió un Winteriron de fantasía. Helo aquí.

Un Winteriron.

Gracias por leerme.


*****


LIBRO XVI. URMAN-TAU.



Todo tenía una razón de ser y Antonio lo creía firmemente desde que tuviera uso de memoria. Estar en Manhattan obedecía a una poderosa y útil causa que ni el propio Jaymes alcanzaba a visualizar. Fue cosa de pensarlo un poco durante el transcurso de los días mientras se hacía de una casa decente. Mientras colocaban los bloques entre los dos, el caza dragones fue hilando las ideas hasta ese momento sin relación entre sí que se habían cruzado en su vida y que tenían otro matiz luego de conocer a Vir Invernus.

Al-Ghila, el rey dragón, creador del mundo, había sido inducido a un sueño al romper los vínculos que mantenía con sus hijos, esos preciosos dragones fieles a su ser que cuidaban siempre del mundo frágil y mortal recién creado. Y sospechaba que Vir Centinelis era el gran traidor que vendió a sus hermanos a los ambiciosos humanos con los que se alió, moldeando una historia falsa para cubrir sus crímenes. Muestra de ello era Cronos, cuyo corazón lo usaban los Hechiceros Supremos, Ancestral primero y luego Strange. Todavía no estaba seguro si este último sabía lo que hacía, pero no lo descartó. Kobik, la dragona cuyo corazón creaba la existencia material, fue muerta para darle ese poder al rey Pierce I y así alterar la historia del mundo a su favor.

Si el rey era inmortal hubiera levantando muchas sospechas y rebeliones al ir en contra de los mandatos divinos. Por se había hecho pasar por sus descendientes. Pierce I, II y III eran la misma persona. Debían serlo. Le causó extrañeza la advertencia de Ancestral al rey, pero quizá se debía a un tardío remordimiento al darse cuenta del daño hecho. Tendría que comprobarlo más tarde. Ahora, debía cambiar las cosas, la maldad gobernada Levram con una alianza entre dragones traidores y el rey con sus secuaces.

Tenía que cazar y matar a esos Vir Dragonari.

Antonio lo sentía en lo profundo de su corazón, de alguna forma, si acababa con cierto número de ellos, el poder de los dragones buenos cobraría fuerza hasta igualarse con esa maldad y entonces podrían enfrentarse en una batalla final. Observando a su propio dragón era que así lo había meditado. Los Laur muertos bajo su lanza y Vir Zemo liberaron más poderes en Vir Invernus. Había que al menos equilibrar la balanza en favor de la justicia. Solamente lamentó en todo eso el no tener a sus amigos de coraje imprudente pero sincero para esas futuras peleas. Solo tenía a Jaymes y el ingenio de su mente como únicos apoyos de esos momentos.

Preparó el fuego ritual para unir su lanza Jarvis, explorando aquella isla en busca de material o algo que les sirviera. Antonio encontró en un monte el yelmo de su padre, esa cabeza de dragón abollada con trozos faltantes en una sien. También la reparó para hacerse un yelmo nuevo, un rostro duro como el que acostumbraba a usar con cuernos y cresta. Un hombre dragón. Ahora poseía una armadura que cubría por completo su cuerpo.

—He pensado —le dijo a Jaymes mientras desayunaban pescado frito— Que la ubicación de los caza dragones obedecía a otras causas mejores que islas con suficientes recursos. Creo que hay algo más aquí todo caza dragón necesita.

—¿Qué es?

—Voy a necesitar esa enorme nariz olfateando todo por debajo de la nieve.

—No soy un perro —gruñó Jaymes.

—Eres mi lindo dragón husmeador —Antonio le guiñó un ojo, lanzándole un beso— Al-Ghila nos hizo para protegerlos a ustedes de sus hijos malvados que Liah-Ardyh corrompió en venganza porque deseaba el trono de su padre. Y no me cabe duda alguna que Vir Centinelis es ella.

—¿Qué? —Jaymes parpadeó boquiabierto— Eso no puede ser.

—Lo es porque tiene el don de la transmutación, y si quiere pasar desapercibida, ¿qué mejor siendo un Dragonari macho cuyo nombre real nadie conoce ni sus propios hijos?

—Nunca lo pensé así.

—Porque no me habías conocido, mi amor.

—Antoshka, ¿cómo piensas derrotar otro Vir Dragonari? Es decir...

—No es fuerza, Snezhinka, es inteligencia. Y resulta que el rey dragón me hizo un genio.

Así comenzaron a explorar la isla, con un gruñón Vir Invernus olfateando la tierra sin saber qué buscar y un caza dragones acompañándole para guiarle. Entre bromas cariñosas sobre ser un buen chico, llegaron a la parte baja de la isla, llena de cuevas que subían a las montañas. Viejos huecos de mantos acuíferos ahora secos cuando la isla emergió del océano.

—¿Jaymes?

—Mm.

—Vamos, deja de hacer pucheros, te veías esplendorosamente hermoso metiendo la nariz en la nieve. Tengo una pregunta.

—¿Qué deseas saber?

—Cuéntame sobre los hijos del océano.

—Bien —Jaymes se rascó su barba— Lo que sé es que son los restos de un dragón. Es decir, el dragón quiso dar su vida y cada trozo de su ser se convirtió en un ser marino diferente.

—Sorprendente. ¿Por qué lo hizo? ¿Al-Ghila se lo pidió?

—No. Fue su voluntad para que el mar rebosara de vida y así hubiera siempre alimento. Las sirenas son como las nietas de ese dragón, brotaron de sus escamas. Y ellas tuvieron hijos con los humanos.

—Los Florentinos.

—Sí.

—El ser que salvó a Steven...

—De la sangre original, cuando los humanos se volvieron demasiado ambiciosos ellos se fueron a lo profundo del océano. Ustedes los llamarían como curanderos o hechiceros. No existe palabra humana para lo que son. El que salvó a Steven se llama Erskine.

—¿Me estás diciendo su nombre real?

—De nada te sirve porque eres humano. En tu lengua no hay efecto. No como nosotros.

—Que injusticia —Antonio hizo un puchero que hizo sonreír al dragón— ¿Qué tanto pueden hacer ellos además de crearte un cuerpo perfecto por siglos?

—Pues nada más... son dadores de vida, Antoshka. No guerreros, si es lo que buscas. Aunque...

—¿Aunque?

—Hay una probabilidad con los Florentinos.

—Son como tres en total, muy pocos.

Jaymes negó. —Son muchos más, Antoshka. ¿Qué tiene que ver tu pregunta con estas cuevas?

—Los Florentinos van a respondernos eso. Ven, es hora de nuestro primero paseo como pareja humano dragón.

Con un bufido, Jaymes se transformó. Salieron de Manhattan para buscar una caravana de Florentinos en el océano. Tardaron un poco, pero al fin la encontraron muy al sureste donde las aguas no eran tan frías. Pareció que ellos lo sabían, quedándose en su lugar mientras Vir Invernus entraba al agua, nadando hacia el grupo de barcos casas. Docenas de rostros semi humanos se asomaron, luego saliendo de sus casas flotantes a recibirlos en sus barcas canturreando en una lengua extraña y haciendo reverencias. Antonio se sorprendió de tal recibimiento, comprendiendo que ellos veneraban a sus parientes. Sus dioses.

—Tú eres El Vengador —un anciano Florentino que parecía un hombre encorvado con cara de pez le saludó.

—Abuelo, vengo en busca de respuestas.

—Para quien domina el Invierno, no hay secretos. Pregunta.

—¿Qué tenían las islas de los caza dragones que no poseen las otras islas?

El anciano sonrió con esa boca ancha, sus branquias en su cuello se abrieron y cerraron.

—Las lágrimas de Urman-Tau, el dragón que nos dio vida y a ti el metal Mark. Ahí donde encontraste las cuevas, ahí están para que las bebas. Tus ancestros lo hicieron y tú debes hacerlo. Vas a morir y luego abrirás los ojos como un hijo de Al-Ghila.

—¿Seré un dragón?

—No, un auténtico guerrero que puede invocar la luz. Quien ha de despertar al rey dragón. Vir Invernus siempre lo supo y jamás dudó al esperar por ti.

Antonio abrió sus ojos al escuchar eso, acariciando la cabeza de su dragón. Los Florentinos se despidieron con regalos para ellos, comida y más bendiciones en su regreso. El anciano le habló por última vez.

—Los hombres de tierra piensan que dominan el mundo. Si tú nos llamas, nosotros responderemos.

—Gracias por todo.

Con esa información, volvieron a Manhattan. Jaymes estaba un poco inquieto a la decisión de Antonio sobre beber agua de las estalactitas dentro de las cuevas, pero el caza dragones no tenía reservas. Confiaba en los Florentinos, ellos nunca le habían mentido. Una vez que llenó un cuenco con el agua que escurría de los techos de forma lenta como un llanto silencioso, bebió de un trago el agua fría y salada. Al instante sintió que su garganta se quemaba, quedándose sin voz. Antonio cayó al suelo, llevándose las manos al cuello como si alguien estuviera ahorcándolo.

—¡Antoshka!

Lo vio.

Howard con otros caza dragones ahí mismo, hablando en secreto. Ellos lo sabían. Antes de que Al-Ghila cayera, le pidió a Urman-Tau que detuviera a su hija traidora que anhelaba su trono y su poder. El dragón de escamas zafiro dejó sus lágrimas a sus hijos del océano para entregarlas solo y solo a la descendencia pura de Al-Ghila, esos humanos sin corromper. Con su cola hizo emerger islas especiales donde resguardarlos de la magia oscura. Howard y los demás ya lo sabían. Sabían de la trampa y los engaños del rey a quien servían. Por eso el rey envió a los dragones para exterminarlos antes de que hablaran, mostrando la verdad al pueblo.

—¡Antoshka!

El cazador despertó con una alta fiebre y el cuerpo adolorido. Jaymes le tomó en brazos para llevarlo junto a la fogata previamente encendida, limpiando su frente hasta que los temblores cesaron igual que la fiebre, quedando solo agotado recostado en el pecho de su dragón.

—Snezhinka...

—Dejaste de respirar y moverte. La sangre de tu rostro desapareció.

—He vuelto. Como lo hizo mi padre. Y los otros antes que él.

—¿Qué haremos ahora?

Antonio le miró decidido. —Vamos por Vir Octopus.

Se llevó sus dos lanzas, Jarvis y Viernes consigo, así como su armadura, saliendo a medianoche rumbo a la isla Queens donde estaba Vir Octopus. Esta vez, el caza dragones supo qué hacer, esperando a que se transformara al detectarlos y los persiguiera por el océano. Ese dragón de ocho alas fue perdiendo una a una de ellas, congeladas por Vir invernus, con sus patas heridas por las lanzas de Antonio que ni fallaron, montado en su dragón. El amanecer iluminó la caída de Vir Octopus al océano con el pecho abierto por las garras de Vir invernus y el corazón siendo extraído por El Vengador.

Ese corazón se transformó en otro zafiro con forma de gota que Antonio colocó en su pecho junto a su primer trofeo como si fuera a formar una flor con ellas. De hecho, esa fue su intención. Una diminuta barca con un niño que había salido a pescar temprano fue su único testigo. El muchachito tenía los ojos abiertos de par en par, no creyendo lo que había visto. Un hombre en armadura negra y dorada con un yelmo de cuernos y cresta montando un Vir Dragonari cazando otro dragón al que le sacó el corazón. Nadie iba a creerle cuando lo contara. Y nadie lo hizo. Por eso le apodaron el loco Parker.

—Las lágrimas de Urman-Tau te han cambiado, Antoshka.

—¿Para bien o para mal? ¿Ya no te gusto?

—Eso nunca, pero ahora hay algo más. Como una fuerza imparable corriendo por tu sangre.

—No hay mejor descripción que esa —sonrió Antonio— ¿Y sabes qué me impulsa a hacer en estos momentos?

—¿Buscar otro traidor?

Antonio negó, sonriendo malicioso. —A hacer mío un dragón del Invierno.

Todavía quedaban preguntas sin respuestas, algo que el caza dragones no iba a consentir. El solo pensar en todos los que dieron su vida -incluyendo dragones- por hacer justicia bien podía quitarle el sueño. Se preparó para otro viaje, uno más largo, con una gruesa capa, sus armas y armaduras montado como siempre sobre su dragón, saliendo por la madrugada para llegar al mediodía a su destino.

—¿Crees que los bardos cantarían las veces que hemos retozado? —preguntó travieso.

NO.

Rio al gruñido que obtuvo por contestación, palmeando las escamas de Vir Invernus.

—Tampoco lo querría, no te preocupes. Soy alguien celoso y no compartiré a mi dragón con nadie. Snezhinka, rompe el escudo protector de esa isla.

Las campanas de Kamar-Taj repicaron furiosas cuando una lanza envuelta en hielo cayó del cielo en medio de una nevada fuerte, enterrándose justo en el medio del nuevo y larguísimo patio de la escuela de hechiceros. Todos ellos salieron listos a defenderse, incluyendo al Hechicero Supremo, con sus protecciones de batalla. No pudieron dar crédito a la imponente y gigantesca sombra de descendió de entre las gruesas nubes grises. Vir Invernus los miró al aterrizar frente a ellos, haciendo estremecer la escuela con su peso. Mostró sus colmillos en señal de advertencia al inclinarse lo suficiente para que vieran a alguien bajando por su cuello.

Antonio recuperó su lanza con la que apuntó a Strange.

—Quiero respuestas y las quiero ahora. Otra mentira y Kamar-Taj será solo un recuerdo.

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