Libro XIV. Isla Manhattan

D R A G O N A R I

Autora: Clumsykitty

Fandom: Marvel/AU/Fantasía

Parejas: Winteriron (BuckyxTony), NovaQuill, Staron, entre otras.

Derechos: nada me pertenece más que mis ideas.

Advertencias: una historia en un mundo fantástico con muchas referencias. La pareja principal es Winteriron, por favor, es Winteriron. Osea, es Winteriron. Siempre será Winteriron. Creada en honor a los chorro mil likes del rincón playero de locura y perdición de esta minina mal habida, la ganadora del sorteo pidió un Winteriron de fantasía. Helo aquí.

Un Winteriron.

Gracias por leerme.


*****

LIBRO XIV. ISLA MANHATTAN.



Steven perdía la vida dentro de un cuarto pequeño, de los pocos que sobrevivieron en las cercanías al mar de aquel ataque de Vir Zemo, pese a las paredes pobres y el techo de paja, lo protegía de la nieve, el frío y la humedad. Su cuerpo había sufrido una maldición que lo hizo anciano, transformado en un cuerpo encogido como si hubiera perdido peso y estatura. Aunque el Dragonari hubiera muerto, esa maldición persistía y si no hacían algo pronto, el capitán de Shelby moriría. Todos estaban aún desconcertados por el asunto de Jaymes, cuya segunda transformación habían atestiguado, sus mentes estaban todavía muy alteradas para pensar en una forma de salvarle la vida ese moribundo temblando en una cama maltrecha.

Y tenían que hacerlo, no solo por el propio Steven, también por Ian Rogers, quien había perdido a su madre cuando Vir Zemo incendió el muelle. Sharon había quedado atrapada entre tablones, arrojando a su hijo al mar antes de que el fuego los carbonizara a ambos. No querían dejar a un niño huérfano, no si podían hacer algo. Como era ya costumbre, fue Peter Quill quien rompiera aquel silencio tenso entre todos ellos ahí apretujados en el cuarto alrededor de la cama de Steven, con Jaymes en el marco de la puerta junto al caza dragones.

—¿Tú sabes cómo deshacer esto? —preguntó Peter a Jaymes sin más rodeos— Eres... un dragón.

—Esta maldición no se rompe así, está alimentada del tiempo —respondió este— Pero quizá haya algo...

—¡Pues hazlo! —Rocket manoteó desesperado— ¡El hombre se muere y su hijo le llora a un cadáver carbonizado!

—No fue culpa de Jaymes —Antonio frunció su ceño.

—Vamos a dejar esa charla para después —Rider se adelantó con manos en alto pidiendo paz— Bucky, haz lo que puedas hacer. Sé que lo lograrás, confío en ti.

—¿A qué viene esa confianza? —gruñó Quill.

—Todos salgan, salvo Bruce y Antoshka.

—Oye, tú...

—Luego, cariño —Richard jaló a su pareja, llamando a los demás para que salieran.

—Dime que tienes una buena idea —rogó Antonio cuando se quedaron solos con Steven.

—Ya viene, lo invoqué desde que el Maestre Banner nos alertó. Tarda en llegar porque viene desde lo profundo del océano.

—Aah, ¿qué es?

Jaymes no respondió, acercándose a la cabecera de la cama y sentándose cerca. Tocó la frente perlada de sudor, pálida y arrugada del capitán. Bruce miró al caza dragones, sin saber exactamente qué iban a hacer o qué tenían que hacer. Ambos casi gritaron cuando una cosa... un ser de las profundidades se coló por la única ventana de ese cuarto que miraba a la costa. Lo que fuera esa cosa se arrastraba con tentáculos, tenía un cuerpo translúcido con pequeñas luces internas como si tuviera farolitos dentro. Parecía como una medusa combinada con una foca, pero no era ninguno de esos dos seres. Como fuese, la criatura se acercó a la cama, examinando el cuerpo de Steven con sus tentáculos. Algo gorgoteó, Jaymes le escuchó y se volvió a los otros dos.

—La maldición es muy fuerte. Vir Zemo no era cualquier dragón. Puede salvarlo, pero solo dejando en su lugar otra maldición.

—¿Por qué no pueden anularla? —preguntó Bruce.

—Como dije, se alimenta del tiempo. Lo que sucedería es que la nueva maldición protegería al capitán hasta que la primera se desvaneciera.

—Supongo que su nueva maldición es algo bueno.

Jaymes lo pensó un poco. —No lo sé, Antoshka. Steven ciertamente se recuperaría. Su cuerpo será más fuerte y por siempre sano... por largos años.

—¿Inmortalidad? —Bruce parpadeó asombrado.

—Longevidad, que puede saberle a eternidad. Su hijo morirá antes que él, muchas personas que ama y que ame morirán antes que él. ¿Le darán esa vida?

Antonio y Bruce intercambiaron una mirada. Era eso o dejar a Ian Rogers como otro huérfano más. El cazador miró a Jaymes, asintiendo.

—Adelante.

El ser extraño subió a la cama, envolviendo el cuerpo de Steven con esos tentáculos babosos. La luz en su interior titiló con fuerza. Steven gritó al comenzar a convulsionar. Jaymes se puso de pie, alzando una mano en señal de que nadie interviniera. Entre sacudidas, el rubio empezó a recuperarse, incluso estirándose otro poco. Sus músculos ganaron masa, rigor, fuerza. Fue como si la mejor versión del capitán de Shelby emergiera entre espasmos que casi rompieron la cama. Aquella transformación cesó, el ser de las profundidades lo soltó gorgoteando a Jaymes antes de salir por la ventana, dejando como único vestigio de su presencia ese camino de agua y baba en el suelo.

—Steven —pronunció Jaymes.

Ante la mirada asombrada de Bruce y Antonio, el rubio abrió sus ojos, sentándose de golpe como si despertara de un mal sueño. De suerte le habían dejado unos calzoncillos holgados, que ahora llenaba bastante bien. Steven los miró y luego observó su cuerpo que tenía esos ligeros cambios, sin ninguna herida en el cuerpo. Una piel perfecta de cabellos perfectos de un cuerpo perfecto.

—¿Qué...?

—Steven —Antonio se acercó— ¿Cómo te sientes?

—¿Cómo me siento? ¡Creí que moriría! Luego vi unas luces cubriéndome y después... alguien me llamó a una luz.

—Capitán —Bruce se les unió— Bienvenido, lo necesitamos como no tiene idea, Shelby...

—¡Sharon! ¡Ian! ¿Están bien? ¡Mis hombres!

Fue casi imposible pedirle que descansara mientras el hechicero le revisaba antes de darle las malas noticias. Shelby había sido diezmada y no había muchos sobrevivientes, la mayoría eran soldados. El capitán Rogers le lloró a su esposa con su hijo en brazos. El gordo Dumm también había muerto. Mientras los muertos y heridos fueron atendidos, Antonio junto con Jaymes fue a donde el cuerpo de Vir Zemo que ya comenzaba a apestar. Antonio buscó su lanza casi enterrada por completo en ese pecho, ayudándose de Jaymes para trepar y arrancarle su Jarvis entre tirones. El pecho del dragón se abrió cuando ese pedazo de lanza fue extraído junto con el corazón del Dragonari. Una esfera de fuego que se transformó a una lágrima azul, un zafiro que Antonio tomó, examinándolo.

—El corazón de un Vir Dragonari —levantó su rostro hacia Jaymes a su lado— ¿Todos son así?

—Sí.

—Si yo hubiera... tu corazón...

—El día que me lo pidas, te lo entregaré.

Antonio gruñó, apretando el zafiro que guardó en un bolsillo. —Eso no. Nunca.

—Lamento lo de tu lanza.

—Puedo unirla de nuevo, solo que toma tiempo. El fuego para forjarlas es fuego que se prepara con tiempo, no es el usual. Vamos a buscar el otro tramo.

Luego de encontrar la otra mitad, regresaron con todo el grupo que hablaba de lo ocurrido y sobre la verdadera identidad de Jaymes. Recelos y quejas no se hicieron esperar. Rider, Bruce y Antonio fueron los únicos defendiendo a Vir Invernus del resto que rechazaba la presencia del dragón ahí.

—Pues estamos jodidos sin él —retó el caza dragones— Nos ha salvado y ayudado sin pedirnos nada a cambio. Bien podemos luchar como lo hemos hecho y ver más Shelbys morir igual. O cambiamos de táctica y nos aliamos con un Vir Dragonari. Sé que es una locura. Necesitamos hacer locuras.

—Solo lo dices porque follaste con esa cosa —reclamó Quill.

—Peter.

—¡Tú ni digas, Rid! ¡Pareces enamorado de él!

—Bruce, diles algo. A ti te escucharán.

—Estoy de acuerdo contigo, Tony. Pero no puedes obligar a los demás a seguirte en esto. Comprendo sus miedos porque no conocen a Jaymes como tú o como yo lo hemos hecho.

Antonio se talló el rostro, señalando a lo lejos el cadáver de Vir Zemo.

—¡¿Es que no es suficiente prueba ese jodido cuerpo?!

Las miradas todavía recelosas y evasivas fueron su respuesta. El caza dragones apretó sus puños, respirando agitado, sintiendo una rabia explotar en su interior al verlos así.

—Sí, tengo cariño por Jaymes, por Vir Invernus. ¡Sí, es un maldito dragón! Pero si no pueden ver más allá de eso... entonces yo tampoco tengo nada que hacer entre ustedes.

—Tony.

—Buena suerte tratando de sobrevivir a lo que viene.

Tomando de la mano a Jaymes, Antonio se retiró con él a toda prisa. El cazador mascullando entre dientes lo idiotas que eran por dudas cuyas respuestas estaban frente a sus narices. Bajaron al muelle que cruzaron y fueron a la Milano donde Antonio buscó sus armas, repuestos de armadura que empaquetó de mala gana, subiendo esos bultos a la proa. Envolvió con cuidado su lanza rota, que puso junto a otra que ya tenía por si acaso, mirando a Jaymes quien solo le ayudó en silencio con aquella extraña mudanza, sin tratar de hacerle cambiar de opinión. Sabía que no podría. Antonio ya lloraba, limpiándose sus lágrimas con enojo ante semejante despedida.

—¿Puedes...?

—¿Estás seguro de que esto es lo que quieres, Antoshka?

—Llévame a donde no me busquen, donde no nos encuentren. No me importa si es el fin del mundo.

Jaymes asintió y comenzó a lanzar esos pesados bultos hacia el cielo con fuerza sobrehumana. Alcanzó la mano del caza dragones, haciendo que se aferrara a su cuello por la espalda, cargándolo de sus piernas que rodearon su cintura. Echó a correr hacia la borda y saltó de la Milano. Antonio jadeó al cambio, sus manos buscando apresuradas un mejor agarre entre las escamas y crestas de aquel gigantesco lomo cuando Jaymes se transformó en Vir Invernus, usando sus garras para atrapar esos bultos en el aire y marcharse entre confundidos y temerosos sobrevivientes de Shelby.

Volaron lejos, muy alto entre nubes de aire frío por las tormentas propias del invierno, perdiendo de vista el archipiélago debajo. Antonio cerró sus ojos, abrazado a una cresta, terminando de llorar. Nunca abandonaría a Jaymes, menos sabiendo la verdad y en su corazón entendía ese miedo casi rencor de sus amigos, pero no lo podía dejar pasar. Jamás arriesgaría a su dragón por ellos, no con tales dudas. Los quería de veras como la familia que no había tenido, más lo que sucedía iba más allá de recompensas y batallas con parrandas en las tabernas. Era algo que ellos tendrían que aprender a ver.

Lo siento.

—No lo hagas —Antonio jaló aire— Cuando salí de Kamar-Taj, supe que mi camino sería un camino solitario. Pero no estoy solo. Estás conmigo.

Siempre.

—Eso me basta, Snezhinka.

Antonio se quedó dormido para cuando llegaron a donde Vir Invernus quiso llevarlo. Todavía atontado por el sueño, miró con el ceño fruncido el lugar en donde descendieron. Creyó que vería un paraíso de dragones, en su lugar estaba en un horrible sitio muerto de troncos secos retorcidos con nieve por todos lados y montañas congeladas. A lo lejos, vio unas ruinas muy viejas, negras por un incendio que primero no reconoció hasta que se acercó a inspeccionar lo que quedaban de las paredes. El corazón le latió aprisa, no creyendo donde estaba.

—Esto es... esto es la isla Manhattan. Pero nos dijeron que se había hundido.

Siempre dicen eso de una isla herida por dragones para que no vuelvan.

El joven negó, mirando alrededor con ojos húmedos. Era su antiguo hogar. Donde naciera y perdiera a sus padres. Corrió al dragón para besar su hocico, acariciándolo.

—¿Por qué tengo la sensación de que cuidaste de la isla?

Es verdad. No dejé que otro dragón la tocara. Por ellos. Por tus padres. Por la gente que les sirvió hasta el último respiro.

—¿Puedes hacer algo más?

Pídelo.

—No sé si es posible, pero... mueve la isla. Aléjala del archipiélago, de todos.

Sujétate de algo.

Antonio asintió, buscando una roca que abrazó mientras su dragón volaba y caía en picada al mar, nadando hacia la parte profunda de la isla, usando todo su cuerpo para empujar esa gran masa de tierra flotante. Manhattan no era pequeña, pero tampoco tan grande como Nova. Todo se cimbró con una ligera tormenta eléctrica cuando empezó a moverse, alejándose tanto que no habría barco o dragón que la divisara en el horizonte a no ser que se acercaran a la Tumba de los Dragones, el océano que se suponía era el sitio donde morían cuando se cansaban de la vida eterna y que se decía estaba embrujado de tal suerte que todo lo que entrara en sus aguas jamás volvería a salir. El frío aumentó y el cielo tuvo luces verde amarillentas danzando con silbidos.

Listo.

—Ahora, ven a mí.

Vir invernus se transformó, caminando hacia Antonio quien le abrazó con fuerza, suspirando agotado.

—Estamos en el fin del mundo.

—Pero no es el fin, Antoshka.

—Lo sé. ¿No es una locura? Un caza dragones y un Vir Dragonari juntos en una isla olvidada sobre un océano maldito.

—Suena como algo digno de ser cantado por los bardos.

Antonio rio mirándole. —Gracias por traerme, por seguir mis deseos así. Esa entrega.

—No es mucho... no están sus tumbas o restos para visitar. Lo siento, por tus amigos.

—Ellos son los que lo sentirán. Tontos. Pero de momento quiero una fogata y dormir hasta que despierte por propia voluntad. Me siento demasiado cansado y aun sigo con algunos huesos rotos.

—Te curaré, Antoshka.

—De eso no tengo dudas, Snezhinka.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top