Libro XII. Dos Perlas
D R A G O N A R I
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel/AU/Fantasía
Parejas: Winteriron (BuckyxTony), NovaQuill, Staron, entre otras.
Derechos: nada me pertenece más que mis ideas.
Advertencias: una historia en un mundo fantástico con muchas referencias. La pareja principal es Winteriron, por favor, es Winteriron. Osea, es Winteriron. Siempre será Winteriron. Creada en honor a los chorro mil likes del rincón playero de locura y perdición de esta minina mal habida, la ganadora del sorteo pidió un Winteriron de fantasía. Helo aquí.
Un Winteriron.
Gracias por leerme.
*****
LIBRO XII. DOS PERLAS.
La cuestión con Jaymes era que Antonio se olvidaba hasta de cómo se llamaba cuando las manos del primero tocaban su piel. Todas las dudas o preguntas que tuvieran que hacerle pasaban al mundo del olvido para darle espacio a las demandas carnales golpeando todo su ser como una turba queriendo linchar a alguien. Antonio había ya probado el calor de unos brazos con chicas de las tabernas, pero sus experiencias eran memorias insípidas frente al placer que Jaymes podía hacerle sentir con el simple hecho de rozar con sus labios la curva de su cuello, morder su cadera o tocar con gentileza su erección que casi se corría ahí mismo con algo parecido a un grito de satisfacción muy pueril.
No habían llegado tan lejos. Todavía no. Y no por alguna reticencia suya, era el propio Jaymes quien iba lento, según porque era mejor así. Antonio ya moría por unir sus cuerpos, contentándose solamente con esos momentos por las noches, los dos desnudos, él sobre el regazo de Jaymes moviendo sus caderas al ritmo de esa mano firme algo callosa que tomaba con mucha seguridad su pene de la misma forma que Antonio lo hacía con su lanza en una comparación jocosa. Sonrió al pensarlo, arqueándose por una boca cuyos dientes algo afilados atacaron su pezón izquierdo, provocando que se tensara al estar más que sensible ya mostrando otras marcas en su pecho.
—Jaymes... Jaymes...
Las manos de Antonio tiraron de esos cabellos largos al venirse en un gemido entrecortado brotando de su garganta, quedando abrazado a los hombros de Jaymes como un náufrago mientras se recuperaba. Sintió algo húmedo entre sus muslos y supo que alguien más había también acabado como él en las mismas condiciones: jadeando aprisa, el cuerpo todo sudado. Rio un poco, con sus mejillas sonrojadas no tanto por aquel encuentro sino por lo que sentía, más que placer o simples ganas de tener sexo. Jaymes besó sus cabellos y hombros, alejándose un poco al levantar su mano manchada de semen que llevó a su boca para lamerla.
—¡Jaymes, no!
—¿Por qué?
—... no sé... ¿no te da asco?
—¿Debería?
Antonio solo sintió sus mejillas arder como un buen lechón en brasas al ver cómo Jaymes saboreó esa cosa pegajosa, dejándose caer luego en la cama ya extenuado de esos juegos con la mente en blanco por un largo rato donde casi se quedó dormido hasta que recordó algo que tenía por decir.
—¡Jaymes! —esta vez su grito fue más de alerta.
Este abrió sus ojos, sentándose de golpe en esa actitud protectora defensiva mirando alrededor.
—¿Qué...?
—Tranquilo —rio Antonio, sentándose también y mirándole travieso— Hay algo para ti que Bruce y yo hemos creado.
—¿Para mí?
—Bueno... no te he preguntado si te gustaría usar algo...
—Lo que desees darme, yo lo aceptaré.
Antonio resopló, esas respuestas lo doblegaban. —Gracias... quiero que te lo pruebes. Cualquier incomodidad o si no lo quieres me lo dirás, ¿de acuerdo?
—¿Será ahora?
—No, no, ahora no puedo andar... ¿mejor dormimos un poco?
Jaymes asintió, esperando por el cazador a que se acomodara entre sus brazos para descansar un rato que en realidad fueron varias horas. Era pasado mediodía cuando Gamora tocó la puerta preguntando si seguían vivos. Todavía con algo de pereza, Antonio se levantó compartiendo más tiempo con Jaymes al bañarse juntos y almorzar justo a tiempo para ir a donde Bruce en unas fraguas de Nova más al norte de la isla. El hechicero ya estaba algo aburrido de esperar, dedicando una mirada a su amigo porque sabía que esos retrasos eran su culpa.
—Jaymes, como bien sabes, estos días los hemos pasado investigando en la Biblioteca Central, y encontramos algo que podría ayudarte. Espero que te guste.
—Ojalá no me haya equivocado en las medidas —murmuró Antonio, llamando al maestro herrero.
Mientras llegaba, Jaymes parpadeó, muy quieto junto a la mesa de trabajo hasta que ese herrero apareció trayendo un bulto largo envuelto en cuero que Antonio descubrió emocionado igual que Bruce. Era un brazo mecánico, hecho de metal Mark con encantamientos para hacerlo móvil según la voluntad de Jaymes, tenía unas tiras de cuero que se sujetarían a su torso y hombro para mejor ajuste.
—¿Y bien? ¿Te gusta? —Antonio no podía con la incertidumbre.
—Antoshka...
—Bueno, si te ofende...
—¡No! —Jaymes le detuvo al ver que pretendía llevárselo— Es solo que... ¿en verdad lo hicieron para mí?
—Yo solo lo hechicé —bromeó Bruce, señalando al caza dragones— Fue Tony quien pasó horas aquí trabajando en el diseño de tu brazo.
—¿Si te gusta, Jaymes?
Este asintió, apretando sus labios y quitándose aprisa su chaleco y camisa para que Antonio le colocara el brazo. Tanto el hechicero como el cazador contuvieron su respiración al esperar por la reacción una vez que el brazo estuvo pegado a su muñón. Jaymes jadeó, sintiendo esa energía bondadosa del encantamiento. Un regalo de amistad. Y de amor. No lo adivinarían, pero fueron esos sentimientos sinceros más que el propio hechizo lo que obró la magia. Dedos metálicos comenzaron a moverse, muñeca, codo y luego todo el brazo que Jaymes levantó el alto, probándolo en todas posiciones.
—¡Funciona! —gritó feliz Antonio— ¡Bruce, lo logramos!
Jaymes no lo pudo creer, volviéndose a Antonio para abrazarlo como tanto quería, con dos brazos firmes, envolviéndolo como si con eso pudiera protegerlo de todo. Al separarse, lloraba por la emoción que no pudo contener, de alegría y algo de redención. Se limpió sus lágrimas aprisa, aunque dos cayeron al suelo sin que lo notara. Antonio estaba radiante de felicidad, tomando su rostro para besarlo con ternura.
—Sé que deseabas esto. Ahora estás completo, ¿cierto?
—Has hecho más que eso, Antoshka.
—Tú me has dado más. Me has dado una razón auténtica para estas locuras, más que glorias vanas de las victorias o el dinero. ¿Qué dices? ¿Probamos ese brazo en unas competencias de fuerza con Drax y Gamora?
—Probamos. Gracias Maestre Banner, Antoshka.
—No des las gracias, Jaymes —sonrió Bruce— Verte contento ha sido el mejor pago.
Con Antonio haciendo mil planes, los tres se marcharon, dejando esas fraguas. Uno de los pequeños hijos del maestro herrero que había estado espiándolos, salió de su escondite por debajo de la mesa, corriendo a recoger dos perlas nacaradas y perfectas que el hombre con el brazo mecánico había dejado caer al llorar. El niño las tomó con cuidado, mordiendo una para comprobar que eran de verdad, gesto que alcanzó a ver su padre.
—¡Fared! ¿Qué he dicho sobre comer cosas del suelo?
—Papa, etas son pedlas —el pequeño las tendió a su padre— Ellos lash dejalon. El hombe con el basho.
—¡No digas mentiras! Y lleva esas perlas con tu madre, sabrá qué hacer.
Antonio aulló feliz de ver a Jaymes ganarle la partida a Drax, luego a Gamora, a Quill y al resto de retadores en la taberna que desearon ver ese brazo forjado en los días siguientes de su llegada a Nova. Celebraron cuando terminaron llenos de monedas, repartiendo cerveza a todos los clientes de la taberna para limar asperezas por haber perdido. Una nueva fiesta se hizo, que, como siempre, terminó en ebrios sobre las mesas roncando a pierna suelta y comida por doquier. Jaymes apenas si pegó un ojo, sin dejar de examinar su brazo mientras Antonio dormía cual lirón de lo borracho.
—Hey, Bucky, ¿sigues despierto? —Quill se asomó por la puerta— ¿Podemos hablar un poquito?
Jaymes salió del cuarto, siguiendo al capitán fuera de la posada. Ya hacía frío, anunciando el invierno en Nova. Quill no estaba tan ebrio como los demás, tenía las mejillas y nariz un poco rojas por el vino, pero nada más.
—¿Qué sucede?
—¿Fuiste amante de Rid?
Quill le miró asesino con manos en caderas en ese gesto desafiante que a Jaymes más bien le causaba risa. Sobre todo, por lo mareado que estaba el rubio.
—No.
—Si me mientes...
—Conocí al capitán de Nova cuando niño, solo eso.
—¿Y cómo es que te recuerda tan bien? Seguro eras un bebé.
Jaymes resistió el sonreír. —Rider solo tiene ojos para ti. No cometas el error de dudar. No ahora.
—Suponiendo que te creo, ¿qué pasa con Tony? Dime, ¿él debe dudar?
—...
—Escucha, Bucky, haces llorar a mi amigo y lo único que va a quedar de ti es ese brazo.
—Antoshka tiene mi vida en sus manos. Mi destino y corazón le pertenecen.
—Genial. ¿Por qué entonces sigo teniendo la sensación de que no nos ha dicho toda la verdad sobre ti?
El otro suspiró. —No hay mucho que decir sobre mí.
—Déjanos a nosotros juzgar eso. Vale, a mí no me digas, pero no le mientas a Tony. No te atrevas. Si realmente es tan especial para ti deja que te conozca por completo.
—Jamás le haré daño.
—¿Si entendiste? No quiero tus acertijos.
—Sí —Jaymes bajó su mirada unos segundos, clavándola en el rubio al acercarse a él— Si llego a morir, cuida de él. Es fuerte, pero tiene el corazón frágil.
—¿Qué?
—Es hora de dormir.
Quill cayó inconsciente al comando de esas palabras, atrapado por Jaymes antes de tocar el suelo, siendo cargado como un costal en su hombro. Fue a dejarlo a su dormitorio, no recordaría su conversación. Fue de vuelta a donde Antonio, quien roncaba plácidamente. Arregló un poco sus cabellos para que los babeara como a la almohada.
—Nunca supe lo que era amar hasta que te conocí.
El día trajo novedades, pues Richard Rider los despertó temprano para decirles de un mensaje recién llegado. Shelby pedía auxilio. Habían divisado a un dragón en las cercanías sobre el océano y temían por la población. Las únicas naves tan veloces como para alcanzar a tiempo la isla eran las de Nova, pero Nova Prime, la gobernadora, no tenía el permiso del rey para un despliegue de la flota justo como sí pasó en Sokovia.
—Por Al-Ghila, van a masacrarlos para cuando el rey mueva el culo —gruñó Quill, sobándose una sien por la resaca— ¿Cuánto tiempo calcularon para que llegue el dragón?
—Ese es el problema —Rider les mostró un mapa— Está todavía lejos o eso dijeron los vigías del faro. Calcularon tres o cuatro días. Le pregunté a Bruce al respecto y tiene otra opinión.
Todos los rostros se giraron hacia el hechicero, quien tosió un poco acomodando sus lentes, explicando como sabía ya de eso antes de que los celos de Peter lo metieran en problemas.
—Desperté primero que todos y me encontré al capitán en la entrada. Usé mi compás sobre el mapa. Véanlo por ustedes mismos.
Puso el compás como lo hiciera antes. Antonio abrió sus ojos en franco terror.
—Llegará mañana...
—... Vir Zemo —Drax terminó por él.
—Por los Dioses, Shelby... un Vir Dragonari es demasiado, aunque sea Steven quien esté ahí.
—Lo sé, Tony —el capitán de Nova miró a todos— La gobernadora quiere que ayudemos a Shelby, pero no puedo llevarme a toda la flota. Sin embargo, no hay una restricción que me pida salir de paseo a hacer unos ejercicios en alta mar usando otro barco...
—Como el Reina Meredith —sonrió Quill.
—Tenemos que salir ya —pidió Antonio—¡Ya! Ese dragón hundirá la isla, ¿capitanes?
Pagando la comida, salieron corriendo. Llevarían a la Milano y a Reina Meredith hacia Shelby, con el grupo de mayor confianza de Rider, junto con todas las armas que tuvieron para llevar. Antonio fue con Jaymes una vez que partieron en la Milano, serio y determinado.
—Si algo sientes por mí, esta vez sí te quedarás atrás. Ayuda a la gente a salir, pero no vengas a mí, Jaymes —sentenció antes de jalarle por su nuca para darle un beso desesperado— No lo hagas.
—Antoshka...
—No, esta vez no hay Antoshkas. Si te pierdo —el caza dragones tragó saliva— No puedo... quiero que lo hagas, por favor.
—¿Tú volverás a mí?
—Si me esperas, sí.
—Te esperaré. Siempre.
Antonio sonrió apenas, acariciando sus labios. —Gracias.
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