Libro VII. El Vagabundo

D R A G O N A R I

Autora: Clumsykitty

Fandom: Marvel/AU/Fantasía

Parejas: Winteriron (BuckyxTony), NovaQuill, Staron, entre otras.

Derechos: nada me pertenece más que mis ideas.

Advertencias: una historia en un mundo fantástico con muchas referencias. La pareja principal es Winteriron, por favor, es Winteriron. Osea, es Winteriron. Siempre será Winteriron. Creada en honor a los chorro mil likes del rincón playero de locura y perdición de esta minina mal habida, la ganadora del sorteo pidió un Winteriron de fantasía. Helo aquí.

Un Winteriron.

Gracias por leerme.


*****


LIBRO VII. EL VAGABUNDO.



Luego de un par de tragos para amenizar y las debidas presentaciones, Bruce les contó todo lo que había pasado luego de la tragedia en Kamar-Taj. La escuela volvió a reconstruirse, pero las pérdidas fueron una huella imborrable, como la desaparición de todo ese legado de hechiceros. Bruce recibió su báculo y manto en un patio sencillo, junto con el título de Maestre, partiendo hacia la isla de York donde sirvió al gobernador de la isla un par de años hasta que tuvo que exiliarse a sí mismo por haber tenido un romance con la hija de aquel. Desde entonces, se convirtió en un hechicero errante que buscaba dragones a ser capturados por unas buenas monedas.

—Una doncella, ¿eh? —rio Antonio.

—No me digas que no te has enamorado.

—Este cazador se niega a entregar su corazón —bromeó Quill— Pero ha sido lo único que no ha entregado.

—¡Quill! —Antonio negó, volviéndose al joven hechicero— ¿Cómo puedes dar con los dragones? ¿Crearon un nuevo hechizo en Kamar-Taj?

Bruce sacó un artefacto, parecía igual a un compás de navegación como el que usaban los Devastadores, solo que este era más complejo, hecho de oro y plata.

—Me dice el rumbo que ha tomado el dragón, así como su nombre. Yo lo inventé durante mi estancia en York.

—Por los Dioses, Bruce, sí que eres un gran hechicero.

—Tony, ¿qué me dices de ti? Esa armadura no es nada común.

—Ni las armas que tiene —comentó Rocket— Deberías ver lo que guarda en la bodega de la Milano.

—¿De verdad?

—Esperen —Antonio los interrumpió— Quiero entender algo, ¿ya venías siguiendo a Vir Rumlow?

—Sí... y no.

—¿Cómo es eso?

El hechicero miró a todos lados, haciendo un pase con sus manos, creando una muralla invisible alrededor de su mesa que estaba en un rincón de la taberna, aislándolos e impidiendo que alguien escuchara.

—Al principio, los encontraba por aquí y por allá. Luego, comenzaron a moverse. Huir sería la palabra correcta. Supe que alguien estaba comenzando a cazarlos. El Vengador —Bruce sonrió un poco, mirando a su amigo— Pero fue extraño que solo eran Laur los que se movían, nunca un Vir. Me dije que había algo raro ahí. Atrapé unas ondinas para que me contaran lo que el océano tenía para decir sobre el asunto. Me tomó días hasta que ellas hablaron. Los Vir Dragonari estaban ocultos no por miedo a los hechiceros, estaban esperando a que Vir Centinelis se calmara. Su hijo, Vir Invernus, le había desobedecido y en castigo, el padre le arrancó una de sus patas delanteras. Mal herido, Vir Invernus se ocultó para sanar y los demás dragones también lo hicieron para no toparse con Vir Centinelis.

—Y dicen que yo tengo mal humor —murmuró Gamora.

—¿A dónde se ocultó Vir invernus? —quiso saber Antonio— ¿Te lo dijeron las ondinas?

—No —Bruce negó vigorosamente— Fue todo lo que pude sacarles. Sabes que, de presionarlas, hubieran comenzado a mentirme.

—¿En dónde han estado los Vir Dragonari? —Quill juntó sus cejas, rascando su barba— ¿Acaso se la han pasado disfrazados como humanos todo este tiempo?

—Así es —admitió el hechicero— Pero no crean que eso los tiene distraídos. Con formas falsas es que se han acercado más para saber cómo matarnos. A todos. Sin embargo...

—¿Qué ocurre, Bruce?

—Verás, Tony, hay algo más. Cuando serví al gobernador de York, me llamó la atención la ausencia de elementales en la isla. Pocas criaturas mágicas y muy escondidas. Decían que no había tantas porque los soldados trabajaban manteniendo a raya a esos seres con la ayuda de hechiceros de menor rango que el mío. Podría funcionar eso... pero cuando creé este compás, al primer dragón que halló fue a Vir Zemo.

—¿Qué carajos...? —Drax masculló, dejando su tarro a medio camino hacia su boca.

—Lo sé, lo sé. Yo también creí que era un error mío. Lo comprobé varias veces hasta convencerme de que Vir Zemo estaba en York, y era quien estaba devorando a las criaturas mágicas... con el gobernador sabiendo esto.

Antonio parpadeó, apoyando lentamente ambas manos en la mesa al inclinarse hacia el joven hechicero.

—Bruce, eso es... tú...

—Lo de su hija es real, aunque no niego que me vino como anillo al dedo para huir de York antes de levantar sospechas. Creo... y siendo que no me equivoco al decirlo, creo que este asunto llega hasta el mismo rey. Es decir, ¿no sienten que se mostró poco interesado por la suerte de los caza dragones y sus familias? Como si deseara que ocurriera.

—Tú estás insinuando algo MUY peligroso, mi amigo —susurró Rocket, pasmado.

—Bruce —Antonio tragó saliva—¿Qué ruta tomaron los Laur cuando empecé a cazarlos? ¿Lo sabes?

—Fueron a un solo lugar: a Siberia. Debieron comunicarle a Vir Centinelis de la situación y por eso envió a su hijo, Vir Rumlow a investigar. Una vez más, solo es una sospecha, si de algo sirve, he venido siguiéndolo desde Sokovia. No hay otra isla más al Norte de donde haya salido más que de esas tierras congeladas. Son Vir Inverno, los hielos perpetuos son su madriguera perfecta.

—¿Vir Centinelis y Vir Invernus siguen ahí?

Bruce negó. —Solo Vir Centinelis, me parece. Recuerda que echó a su cría más joven de su lado. El refugio de Vir Invernus escapa de mi compás.

Todos se quedaron callados, mirando sus tarros y copas como si no supieran para que servían esos objetos. Quill talló su rostro, alzando en alto sus manos.

—Bien, bien... de acuerdo. Un caza dragones vivo, solo uno, no es un reto para una jodida manada de dragones. De eso están confiados, casi lo puedo jurar. Por todo lado, si están recibiendo protección y ayuda del rey... Tony, nadie, salvo los aquí presentes podrán ayudarte.

—¿Los Devastadores no se retiran de este negocio? —Antonio les observó uno a uno.

—¿Crees que es el primer peligro al que nos enfrentamos? —Gamora le sonrió.

—Joder, ningún bastardo escamoso va a arruinar mis ganancias —se unió Rocket.

Groot y Drax asintieron. Antonio se volvió a Bruce quien le sonrió en respuesta, confirmando que seguía a su lado.

—Esto puede costarnos la vida, ¿saben? Por los dragones que vendrán tras nosotros y porque van a llamarnos traidores.

—No si podemos atrapar a un Vir Dragonari y domarlo con su nombre verdadero para que cante —ofreció Bruce.

Antonio echó su cabeza hacia atrás, riendo un poco y alzó su tarro en alto.

—¡Por mis amigos! ¡Mi familia que no me abandona!

—¡Por El Vengador! —corearon los demás, chocando copas y tarros.

Lo siguiente fue hacer una mejor planeación de sus movimientos. Solo eran unos mercenarios con un cazador joven y raro y un hechicero medio ciego andando por ahí, eso les daba un poco de ventaja para seguir viajando sin llamar la atención. Bruce hechizó la armadura de Antonio, para que el olfato de los dragones no la captara a lo lejos, ayudándole así a no ser blanco de los Vir Dragonari a quienes solo el joven caza dragones podía detectar. Algo tenían por seguro: ir hacia la isla central donde estaba el rey sería la última de sus paradas pues si Bruce sospechaba bien, debía haber muchos Vir ahí.

Decidieron que lo mejor era rodear e ir al Norte, a Sokovia y tratar de averiguar más de los dragones. Se detendrían antes en la Isla Kree, para abastecerse no solo de víveres, sino de armas. Las islas Kree tenían un mercado lleno de ellas de muy buena calidad. Bruce no dejó ir a su burrito llamado Blanco, metiéndolo a la Milano para viajar directo a Kree sin paradas. Era mejor desaparecer un poco, además, no tenían idea del paradero de Vir Rumlow ahora que estaban del otro lado del archipiélago. Fue un viaje casi silencioso, todos tenían muchas cosas en qué pensar.

La isla Kree ya se preparaba para recibir el invierno, una estación que daría mucha ventaja a los Vir Invernus. Usando sus capas gruesas y peludas, todos descendieron, encaminándose a sus respectivas tareas: Rocket y Groot por armas, Drax y Gamora por herramientas y material para la Milano, Quill y Bruce por comida, medicamentos y otras cosas. Antonio quiso andar solo para no exponerlos en caso de que hubiera un Vir por ahí.

—Cualquier señal de un dragón, los quiero en el barco —ordenó a sus amigos.

—¿Qué hay de ti? —preguntó Peter.

—Yo me encargaré de atacarlo si es un Laur, o distraerlo para sacarlo de la isla si es un Vir.

—No te expongas... demasiado. Recuerda que nos tienes a nosotros —aconsejó Bruce.

Antonio asintió, despidiéndose de ellos y tomando una ruta poco transitada, subiendo por el valle hacia los barrios de Kree. No encontró algún rastro ni su lanza detectó nada, más entretenido por esas casas tan similares en arquitectura, bien construidas que eran parte de la belleza de la isla. Niños corriendo por las calle jugando a ser hechiceros, mujeres cargando sobre sus cabezas jarras de vino o pan. Antonio vio a unos chiquillos gritarle a alguien por un callejón estrecho, acercándose para ver mejor, al no tener algo más qué hacer. Esos niños picaban en juego los costados de un vagabundo quien nada hacía por defenderse, protegiendo su hombro izquierdo y el muñón que colgaba de este para que no le lastimaran ahí, casi encogido, sentando sobre el suelo de paja húmeda, mohosa y fría.

—¡Hey, ustedes! —les gritó a los mocosos que huyeron de él.

Rodó sus ojos, acercándose a ese vagabundo que apenas si tenía una manta sucia y llena de agujeros para abrigarse. Olía a lodo, tierra seca con un curioso aroma de ciruela.

—¿Se encuentra bien, señor?

Al no recibir ninguna respuesta, se inclinó para verle mejor puesto que el hombre casi estaba hecho ovillo en el suelo. Resultó que no era un viejo como solían ser, Antonio se sorprendió al notar que era joven, quizá apenas unos años mayor que él. Cabellos oscuros cayendo a los lados de su rostro, ocultando esa cara dolida con una barba descuidada. Lo que dejó al joven caza dragones sin aliento fue ver esos ojos gris azulado con expresión perdida, fijos en su costado izquierdo donde le faltaba el brazo. Se notaba que no había comido en varios días ni tampoco tomado un baño. Antonio balbuceó un poco, antes de recordar cómo hablar decentemente.

—Am... hola... sí, esto... ¿si puedes escucharme? ¿Hola? ¿Me entiendes?

Ese desconocido alzó sus ojos, mirándole de lleno con esa expresión triste, apagada. Antonio recordó ese sueño tan recurrente con esos mismos ojos, tartamudeando de nuevo.

—Y-Yo... sí, bueno, am... ¿q-quieres comer algo? ¿Comer? ¿Sí?

Un brazo derecho apareció de la nada, tirando de Antonio con tal fuerza que se estampó contra la pared donde se recargaba el dueño de aquel brazo. El vagabundo le cubrió con su cuerpo antes de que Antonio reaccionara. Un deslave de nieve con algunos escombros del bosque resbaló por esos techos, inundando parte del callejón. De no haberlo jalado, el caza dragones posiblemente no habría muerto, pero si terminado herido por el golpe de aquella caída de nieve.

—Ten más cuidado —susurró una voz ronca, grave y llena de melancolía en su oído.

El vagabundo le soltó, pateando algo de nieve despejando el camino que tomó para marcharse, caminando un poco con cojera debido al cansancio. Antonio parpadeó y le alcanzó.

—¡Espera! Me salvaste.

—Tú lo hiciste primero.

—Bueno sí, ¡no! Eso no fue nada —Antonio bufó— Hey, lo digo en serio, ¿quieres algo de comer? ¿Tienes donde dormir?

—Estoy bien.

—Pues no se nota. Apestas.

—Déjame.

—Uf, qué tipo. Te ofrezco ayuda sincera y así me respondes.

—Tu lástima no es ayuda.

Antonio entrecerró sus ojos, picando el pecho de aquel vagabundo, deteniéndolo por segunda vez.

—Jamás trataría ser vivo alguno con lástima, ¿sabes? Sé que tienes hambre, sed, ganas de dormir en una cama decente y no en paja sucia orinada de las calles. Por haberme salvado de ese deslave te ofrezco mi recompensa. No hay lástima alguna en ello. Se llama devolver favores. Y no me gusta deberle nada a nadie.

—Eso es mentira —murmuró el vagabundo.

—¿Eh?

Unos copos de nieve comenzaron a caer, anunciando una ligera nevada de las muchas que habría en los meses siguientes. Antonio no despegó su vista de aquel rostro serio, rudo, pero tan triste. El vagabundo apretó sus labios, sin verle, y asintió apenas.

—Solo una noche.

—Eso me basta —sonrió Antonio, tomando su mano de la que tiró. Fue un contacto suave pese a la piel áspera del vagabundo— Pero, primero, un baño. Me gustaría conocer al hombre escondido tras esos cabellos y barbas sucios, porque tienes un nombre, ¿cierto?

—Lo tengo.

—Yo me llamo Antonio. ¿Y cuál sería tu nombre?

El vagabundo le miró, tomó aire y luego habló en voz tan baja que a Antonio le costó escuchar la respuesta.

—Jaymes...

—Jaymes —repitió el caza dragones con una sonrisa— Ahora eres mío.

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