Libro VI. Viejos Amigos
D R A G O N A R I
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel/AU/Fantasía
Parejas: Winteriron (BuckyxTony), NovaQuill, Staron, entre otras.
Derechos: nada me pertenece más que mis ideas.
Advertencias: una historia en un mundo fantástico con muchas referencias. La pareja principal es Winteriron, por favor, es Winteriron. Osea, es Winteriron. Siempre será Winteriron. Creada en honor a los chorro mil likes del rincón playero de locura y perdición de esta minina mal habida, la ganadora del sorteo pidió un Winteriron de fantasía. Helo aquí.
Un Winteriron.
Gracias por leerme.
*****
LIBRO VI. VIEJOS AMIGOS.
Teniendo a los Devastadores como navegantes y cobradores de servicios, Antonio fue haciéndose lentamente de una reputación. Ya habían pasado años desde que hubiera un caza dragones, los habían olvidado. Le llamaban El Vengador. Luego de Laur Mandarin vinieron otros dragones más, todos Laur. Hacerse de un cadáver de dragón era un botín tan bueno como un carruaje lleno de oro, así que las ganancias subieron conforme Antonio fue perfeccionando su instinto de cazador. Mucho le debía a su lanza Jarvis, que cantaba para él, revelándole secretos que solamente su espíritu podía entender.
—¡Siguiente parada, Isla Virginia! —canturreó Peter— Ya nos merecemos un descanso.
—Fui yo quien se dislocó el tobillo.
—Pero yo me asusté mucho.
—Solo porque no quieres perder tus ganancias.
—Oh, vamos, Tony, luego de todo este tiempo cazando juntos, ¿aún crees que te abandonaría?
Antonio rio, tomando su capa con que cubrirse para bajar. Iban a tomarse un descanso en la isla Virginia, después de meses cazando dragones y llenando sus arcas. No era la forma de vida de un Stark, pero al menos estaba divirtiéndose y ganando monedas con ello. El rey no iba a mantenerlo ni ser su mecenas como en antaño lo hiciera en plena época de gloria de los caza dragones. Ahora lo hacía con los hechiceros. Quill lo esperó, caminando con él en busca de una buena posada para todos, más tarde irían hacia el centro de la isla donde estaba la ciudad principal, rebosante de bazares y muchos entretenimientos.
—¿Has pensado en lo que te dije? —preguntó el capitán.
—No lo sé, ¿para qué quiero una casa si nunca estaré para disfrutarla?
—Quizá no ahora, pero años más adelante sí. Y además ahí puede vivir tu mujer.
—Nadie se casaría conmigo.
—¡Por favor! Las chicas de la última taberna que visitamos me dijeron que quedaron prendadas de tu potente lanza.
—Quill...
—Los años pasan, antes de que seamos viejos hay que tener un lugar donde morir, o eso me digo yo.
—Puedo morir enfrentando un dragón.
—Pff, eso no pasará. Eres El Vengador.
—Hasta que no encuentre otro caza dragones, no me puedo confiar a esas cosas.
Peter se rascó su barba, mirando al frente, dándose tiempo para decir algo.
—Tony, ¿no crees que es tiempo de aceptar la realidad?
—¿Cuál es esa?
—Llevamos recorriendo la mitad del archipiélago, ¿cuántos como tú hemos hallado? Ninguno. Cero rumores. Nada. Desaparecieron. Eres el último de tu clase.
—Quizá...
—Tony, Tony. No estás solo. Jamás te abandonaremos y no es por el dinero. Pero acepta que solo quedas tú como caza dragones. Sería mejor para el mundo si dejas uno que otro Tonito que siga tus pasos.
—Lo pensaré.
—¡Esa posada me gusta! ¿Qué dices, Rocket?
—Si no tienen cerdo asado en el menú, no me quedaré.
La taberna de la posada era enorme, las mesas estaban dispuestas de forma que cada una quedaba apartada en una especie de nicho con el centro para las bailarinas y los juegos alrededor del fuego que asaba las carnes, llena de clientes en ese momento. Comieron hasta hartarse, bebieron hasta ver doble. Llegaron a tropezones a sus habitaciones, durmiendo a pierna suelta con Gamora cuidándolos. Ella nunca bebía. Antonio daba razón a Quill, no habían encontrado a otro caza dragones en todo ese tiempo, mejor habían hallado lanzas enterradas en la arena o bajo el mar, huérfanas y sin vida. Tenía más metal de repuesto igual que escamas. Pero ningún hermano caza dragones. Esa clase de soledad le entristecía, ocultándola bajo una sonrisa bufona, solo tenía sus recuerdos y a los Devastadores como únicos tesoros en su vida.
Fuera por esos pensamientos o por el vino, Antonio volvió a soñar con esos ojos gris azulado pronunciando su nombre. Eso lo despertó casi al amanecer, lavándose la cara para quitarse el sudor y despertar del todo, quedándose sentado en la orilla de la cama mirando por la ventanita de su dormitorio hacia el océano a lo lejos cambiando del azul oscuro al amarillo rojizo por el sol apareciendo en su horizonte. Si era el último caza dragones, ¿tenía la obligación de tomar esposa y dejar heredero que enfrentaran esa dura vida buscando Dragonaris? ¿Qué pasaba si acababa con todos ellos y libraba a las nuevas generaciones de semejante carga? Tenía muchos años por delante, podía suceder y ahora era más astuto como letal para cazar. Las cosas podían cambiar para bien.
El aroma de un desayuno recién hecho lo hizo bajar de nuevo a la taberna. No pasó mucho tiempo solo, Quill se le unió bostezando al bajar de las escaleras, rascándose el estómago al pedir su desayuno, pagando por adelantado incluyendo el de Antonio.
—Hoy quiero ir al bazar de joyerías. Me gustaría darle un regalo a Rid.
—Ah, el amor.
Peter le pateó por debajo de la mesa. —Cállate.
—Me aconsejas sobre familia, pero no eres capaz de escribirle unas líneas al capitán de Nova.
—Hm.
—Debe extrañarte.
—Que lo haga, se le olvidó mi cumpleaños.
—¿Y por eso tú vas a comprarle algo a él?
—Me acompañarás, necesitas despejarte.
—Escríbele, Quill.
—¿Eso que huelo es tocino? ¡Hay tocino! ¡Mesera! ¡Mi orden con tocino!
—Sí, milord.
Antonio rodó sus ojos, ese capitán era todo un caso. Luego de desayunar con el resto de los Devastadores, Quill y él fueron caminando a la ciudad, no era muy lejos y sirvió para estirar las piernas. El bazar que buscaban era largo, con varios callejones. Había de todo para obsequiar al capitán de la isla Nova, Richard Rider, amante de Peter. Algo raro que un mercenario y un militar estuvieran juntos -además de ser hombres ambos- pero eran felices y eso le bastaba al cazador. Quill estaba nervioso buscando, como siempre sucedía cuando algo realmente le importaba, balbuceando sobre precios y tamaños cuando Antonio se detuvo de golpe, tirando al rubio por el cuello para esconderse en un pasillo entre locales. El joven caza dragones estaba lívido, apenas si respirando.
—¡Tony! ¿Qué carajos...?
—Un dragón, un Vir Dragonari está aquí.
—¿Qué? —Quill abrió sus ojos de par en par— T-Tú...
—Yo no puedo asomarme, podría olfatearme de acercarme más. Tú debes hacerlo por mí y ubicarlo.
—¿Y-Yo...? —casi chilló Peter.
—Solo asómate, quédate en la esquina relajado, yo te ayudaré a encontrarlo entre la gente.
—Tony...
—Puedes hacerlo, Quill. Luce normal y despreocupado.
Peter tragó saliva, tallando su rostro y tirando de sus cabellos antes de acomodar sus ropas y girarse, caminando hasta la esquina para quedarse recostado de un codo mirando a todos lados de manera casual, aunque por dentro moría de miedo. Una cosa eran los Laur y otra los Vir, si se comportaba de forma sospechosa lo alertaría y el dragón atacaría a todos. A toda la isla. Antonio se quedó en las penumbras del pasillo, a un par de metros del capitán.
—B-Bien... bien. ¿Por dónde?
—Está a tres cuadras adelante, se aproxima a nosotros —instruyó Antonio, respirando lento con una mano en su Jarvis— Las joyas los atraen, pero no como a los Laur, la luz del sol debe hacer que sus ojos brillen más como si la luz cayera sobre espejos. Siempre lucen como adultos sanos, altos, con ropas de viajeros o comerciantes. Debe tener orejas ligeramente puntiagudas como las de las hadas.
—¿Quién rayos te enseñó tanto?
—El mejor maestro.
—Oh, por Al-Ghila, ya lo ví —Quill bailoteó nervioso, sonriendo a una que otra chica de fingido— Está dando media vuelta... se va, está vestido casi todo de blanco con pantalón y camisa negra debajo, lleva cabellos cortos negros como si fuera un sirviente y tiene una cicatriz en el ojo derecho. Como una quemadura. Es guapo, hasta eso, uno esperaría que fueran... ¿Tony? ¡Tony! ¡Mierda!
Antonio ya no estaba, con las señas que le diera Quill fue tras el Vir Dragonari con forma humana, preparando su lanza que siempre llevaba consigo. Subió por los techos de casas que rodeaban esos callejones, usando una escalerilla para tener un mejor ángulo de visión. Si lo hacía rápido, aquel dragón ni alcanzaría a parpadear. Gruñó al recibir un aroma a huesos calcinados, sintiendo la sangre hervirle. Era Vir Rumlow, uno de los culpables de la muerte de sus padres. Antonio se hincó, entrecerrando sus ojos y tomando su Jarvis que vibró con fuerza, lista para atacar.
—¡Tony, no!
Quill le cayó encima antes de que lanzara su arma. Antonio forcejeó con él en el suelo, pateando y lanzando puñetazos que el capitán de la Milano recibió sin soltarle.
—¡¿Qué haces, idiota?!
—¡Cálmate, Tony! —jadeó Peter, atrapando uno de sus puños— ¡CÁLMATE, MALDITA SEA!
—¡Se escapa!
—¡Qué lo haga! ¿Se te ocurrió pensar lo que hubiera sucedido de fallar en tu tiro?
—¡Yo no fallo! —gruñó Antonio con rabia.
—¿Y si sí? —Quill no se le quitó de encima—¿Vas a apostar las vidas de esta isla por tu vanidad?
Eso fue un golpe bajo para Antonio, quien dejó de pelear al escucharlo, quedándose quieto. Peter le soltó al fin, arrastrándose para espiar por la orilla del techo entre canastos viejos. Vir Rumlow había desaparecido.
—Se fue, lo mejor para todos.
—Tú...
—Lo siento, Tony. De veras que lo siento. Yo sé lo que es perder familia por esos dragones, ¿recuerdas? Pero un Vir Dragonari no es un Laur. ¿Qué si alguien se te atravesaba? ¿Qué si se movía en el último instante y solamente le clavabas tu lanza en su hombro? ¡Se hubiera transformado y adiós isla Virginia! Dime, Tony, ¿todos estos niños, mujeres, ancianos y hombres trabajadores debían sacrificarse para que pudieras cazarlo?
Antonio apretó los dientes, sintiendo sus ojos humedecerse. Quill tenía razón, jamás había enfrentado a uno de ellos y menos en plena calle de una ciudad. Se levantó, empujando al capitán cuando este quiso ayudarlo a ponerse de pie, bajando del techo casi de un salto, tropezando al hacerlo y echando a correr fuera de la ciudad hasta que las piernas ya no pudieron moverse más. Lloraba. Vir Rumlow le había burlado, se le había escapado porque no era el tiempo ni el lugar. Era cierto, podía haber fallado, el margen de error fue alto, pero no lo consideró por su ansia de venganza. El Dragonari hubiera convertido en un recuerdo esa isla. Antonio sollozó, sentándose de golpe en el suelo polvoso de ese camino rural, enojado consigo mismo, escuchando la voz de Strange reclamarle en su cabeza.
—¿Tony?
En su lamento, no se percató de la carreta que se aproximó a él por ese camino. Un joven en mantos de hechicero con un báculo le miró desde el asiento de la pequeña carreta que era tirada por un burro. Antonio levantó su rostro al escuchar una voz conocida, encontrándose con la dócil mirada de Bruce Banner y su sonrisa cordial.
—¿B-Bruce?
—¡Tony!
Bruce bajó de un salto, corriendo a abrazarle al tiempo que el cazador se puso de pie. Antonio parpadeó asombrado, riendo luego cuando se separaron, limpiándose torpemente el rostro.
—Hechicero, ¿eh? Entonces ya debo llamarte Maestre Banner.
—Oh, vamos —Bruce sonrió, mirando la lanza que todavía sujetaba— ¿Caza dragones?
—Uno muy idiota que estuvo a punto de cometer el peor error de su vida. Bruce, ¿qué haces...? ¿Sirves al gobernador de esta isla?
—No, en realidad soy un hechicero errante —tosió aquel— Busco dragones por dinero.
—¿Los buscas con esas cosas delante de tus ojos?
El joven hechicero rio, acomodando el par de cristales redondos sujetos a un armazón que se apoyaba en el puente de su nariz.
—Me ayudan a ver... luego del accidente, mi vista quedó afectada. Yo los inventé.
—Oh.
—Tony, me alegra tanto encontrarte. Vivo, sobre todo. ¿Tú qué haces en esta isla?
—Quería cazar un dragón.
—¿Vir Rumlow?
Antonio abrió sus ojos, alzando ambas cejas. —¿Tú también?
Bruce miró a ambos lados, riendo bajito y poniendo una mano sobre el hombro del caza dragones, que apretó suavemente.
—Amigo mío, creo que debemos hablar largo y tendido. Hay cosas que necesitas saber, cosas que a nadie más puedo contar porque son peligrosas.
—¿Peligrosas porque son secretos?
—Secretos de dragones.
—Permíteme invitarte un trago. Solo que debemos ir del otro lado de la ciudad. ¿Tu burrito no se quejará por cargar con un cazador?
—Blanco tiene la fuerza de diez hombres. Anda sube. Tenemos que hablar.
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