Libro IX. Ciruelas y Acertijos

D R A G O N A R I

Autora: Clumsykitty

Fandom: Marvel/AU/Fantasía

Parejas: Winteriron (BuckyxTony), NovaQuill, Staron, entre otras.

Derechos: nada me pertenece más que mis ideas.

Advertencias: una historia en un mundo fantástico con muchas referencias. La pareja principal es Winteriron, por favor, es Winteriron. Osea, es Winteriron. Siempre será Winteriron. Creada en honor a los chorro mil likes del rincón playero de locura y perdición de esta minina mal habida, la ganadora del sorteo pidió un Winteriron de fantasía. Helo aquí.

Un Winteriron.

Gracias por leerme.


*****


LIBRO IX. CIRUELAS Y ACERTIJOS.



Antonio alcanzó una mano de Jaymes, apretándola para tranquilizarlo.

—No tienes que decirme ahora... o nunca.

Le había preguntado directamente por qué había perdido su brazo izquierdo y la reacción inmediata de Jaymes fue inclinar su cabeza en sumisión y apretar con fuerza sus labios. No lo había hecho con malicia, solo había querido saber más de ese joven quien parecía haber librado más batallas que el propio Antonio. Jaymes miró en silencio esa mano acariciando su dorso con preocupación y algo de vergüenza por haberlo puesto así gracias a una pregunta muy indiscreta. Levantó su vista, encontrándose reflejado en esos ojos azules, apenados y risueños al mismo tiempo.

—Lo siento —murmuró— Lo siento mucho.

—Hey, quien debería disculparse soy yo. A veces soy muy entrometido. ¿Estás bien?

—¿A dónde vamos?

—Oh, bueno. Vamos a Nova. Te gustará.

—¿Por qué?

—¿Por qué te gustará o por qué vamos a Nova?

Jaymes frunció un poco su ceño. —Ambas.

Con una risita, Antonio pasó de su banquillo a la larga banca donde Jaymes estaba sentado en el cubículo que hacía de comedor dentro de la Milano, siguiendo a la flota de Nova de vuelta a casa al no encontrar nada más que informar que muerte y nieve tapando una isla.

—Nova es de las islas más ricas, más grandes y mejor cuidadas. Como está más al Sur, todavía no llega el invierno. Por eso te gustará, ya verás. Y vamos para allá, en esencia, porque el tarado de Quill quiere estar un tiempo con su amante.

—¿El Capitán Rider?

—¿Cómo lo...? —Antonio rodó sus ojos— Ya los viste. Sí, es su pareja.

En realidad, Jaymes no los había visto. Leía sus corazones tan francos, especialmente el de Peter Quill. Nunca había conocido a un humano tan abiertamente sincero de tal suerte que sus idioteces empataban perfectamente con su cabeza, corazón y lengua. Bajó su mirada de nuevo a la mano cálida del caza dragones, girando su muñeca para entrelazar sus dedos entre los de Antonio, quien se sorprendió primero, sin retirarla, sonriendo ampliamente después.

—Mi padre murió cuando mi hermana era pequeña. Mi madre y ella murieron envenenadas. Yo no perecí porque no estaba tan débil como ellas. Me adoptaron.

—Jaymes —Antonio apretó su agarre— Lo lamento... eso...

—Mi padre adoptivo es cruel. Él no me quería rescatar, pero mi hermano mayor adoptivo lo convenció. Le dijo que yo serviría bien. Que era fuerte.

—¿Las cicatrices...?

—Algunas me las hizo él —Jaymes desvió su mirada— Otras no.

—¿Huiste?

Jaymes asintió. Antonio tragó saliva, asombrado por la confesión y dolido de enterarse de algo así. No tuvo dudas de que era un esclavo, sonada a vida de esclavo. Ya no eran comunes, pero algunas islas todavía practicaban el comercio de personas. Jaymes le miró de nuevo, sus rostros estaban bastante cerca, así que habló en voz baja.

—No sufras por mí.

—Yo no... quiero hacerlo.

—No.

—Si puedes pronunciar mi nombre correctamente, te haré caso —desafió Antonio.

Por alguna curiosa y misteriosa razón, Jaymes no podía pronunciar bien su hombre, decía una variante muy linda en su lugar que el joven cazador había escuchado anteriormente en sueños.

—Antohska.

—Meh, entonces seguiré preocupándome por ti.

—No.

—Yo no sé qué cosas te habrán dicho, Jaymes, pero eres digno de ser apreciado, querido y de que alguien te cuide.

—De lo único que soy digno es de morir.

Antonio gruñó, a punto de reclamarle, pero Drax apareció por las escalerillas para anunciarles que estaban detenidos unos momentos para comprarle cosas a los Florentinos, un grupo de mercaderes nómadas que juraban jamás haber puesto un pie en tierra firme, viviendo en alta mar toda su vida, honrando a su diosa Pritas-An. La señora de los océanos. Lo cierto era que poseían comida, tesoros y buena información que no siempre intercambiaban por monedas. Esos Florentinos clamaban ser descendientes de sirenas y tritones, podía haber algo cierto en su historia pues sus rasgos los hacían parecer más a seres marinos que humanos. Antonio se levantó, quería asomarse para ver si algo le interesaba, volviéndose a Jaymes.

—¿No quieres mirar? Si te gusta algo, yo lo pago.

Jaymes negó. —Así estoy bien.

El caza dragones suspiró, pero recobró su sonrisa al pensar en comprarle algo para alegrarlo. Todos estaban casi cayendo por la borda por husmear y pedir cosas, entrando en ese regateo que tanto amaban los Florentinos. Antonio se asomó, buscando algo que a Jaymes le pudiera interesar. Una mujer Florentina ya mayor, una anciana, lo observó con ojos entrecerrados, levantándose de la barca llena de chucherías bordadas o tejidas para acercarse al joven, recargándose de la Milano.

—Eres de la sangre de Al-Ghila —habló muy segura a Antonio, quien le miró sorprendido.

—Tienes buenos ojos, abuela.

—Domador de dragones.

—Más bien cazador. Su muerte.

La mujer bufó, negando. —Los peores enemigos son los únicos que pueden arreglar las cosas.

—¿Qué dices?

La anciana se giró, buscando entre los cestos algo. Antonio vio que era un canasto lleno de ciruelas, una fruta muy poco usual en alta mar y más en invierno.

—Le gustarán, creció en un campo lleno de ellas —la Florentina alzó el canasto para que lo tomara.

Antonio iba a preguntar a quién se refería cuando se percató de que ella hablaba seguramente de Jaymes. Tomó el canasto con cuidado de no tirar ninguna fruta.

—¿Cuánto por estas ciruelas?

—Pritas-An me castigaría de pedir algo a cambio —gruñó la abuela, manoteando en el aire—Escucha bien, joven cazador, a veces lo que has aprendido es lo que quieren que pienses. Pregúntale antes de dejarte llevar por la venganza, o de lo contrario, habrás de cometer una injusticia por una mentira bien dicha.

—¿Abuela? —Antonio no comprendió esas palabras, pero la Florentina se alejó de él, perdiéndose entre otras barcas y el griterío.

—¡Tony! ¡Préstame dinero! —aulló Rocket, cerca de él.

Después de que todos terminaran de comprar, retomaron el rumbo hacia Nova ya sin interrupciones. Antonio fue con ese canasto a la camilla de Jaymes, junto a la suya, encontrándolo como siempre, sentando mirando a la nada. Le sonrió cuando ocupó el lugar a su lado, poniendo las ciruelas en su regazo en espera de la reacción que no tardó en mostrar Jaymes, abriendo de par en par sus ojos. Tomó una fruta, levantándola para examinarla como si aún no creyera que estuviera sujetando una ciruela y la mordió suavemente, cerrando sus ojos al saborear el fruto. Antonio juró que la expresión de Jaymes cambió a una de dicha casi infantil.

—Hace mucho que no las comía... tanto que había olvidado su sabor —musitó Jaymes con voz entrecortada.

—Son todas tuyas —sonrió Antonio más que complacido.

—Antoshka —el otro le miró consternado— Ya no hagas más por mí.

—Voy a comenzar a enojarme por ese tipo de comentarios, Jaymes.

—Es que yo no lo merezco, he hecho...

—Jaymes —Antonio levantó una mano para detenerle— No lo eches a perder. Anda, come.

Aquel le ofreció un ciruela. —Tú conmigo.

—Gracias.

Comieron cada quien su fruta en silencio. Jaymes miró al caza dragones y luego al canasto de ciruelas.

—Yo no era malo.

—No lo eres, Jaymes, para con eso.

—Me gustaría tener la magia de regresar en el tiempo y evitarte el dolor que llevas en tu corazón. Pero no lo tengo, y quien lo tenía murió en una emboscada por traición.

—¿Qué dices? ¿Cómo sabes que yo...? Quill. No me digas, es un bocazas. Tranquilo, estoy bien.

—No siempre. Algunos días duele más, ¿cierto?

Antonio desvió su mirada, riendo nervioso. —Estoy bien, ya te dije. Am... ¿cómo es eso de la magia del tiempo? ¿Me explicas, por favor?

—Hubo un dragón, Cronos, en su corazón latía el tiempo. Lo mataron por ese corazón.

—¿Quién lo mató? —Antonio frunció el ceño. Jamás había escuchado tal historia ni tampoco el nombre de ese dragón.

—Fue un hechicero... —Jaymes clavó su mirada en el cazador— Creo que ustedes lo llamaban Ancestral.

—¡¿Qué?! ¡Eso es imposible! ¡Yo conocí...!

—El precio de poseer un corazón de dragón es una maldición que puede durar eones. Aunque... hay más formas de sufrir una maldición —murmuró pensativo, hablando para él.

—Jaymes, ¿cómo sabes tal historia?

—Kobik me la contó.

—Aah... ¿quién es Kobik?

—A ella también la mataron. El padre del padre del hombre que tiene ahora la corona.

Antonio parpadeó, acercándose más a Jaymes. —¿Tú...? No, que estupideces pienso. Jarvis me hubiera dicho.

—¿Jarvis?

—Mi lanza —el caza dragones negó. Incluso Bruce le hubiera advertido que estaba ante la presencia de un Vir Dragonari. No podía pasar desapercibido, se dijo, sonriendo de vuelta— Hablar contigo es hablar con acertijos.

—¿Eso que es?

Antonio rio más para sí mismo, no quiso responderle y dejarlo con la duda porque adoró esa cara confundida, terminando su ciruela antes de ponerse de pie.

—Debo ir con Quill. Disfruta de tus ciruelas, Jaymes.

Se dio media vuelta, dispuesto a marcharse. Una mano le hizo regresar de golpe, recibiendo un inesperado beso en los labios que lo dejó de una pieza. Fue un beso casto con sabor a fruta, a melancolía, y extrañamente con algo que gritaba invierno, pero que dejó a Antonio con el corazón desbocado abriendo mucho sus ojos con una cara graciosa y mejillas tan rojas como el carbón en fuego vivo. Una vista que hizo sonreír a Jaymes por primera vez desde que se conocieran, este pegó su frente contra la del cazador.

—Soy tuyo.

Antonio olvidó cómo respirar en ese momento, sin moverse y escuchando los latidos de su corazón en sus oídos como martillazos de herrero. Una sonrisa fue apareciendo en sus labios, separándose para ver ese rostro lleno de misterios, penas y sorpresas que ejercía un poder en él mejor que la magia, el fuego de la aventura o el sabor de la victoria. Jaymes tenía algo que le hacía olvidarse de todo, como si únicamente existieran ellos dos en el mundo. Sabía por dónde podía ir aquello, y curiosamente, no tenía el ánimo como para detener ese afluente.

—Ese fue un buen beso. Algo brusco, pero bueno.

—Quería hacerlo.

—Ah, ¿sí? ¿Puedo saber la razón?

Jaymes alzó una mano, tocando el pecho de Antonio con la yema de sus dedos, delineando un círculo.

—Eres el primero.

—¿A quién besas? —Antonio levantó ambas cejas, con el orgullo inflado al ver ese asentimiento— Oh, por los Dioses. ¿Y te gustó?

—Jamás lo olvidaré.

—Pues yo tampoco... y creo que lo repetiremos. Más largo esta vez.

—¿Por qué?

—Am, diría que te falta técnica, pero también porque me toca la revancha. Me tomaste desprevenido, creí que ibas a golpearme o algo —bromeó Antonio, acercándose de nuevo.

—Yo nunca te haré daño.

—¿Ah? ¿Tan seguro estás de ello?

—Te reconocí cuando me miraste en ese callejón luego de salvarme. Desde ese momento supe que mi vida ya te pertenecía.

Antonio se sonrojó, sin dejar de sonreír, alzando una mano para acariciar la mejilla de Jaymes con ternura, su estómago con unas cosquillas agradables.

—¿Me reconociste? ¿Ya habías escuchado de mí? ¿El Vengador? —aventuró, mirando esos labios que estaba a punto de rozar con los suyos.

—No. Eres mi amo.

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