Libro III. Fuego Nocturno
D R A G O N A R I
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel/AU/Fantasía
Parejas: Winteriron (BuckyxTony), NovaQuill, Staron, entre otras.
Derechos: nada me pertenece más que mis ideas.
Advertencias: una historia en un mundo fantástico con muchas referencias. La pareja principal es Winteriron, por favor, es Winteriron. Osea, es Winteriron. Siempre será Winteriron. Creada en honor a los chorro mil likes del rincón playero de locura y perdición de esta minina mal habida, la ganadora del sorteo pidió un Winteriron de fantasía. Helo aquí.
Un Winteriron.
Gracias por leerme.
*****
LIBRO III. FUEGO NOCTURNO.
—¿Estás bien, Jarvis?
—Claro, Joven Antonio —le sonrió aquel, acariciando su mejilla— Estos días han sido pesados, pero están por terminar. Hoy es el último día de ese dragón.
—Oh...
—Estoy orgulloso de usted, Joven Antonio.
—¿Eh? ¿Por qué?
—Gracias por obedecer mi petición.
Antonio abrazó a Jarvis con fuerza. —Te quiero, por favor, cuídate mucho.
Desde aquel desdén del Hechicero Supremo, el muchacho ya no había insistido en su advertencia que no había menguado. Nunca le vería más allá de ser un sirviente o un niño problemático. Bruce incluso le obsequió un libro de armas al verlo tan distante y callado, esperando alegrarlo un poco con eso. La voz en su cabeza no callaba y a veces tenía pesadillas por ello. Ho Yinsen le dio unas hierbas para hacerse un té que lo tranquilizara, animándole con la promesa de darle una escama de Laur Nigro por su paciencia y obediencia. También estaba de acuerdo con Jarvis en que acercarse al dragón era una pésima idea.
Laur Nigro murió una madrugada, entre agotados hechiceros que habían dado con su nombre real: Gaminia, pero el dragón había enfurecido por ello, intentando escapar y destruir a todos. Ahora era un montón de pepitas de oro bajo gruesas escamas rojizas. Parte de ese oro fue para el rey, otra parte para la isla Shelby por haberlo capturado y otra para los gastos de la escuela. Sin duda, matar a un dragón así iba a ser una constante... siempre y cuando pudieran atrapar uno como Laur Nigro. Antonio estuvo más tranquilo, aunque ese mal presentimiento latente en su interior no desapareció, como si hubiera quedado algo inconcluso con el dragón.
—Fue horrible, Tony —le contó Bruce una vez que se recuperó— Su voz resuena en tu cabeza de una forma que sientes que puede saber todo de ti.
—¿Tuviste miedo?
—Claro, todos los pupilos lo tuvimos, ahí agazapados con los mayordomos. Teníamos prohibido pisar los círculos mágicos que lo retenían o mirarlo a los ojos. Solo el Hechicero Supremo podía hacerlo.
—Vaya.
—Pero ya ha muerto y me alegro. Te digo que en su presencia tenías una sensación horrible, como si te ahogaras en un pantano, tanta maldad... no lo sé.
—Lord Banner versus Laur Nigro, capítulo uno.
Bruce rio, empujando a su amigo. Estaban en el Santorum de Yinsen, acomodando libros que sacudían del polvo acumulado.
—En cuanto las escamas queden purificadas, te traeré las tuyas.
—El Maestre prometió solo una.
—Sí, pero Jarvis pidió otra, y yo una más.
Antonio sonrió conmovido ante el gesto. —Gracias, Bruce.
Los días regresaron a su rutina normal, cosa que el chico agradeció, recuperando su humor habitual. Ya había pasado un año desde que Bruce llegara a la escuela y era tiempo de mostrar sus avances con la magia. Todos los hechiceros debían aportar un conocimiento nuevo en la disciplina donde fueron aceptados, para el caso de Bruce bajo la tutela de Ho Yinsen, era un hechizo que utilizaba antiguas fórmulas no perfeccionadas para invocar un Golem.
—¿Qué es un Golo? —preguntó Souran, masticando un trocito de pan con almendras robado de los hornos.
—Golem. Un gigante hecho de casi cualquier material duro —aclaró Bruce con una sonrisa, comiendo su propia rebanada— Pero no es invocar un Golem... es convertirme en uno.
—¿Qué? —Antonio abrió sus ojos, estupefacto.
—Sí, bueno —Bruce tosió, sonrojándose— Aun no tengo del todo el conjuro, si me equivoco puedo quedarme convertido en piedra para siempre.
—O quedarte con la piel verde como un sapo —bromeó Souran.
Los tres se carcajearon a la idea, cuidaban de los conejitos de Souran que ya eran más de veinte, todos gordos y peludos. Aprovechando el descanso antes de la cena, fueron a verlos, guardándolos bajo ese viejo árbol que los ocultaba de los depredadores nocturnos. Jugaron a hacerse cosquillas mientras los guardaban, todavía empujándose al llegar de vuelta a la escuela. Ese año no habría nuevos pupilos hasta que la generación de Bruce tuviera su iniciación. Antonio ya había dejado de insistir por completo a la idea de convertirse en un hechicero, prefiriendo memorizar todo lo referente a los Dragonari y en especial a esos tres cuyas cabezas se juró iban a ser su trono o alguna cosa parecida.
—Antonio, quiero hablar contigo —el Hechicero Supremo le llamó cuando ya terminaban su jornada y el muchacho iba de vuelta a su dormitorio.
—Sí, Excelencia.
El chico frunció su ceño, era ya tarde y no había hecho nada malo ese día para recibir un sermón. Fue al Sánctum Santorum siguiendo al hechicero, haciendo un repaso de sus últimas travesuras para asegurarse de que no se le hubiera pasado algo muy grave. En cuanto estuvieron dentro, Antonio se paró en seco. Su piel se erizó sin razón alguna y más que nunca esa voz en su cabeza retumbó como un fuerte zumbido diciéndole que todos corrían peligro. Bien no era una voz tomo tal, ahora lo podía notar al sentirse tan abrumado por la sensación. Quizá era eso que llamaban la bendición de Al-Ghila para caza dragones, no estuvo seguro.
—¿Antonio?
—S-Sí...
—¿Qué te sucede, criatura?
Antonio estuvo a punto de decirle, pero calló. Strange ya no merecía esfuerzo alguno si siempre menospreciaba sus palabras. Negó rápidamente, tallando su brazo para calmar ese escalofrío recorriendo su espalda.
—Creo que he pescado un resfriado, Excelencia.
—Dile a Wong que te de algo —el Hechicero Suprmeo volvió a sus asuntos— ¿Sabes por qué se te prohibió acercarte a este lugar con el dragón vivo?
—Podía olfatearme.
—No eres un caza dragones, pero llevas su sangre. Y eres un niño. Laur Nigro, lejos de reconocer tu legado y temer, te hubiera vuelto loco al ser tú tan joven e inexperto.
El muchacho apretó sus dientes. Ahí iba de nuevo.
—¿Su Excelencia me trajo solo para decirme eso?
—Y para que mires bien este lugar sagrado. Hazlo.
Antonio arqueó una ceja, pero lo hizo porque no tenía otra opción. Era un lugar bello, con su propia magia. Un salón decorado con columnas talladas, arcos entrecruzados, techos decorados. Aquel rosetón de colores que reflejaba luz del exterior sobre el fino piso de mármol donde estaba dibujado permanentemente un círculo mágico con sellos poderosos. El chico terminó su inspección, volviendo a donde el Hechicero Supremo.
—Aquí han recibido su túnica y báculo varias generaciones de grandes hechiceros. El joven Banner puede estar entre ellos, siempre y cuando dejes de arrastrarlo a tus fechorías de sirviente.
—¿Qué...?
—Es un aprendiz, no tu esclavo.
—Pero, yo no...
—¿Eres tan egoísta que prefieres arrebatar glorias ajenas al no poder cumplir la tuya? Ya te lo he dicho, no eres un caza dragones, Antonio. Probablemente no lo serás nunca y eso te va a salvar la vida. Ahora no lo puedes ver porque estás empeñado en hacer tu voluntad y no lo que es más prudente. Esa soberbia le causará problemas al joven Banner quien no puede ver la maldad en tus acciones porque su corazón es demasiado noble para ello.
Antonio sintió sus ojos humedecerse, con sus labios temblando de la rabia al escuchar a Strange. Quiso levantar sus puños y golpearlo, en su lugar solamente bajó la cabeza e hizo una reverencia.
—No perjudicaré al joven Banner, Excelencia.
—Estaré pendiente de ello. Puedes retirarte.
Lo hizo casi corriendo con lágrimas en los ojos y odiando con todas sus fuerzas al Hechicero Supremo. Jarvis le preguntó que había sucedido, pero no le pudo sacar palabra alguna. Estaba rabioso hasta consigo mismo. Así se quedó dormido, hasta que una nueva inquietud lo despertó en la madrugada. Había olvidado poner la mantita a los conejos de Souran cuando los guardaron, todo por estar jugando. Se giró para ver a Jarvis dormir, levantándose lo más sigiloso posible en busca de sus ropas y salir de puntillas del dormitorio. Cuando abrió la puerta, la voz del mayordomo le detuvo.
—¿A dónde cree que va, Joven Antonio?
—Jarvis, yo...
—¿Sí?
No tuvo más remedio que contarle, a Jarvis no le podía mentir de la misma forma que no podía desobedecerle. El mayor negó, levantándose para vestirse igual y salir a acompañarlo.
—Es muy tarde y algún animal puede atacarlo.
—Pensaba llevar un palo.
—Yo seré quien lo lleve.
—¿Estás enojado conmigo?
—Creí que el enojado aquí era usted.
—No... nunca contigo. Perdona por esto, debes estar cansado.
—Claro que no, Joven Antonio —Jarvis le despeinó— Me alegra saber que se preocupa tanto por los demás y sus asuntos.
—Strange dice que soy egoísta, pero no lo soy. De verdad que no.
—No viva de las opiniones ajenas, Joven Antonio.
Fueron al bosque, llevando una antorcha y una lanza por aquello de los animales como zorros y lobos que solían bajar por las noches. Antonio aprovechó para presentarle a su conejo Dumm, cuando los abrigó con la mantita. Tomó al pequeño peludo entre sus manos, girándose hacia Jarvis para que lo viera con la luz de la antorcha, como un padre feliz presentando a su primer hijo.
—Souran dice que es macho, pero yo tengo mis dudas. ¿Crees que puedas...?
El terror que se apoderó de Antonio tuvo una muy buena causa. Un aroma a cenizas, algo quemado y metal combinados apareció de pronto en el bosque, mucho antes de que en el cielo una sombra planeara, ocultando la luz de la luna y las estrellas con su cuerpo. Jarvis siguió la mirada del chico, abriendo sus ojos en horror al notarlo. Todo pasó muy rápido. Antonio fue lanzado lejos del árbol, de Jarvis y de la madriguera por los brazos del mayordomo que lo levantó y empujó a una zanja junto con Dumm que chilló cuando una marea de fuego barrió esa parte del bosque, antes de seguir hacia los establos, los dormitorios y la escuela de Kamar-Taj.
Antonio solo vio la imponente figura de un Vir Dragonari antes de que se golpeara la cabeza y quedara inconsciente con llamas pasando por encima de su cuerpo, llevándose a Jarvis entre ellas. Las campanas sonaron tarde, los hechizos no fueron suficientes para salvar la escuela... o a sus inquilinos. Vir Octopus desapareció como llegó atacando, dejando un lugar envuelto en llamas que el pueblo del valle abajo rescató como pudo junto con los pocos hechiceros que lograron escapar a tiempo. Un trabajo que les tomó toda la madrugada, hasta que el fuego cesó del todo y pudieron buscar más sobrevivientes entre los escombros.
—¡JARVIS!
El muchacho gritó, despertando entre maleza y ramas carbonizadas que hizo a un lado. Dumm estaba escondido en un hoyo, temblando de miedo. Tenía una oreja quemada. Antonio lo recogió, poniéndose de pie para ver aquella espantosa escena en medio del más crudo amanecer. Donde hubiera un bosque frondoso y una enorme construcción de piedra maciza con varios siglos de antigüedad, ahora solamente quedaba un campo ennegrecido con una peste a carne quemada. Se giró, mirando a la parte del bosque también desaparecido, recordando como había sido salvado. Las lágrimas no se hicieron esperar.
—¡JARVIS! ¡JAAARVIIIIS!
Cerró sus ojos, llorando y temblando con su conejito herido entre sus brazos, tambaleándose al caminar hacia donde vio unas siluetas agrupadas. Vir Octopus se había cobrado muchas vidas además de la de Jarvis, entre ellas la de Souran y el Maestre Ho Yinsen. Antonio lloró todavía más cuando halló entre los malheridos a Bruce, al que le vendaban los ojos. Se arrastró hacia el grupo, buscando entre todos esos rostros llenos de hollín al Hechicero Supremo, al que encontró atendiendo un herido del pueblo. Rápidamente se acercó a él, siempre con Dumm acurrucado contra su pecho.
—¡FUE SU CULPA! ¡ESTO FUE SU CULPA!
Strange se giró, frunciendo su ceño al verlo ahí, sin heridas, solo empapado por el lodo de la zanja cuya humedad lo había protegido del incendio.
—¿Dónde estabas?
—¡YO TRATÉ DE ADVERTIRLE, PERO NO ME ESCUCHÓ! ¡POR SU CULPA ELLOS ESTÁN MUERTOS! ¡POR SU MALDITA CULPA JARVIS ESTÁ MUERTO! ¡YO...!
Una bofetada lo calló. Todos miraron al jovencito sin entender de qué hablaba o por qué estaba siendo tan irrespetuoso con el Hechicero Supremo. Strange le apuntó con un dedo.
—¡No más, Antonio! ¡Hoy no estoy de humor para tus soberbias!
—¡LO ODIO! —escupió este con una mano en su mejilla adolorida— ¡LO ODIO!
—¡Fuera de esta escuela! ¡No quiero verte más! ¡Has pasado el límite, Antonio! ¡Abandona Kamar-Taj ahora mismo! ¡Ya no eres bienvenido!
Antonio sollozó y gruñó. Miró las ruinas humeantes donde estuvieran los dormitorios de Ho Yinsen, ese pabellón de sirvientes en donde durmiera Souran. Sus conejitos también habían sido carbonizados cuando el dragón escupió ese fuego mortal. Solo Dumm estaba vivo. Miró a Strange una última vez, buscando de nuevo con la mirada donde Bruce, para despedirse apenas si murmurando su nombre y dejar aquel lugar entre los murmullos de los testigos de aquella expulsión. De no haber salido a ver los conejos, hubiera tenido la misma suerte que la gran mayoría de los habitantes de la escuela. Al pasar por entre los escombros, vio esas enormes escamas intactas asomándose entre la tierra y cadáveres.
Sin importarle ya lo que el Hechicero Supremo pudiera decirle, se acercó para tomar sus tres escamas y abandonar Kamar-Taj para siempre.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top