Libro II. Laur Nigro

D R A G O N A R I

Autora: Clumsykitty

Fandom: Marvel/AU/Fantasía

Parejas: Winteriron (BuckyxTony), NovaQuill, Staron, entre otras.

Derechos: nada me pertenece más que mis ideas.

Advertencias: una historia en un mundo fantástico con muchas referencias. La pareja principal es Winteriron, por favor, es Winteriron. Osea, es Winteriron. Siempre será Winteriron. Creada en honor a los chorro mil likes del rincón playero de locura y perdición de esta minina mal habida, la ganadora del sorteo pidió un Winteriron de fantasía. Helo aquí.

Un Winteriron.

Gracias por leerme.


*****


LIBRO II. LAUR NIGRO.



Bruce levantó en alto el pesado libro para leer.

—Liah-Ardyh, diosa de las nueve lenguas y rostro carmesí, fue quien creó a los dragones para acabar con los hijos que Al-Ghila había puesto en la tierra. Pero Urman-Tau, dios de la justicia, obsequió su brazo izquierdo para crear el metal Mark, con el que los hombres crearon las Gladius, lanzan que nunca fallan al buscar el corazón de fuego de los dragones. Esos hombres que pudieron moldear el metal se convirtieron en los caza dragones, enemigos jurados de los hijos de Liah-Ardyh.

—Bien hecho, Bruce —murmuró Ho Yinsen.

—Maestre, ¿es cierto que desapareció el metal Mark?

—Para quienes no son caza dragones, sí. Eso nos incluye a nosotros, los hechiceros.

—¿Tony podría encontrar el metal?

Antonio dejó de acomodar mapas para verlos. El Maestre asintió.

—Solo los bendecidos de Al-Ghila pueden ver el brazo de Urman-Tau.

—Jamás he visto un brazo de un dios tirado por ahí —bromeó Antonio.

—Un metal ordinario a los ojos comunes, un metal que canta para un caza dragones.

—Solo es cuestión de que busques música, Tony —sonrió Bruce.

—Yo creo que el aprendiz Banner puede hallar el metal Mark, milord.

—Tony —Ho Yinsen negó—Mientras haya un cazador, el metal esperará por él y con eso, las Gladius.

—Pero los hechiceros ahora saben a qué le temen los dragones.

—No, Tony. Dominar a un dragón no es una victoria. Tienen la lengua de Liah-Ardyh, hasta el Hechicero Supremo corre el riesgo de terminar esclavo de su voluntad. Los caza dragones jamás sucumbieron.

—Según sé —Bruce intervino— Los Stark fueron los más temidos después de los Vanko. Tu padre... lo siento, hablo de más.

—Mi padre tenía un yelmo en forma de cabeza de dragón —Antonio lo animó al continuar— Le decían el Mensajero de la Muerte y los dragones, incluso los Vir Dragonari, huían al ver a lo lejos su yelmo.

—No quería traerte malos recuerdos.

—Jarvis dice que me gustaba tocar ese yelmo y que mi padre solía ponérmelo, aunque se me cayera de lo pesado y grande que era.

—Un día tendrás justicia, Tony.

—Estabas repasando la genealogía de los dragones, ¿no?

Bruce le sonrió antes de volver a sus lecciones. Antonio recordaba el yelmo porque su padre lo sujetaba contra un costado de su armadura al despedirse de él en aquel ataque. Ahora con los años, sabía que su madre los dejó en el camino porque Vir Centinelis la llamó por su nombre, reconocía el aroma de María desde lejos. Por eso se separó de Jarvis y de él, para que el dragón no los encontrara porque aún no conocía el aroma de Antonio al ser demasiado pequeño. El sacrificio de una madre y la prueba de cuan astutos eran esos monstruos, los Vir Dragonari.

—¿Creen que ambos puedan ir a recoger los frascos en el bosque sin terminar en problemas?

—Maestre, solo pasó una vez.

—Esta semana, Tony.

—Lo prometemos —rio Bruce— Vamos, Tony.

No fueron solos, Souran los acompañó cuando Bruce dejó encantado el cuchillo con el que pelaba papas esa mañana para seguir haciendo su labor mientras los tres corrían en competencia a una parte cercana del bosque donde habían enterrado frascos con hechizos para atraer salamandras que luego estudiaría Bruce. Esas hadas de fuego ya estaban dentro de los frascos cuando los sacaron de la tierra húmeda, poniéndolas en un carrito que habían traído para ello. Si bien esa amistad había creado unas cuantas travesuras que terminaron en jarrones rotos, hechiceros asustados o una sopa salada, todavía no agraviaban al Hechicero Supremo como para que los enviara a recibir azotes.

—Escuché al jefe de cocineros decir que hoy llegará algo gordo a la escuela —comentó Souran, acomodando los frascos en el carrito.

—¿Algo gordo? —Antonio frunció el ceño— ¿Para la cocina?

—No, para la escuela. Algo... gordo.

—¿No dijo que era? —Bruce también quedó intrigado.

—Pues solo supe que lo enviaban desde la isla Shelby. Y que llegarán varios sobacos...

—Soldados.

—Eso, pues. Así dijo el jefe de cocineros.

Bruce y Antonio intercambiaron una mirada, lo que fuera a llegar a Kamar-Taj era importante o el rey no hubiera enviado soldados para custodiar la carga. Terminaron de recoger las salamandras que llevaron al Santorum del Maestre Yinsen antes de que este tomara su siesta de la tarde. Bruce se quedó leyendo sobre fórmulas antiguas cuidando del anciano hechicero, dejando que su amigo pudiera ocuparse de otras cosas o descansar un poco. Antonio se encontró con Jarvis en un pasillo, el mayordomo ya estaba buscándolo con una mirada inquieta.

—Joven Antonio, sé que no le gusta obedecer órdenes, pero hoy quiero que me prometa obedecer una sola mía.

—¿Qué sucede?

—No quiero que bajo circunstancia alguna se acerque al Sánctum Santorum.

Antonio parpadeó confundido, no solía ir para el salón principal de los hechiceros porque Strange casi siempre estaba ahí. La petición se le antojó fuera de lugar, recordando luego las palabras de Souran. Entonces tuvo más sentido lo que Jarvis le pedía y aunque eso disparó su curiosidad, jamás desobedecería a quien amaba como a un padre, parte de su pequeña familia.

—Está bien, Jarvis. Prometo no acercarme.

Jarvis le sonrió aliviado, tomando su rostro para besar sus cabellos antes de empujarlo lejos y separarse de nuevo cada quien a sus labores. Lo cierto era que Antonio prefería seguir escuchando las lecciones de Bruce porque tocaba turno a las familias de los dragones, sus vástagos como sus características. Y estaban por llegar a la familia que más le interesaba. Los Vir Nevados. Entre los Dragonari, los Vir eran temidos entre los suyos por muchas buenas razones, los Nevados tenían una oscura reputación al tornarse invisibles hasta encontrarse muy cerca de sus presas y tenían el dominio del hielo, la nieve, las tormentas. Podían congelar campos enteros o cubrir pueblos con nieve si soplaban ese aire helado en lugar de su fuego azulado. Era hielo que tardaba años en retirarse, quemando la tierra debajo.

Los dragones eran seres que, si bien eran inmortales, no solían tener crías como se pudiera pensar porque era tener que permanecer en su nido por una larga temporada y eso los hacía presa fácil, además de que la hembra quedaba débil hasta que los vástagos no hubieran aprendido a volar y cazar por su cuenta. Casi siempre solo llegaban a tener uno o dos descendientes. Además, entre ellos era usual el devorar competencia o crías que no servían, lo que reducía el número de dragones nuevos. Fieles a su diosa, los Dragonari no conocían la compasión, hermandad o gentileza.

—Hubo tres hermanos: Vir Zemo, Vir Roius y Vir Centinelis —leyó Bruce muy concentrado— Vir Roius fue muerto por el caza dragones Antonovich Vanko, mientras que Vir Zemo fue lastimado por el Hechicero Supremo Ancestral y jamás se le volvió a ver. Solo Vir Centinelis quedó para traer desgracias al mundo. Se apareó con Vir Viper, a ella la cazaron entre las legiones de los Carter y los Hill. Dejó dos crías, Vir Rumlow y Vir Invernus, iguales a su padre en escamas negras con orilla plateada con ojos gris azulado. Ambos peligrosos, aguerridos y malvados. Congelaron para siempre la isla Baikal, parte de su mar y las fronteras de la isla Sokovia. Una zona que ahora llaman Siberia. Entre los tres dieron muerte a familias enteras de caza dragones usando su forma...

—¿Qué sucede, Bruce?

—Están... están llamando las campanas.

Antonio prestó atención, las campanas sonaban de una manera que jamás había escuchado en todo ese tiempo viviendo en la escuela. El chico se asomó por la ventana, notando a los hechiceros junto con sus respectivos pupilos andar rumbo al Sánctum Santorum.

—Se están reuniendo todos —informó a los otros dos.

Bruce ayudó a Ho Yinsen a ponerse de pie, caminando con él hacia ese salón. Antonio recordó su promesa y solo los escoltó hasta el patio, excusándose antes de dar media vuelta, metiéndose a la cocina donde sabía circulaban los chismes más frescos igual que los panes recién horneados. Souran le tendió un mandil, llevándolo a su mesa para hacer panecillos de viaje. Nadie iba a viajar, era que los hechiceros estarían mucho tiempo dentro del Sánctum Santorum y pedirían constantemente de comer.

—Trajeron a un dragón —susurró Souran al oído de Antonio— Dicen que es Laur Nigro.

El nombre del dragón no le dijo nada a Antonio, lo importante era que se trataba de un dragón, uno de los pequeños. Los Laur Dragonari. Por eso Jarvis no había querido que se acercara, podía ser uno de casta baja, no tan peligroso y probablemente bien encadenado, pero eso no lo detendría de olfatear su sangre Stark de caza dragones. Ya había alcanzado esa edad para comenzar a ser un hombre y con ello el despertar en su sangre de la bendición de Al-Ghila.

Pero Strange seguía despreciándolo.

—¿Qué le harán al dragón? ¿Lo sabes?

—Van a tratar de dormir... no.

—¿Domarlo?

—Anda, así. Pero si no lo logran, lo matarán convirtiendo todo su cuerpo en el oro que se ha tragado.

Como lo predijo Ho Yinsen, necesitaban probar su teoría sobre la lengua dragón y tratar de domesticar uno de ellos con su nombre verdadero. Pero hasta un dragón como Laur Nigro sería todo un reto, por eso estarían en el Sánctum Santorum el tiempo necesario para lograrlo o bien, matarlo multiplicando el oro en su panza hasta que todo su cuerpo lo absorbiera y muriera dejando solo esas escamas impenetrables como único recuerdo de lo que fue en vida. Oro de dragón, del más preciado y el más difícil de conseguir a menos que se tratase de un hechicero del Kamar-Taj.

Laur Nigro apareció en los cultivos de la isla Shelby, las legiones lo vieron y atacaron. Esos fieros soldados le dieron batalla hasta que lo capturaron al debilitarlo. Con hechiceros de otras islas sellando el poder del dragón, estaban por matarlo desangrándolo hasta que el Hechicero Supremo pidió al rey que lo llevaran a su escuela para hacer ese experimento. Nada perdían, ganaban muchísimo de tener resultado. Era así como había llegado esa bestia a Kamar-Taj custodiada por los soldados del rey y encerrado en el Sánctum Santorum cuya magia lo doblegaría.

Antonio se sintió extraño, como si algo estuviera mal. Peligro. Solo que no supo decir por qué. Laur Nigro jamás podría romper las cadenas de la Maestre Clea, ni los sellos de restricción del Maestre Wong. Ya venía debilitado desde Shelby, así que no existía una remota posibilidad de que atacara o escapara. Su mente era asunto aparte. Los dragones estaban lúcidos hasta en sus sueños más profundos. Ahí sería el campo de batalla con los hechiceros. Una vez más, le hubiera gustado verlo de cerca asomándose por ese gran rosetón de cristal, pero una promesa era una promesa y a Jarvis no se le podía decepcionar por más curiosidad que tuviera por conocer a un dragón vivo.

Fue a dormir con todos los hechiceros aun luchando con Laur Nigro en el Sánctum Santorum. Tuvo sueños poco placenteros, un par de ojos gris azulado le observaban fijamente, pupilas alargadas y un frío rodeando su cuerpo. Antoshka, susurró con voz no humana aquellos ojos. Antonio despertó bruscamente, de un salto, notando que sudaba. La cama de Jarvis a un lado estaba intacta, seguía dentro del salón con el Hechicero Supremo. Volvió a recostarse, tratando de dormir mejor hasta que el búho del Maestre Wong lo despertó temprano. Los hechiceros descansaban, no llamarían a servicio hasta pasado el mediodía, así que estaban libres por unas horas.

—Dicen que Laur Nigro se niega, quiso engañarlos y casi hechiza al Maestre Darío —le contó Souran quien era bueno para las noticias— Van a intentarlo de nuevo, pero hasta mañana, están muy cansados hoy. Solo le darán tres oportunidades, va una.

Bruce también estaba en su cama recuperándose. Antonio le dejó una bandeja con fruta picada y pan por si despertaba, al igual que con el Maestre Yinsen. Ese día realmente no hizo mucho más que seguir a Souran como un polluelo a su madre gallina. Incluso estuvo callado, meditabundo. Su mente no dejaba de susurrarle que debía alertar a todos, que había un serio peligro con el dragón ahí. En cuanto vio por un pasillo a un recién despierto Hechicero Supremo, corrió a él. Ya no podía más con esa sensación.

—Excelencia...

—No, Antonio.

—Ni siquiera sabe que voy a decirle.

—Deseas ver al dragón y la respuesta es no.

Antonio resopló, tragándose su orgullo para no alterarse. —Tienen que sacar al dragón de aquí, lo más lejos que puedan.

—¿Qué cosas dices, niño?

—Todos peligran con Laur Nigro presente.

Strange le miró serio, frunciendo su ceño con sus ojos recorriendo su figura pequeña desafiando al hombre que tenía la magia más poderosa de todas, mismo que negó.

—No eres un caza dragones y Laur Nigro se queda donde está.

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