21. Individuos de mecha corta (II)

Como ya había comprobado con anterioridad, Drake no era ningún experto a la hora de dar explicaciones y Tessa debía saberlo mejor que yo pues, cogiendo el toro por los cuernos, decidió ilustrarme en su lugar sobre el asunto de los guardianes.

Comenzó mencionando algo que ya me habían dicho antes: que la función del Palacio Cristalino era educar a los futuros líderes de cada especie. Sin embargo dicha misión se había topado de lleno con un inconveniente evidente: ¿Dada la desconfianza y separación entre las especies, quién enviaría a su heredero al trono fuera de sus fronteras y en solitario?

Para aliviar esa inquietud estaba la figura de los guardianes.

No eran una especie en sí mismos, sino amigos, sirvientes o conocidos del representante principal de la especie, normalmente de una edad aproximada y a los cuales se les permitía ingresar a la academia si éste aceptaba hacerlo. Cada alumno podía tener un máximo de dos guardianes a quienes se le otorgaba la posibilidad de residir e incluso formarse en el Palacio, no obstante sólo podían habitar el lugar mientras él no se graduara. Eran algo así como carabinas que ayudaban a transmitir más seguridad a los padres.

Eso me hizo plantearme algo: ¿No habría sido más sencillo presentarme como guardiana de alguien en vez de como sucesora? ¿No nos ahorraría a Weissman y a mí el marrón de la adopción?

Pero, como si mi expresión delatara lo que me pasaba por la mente, Drake añadió a la explicación de Tessa el matiz de que no todo el mundo podía obtener una plaza de guardián: Dicha posición sólo estaba al alcance de aquellos con un linaje lo suficientemente especial o representativo como para que mereciese la pena el esfuerzo de educarlos si optaban por ello.

Cómo no. Por un instante había olvidado el esnobismo y apego a la élite subyacente en aquel sitio.

A continuación Tessa se salió por la tangente y se explayó un buen rato hablando de los gemelos Ao y Aka Tsume, pues por lo visto eran un ejemplo de manual de guardianes: No sólo ocupan dicho cargo en la academia, también pertenecían a un linaje especial de licántropos dentro del Clan Garou cuyos miembros nacían con el único propósito de proteger a su matriarca. Y al llegar a ése punto su faceta de "amante del romance" mentada con anterioridad por Drake volvió a apoderarse de ella:

—¿Sabías que los licántropos del Clan Garou no sólo se enamoran de su pareja? ¡También lo hacen de su matriarca! ¿No te parece genial sentir un amor tan grande que pueda dividirse entre dos individuos? Me pregunto qué se sentirá...

Como a mí los líos amorosos de los lobos no podían interesarme menos decidí reconducir el tema con una pregunta:

—¿Entonces vosotros también tenéis guardianes

Mis dos compañeros de mesa se miraron entre ellos.

— Sí, claro —afirmó la dragona—. El mío es un wyvern llamado Scorpius, si quieres te lo presento un día de estos.

—A la mía la conoces —afirmó el dragón.

—Blaze, supongo.

—Sí, Blaze cuenta como tal. Puede carecer de control sobre la existencia pero, como Scorpius, pertenece a una raza bastante particular de wyverns —mientras lo comentaba rodó sus ojos escarlatas al recordar algo—, y supongo que cuando nazca su cría se llenará el segundo cupo de alguno de los dos.

La conversación se desvió de nuevo, esta vez hacia dicho huevo y quién se quedaría a la cría de wyvern una vez naciera. Hasta que Tessa dedujo algo:

—Ahora que caigo, supongo que tiene sentido que Diana no tenga un guardián siendo la hija del director.

Pues sí que lo tenía, ¿para qué necesitaría Weissman una carabina en su propia institución?

Iba a darle la razón cuando una voz masculina dijo a mi espalda:

—Eso es cierto. Ella no necesita guardianes, nosotros la protegemos.

Me volví sobresaltada para encontrarme a dos figuras uniformadas con sendas armaduras ligeras y capas rojas que lucían el inconfundible blasón de la Orden de San Jorge.

Eran un chico y una chica algo mayores que yo. Él mantenía una expresión confiada que le daba cierto aire de rebeldía caótica en conjunto con su peinado alborotado, rapado por un sólo lado, y las partes de una camisa redoblada asomando aquí y allá bajo su protección. Su compañera, en cambio, ofrecía la imagen opuesta: no llevaba un solo cabello fuera de lugar y se mantenía tan lúgubre, seria y silenciosa como una tumba.

Iba a preguntarles quién narices eran cuando reparé en una tercera silueta asomando tras ellos.

— ¡Oh! ¡Georg! —Lo saludé— ¿Qué tal tu clase en "La Fortaleza de la Soledad"?

El joven alemán, de quien me había separado tan abruptamente en clase de Nayra, me saludó con una leve inclinación de cabeza antes de comentarle al otro caballero:

— ¿Ves, Will? Te dije que no podía ser el único que pensase en el parecido.

A lo que él, riendo mientras le alborotaba el pelo hasta dejarlo en un estado similar al suyo, contestó:

—Y yo te dije que lees demasiados cómics, hermanito.

—¿Y quién os dijo que como Georg volviera a llegar tarde a clase por perderse os ibais a meter en un buen lío? —Los reprimió mordaz la tercera miembro de la orden.

—Tú, Noel —respondieron ambos al unísono.

Tras un largo suspiro, el cual daba a entender que esa no era la primera ocasión en la que habían discutido el tema, la chica alargó su mano hacia mí dispuesta a presentarse:

—Por favor, disculpa a mis hermanos. Somos-.

— ¡Diana! —Alzó la voz cierto metomentodo de ojos carmesíes— ¿Conoces a estos... personas?

La corrección de última hora junto al tono inquisitivo con que me exigía respuestas no me hicieron gracia alguna, pero le ofrecí una contestación:

—Bueno, a ellos no, gracias a tu interrupción —señalé a los caballeros que recién había visto por primera vez—, pero antes pasé un rato bastante divertido con Georg.

Sí, podía haberlo dicho de otra forma. Y sí, la entonación insinuante en mis palabras estaba completamente fuera de lugar. Pero si íbamos a echar otra partida al juego del dragón posesivo no tenía intención de dejarme doblegar.

Por supuesto, la reacción de Drake no se hizo esperar. Perdiendo todo autocontrol, si es que alguna vez lo había tenido, se levantó hecho una furia y poniendo el grito en el cielo.

—¿Qué significa eso?

Estaba fuera de sí. Una de sus manos apretó con tanta fuerza el mármol de la mesa que incluso se adentró varios centímetros en la roca y a juzgar por la expresión enrojecida de su rostro, daba la impresión de que fuera a estallarle una vena, algo que ocurrió, en cierto sentido: uno de aquellos mechones tan llamativos de su pelo chispeó y se prendió en llamas como si alguien le hubiera dado con un soplete.

La actuación de los dos caballeros veteranos también fue tan instantánea como igualmente curiosa. En un acto reflejo comenzaron a llevar las manos hacia sus armas, pero antes de alcanzarlas hubo algún tipo de cambio de planes sincronizado, aferraron el borde de sus capas carmesíes y las antepusieron entre ellos y Drake.

«¿Serán ignífugas?» Pensé.

Georg en cambio se quedó petrificado, como si no supiera muy bien qué hacer o dónde meterse.

Quien hizo las veces de negociadora esta vez fue Tessa. La dragona, que se había guarecido tras la espalda de Drake al ver aparecer a los miembros de la Orden de San Jorge, apoyó su mano en el hombro del chico haciendo caso omiso de las llamas que lo cubrían e intentó enfriar la situación. 

—Drake, por favor... —suplicó— Todo el mundo está mirando. Te meterás en un lío.

Tal y como observaba, gran parte del alumnado contemplaba la situación desde sus respectivas mesas e incluso los profesores tenían sus miradas fijas en nosotros. Bueno, salvo Georgson, quien comentaba algo a un Weissman sonriente ante su ocurrencia.

De pronto, como si el propio palacio llamara también a la calma, la campanada del cambio horario hizo su puntual aparición.

El conjunto de aquellos tres hechos terminó por convencer a Drake, quien extinguió su fuego con gesto contrariado.

—Supongo que tienes razón —aceptó desdeñoso—. Además, sería una pena manchar el buen nombre de mi familia por liquidar a unos cuantos gusanos sin linaje. Porque no lo olvidéis, no pertenecéis a este lugar. La única razón de que estén aquí unos Don Nadie como vosotros es porque un viejo inútil no pudo derrotar a su enemigo y maldijo a un montón de críos al azar.

El insulto al origen de su Orden superó por completo al chico que Georg llamaba Will, quien soltó su capa en un arrebato e intentó echar mano de la espada. No obstante, su compañera lo detuvo agarrándole el brazo y negando con la cabeza.

Sin embargo, había alguien más a quien no le habían hecho gracia esas palabras y nadie restringía: yo. Y en un gesto de genuina ofensa le crucé la cara a mi autoproclamada "alma gemela" con una sonora bofetada.

—El único gusano aquí eres tú.

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